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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

30 de septiembre de 2014

Carlos García Vélez, primeros años de la República.

Por: Ronald Sintes Guethón


Visita de José Martí a Ibor-City en 1893
En 1900 Carlos García Vélez contrae nupcias con Amalia Elena Martínez-Ibor, hija de un español emigrado de Cuba hacia Tampa y pionero de la industria tabacalera en la Florida, se llamó Vicente Martínez-Ibor y Manrara, amigo cercano a José Martí y uno de sus más importantes colaboradores.


El certificado de matrimonio de Amalia Elena Martínez-Ibor con D. Carlos García Vélez recoge que este tuvo lugar el 19 de febrero de 1900 en la casa de la novia en la calle Consulado no. 130, en La Habana. Ella tenía dieciocho años de edad. El contrayente Carlos García Vélez, natural de Jiguaní en Santiago de Cuba, contaba en aquel momento treinta y dos años de edad y fue hijo del mayor general del Ejército Libertador Calixto García Íñiguez y de doña Isabel Vélez Cabrera. Fue testigo de la boda el Dr. Eusebio Hernández Pérez, natural de Colón, Matanzas, doctor en Medicina y Cirugía y vecino de Amargura no.
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En la fecha de su boda, Carlos García Iñiguez ocupaba el cargo de Inspector General de Cárceles, Prisiones y Beneficencia. Al año siguiente el joven matrimonio viaja a Estados Unidos, donde atraviesan por grandes dificultades para encontrar casa. En carta a su madre fechada el 19 de Agosto de 1901 le escribe al respecto: “Ud. no sabe lo que he buscado.  En donde encontraba cuartos para dos faltaban muchas cosas necesarias; en otros sitios las había pero sin comida. Ahora tengo una magnífica casa en una calle céntrica, con los carros por la puerta y los colegios cerca, con baño, luz, calefacción y habitaciones muy bien amuebladas en el primer piso con vistas a la calle, comida y servicio por un precio moderado, es una casualidad encontrada”[1].

Pero aunque Carlos al parecer está feliz con la casa que consiguió en los Estados Unidos, algo va tan mal que su estadía en tierras norteamericanas es breve. Al final el matrimonio retorna a La Habana y allí, acompañándose por otros patriotas e intelectuales, Carlos se enrola en la organización del Partido Unión Democrático con el cual se postulará para el cargo de alcalde de La Habana,  pero pierde en las elecciones frente al candidato Dr. Miguel Genea y Riverón. Después se instaura la República. El Presidente Tomás Estrada Palma le ofrece Instaurada la República, Estrada Palma le ofrece la Legación de México, el General se transforma en diplomático.

Propaganda de Carlos García Vélez como candidato a la Alcaldía de La Habana
En el diario-memorias que de Carlos se conserva en la Casa Natal de Calixto García en Holguín dice él: “Ingresé en la Diplomacia de  la República por considerar que ella era la que podría contribuir a sacar la República adelante”[2].


Las relaciones que México y Cuba han entablado a través de la historia son un tema que cada día ocupa más a la reflexión histórica. Hasta hace pocos años el tema predilecto, marcado indudablemente por la Guerra Fría, era la relación de México con la Revolución cubana. En la presente monografía se aborda de forma sintética la presencia del general cubano Carlos García Vélez como primer representante diplomático en México. El trabajo se divide en dos apartados, el primero de ellos expone datos significativos y una interpretación sobre el personaje en cuestión, resaltando sus vínculos familiares, su trayectoria política pero también intelectual; y una segunda donde se observa el periodo que fungió como representante diplomático, al destacar su mirada crítica de la realidad mexicana. 1902 a 1906.
autor:Jaime Ortega Reyna/ Facultad de Filosofía y Letras–UNAM
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En México se mantiene García Vélez hasta 1906, que fue cuando a la llegada de las elecciones presidenciales, sucede la llamada Guerrita de Agosto. “Los liberales comenzaron a conspirar, entre ellos los generales José Miguel Gómez, Pino Guerra, Quintín Banderas, José de Jesús Monteagudo, Demetrio Castillo Duany y Carlos García Vélez; entre los civiles estaban Juan Gualberto Gómez, Alfredo Zayas, Manuel Lazo y Martín Morúa Delgado.

“El primero en levantarse en Pinar del Río fue Pino Guerra, que ocupó el poblado de San Juan y Martínez. El Gobierno actuó rápidamente y el 19 de agosto era detenido en capital el general García Vélez bajo cuyo mando estaba el levantamiento en La Habana. Le correspondía a él y a sus seguidores ocupar las estaciones de policía, el palacio presidencial y detener a Estrada Palma y a Méndez Capote”[3].

Para entender la actitud de García Vélez al sumarse al movimiento que se oponía a la reelección que preparaba Estrada Palma hay que remitirse a las concepciones que tenía sobre el tema. “El delito electoral es el mayor crimen porque es el que corrompe tanto al pueblo elector que vende su derecho como al pretenso legislador que lo compra. No hay nación que se respete a si misma que consienta la perduración de tanta nacional ignominia. No hay mayor traición a la Patria que la de traicionar su virtud ciudadana”[4].

Impedido de llevar a efecto sus planes, el Presidente Estrada Palma llamó a las tropas norteamericanas y se produjo la segunda intervención.

