LO ÚLTIMO

La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

29 de septiembre de 2017

Sindo Garay, uno de los grandes trovadores cubanos, era hijo de un holguinero

Por: Zenovio Hernández Pavón y Ana Luisa Tamayo

Piezas como “La holguinera”, de profundo sabor y estilo cubano, creadas durante el tiempo de la colonia tienen un desarrollo clasista, vinculado a los sectores más humildes y progresistas. Su etapa de mayor esplendor se inicia en la década de 1880 con la obra de los trovadores santiagueros nucleados alrededor del precursor del bolero: Pepe Sánchez.
Uno de ellos, que está en la lista de los grandes de la trova cubana, es el genial Sindo Garay, hijo de un cantador holguinero que a su vez descendía de un músico español establecido por muchos años en la ciudad. Pero los padres de Sindo ya residían en Santiago cuando nació el autor de “Perla Marina” y “La tarde”, sin embargo desde muy joven Sindo solía venir a recorrer la región holguinera donde residían muchos de sus familiares.
Por 1890 el trovador escribe una de sus primeras piezas: A Mayarí, la cual resalta esos vínculos[1].
Sin dudas esas frecuentes visitas de Sindo y de otros trovadores santiagueros contribuyeron a expandir el bolero y otras modalidades de una canción marcadamente cubanísima que, con el paso de los años, le iría dando a Holguín un lugar destacado en la historia de nuestra música.
 Leer además: ASI ERA SINDO GARAY (Grandes de la música cubana recuerdan al grandísimo trovador)



[1] Carmela León, “Sindo Garay: memorias de un trovador”. Editorial Letras Cubanas.

"La holguinera" es la pieza musical menos conocida por la gente holguinera



Por: Zenovio Hernández Pavón y Ana Luisa Tamayo
 ¿Cuántos himnos, marchas, canciones, habaneras y boleros se crearon y se perdieron en Holguín en los azarosos años de las guerras mambisas y durante el período colonial? Seguro que unos cuantos.

De esa etapa una de las pocas canciones amorosas escrita en Holguín o que la inspiró una de sus mujeres, y que vio la luz en una casa editora fue “La holguinera”.

La popularidad de “La bayamesa” de Céspedes, Castillo y Fornaris, produjo una saga de canciones a lo largo de toda la Isla que, de alguna manera, refleja una toma de conciencia por los valores autóctonos. Entre ellas se inscribe “La holguinera”, obra esa que exalta la belleza y ternura de las mujeres de ese entorno y que al decir del compositor y musicólogo Natalio Galán en su libro “Cuba y sus sones”, es de las primeras canciones que empieza a mostrar la criollización del género.

Una partitura de la edición de “La holguinera” se conserva en el “Museo Nacional de la Música”, pero como era usual en la época que se publicó, solo se recoge las iniciales de su autor. Por demás algunas reseñas de la prensa sobre la canción tampoco se detienen en el asunto: así que es esa otra incógnita que tal vez la musicología pueda revelar algún día.
En el siguiente enlace puede leer: Sobre "Cuba y sus sones" de Natalio Guzmán 

La historia del Himno Invasor cubano narrada por el General Enrique Loynaz del Castillo




Recorríamos la casa de La Matilde, a poco de acampar, por curiosidad y por obtener alguna raspadura de los miembros del Gobierno allí alojado. En las paredes del edificio leímos algunos insultos que nos dejaron los soldados enemigos, en vez de esperarnos para combatir. En una ventana blanca y azul había algo distinto: unos bellos versos, bajo el dibujo de una pirámide, coronada por española bandera. Quiso un compañero borrarla; pero lo convencí de que las letras y las artes, bajo cualquier bandera, son patrimonio universal ajeno a los conflictos de los hombres.

En ese momento, sobre la otra hoja de la misma ventana, pinté la bandera de Cuba, y bajo su glorioso palio, escribí estos versos, que me esfuerzo en recordar con la exactitud posible a casi medio siglo de distancia:


Himno Invasor
Letra: Enrique Loynaz del Castillo
Música: Manuel Dositeo Aguilera

¡A Las Villas valientes cubanos!
A Occidente nos manda el deber
De la Patria arrojar los tiranos
¡A la carga: a morir o vencer¡

De Martí la memoria adorada
Nuestras vidas ofrenda al honor,
Y nos guía la fúlgida espada
de Maceo, el caudillo invasor.

