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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

7 de marzo de 2017

Calixto García. Biografía. 82


1897, Enero
Detener el tránsito español por el río Cauto era esencial








Llega el invierno. Una sequía intensa provoca que las enfermedades infecciosas y el hambre atacaran inmisericordemente a la tropa y a la desvalida población civil. Calixto está en el valle del Cauto. Se mueve de uno a otro lugar, buscando algo para darle de comer a los soldados y a  los civiles que le acompañan. Arrebatarle la comida a los convoyes de abastecimiento español podía ser la solución, pero los españoles, que tantas vidas y tesoros habían perdido en su afán de abastecer a Bayamo, necesitaron acortar las distancias y para ello se aprovecharon del río Cauto. Ahora las distancias por tierra serían, solamente, las ocho leguas que separaban a Cauto Embarcadero y la ciudad de Bayamo. Y para transitarlas crearon un tramo de vía férrea. Fue ese el motivo por el que el General ideó detener el tránsito por el Cauto.
A varios de sus más experimentados oficiales mandó Calixto a detener el tránsito español por el Cauto. Uno de ellos fue el tan estimado por Calixto, Brigadier Enrique Collazo, hombre aquel que había recibido instrucción militar de academia. Pero Collazo igual fracasó.
A quien lo consiga el General prometió darle dos ascensos



“Al recibir la mala nueva, cuenta Carlos García Vélez, el General García sufrió un gran disgusto y entonces, al borde de un ataque de cólera, tronando como era su costumbre y dando zancadas frente a su tienda de campaña, dijo: ¿Será posible que no haya un jefe o un oficial que tenga el concepto de cumplir una orden? ¿No cuento yo aunque sea con uno que me haga esta operación? ¡Le daría dos ascensos al que lo hiciera!”.
Carlos García Vélez se ofreció para cerrarle el paso a los españoles

































La tropa, que bien sabía que cuando el general se encolerizaba por algo que había salido mal, mejor era esperar a que se calmara, guardó un silencio sepulcral. Pero en eso su hijo, Carlos García Vélez se adelantó y cuadrándose militarmente ante el padre y jefe, se ofreció para cerrarle el paso a los españoles por el Cauto.
En sus Memorias confiesa Carlos que si hubiera caído un rayo en medio del campamento, este no hubiera provocado el efecto que provocaron sus palabras, porque nadie se atrevía a interrumpir al general en sus momentos de cólera ni para brindarse como voluntario a cumplir una orden suya. Por eso, después que el jovencito dijo lo que hubo dicho, el silencio de todos fue aún más profundo. El general, mientras, continuó dando su paseo con el semblante mucho más enrojecido que antes.
Nadie sabe el tiempo que medió entre la propuesta de Carlos, quien seguía rígidamente en atención, y el momento en que Calixto se detuvo delante de él.
“Mi padre me echó una ojeada que iba desde la extrañeza hasta la incredulidad”… y de repente llamó a su Jefe de Estado Mayor y le ordenó que expidiera una orden escrita a favor del comandante Carlos García Vélez, encargándole de las operaciones en el río Cauto y dándole plena autoridad para seleccionar el personal que necesitase, para requisar los materiales preciso para tal fin, y, finalmente, para que las fuerzas mambisas atrincheradas en el dicho río fueran puestas bajo sus órdenes.
Terminado de hablar con el Jefe del Estado Mayor, el general se volvió a su hijo y con voz enérgica le ordenó: “¡Salga usted inmediatamente y recuerde lo que se ha comprometido a hacer”.
Carlos respondió: “¡Sus órdenes serán cumplidas, mi general”; saludó militarmente y, corriendo, fue a ensillar su caballo y a aparejar la mula en que cargaba sus libros e instrumentos médicos, de los que nunca se separaba. (Carlos era dentista)
Cuando lo tuvo todo listo y con la única compañía de su asistente, dispuesto a partir, Carlos regresó a la tienda del General y cuadrándose de nuevo, le dijo: “¡A sus órdenes!”, dio media vuelta y montó, dispuesto a emprender la marcha.
El general no se volvió, sino que continuó en lo que lo ocupaba. Pero unos segundos después sus sentimientos le hicieron regresar a su condición de padre. Entonces poniéndose en pie y acercándose al hijo que ya estaba sobre el caballo, le dijo: “Oye, Carlos, se acerca la noche. Hoy es nochebuena… quédate para que comamos lechón asado con tostones, que aquí tenemos. Lo mismo da que salgas mañana que pasado… quédate y me acompañas hoy…” Pero Carlos, heredero del carácter fuerte de su progenitor, con tono seco, y como para señalarle al padre el instante de debilidad paternal que se adivinaban en sus palabras, le respondió: “General, perdone que insista en salir ahora, pero es que hay mucho que hacer y preparar, además de que tengo que organizar a la gente…”
“Pues lárguese, y no vuelva sin cumplir mis instrucciones”
Visiblemente contrariado, Calixto se repuso y volviendo a ser el General, le respondió al hijo con voz áspera: “¡Pues lárguese, y no vuelva sin cumplir mis instrucciones!”.

No se dieron las manos, no hubo entre ellos el más mínimo roce, con la sola excepción de las miradas que intercambiaban. Carlos lo saludó militarmente, como corresponde hacer a un militar que se encuentra ante un jefe superior, y al trote ligero salió del campamento seguido de su ayudante, adentrándose ambos en un trayecto muy peligroso porque aparecían por allí, regularmente, las guerrillas de asesinos al servicio de España.
Cumplida su misión, Carlos redactó un lacónico parte militar relatando los hechos y mandó que llevaran el escrito a su padre, el general.
En su tienda Calixto leyó la información y luego, levantándose jubilosamente, nada más dijo: “¡Ese es mi hijo!”. Acto seguido dio órdenes para que Carlos se presentara inmediatamente en el campamento.
Cuando Carlos llegó, el general lo abrazó jubilosamente y le entregó el diploma con el ascenso a teniente coronel. Entonces Carlos le recordó que el General había prometido dos ascensos a quien cerrara el río Cauto, por lo que le correspondía el grado de Coronel. Calixto lo miró muy serio y en tono conciliador le dijo: “Tienes razón, pero tú eres mi hijo y no puedo ascender a mi hijo como si se tratara de otro oficial cualquiera. Además, fíjate que también te nombro Jefe de la Brigada de Las Tunas y conservas la jefatura de la Brigada del Cauto”.
Como respuesta, el ya Teniente Coronel Carlos García Vélez miró a su padre… y sonrió. Ambos se fundieron en un abrazo apretado.

Con el río Cauto cerrado al tránsito de las embarcaciones españolas, aquellos estaban obligados a conducir sus convoyes por tierra, a merced de las tropas libertadoras que al mando del incansable Jesús Rabí debía  impedirle el abastecimiento.



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