Con la llegada a la Presidencia de la República del Mayor General José Miguel Gómez, el General García Vélez ocupa diversos puestos, entre ellos la Secretaría de Gobernación. Estando en este puesto fue dura y quizás  injustamente criticado por el periódico “Previsión” del Movimiento de los Independientes de Color  en 30 de marzo de 1910:  

“…La República de Cuba, con un bagaje diplomático que tiende a rivalizar con el de la poderosa Albión, no ha podido nombrar para un simple cargo de canciller a un negro cubano… Bien es que al frente de la Secretaría de Estado no está un prócer de la Patria, en la categoría de los grandes de Cuba; el señor García Vélez tiene que conformarse con ser un segundón de la gloria de su apellido, que es simplemente hereditaria. Y como quizás sus empeños internacionales no le han dejado tiempo para leer…”[5]

Cuando en 1912 Carlos García Vélez fue liberado de su cargo, el periódico “Previsión” publicó: “¿Mantendrá el nuevo secretario que se haga cargo de la Secretaría de Estado, el mismo criterio que el dimisionario señor García Vélez con respecto al boicoteo a la presencia de los negros en esa dependencia del gobierno? ¿Se dará el caso de que el que va a hacerse cargo de esa Secretaría será partidario del continuismo en los procedimientos puestos en práctica por aquel recalcitrante preocupado?”[6].

Cabe señalar que  en los documentos revisados no encontramos pronunciamiento alguno de Carlos García Vélez ni a favor ni en contra del Movimiento de los Independientes de Color, tampoco se ha oído nada de que respondiera estos artículos en su contra.




[1] Archivo Nacional Cuba. Fondo Donativos y Remisiones. Legajo 645. No. Orden 24
[2] Centro Información Museo Casa Natal Calixto García Iñiguez. Diario Carlos García Vélez. Pág. 166
[3] Castro Fernández, Silvio: La Masacre de los Independientes de Color en 1912. Editorial Ciencias Sociales. La Habana. 2008. Pág. 25
[4] Centro Información Museo Casa Natal Calixto García Iñiguez. Diario Carlos García Vélez. Pág. 131
[5] Castro Fernández, Silvio: La Masacre de los Independientes de Color en 1912. Editorial Ciencias Sociales. La Habana. 2008. Pág. 83
[6] Ídem

El sepelio del Lugarteniente General Calixto García Íñiguez. Un gran momento del fotorreportaje cubano.


Por: Jorge Oller Oller

Calixto García Iñiguez, el valeroso General cubano de las tres guerras patrias, murió el 11 de diciembre de 1898 en Washington, adonde había viajado al frente de una delegación mambíisa que sostenía conversaciones con el Gobierno norteamericano para procurar el reconocimiento de la Asamblea de Representantes de la Revolución Cubana como órgano de gobierno y establecer las bases para el licenciamiento del Ejército Libertador.

Fue enterrado con honores militares en el Cementerio Nacional de Arlington en la capital norteamericana y posteriormente trasladado a La Habana a bordo del buque de guerra US Nashville. El 9 de febrero de 1899 llegó el cadáver a la capital donde fue velado en el Palacio de los Capitanes Generales.

Durante dos días desfilaron patriotas, compañeros de armas y el pueblo capitalino rindiéndole un sentido tributo a su gloriosa memoria. El día 11, según el programa oficial acordado,  se organizó el desfile que lo acompañaría hasta el Cementerio de Colón. El ataúd fue llevado en hombros por miembros de la Asamblea de Representantes hasta la puerta de la calle Obispo y colocado en una carroza. El cortejo estaba encabezado por el Alcalde de La Habana Perfecto Lacaste, los familiares y los asambleístas seguido de las tropas cubanas y el pueblo...

Pero ocurrió algo imprevisto y ofensivo. Cuando el cortejo fúnebre inició la marcha el gobernador militar yanqui general John R. Brooke, su Estado Mayor y su numerosa escolta se situó detrás del féretro separando a los perplejos y confusos cubanos de su querido General. Hubo una gran irritación entre los miembros de la Asamblea, alguno de los cuales agarraron la empuñadura de sus machetes en desafío a la afrenta norteamericana.  El general Freyre de Andrade, indignado, se encaró  al Gobernador militar y exigió enérgicamente el respeto del protocolo, pero fue inútil. Después de exponerle su disgusto y el de sus acompañantes,  solo recibió esta  seca, soberbia y tajante respuesta: ¡That’s my order! (Estas son mis ordenes) y sin mas explicaciones inició la marcha. Los cubanos tuvieron que subir a las aceras de la calle Obispo para evitar que la caballería yanqui los atropellara. Ante la grave ofensa Freyre de Andrade y los miembros de la Asamblea decidieron retirarse de la comitiva junto con las tropas mambisas. Su hijo, el brigadier Carlos García, al terminar el entierro, escribió a la Asamblea de Representantes del Ejercito Libertador: "… como hijo solo me cabe protestar ante el pueblo de Cuba y lamentar que tanta gloria y prestigio de mi padre hiciera que hasta después de muerto le persiguiera la perfidia de los hombres". 


