Según la tradición oral gibareña, en muy un lejano día
del siglo XIX, cuando todavía no había surgido el pueblo, a un bodegón situado
junto al embarcadero del río Cacoyuguín, llegó un individuo que por la cara se
descubría que en sus años de juventud había sido pirata. El raro recién llegado
pidió un cuarto donde alojarse y allí estuvo por varias semanas. Lo único que
hizo fue caminar por lo alrededores, pero los testigos descubrieron que andaba
buscando algo, porque miraba insistentemente entre la manigua; sin embargo, no
lo encontró y se preparó para marcharse mañana, al amanecer…
Esa noche fue la única vez que habló largo con el
dueño. Lo que sigue es lo que contó: Que hacía muchos años atrás, él con un
grupo de piratas, había entrado a la bahía (que, insisto, entonces no se
llamaba Gibara) y que habían seguido tierra adentro entrando por el río
Cacoyuguín (entonces navegable hasta donde estaba el embarcadero).
Por muchos años uno de los lugares más importantes de
la geografía holguinera había sido aquel embarcadero. Como el río era navegable
hasta allí, hasta allí llevaban los vecinos sus mercancías y, como los caminos
eran intransitables: ir por el río era menos costoso. Por el río seguían hasta
la bahía donde entraban en “cambalache” con los piratas.
Dice la tradición que el personaje extraño le confesó
al dueño del bodegón que una vez que el barco pirata había llegado hasta el
Embarcadero los vecinos, creyendo que los piratas iban en son de guerra, los
atacaron. Entonces el barco dio media vuelta y se puso a la fuga, pero los
vecinos y unos soldados españoles que acudieron, siguieron tras ellos. Y tan
nutrido fue el ataque que el barco pirata se hundió. Los piratas pudieron
saltar a tierra y siguiendo el curso del río, a pie se dieron a la fuga. Pero
nada más pudieron llegar hasta Casablanca, cerca de Candelaria. Allí los
españoles cogieron presos a casi todos los fugitivos, menos al capitán y a dos
de sus ayudantes que iban a todo lo que le daban sus pies, llevando un cofre
enorme donde llevaban el grande tesoro que habían reunido, robándole a quienes
encontraron en el mar.
Dicen que los tres pudieron internarse en la manigua y
allá estuvieron casi medio día. Luego el capitán regresó solo y se entregó a
los soldados. O sea, que en los maniguales enterraron el tesoro y que luego, el
capitán mató a sus ayudantes para que no pudieran delatar el lugar del
enterramiento.
El historiador de Gibara, Enrique Doimeadios, que es gran
amigo de La Aldea,
nos dijo que el extraño que llegó al bodegón de El Embarcadero llevaba un mapa donde
se señalaba el lugar exacto del enterramiento del tesoro de los piratas. E
igual, nos dijo que todos los viejos que le han hablado de ese asunto coinciden
en asegurar que el que regresó no
encontró el tesoro y que sin él se marchó de Cuba.
Precisamente creyendo en esa leyenda, durante el siglo XX
gibareño varias personas se dedicaron, insistentemente, a buscar el tesoro de
los piratas… pero casi todos los que lo hicieron tuvieron finales trágicos.
Uno de ellos, dice Doimeadios, aparentemente
descontrolado de los nervios, se suicidó. Otro se obsesionó con la descabellada
idea que los vampiros lo perseguían y por tal motivo pasó sus últimos años con
un espejo en la espalda y otro en el pecho, porque, decía, que los vampiros le
temían a los espejos y que por eso no lo atacaban.
Asimismo la tradición, que es lo que ha estudiado el
historiador de Gibara, dice que el tesoro que los piratas enterraron en
Casablanca, cerca de Candelaria, fue encontrado, pero dicen otros que el tesoro
sigue allí, esperando a quien lo encuentre. Obviamente que le preguntamos sobre
la veracidad de los hechos, sobre todo de la posibilidad que un barco pirata
pudiera entrar por el río Cacoyuguín. Dice Enrique Doimeadios que sí pudo
ocurrir, incluso, la historia tiene documentos que prueban que en dos ocasiones
tropas inglesas entraron por esa vía y atacaron la zona; una en 1739 y la otra
en 1745. (Esos ingleses no eran piratas sino militares del ejército de su
majestad Británica en guerra con su majestad española…)
Asimismo el historiador da fe de la existencia del
embarcadero en Candelaria y también de certifica que en el lugar hubo un
bodegón que daba hospedaje a los forasteros que hasta allí llegaban. Ese fue
propiedad de la familia gibareña Graña. (La tradición asegura que fue con los
Graña con quien conversó el pirata que retornó al lugar). Lo que no puede
asegurar el historiador es que en verdad haya existido el misterioso personaje
que vino a buscar el tesoro de los piratas. Lo otro que le preguntamos: ¿Ha
aparecido algún barco hundido en el río Cacoyuguín?, pues el personaje extraño
dijo que los españoles hundieron el barco de los piratas. Sí, nos dijo, a una
distancia aproximada de un kilómetro de donde estuvo el embarcadero hay un lugar
conocido como “El charco del Pirata”. Los vecinos de ese lugar dicen que en ese
charco han encontrado piezas de un barco hundido…
Esta que acabamos de narrar es la leyenda del tesoro de
los piratas del caballo blanco… (Y perdón, es que no habíamos dicho que según
la tradición, el barco de los piratas se llamaba: EL CABALLO BLANCO).
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