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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

29 de octubre de 2016

Agradecimientos



A los trabajadores del Archivo Provincial de Historia de Holguín y Santiago de Cuba,
a los del  Museo Provincial La Periquera, de Holguín
a los de la Biblioteca Nacional “José Martí”,
a los de los Departamentos de Fondos Raros de las bibliotecas “Elvira Cape” de Santiago de Cuba y “Alex Urquiola” de Holguín,
a los del área de Informática de la Empresa Comercializadora de la Música Faustino Oramas Osorio,
y a los del Centro Cultural Lalita Curbelo Barberán.

Dedicatoria

A la memoria de José A. García Castañeda y de Juanito Albanés Martínez, defensores de nuestro patrimonio y autores de un legado sin el cual hubiera resultado más difícil emprender esta obra.

A todos los holguineros que han hecho del parque Calixto García uno de sus sitios más amados.

28 de octubre de 2016

Los Relojes Públicos en la historia de Holguín, Cuba



El periódico holguinero “La Razón” en sábado 15 de febrero de 1913 da cuentas de la visita a Holguín del Superintendente de Educación del Gobierno Provincial, Sr. José Rosell Durán. Dice el periódico que el funcionario llamó la atención a los directores de escuela acerca de la diferencia que se nota en las horas de entrada y salida a clases, lo que se debe a carecerse en Holguín de una hora oficial, y aconsejó Rosell que se tome la hora de la oficina de correos a fin de normalizar los horarios de todas las escuelas.


Esta nota fue lo que llevó a La Aldea a buscar más información sobre los relojes públicos de Holguín. Y la encontramos en un manuscrito de Pepito García Castañeda que se conserva en el Museo Provincial de Historia La Periquera.


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En tiempos de la colonia la entonces aldea de San Isidoro de Holguín se dividía en dos zonas urbanas separadas por la calle Nuestra Señora del Rosario, que es la misma calle que después se llamó de los Mercaderes y actualmente es la calle Frexes. En Holguín el Norte lo marca la Loma de la Cruz. Por eso es que antiguamente se decía que el barrio norte estaba en la parte alta y el sur en la parte baja. En la parte alta, comenzando en la actual calle Frexes, quedaba el barrio San José y en la parte baja el barrio San Isidoro. De ahí una costumbre que había antes de decir: Voy abajo, para decir que iban a San Isidoro y voy arriba para decir que iban a San José. Y se preguntarán los lectores qué tiene que ver todo esto con la historia de los relojes públicos de la ciudad, que fue lo que contar, pero sí, tiene que ver, como se verá enseguida.


Vean: en cada uno de los barrios en que se dividía la ciudad había una iglesia: la San Isidoro y la San José. Estas iglesias, obviamente, tenían (y tienen) campanario, y en ellos campanas, como es lógico.


Esas campanas servían para llamar a los vecinos a las distintas misas que se celebraban (y celebran): una al amanecer, una al medio día y otra al anochecer. Como entonces no había reloj público en la ciudad, el pueblo sabía la hora por los toques de campanas de las iglesias.


Calle Maceo hacia el Parque de Las Flores. (Al fondo se ve la vieja cárcel)
La vieja Cárcel de Holguin es ese edificio de dos plantas que se ve al final, hoy en su espacio está la Arena Deportiva Henry García

Más, no era solamente en las iglesias donde había campanas, había una, también, en la Real Cárcel[1]. La campana de la Real Cárcel sonaba para señalar los cambios de guardia y de confrontas. Por lo que oyendo los toques de esa otra campana, que estuvo sonando, puntual, hasta el año 1930, los holguineros sabían qué hora era. (Es algo semejante a los pitos de los centrales azucareros, que suenan para marcar la entrada y salida de los turnos de trabajo. Quienes viven en los bateyes azucareros todavía hoy marcan la hora por esos pitos que en verdad son hermosos y patrimoniales. Por cierto aunque no tenemos central azucarero en la ciudad, aquí también se ha marcado la hora por pitidos, y de eso le vamos a hablar más adelante).


DONDE, AL FIN, COMENZAMOS A HABLAR DE RELOJES, PROPIAMENTE.