El féretro, con los restos del Lugarteniente General Calixto García, es colocado por sus compañeros de armas en el armón que lo conducirá al Cementerio de Colon. Detrás se van situando los familiares, asambleístas, y amigos.
Foto José Gómez de la Carrera.
Han llegado las tropas yanquis formando un cordón que separa a los asambleístas y al pueblo del féretro, Abajo, a la derecha se acerca la caballería yanqui para rodear el armón y presidir el cortejo.     Foto José Gómez de la Carrera.
El cortejo fúnebre por la calle de Reina cuando se dirigía al Cementerio de Colón. A ambos lados los habaneros despiden con cariño y respeto al General de todas las guerras patrias. Foto de un aficionado
  
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 No era la primera vez que la soberbia de los militares yanquis ofendían a Calixto García y su honrosa gloria. Siete meses antes, en julio de 1898, las fuerzas invasoras yanquis desembarcaron en los alrededores de Santiago de Cuba y sufrieron las primeras y preocupantes derrotas a manos de las fuerzas españolas. El jefe de los expedicionarios general William Shaffter recabó del Lugarteniente General Calixto García su ayuda, quien accedió elaborando los planes de asedio a la ciudad, la toma de los fuertes circundantes y que fueron adoptados íntegramente por los yanquis. Con la participación del jefe mambí y sus veteranas tropas, sus inteligentes tácticas y su habilidad guerrillera para atacar conjuntamente con las fuerzas norteamericanas se obtuvieron significativas victorias que culminarían con la rendición de la ciudad, evitando una vergonzosa derrota al general yanqui y su estado mayor.

Sin embargo, el General Calixto García recibió una gran decepción. A sus espaldas el general Shaffter, pactaba con las autoridades españolas la rendición de Santiago de Cuba, y además, en suprema y soberbia actitud no permitió que el heroico General cubano ni sus tropas entraran a la ciudad, ni participaran en la ceremonia de capitulación.
Estos vergonzosos hechos motivaron la censura más enérgica del Lugarteniente General Calixto García Íñiguez quien renunció  como General en Jefe de la sección oriental del Ejército libertador, retirándose con todas sus fuerzas a Jiguaní y Gibara. Desde este último lugar, el 12 de agosto de 1898, le escribió a su amigo el General Periquito Pérez su decisión inquebrantable de no aceptar jamás “que se considere nuestro país y se le trate como país conquistado y a eso van sin dudas los americanos, o mejor dicho, los americanos que están en Cuba”. Y añadía que mantendría “siempre nuestra bandera, hasta que el pueblo, que es el verdadero soberano, diga si debemos plegarla. Mientras ese caso no llegue, y no llegará, debemos estar unidos para defender la patria en todos los terrenos”.

Fuentes:

Pedro Luís Padrón: La vejación a los libertadores en el sepelio a Calixto García. Periódico Granma, 11 diciembre de 1970

Aníbal Escalante Beatón: Calixto García, su campaña en el 95, La Habana, 1946

(Tomado de Cubaperiodistas)

Carlos García Vélez. Polémica en torno al sepelio de su padre Calixto García Iñiguez.

Por: Ronald Sintes Guethón

Sepelio de Calixto García en La Habana


Corre el año de 1898 y se acerca el final de la contienda, al terminar la Batalla de Santiago de Cuba, Calixto García nombra a su hijo, el General de Brigada Carlos García Vélez, como oficial de enlace entre el Ejército mambí y el Gobierno Norteamericano. Carlos queda en Santiago y Calixto parte hacia los Estados Unidos presidiendo una comisión de cubanos.
  
En carta fechada desde Santiago de Cuba el 21 de Octubre de 1898 que Carlos le escribe a su madre, doña Isabel, quien había dejado España y se había radicado en Nueva York: “…Papá se fue a la Asamblea persuadido por nosotros de que debía ir a ella por responder a la atención del 5to Cuerpo que lo eligió y porque era preciso hacer algo que tendiera a resolver la actual situación difícil por que atravesamos… A mí me dejó aquí de embajador y por eso no estoy ya a su lado”[1].

Pero el 11 de diciembre de 1898 el Mayor General Calixto García muere repentinamente, atacado de una pulmonía fulminante. Carlos tuvo que partir a los Estados Unidos para ocuparse personalmente de los arreglos funerarios para traer el cadáver del General García Iñiguez a Cuba, a la vez que se reúne con su madre quien sufre por la muerte de Calixto y de Merceditas García Vélez, la hermana menor que nació enferma y que nunca se curó.

Mascarilla hecha al cadáver del General García Iñiguez

El 31 de enero de 1899 Carlos llega al puerto de La Habana a bordo del crucero Nashville; con él trae los restos del  insigne General, su padre.  Se organiza el sepelio, pero las tropas del Ejército de los Estados Unidos  desplazan a los veteranos mambises y son los interventores quienes montan la guardia de honor. Esta situación ofende a la parte cubana, tomando la Asamblea del Cerro la determinación de retirarse del cortejo. Esta decisión indigna a García Vélez, quien escribe  una carta protesta, condenando la actitud de los asambleístas: 

“Comisión Ejecutiva de la Asamblea del Ejecutivo, Febrero 11 de 1899.
El cadáver  del Mayor General Calixto García Iñiguez ha sido abandonado en la vía pública por la Asamblea Cubana y los Jefes, Oficiales y Soldados del Ejército Libertador de Cuba.
El Estado Mayor del General García, los Jefes, Oficiales y Soldados que le prestaban Guardia de Honor y Escolta también abandonaron el cadáver obedeciendo orden verbal que alguien les diera de parte de la Asamblea.
Como General de Brigada que soy y como miembro que fui del Estado Mayor del General Calixto García Iñiguez protesto ante el Pueblo de Cuba y ante el Ejército Cubano contra el acto cobarde realizado por la Asamblea, considerándolo punible y calificándolo  –por lo menos-  de vejaminoso, insultante e incompatible con el honor de las armas cubanas; como hombre considérolo incalificable y lo condeno con todas las energías de mi alma, y como hijo solo me cabe lamentar que tanta gloria y prestigio de mi padre hicieran que hasta después de muerto lo persiguiera la perfidia de los hombres[2].
P y L (Patria y Libertad)
Carlos García Vélez
General de Brigada.