¡Alzó Gómez su alfanje de gloria!
Y trazada la ruta triunfal,
¡Cada marcha será una victoria!
la victoria del Bien sobre el Mal.

¡Orientales heroicos al frente!
Camagüey legendario, avanzad
Villareños de honor, a Occidente,
¡Por la Patria, por la Libertad!

De la guerra la antorcha sublime
En pavesas convierte el hogar;
Porque Cuba se acaba o redime,
¡incendiada de un mar a otro mar!

A  la carga, escuadrones, volemos,
Que a degüello el clarín ordenó,
Los machetes furiosos, alcemos,
¡muera el vil que la Patria ultrajó!.


Alguna que otra estrofa, innecesaria, escrita por mí en aquella ventana, fue por mí suprimida, o modificada durante la campaña. En aquel ambiente caldeado al rojo, los versos de la Invasión, como enseguida los llamaron, parecieron un reguero de pólvora. La gran casa se colmó de oficiales y soldados, que sacaban copias y agotaban el papel y la amabilidad del Gobierno. El Presidente Cisneros decidió mudarse: “No podemos con este gentío trabajar. Tu himno nos desaloja”

¡El himno estaba consagrado! Aquel exitazo me animó a buscarle melodía apropiada al verso. Horas y horas de solitarios ensayos fijaron en mi memoria una melodía altiva y enaltecedora. Con ella me dirigí al general Maceo.

        General, aquí le traigo un himno de guerra que merecerá el gran nombre usted; déjemelo tararear.

        Pues bien – me respondió el General.

Y a medida que yo canturreaba los versos, la mirada se le animaba. Al terminar, con la estrofa evocadora de las trompetas de carga, puso sobre mi cabeza su mano, mutilada por la gloria.

        Magnífico – dijo – Yo no sé nada de música; para mí es ruido; pero esta me gusta. Será el Himno Invasor; si quítele mi nombre. Y recorrerá en triunfo la República. Véame a Dositeo que para mañana temprano lo ensaye la banda.

        General – objete – tiene que ser ahora mismo, porque para mañana se me habrá olvidado esta tonada; como me ha pasado con otras.

        Pues bien, vaya ahora mismo y traiga a Dositeo.

    Era el capitán Dositeo Aguilera, el jefe de la pequeña banda del Ejército Invasor, agradable, inteligente y acogedor.

        Lo he llamado – le dijo el General – para que la banda toque un himno de guerra, que le va a cantar el comandante Loynaz. Váyanse por ahí y siéntense en alguna piedra, donde nadie los moleste, trabajen hasta que la banda toque exactamente el Himno Invasor. Apúreme eso.

En dos taburetes Dositeo y yo nos pusimos al trabajo. Apenas media hora había transcurrido, y ya estaba completa en el pentagrama la melodía que le fui tarareando en sus tres variaciones armónicas.

Entonces él la volvió a tararear leyendo sus notas. La celebró, pero agregó:

        No se me contraríe si le hago alguna pequeña corrección…

A lo que yo le dije:

        El General dijo que exactamente…

        Sí, pero ni el General ni usted, saben nada de música. Con las notas de este primer compás, no hay voz que llegue a los últimos. Y un himno se hace para el canto. Así en voz baja únicamente, puede usted tararearlo. La corrección es poca cosa: bajar el primer compás. Déjeme eso a mí, que necesito ahora mismo empezar el verdadero trabajo, instrumentar esto; y con la prisa que quiere el General.

Al día siguiente el Ejército Invasor tenía un himno. Con él iba a recorrer la República.

El éxito de un canto depende en gran parte de su identificación con el ambiente espiritual. El Ejército Libertador sintió en aquellas altivas resonancias la interpretación de sus propios impulsos, proyectados en la fantasía de cargas arrolladoras. En Mal Tiempo, al pasar frente a la Banda que a los compases frenéticos, dirigidos por Dositeo Aguilera, lanzaba sobre el campo de batalla las arrogantes vibraciones del himno, el propio autor y cuantos iban con él, sintiéronse impulsados por invisibles alas sobre las bayonetas enemigas.

LO MAS POPULAR DE LA ALDEA