El primer reloj público que tuvo Holguín fue ubicado en la Comandancia Militar, pero en este presente nuestro del año 2016 no basta con decir Comandancia Militar para que los vecinos sepan a qué lugar nos referimos. Y tampoco sirve si digo que ese era el edificio donde radicó el Partido Comunista de la Región Holguín-Gibara hasta 1976. a los holguinero de hoy hay que decirle que ese es el edificio donde radica la sede provincial de la Central de Trabajadores de Cuba, CTC, en calle Maceo, casi frente al Parque Infantil.


Era aquel un reloj de sol que nada más servía para marcar las horas durante el día y que consistía en una vara o estilo que arrojaba una sombra que era más larga o más corta en dependencia de la posición del sol. Cuando dicha sombra llegaba a unas marcas trazadas de antemano se sabía casi con exactitud qué hora era. Pero tenía un inconveniente: en días nublados el reloj no funcionaba y mucho menos de noche.


Los datos sobre el reloj de sol de la ciudad de Holguín aparecen en el primer libro de historia escrito en este pueblo en el año 1865 por el ya no tan recordado don Diego de Ávila y Delmonte.


El primer reloj, tal cual hoy entendemos como reloj, fue colocado en la torre de la iglesia San José. Lógicamente, para colocar allí un reloj primero fue necesario que se construyera la torre, y para tener torre primero hubimos de tener iglesia San José.


La iglesia San José se levantó en 1819, pero esa primitiva iglesia no tenía la torre que le conocemos. La torre, en cuestión, se construyó en 1842, siendo Teniente Gobernador de Holguín don José Garcerán y de Valls… esa es la misma torre que hoy tiene con sus 26 metros y 48 centímetros de alto.


En ese mismo 1842 en la torre de San José se instaló un reloj de pesas de una sola cara, mirando hacia la que entonces se llamaba Calle de San Miguel y que luego se llamó Calle España hasta que en 1898 comenzó a llamarse para siempre calle Maceo.


El dicho reloj de pesas de la torre de San José funcionaba unas veces y otras, las más, estaba parado o detenido… incluso, en cierta ocasión un rayo cayó sobre la torre y dañó al reloj que por casi 70 años solo fue una adorno, porque ya no funcionó nunca más. No obstante, y en vista de que no había otro con que cambiarlo, allí estuvo el difunto hasta 1929.


Se recuerda entre los relojeros que lo atendieron a Víctor Caramora y a José Atilano Hechavarría, conocido por Chepenché o Chepe. El relojero Chepenché fue un personaje célebre en el pueblo, y tanto que en alguna vieja guaracha de Holguín se le menciona. Baste para conocer las excentricidades de Chepenché esta anécdota: cuando alguien lo invitaba a comer, el Chepe engullía comida hasta reventar pero así y todo, y para garantizar el día siguiente, escondía los “bistecses” poniéndoselos en la cabeza y encima de la cabeza ponía el sombrero. Al día siguiente, cuando salía a desandar la ciudad, en lugar de llevar los bistecses en una jaba o en cartucho, el Chepe se los volvía a poner en la cabeza y el sombrero encima.


El otro relojero era Víctor Caramora. A partir de 1870 aquel comenzó a vender en Oriente los relojes Roskoft, que eran, dicen, semejantes a unos huevos de avestruces y que fueron, dicen también, muy populares durante el segundo imperio francés. Los relojes Roskoft eran de mesa, aunque algunos los echaban en una jaba y los llevaban con ellos para saber la hora en cualquier lugar donde se encontraran. Esos relojes  carecían de gracia pero dicen que eran muy exactos y duraban una eternidad.


En la nota manuscrita que dejó el historiador Pepito García Castañeda, dice que le contó a él el notable Juan José García Benítez que en aquellos años de finales del siglo XIX había otros relojes muy ingeniosos, como uno de bolsillo que daba la hora sin sacarlo de allí. Usted metía la mano donde guardaba el reloj y apretaba un botoncito que tenía y el reloj daba una especie de pitidos que se asemejaban al toque de una campana pequeña. Y aunque no le apretaran el botoncito, el reloj sonaba a las horas en punto.


1929

La vieja Torre de la Iglesia San José



El 10 de octubre de 1929 se inauguró el reloj tetraesférico que sigue funcionando hoy en día en la torre de la iglesia San José. La iniciativa de comprarlo la tuvo el médico cirujano holguinero Rafael Avilés Cruz, del clan de los avileses. Pero como él no tenía todo toda la cantidad que se necesitaba, formó una comisión que se encargó de hacer bailes para reunir la suma.