Carta enviada por el Comandante Manuel Portuondo en respuesta a la misiva protesta del General García Vélez

Habana, Febrero 13 de 1899.
“Mi querido amigo:
He visto publicada en algunos de los periódicos de esta capital su carta de fecha 12 del corriente. En ella veo con disgusto que nos hace Ud. inculpaciones que no merecemos, nos dice que hemos abandonado el cadáver de nuestro General. No General, no lo crea, si lo hubiésemos abandonado en el campo de batalla tendría Ud. muchísima razón, pero dejarlo en los brazos del pueblo de la Habana, eminentemente cubano, no es abandonarlo, y aunque no acompañamos al General hasta su última morada, con él iban nuestro afecto y nuestro cariño, además, nosotros hemos obedecido órdenes de la Asamblea y usted recordará que cuando la destitución del General García, estando en Gibara, algunos jefes le dijeron que no hiciera caso y el contestó  que era orden de su gobierno y que tenía que obedecer, si esto lo hizo el General, ¿cómo no hacerlo nosotros?
Rectifique Ud. mi querido General, aunque sea por el buen concepto que el General y Ud. mismo tenía de nosotros[3].
Firmado
Cmdte. Manuel Portuondo.



[1] Archivo Nacional de Cuba. Fondo Donativos y Remisiones. Legajo 644 No. Orden 11
[2] Archivo Nacional de Cuba. Fondo Donativos y Remisiones. Legajo: 644 No. Orden: 193
[3] Archivo Nacional Cuba. Fondo Donativos y Remisiones. Legajo: 644 No. Orden: 195

29 de septiembre de 2014

Carlos García Vélez durante la intervención norteamericana en la guerra por la independencia de Cuba



Por: Ronald Sintes Guethón

Tropas insurrectas cubanas protegiendo el desembarco de las fuerzas americanas en el área de Santiago de Cuba
Al intervenir Estados Unidos en la Guerra cubana y como parte del total apoyo que tuvieron éstos por parte de las fuerzas cubanas, Carlos García Vélez, quien tiene dominio del idioma ingles, se desempeña como traductor y a la vez funge como enlace entre las tropas de ambos ejércitos. Participa en la batalla de Santiago de Cuba, embarcando con las tropas cubanas por Aserradero, al oeste de esa ciudad, con el objeto de desembarcar por la playa Siboney. 

Fue la anterior la última acción de la guerra en que participa y su actitud siempre inclaudicable le vale la recomendación de su padre para el ascenso a General de Brigada, el 18 de Agosto de 1898. 

Carlos permaneció en Santiago hasta que a finales de ese mismo año, debe viajar a Estados Unidos a ocuparse del cadáver de su padre, quien murió en aquel país en diciembre.

Carlos García Vélez en la toma de Victoria de Las Tunas

Por: Ronald Sintes Guethón
Durante el año de 1897 las fuerzas cubanas prosiguieron con ímpetu el desarrollo de la Guerra Necesaria. En Occidente se peleó ferozmente y también se peleó en Oriente, donde la situación era un poco más favorable a los cubanos. Calixto García, que fue el gran estratega del uso de la artillería, planeó diversas acciones de sitio y tomas de poblados y ciudades. En agosto comienzan los preparativos para tomar Las Tunas.

Entonces Las Tunas era considerada “uno de los más  importantes baluartes de las tropas colonialistas en la región oriental. Estratégicamente, (Las Tunas) enlazaba las provincias de Camagüey y Oriente y estaba unida a Holguín,  Bayamo, Puerto Padre y Guáimaro. Poseía  un sólido sistema defensivo externo e interno, en el que se destacaban, en el caso del exterior, el cuartel de caballería  –que por estar  situado en una posición dominante se consideraba la llave de la ciudad–, y el cuartel de infantería, así como los fortines No. 10 y 11, Aragón, Concepción, Provisional, Bailén y Victoria. En el centro de resistencia interior, los objetivos más importantes eran el cuartel de telégrafos, el hospital militar y el cuartel de la guardia civil.  La guarnición de la plaza, distribuida entre esos objetivos, estaba  compuesta por el Batallón Provisional de Puerto Rico No. 2, una   sección de artillería con dos piezas Krupp y unos 300 voluntarios, que en total sumaban alrededor de 800 soldados bajo el mando del  teniente coronel José Civera.  Al valorar el sistema defensivo de Las Tunas, algunos jefes españoles, como el general Luque, afirmaban que para poder capturar la plaza se requerían más de diez mil hombres”[1].

Las tropas cubanas que participaron la conformaron “300 hombres de la Brigada  de Las Tunas, 300 hombres de caballería y cincuenta infantes camagüeyanos; 290 hombres de  Guantánamo;  200 de Jiguaní; 200 de Bayamo;  el Regimiento Céspedes; 250 hombres de Holguín; 109 de la de infantería y cincuenta de la escolta de caballería”[2], lo que suman alrededor de 1750 pero de ellos nada más entraron en combate directo unos 750, el resto se ocupó de misiones de seguridad en los caminos de acceso. Los mambises bajo el mando de Calixto García contaban, además, “con una batería de artillería de seis piezas: un cañón naval  Driggs-Schroeder de doce  libras denominado Cayo Hueso, dos Hotchkiss de doce libras, dos  de dos libras y un cañón neumático Simms Dudley”[3]

Asimismo era parte de los preparativos que “el General (Mario García) Menocal dislocara en las inmediaciones de la Loma del Cura el cañón neumático, el Cayo Hueso y los dos Hotchkiss de 12 libras. (Y de) los Regimientos de la Brigada de Las Tunas que (Menocal) tenía a sus órdenes, debía darle ordenes al Vega con cerca de 100 hombres y bajo el mando del Teniente Coronel Calixto Enamorado, para que este se emboscara precariamente en las márgenes del Ahogapollos, y el otro regimiento, (que llevaba el nombre del General de la guerra anterior), Vicente García, y que estaba al mando del Teniente Coronel Ángel de la Guardia para que se ubicara en la Loma del Cura dispuestos a avanzar sobre la plaza en cualquier momento”[4].

Por su parte el  Teniente Coronel García Vélez se encontraba apostado con sus hombres, en plena disposición combativa, aleccionando “en voz baja y con cariño de padre a sus imberbes y bisoños compañeros. En las caras juveniles de los emboscados se reflejaba la seguridad de la victoria; en todos sin excepción la muerte no era de tenerse en cuenta para nada, por cuanto que, cuando se es joven, todo lo que tenga viso de tragedia se torna sin gran esfuerzo en farsa chispeante ahíta  de optimismo, que hace olvidar el peligro por cercano que este se encuentre”[5].


Cuando definitivamente comienza el combate, el Brigadier Menocal dispuso el avance del Regimiento Vega, bajo el mando del hijo natural del Mayor General García, Calixto Enamorado. Él y sus hombres debía tomar  el Cuartel de Caballería pero los defensores de esa posición los recibieron con un fuego feroz y una tenaz resistencia. Ello obliga a Calixto García a enviar ayuda con su otro hijo, Carlos García Vélez. 

Todos luchan por igual, sin embargo, entre ellos destaca soberbiamente la figura gallarda del Jefe que los encabeza, con su camisa negra que le sirve de divisa peligrosa. El joven combatiente demuestra ser un aventajado discípulo y digno descendiente que honra a su   progenitor y Jefe. Al mismo nivel heroico se alzan ahora los Tenientes Coroneles Enamorado y Valiente. Realmente, los tres responsables que van al frente de aquellos valientes soldados mambises dignifican al Ejército Libertador a que pertenecen[6].

Heroicos también se comportan los enemigos, pero al final de la tarde los mambises toman el Cuartel de Caballería, y “al llegar la noche, teníamos más de cien prisioneros, pero los dos núcleos españoles, a cada extremo de la calle principal, continuaban firmes.   Entonces el teniente coronel Carlos García Vélez, valiente y tenaz luchador, aprovechó la oscuridad para levantar una trinchera en la calle de Campoamor, más el parapeto resultaba muy deficiente”[7].

Meticuloso como siempre fue, García Vélez se niega a dormir y dedicase a supervisar a sus subordinados y la vez que da órdenes pertinentes para el buen cumplimiento de las tareas. Al llegar la mañana, “el general Calixto García penetró en la población por la parte sur, y al encontrar a su hijo Carlos junto a la trinchera de Campoamor, le dio un abrazo profundamente emocionado. Yo, que estaba allí, pude darme cuenta de que los ojos del viejo caudillo estaban llenos de lágrimas”[8].

A esta hora solo es cuestión de tiempo que las fuerzas españolas se den cuenta de que están cercadas y que no van a poder recibir  ninguna ayuda del exterior, entonces se verá si se rinden. 

Rafael Guerrero, un historiador peninsular de la época, nos narra su versión de los hechos: “No han sido sin embargo vencidos nuestros soldados en lucha abierta, porque aunque parezca inverosímil, el soldado español no se rinde cuando lucha con un  enemigo en iguales condiciones de defensa. Sitiada la población de Victoria de las Tunas por fuerzas superiores, ésta se ha rendido después de esperar 25 días un auxilio que no llegaba y de haber dejado bien sentado el pabellón de la lucha, el hambre y las enfermedades han reducido el número de sus defensores a la cifra de 292 hombres y ha  sido imposible sostenerse por más tiempo y necesario rendirse al enemigo quien ha respetado la vida de nuestros soldados; no  así  la de los desgraciados voluntarios que han sido pasados a cuchillo. ¡Lástima que la obra de magnanimidad de los insurrectos no haya sido en esta ocasión tan amplia como debiera!, esos heroicos voluntarios que defienden su hogar y su familia, son tan dignos, tan patriotas, tan valientes como el soldado que pelea por su bandera y algo más que el insurrecto cuya misión parece ser la de destruir y asesinar”[9].

Lo que pasa por alto este historiador es que muchos de esos voluntarios eran asesinos a sueldo, que por el valor de un peso diario cometían todo tipo de atrocidades en la manigua. Este hecho de que eran cubanos que peleaban al lado de las tropas españolas, además de los atropellos y asesinatos que cometían a diario, era condición suficiente para que el Ejército Mambí los ejecutara sumariamente.