Encabezó la comisión para la compra del reloj el entonces alcalde de Holguín Antonio Infante Maldonado, del también famoso clan holguinero de los Infante, que sí tenían el dinero que se necesitaba, pero que solo aportaron unos pocos pesos. Por lo tanto debe saberse que el reloj de la torre de San José lo compraron los holguineros todos, o casi todos.


Claro que cuando el reloj pasara por la Aduana debía pagar impuestos, pero eso se resolvió gracias a la gestión del senador Enrique Machado, primo del entonces presidente y dictador de Cuba Gerardo Machado, y que este personaje se interesara en ayudar seguro que lo consiguió el alcalde Antonio Infante, que era amigo de los Machado.


Un dato curioso, el reloj de la iglesia de San José, de Holguín, es exacto y tiene la misma procedencia que el instalado en la Alameda de Michaelsen en Santiago de Cuba.


EL OTRO RELOJ PÚBLICO DE HOLGUÍN



Después de traer a la ciudad el reloj que está en la torre de la iglesia San José, parece que los Avilés quedaron embullados y muy poco después, con dinero de su bolsillo, compraron otro, aunque más sencillo y barato que aquel otro y lo colocaron en la azotea del cine Martí que entonces era de su propiedad.


Lo que hace más sencillo este segundo reloj, si se le compara con el de la torre de San José, es que el del cine Martí nada más tiene una sola cara. En todo lo demás sí se parecen: por ejemplo los dos tienen las marcas de las horas en números romanos y los dos marcan con campanadas las horas y los cuartos de ellas.


Y para que tengan mayores semejanzas, los dos fueron instalados o montados por el maestro relojero Manuel Lahens, quien por muchos años tuvo su relojería frente al parque Peralta o de Las Flores, en la esquina de las calles Maceo y Luz y Caballero. Los trabajos de albañilería y carpintería para colocar ambos relojes corrieron a cargo de Juan Reina, quien después dejó la albañilería y la carpintería y se hizo relojero y atendió ambos relojes durante muchos años.


EL PRIMER RELOJERO GRADUADO QUE HUBO EN HOLGUÍN Y OTROS LEJORES CELEBRES.


Ese no fue Juan Reina y tampoco su maestro Manuel Lahens, sino Saturnino García Zaballa. Nacido en España y graduado de relojero en Ginebra, Suiza, García Zaballa vino a Holguín por primera vez y aquí se casó con una holguinera de apellido Benítez y con ella tuvo a sus hijos, ilustres todos: entre ellos Juan José García Benítez, que fue alcalde de Holguín y Senador, Andrés, que fue un notable diseñador, Julián, que fue poeta y Francisco García Benítez que fue el fundador en Holguín del partido Partido Unión Revolucionaria o Comunista y que, además, escandalizó a la pacata sociedad local de su tiempo porque, hijo como era de una familia de clase media alta, se casó con una negra.


Otro relojero de prestigio en Holguín lo fue Ceferino Coca Magariño, hombre, dicen, de gran ingenio en esas artes de medir el tiempo. Por allá por los años 1930, Coca Magariño exhibió un reloj en la Sociedad Liceo de Holguín que además de dar la hora, era calendógrafo, o sea, que marcaba la fecha y también las fases lunares y la casa zodiacal, y lo mejor de todo, que dicho reloj había sido construido por él. Posteriormente Coca Magariño construyó otro reloj, igual de singular: ese, cada vez que daba las horas en punto sonaba con una música muy hermosa y se veían figuras mitológicas.


Contemporáneo con el anterior, vivió en Holguín el platero y relojero Rafael Guillén, que era dueño de una tienda que se llamaba La Acacia donde vendía relojes. Uno de los más famosos era uno que daba las horas en punto con la música del himno nacional.


OTROS QUE DABAN LA HORA EN HOLGUÍN


Probablemente para satisfacer al Superintendente provincial de educación que en 1913 dijo que era una ineficiencia de la educación en la ciudad que los muchachos entraban y salían a cualquier hora por falta de relojes que marcaran la hora oficial, el notable pedagogo Manuel Silva y Leyte Vidal creó una forma muy sui generis para avisarle a los maestros del Instituto de Holguín, que dirigió desde 1915 hasta 1917, la hora de salida.