Terminada la batalla, debía evitarse la relajación y las  indisciplinas, por lo cual, “el austero Carlos García Vélez destruía a culatazos las botellas de licores y desfondaba las pipas de vino en las bodegas[10].” Lo anterior sumado a que las fuerzas mambisas estaban formadas por hombres de muy bajo nivel intelectual mayormente, explica que la opinión de algunos sobre Carlos era de ser una persona recalcitrante, incluso demasiado recia a veces, y quizás, en ocasiones, tuvieron la razón los que así pensaban. La formación social e intelectual de Carlos lo obligó a hacer no pocos sacrificios para adaptarse a convivir con sus compañeros de armas a los que criticó severamente cotidianamente. 

En su diario Carlos García Vélez nos relata lo siguiente: 
“El justificado propósito del guajiro de hacer cultivos escondidos para alimentar a su familia, causaba indignación a los jefes mambises quienes acusaban a aquellos de malos cubanos y dejaban a los soldados que se internaran en el los sembrados para que tomaran las viandas. Pero siempre que las fuerzas se desparramaban por su cuenta en los sembrados por la falta de disciplina o de autoridad del jefe, el daño que le hacían al guajiro era irreparable: Boniatales nuevos y platanales eran removidos y arrancados sin razón. Las fuerzas del General Quintín Banderas se mancharon con estos abusos”[11].


[1] Colectivo de Autores: Historia Militar de Cuba. Primera Parte, Tomo III, Volumen 2, Editorial Verde Olivo, Ciudad de La Habana, 2009 Pág. 203
[2] Ibídem Pág. 204
[3] Ibídem Pág. 204
[4] Ibídem Pág. 34
[5] Escalante Beatón, Aníbal: Calixto García Iñiguez. Su Campaña en el 95. Ediciones Verde Olivo, 2001. Pág 333
[6] Ibídem. Pág. 336
[7] Ferrer, Horacio: Con el Rifle al Hombro. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2002. Pág. 87
[8] Ibídem Pág. 88
[9] Guerrero, Rafael: Crónica de la Guerra de Cuba y de la Rebelión de Filipinas. (1895-96-97) Tomo V. Editorial Maucci, Barcelona 1897. Pág. 564
[10] Ferrer, Horacio: Con el Rifle al Hombro. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2002. Pág. 90
[11] Centro Información Museo Casa Natal Calixto García Iñiguez. Diario Carlos García Vélez. Pág. 74

Carlos García Vélez en la guerra. 1896-1898

Por: Ronald Sintes Guethón

Organizada por José Martí, la tan esperada “guerra necesaria” comenzó el 24 de febrero de 1895. Para la fecha aún estaban ausentes los principales jefes militares cubanos. El Mayor General Calixto García era uno de los que estaba más lejos, en Madrid y bajo una férrea vigilancia por parte de la inteligencia española.

Como pueden, Calixto y su hijo Carlos burlan a sus vigilantes y después de vencer los tantos obstáculos que se le presentan durante el azaroso camino, desembarcan por Maraví, lugar ubicado en las inmediaciones de Baracoa el 24 de marzo de 1896.  Con ellos traen un notable cargamento: “1 250 fusiles, más de 600 000 cartuchos, un cañón de 12 libras del tipo Hotchkiss, con 200 proyectiles, además de medicinas,  víveres y otros medios”. Como todos los profesionales que acuden al campo independentista, Carlos es ascendido a teniente.

Es casi un extranjero el joven teniente que llega 26 años después de haberse ido. Entonces solo había cumplido tres años de su edad. Es verdad que durante aquel tiempo de ausencia la Cuba real le había faltado, pero verdad es que las heroínas de su familia y la figura inmensa del padre, General entre los primeros, mantuvieron en vivos en él los sentimientos de amor y pertenencia al lugar donde vino al mundo; Carlos piensa y actúa como lo que jamás dejó de ser, un cubano.

La manigua amada se extiende delante de él, hostil e indomable para quien no es un militar, sino un médico con sensibilidad para consumir música en los más hermosos teatros de Madrid. A paso vertiginoso tiene que lidiar con los rigores de la disciplina militar y tiene que ser el más disciplinado de todos porque nadie lo ve como él, sino como hijo de su padre. Fuera de todo pronóstico, Carlos aprende rápido, sobre todo las estrategias y tácticas que le sirvieron para cumplir las órdenes que daba el General, su padre.

Mayor General Calixto García Iñiguez en la guerra del 95

Integrando el Estado Mayor del General García Iñiguez, Carlos García Vélez participó en numerosos combates, todos en la región oriental de Cuba. Seguidamente la Aldea se refiere a dos de ellos que escogimos por dos motivos, primero, por la importancia que tuvieron para las acciones combativas mambisas y segundo, por lo mucho que aportaron al prestigio como jefe militar de Carlos García Vélez. Son ellos, la voladura del cañonero Relámpago en el Río Cauto a principios de 1897 y la Toma de Victoria de las Tunas en agosto del mismo año, aunque, obviamente, tendremos que mencionar los combates de Los Moscones, Cochinilla, Lugones, La Marina,  Yerba de  Guinea, Barrancas, Guanos  Altos, así como en el  ataque y toma de Guáimaro. (Todas estas acciones acontecieron en el año 1896 y en ellos fue relevante la actuación de Carlos, tanto que por sus méritos fue ascendiendo en la escala militar mambisa).

La Columna Volante del Cauto.

Cuando finaliza el año de la llegada a Cuba del Mayor General Calixto García, en el occidente de la Isla se produjo uno de los más desgraciados sucesos de la guerra necesaria, la caída en combate del Lugarteniente General Antonio Maceo, (7 de diciembre de 1896)[1]. Entonces el Generalísimo Máximo Gómez ordena al Jefe del Ejército Libertador en Oriente, que lo era el Mayor General Calixto García, que arrecie las acciones para que los españoles tengan ir sobre él y dejen respirar a las tropas cubanas que operaban cerca de La Habana, en Vuelta Abajo y en Matanzas.

Hasta entonces las tropas españolas hacían el avituallamiento llevando las mercancías hasta Manzanillo por barco y desde allí, en carretas de bueyes o en lomos de mulos, hasta Bayamo, pero las fuerzas mambisas comenzaron a oponer tenaz resistencia sobre los convoyes, ocasionándole al enemigo valiosas bajas en parque y hombres.

Entonces el alto mando español decidió utilizar la vía fluvial del Cauto para aprovisionar a las tropas. Lo que fue una buena solución para un bando se convirtió un problema para el otro. Para los cubanos era una necesidad vital detener el aprovisionamiento enemigo y de esa forma obligarlos a salir de Bayamo y de los pueblos limítrofes, pero, ¿cómo hacerlo?.

Desde el primer año de la guerra, (1895),  el río Cauto había sido minado varias veces, pero en todos los casos la operación final había fracasado, bien porque el material usado fuere defectuoso o por delaciones del sitio minado. Pero ahora la orden del Mayor General García era contundente, “había que detener el trasiego de embarcaciones enemigas por el Cauto”. 

Para las acciones anteriores Calixto había designado a otros subalternos, entre ellos al Brigadier Enrique Collazo, quien había recibido  instrucción militar de academia, pero el objetivo no se había conseguido.

En su Diario, o más en su libreta de anotaciones, Carlos García Vélez dejó el  siguiente escrito: “Al recibir la mala nueva del General Enrique Collazo, encargado de obstruccionar el paso del Convoy (porque la tropa enemiga descubrió dónde estaban colocadas las bombas), el General García sufrió un gran disgusto. (…) y airado, expresó: ¿Será posible que no haya un jefe o un oficial que tenga el concepto de cumplir una orden? ¿No cuento yo con uno, aunque no sea  más  que uno, que me haga esta operación? ¡Le daría dos ascensos al que lo hiciera!.[2]

Entonces Carlos García Vélez dijo al padre que él lo haría y Calixto estuvo de acuerdo y lo designó Jefe del Batallón  Especial que se conformó, y que más tarde terminaría llamándose Columna Volante del Cauto. Para asistirlo en las tareas que se llevarían a cabo, lo acompañaron entre otros, el “Comandante Juan Manuel Galdós, que fungiría como segundo jefe de la Columna Volante que se organizó, el Comandante Gonzalo Goderich, Jefe de Despacho, y los Tenientes Sabas Meneses y Aníbal Escalante…”[3]

Los efectivos comprometidos con la acción se trasladaron rápidamente a la zona en cuestión, tomando García Vélez las primeras disposiciones organizativas de la operación y poniéndose “en contacto directo con el General Francisco Estrada, Jefe de Brigada de Manzanillo, a fin de que el expresado jefe facilitara los hombres que se hicieran necesarios para la integración definitiva de las fuerzas que habrían de encargarse de la custodia y defensa de la vía fluvial del Cauto”[4].

Para la operación García Vélez contaba con un equipo en muy mal estado, consistente en las primitivas bombas fabricadas por los cubanos que tenían “los alambres muy viejos y los tubos de hierro de defectuoso cierre en los niples, (tanto que) a poco de estar sumergidos  penetraba el agua en ellos. Hacía falta otra clase de bomba y alambre conductor en buen estado. (Por otra parte) los fulminantes tampoco servían. Había que renovar todo el material”[5].

La solución fue totalmente “criolla”, Carlos recordó que unos meses atrás había visto por en vuelta de la finca La Herradura, escondida entre unos arbustos, una lata de chapapote. Un abnegado mambí la trajo a lomo de bestia y cuando la tuvo, el hijo del General le explicó a sus subordinados que no adivinaban para qué lo quería, que el  chapapote serviría como cobertura y protección del cobre, aislándolo perfectamente y sellando cualquier grieta.

Entonces, dice Carlos, “Se despachó al teniente Aníbal Escalante en busca de dinamita y otros materiales necesarios y al Capitán Pedro Gamboa a recoger de los ranchos de las familias del monte garrafones por falta de tinajas”[6].

Los garrafones, que antes habían contenido aguardiente, y que luego eran utilizados por las familias campesinas, para el almacenaje de agua, fueron decomisados y en ellos se colocó la dinamita. Claro que encerrar la dinamita en los dichos garrafones fue una tarea peligrosa porque consistía aquella en apilar en cada vasijas unas 40 libras del explosivo, pero lo hicieron sin que se produjera accidente alguno. Luego el chapapote sirvió de sellado para los tapones de madera con que taparon la boca de los garrafones. (El uso de la madera se explica con que no se disponía del corcho que sí era un material afín al propósito que perseguían).

Fabricadas las cuatro bombas y unidas cada una por un alambre de telégrafo de cuatro hilos enrollados, se procedió a colocarlas de dos en dos en las raíces de los árboles de la orilla, separadas cada dúo de bombas a una distancia de seis metros. Y entonces comenzó la espera.

Espera durante la que los revolucionarios tuvieron que soportar la plaga de insectos y la falta de comida. 

En su Diario-Memoria dice García Vélez que entre sus hombres valientes había viejos conocidos de anteriores combates, que habían accedido a unírsele por voluntad propia. De todos habla bien diciendo que no hubo nunca intento alguno de amotinamiento, y que todas sus órdenes fueron cumplidas cabalmente sin resistencia ninguna.

Fue uno de los hombres bajo el mando de García Vélez, Horacio Ferrer, quien posteriormente escribió un libro, quien dijo que el criterio que dejó por escrito lo compartían todos los combatientes: “El Teniente coronel García Vélez, jefe de la Columna Volante, pasó una temporada en la zona de mi cargo, y su presencia se dejó sentir. Hombre activo, culto, enérgico y valiente, no sabía estar con los brazos cruzados, y cuando el enemigo no salía de operaciones, él aprovechaba el tiempo destruyéndole los caminos con árboles que derribaba a ambos lados, o bien levantaba trincheras en lugares estratégicos por donde los contrarios pudieran algún día pasar”[7].

Después de días de espera a las orillas del Cauto, al fin les llegó la información de que dos embarcaciones españolas navegaban en dirección a  Cauto Embarcadero, se trataba de los cañoneros Relámpago y Centinela. Por el rumbo que llevaban aquellos tendrían que pasar por donde García Vélez había organizado la emboscada, en de Paso de Agua.

“Mi plan era dejar pasar el primer barco hasta que estuviera cerca de la segunda línea de bombas, entonces el segundo estaría encima de las dos primeras bombas. Pero el temor de que fallara la segunda línea en la que Galdós no tenía gran confianza, nos dio la tentación de disparar la primera de ellas. (Y lo hicieron), el Relámpago saltó con una horrible  detonación, hundiéndose enseguida. Las avispas desde la orilla atacaron el segundo cañonero”[8].

Sólo tres tripulantes salvaron sus vidas, los demás perecieron en el acto. Por su parte el cañonero Centinela fue obligado a retirarse sufriendo algunas bajas producto a las descargas de fusilería que desde la orilla le hacían las muy bien apostadas tropas mambisas. Y cuando terminó el combate los cubanos estuvieron todo el día haciendo infructuosos intentos por sacar del fondo del río el cañón de la cubierta del barco hundido, pero no lo consiguieron. Lo que sí pudieron obtener del navío fueron armas, frazadas y hamacas.

Seguidamente transcribimos el parte que da el Teniente Coronel García Vélez al Brigadier Francisco Estrada, jefe militar de la zona donde se produjo el hecho:
“Paso de Agua, enero 17 de 1897.
Brigadier:
Tengo la satisfacción de comunicarle que al pasar hoy las diez de la mañana por la línea de torpedos el cañonero Relámpago, comandado por el Alférez de Nav ío, don Federico Martínez Villarino y 17 tripulantes, fue echado a pique, salvándose milagrosamente tres individuos, entre ellos el Condestable. El otro cañonero, Santoscicles, antes Centinela, vióse obligado a regresar a Manzanillo con grandes averías, después de sostener con mis tropas y la Avispa cerca de una hora de fuego con máuser y ametralladora. 
De usted atento s.s.
Carlos García
Comandante[9]
Dice Aníbal Escalante que el Jefe del Departamento Oriental, para entonces Lugarteniente General Calixto García, estaba acampado en un lugar cercano a la ciudad de Holguín cuando recibió el parte de guerra enviado por el Brigadier Francisco Estrada, en relación con la voladura del “Relámpago”. “Es de suponer la satisfacción que experimentaría el viejo guerrero al conocer la proeza llevada a cabo por su hijo Carlos. 
“Con la alegría reflejada en sus ojos vivaces, esa misma tarde comunicó al General en Jefe aquella noticia que tan hondo sentimiento le había producido”[10].

La acción de Carlos García Vélez en el río Cauto le valió el ascenso a teniente coronel, grado con el cual llegará a la Toma de Victoria de las Tunas, donde  se  destacó sobremanera en el cumplimiento de las órdenes y por sus acciones heroicas.


[1]  En la página 55 de su Diario, que se conserva en la Casa Natal de Calixto García, en Holguín, escribió Carlos García Vélez: “…no se puede dudar que serán gravísimas las consecuencias de la muerte de Antonio Maceo. Con este hecho la Revolución se debilitó en las provincias de Matanzas, Habana y Pinar del Río…  y el desaliento se apoderó de aquellos que eran devotísimos del Lugarteniente General cuando él cayó en Punta Brava. ”
[2] Centro Información Museo Casa Natal Calixto García Iñiguez. Diario Carlos García Vélez. Pág. 72
[3] Escalante Beatón, Aníbal: Calixto García Iñiguez. Su Campaña en el 95. Ediciones Verde Olivo, 2001. Pág. 255
[4] Ídem
[5] Centro Información Museo Casa Natal Calixto García Iñiguez. Diario Carlos García Vélez. Pág. 73
[6] Ídem
[7] Ferrer, Horacio: Con el Rifle al Hombro. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2002. Pág. 76
[8] Centro Información Museo Casa Natal Calixto García Iñiguez. Diario Carlos García Vélez. Pág. 74
[9] Tomado de: Escalante Beatón, Aníbal: Calixto García Iñiguez. Su Campaña en el 95. Ediciones Verde Olivo, 2001. Pág. 266
[10] Ídem. Pág. 267

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