En el Instituto, que radicaba donde posteriormente estuvo la Tienda Sears, actual Hanoi, se marcaba la hora de salida con cohetes que el director disparaba. Por eso los holguineros llamaban a esa a esa “la hora del cohete”, algo así como la famosa hora del cañonazo de La Habana.

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Ya antes hablamos de la costumbre que tienen quienes viven en bateyes de ingenios azucareros de medir la hora por los pitidos del central, y prometimos narrar la vez que en Holguín, donde no hay fábricas de azúcar, se marcaba la hora de forma semejante. Lo cumplimos ahora: Vivió en Holguín un navarro que se llamó Matías Alemán, que era dueño de un aserrío. Este hombre señalaba la hora de entrada y salida de sus obreros tocando un pito muy agudo, y la gente, oyendo el pito, ya sabía que hora era.









[1] La Real Cárcel de Holguín estaba en un viejo caserón ubicado donde ahora está la Arena Deportiva Henry García. Ese viejo caserón se demolió en 1951.

Estudio de la cultura material en Holguín, Cuba (1899-1920) Vestuario y Prendas


Baúl para guardar la ropa de cama de uso diario

Con la penetración económica estadounidense también llega a la ciudad su cultura. Los cubanos de la alta sociedad, imitadores de “la moda” (norteamericana preferentemente), no solo asumieron las costumbres y vicios que tenían “allá”, sino también la ropa y prendas que ellos usaban. Fue en la moda donde con mayor profundidad se reflejó la influencia de la cultura intervencionista. Los principales comerciantes de inicios de la República viajaban a las principales ciudades de Norteamérica a adquirir las mejores telas y los más novedosos diseños de vestuario del momento y aquí, en la ciudad, reproducían fielmente los diseños de los mejores modistas norteamericanos.

Igual en los comercios holguineros dedicados a la venta de ropas, calzados y joyería, se vendían productos importados y otros elaborados (calcados) por los artesanos locales[1].


Según avanzó el siglo los habitantes de la ciudad vivían bajo la fuerte influencia del consumismo norteamericano y de sus patrones culturales. La moda de inicios del siglo XX, estuvo caracterizada por elementos tan distintivos como el sombrero y el abanico. Asimismo en los comercios de la ciudad podía encontrarse una diversidad de diseños en trajes, vestidos, calzados, prendas y otras bisuterías.


Relación de vestuario con su correspondiente precio[2]


Camisas
4.33
Pantalones
3.00
Calzoncillos
0.87
Camisetas
3.32
Pañuelos
0.50
Chales
4.66
Abrigo de estambre
6.75
Abanico
0.60
Zapato para niños (corte inglés)
10.50
Zapatos para señoritas
14.75
Pantuflas de lana para hombres
5.00
Pantuflas de lana para niños
3.20
Sombreros
5.30
Cortes de vestido
9.35
Bufandas
5.00
Cortes de bufandas
4.00
Sombrillas
2.10
Paraguas de seda
2.40
Medias  caladas
3.50
Abanicos de plumas
19.25
Abanicos de nácar
7.70
Porta abanicos
2.00
Tela rica
15.00
Tela blanca fina
0.20
Tela olán fino
0.90
Tela olán batista
0.17
Tela olán unión
0.33
Dril negro
0.18
Encaje grifur
9.62
Encaje crochet
14.85
Encaje gallego
5.50
Encaje catalán
4.50
Corbata de colores
3.00
Corbata negra
3.50
Corbata blanca
2.75
Calcetines negros
6.75
Calcetines blancos
5.50
Pantalones de loneta
6.50
Camisa lota
5.00
Pantalón dril blanco
8.00
Calzoncillos irlanda
5.00
Sombrero de paño
2.75
Sombrero de paja
1.10
Sombrero alón
3.00
Dril crema
2.25
Dril alpaca
0.90
Gorras
1.12
Gorra de lana
1.16
Gorra de estambre
1.50



 

Si así lo prefería y podía pagar, la población podía mandar a hacer su vestuario, eligiendo para ello los modelos y telas según su gusto, porte y, obviamente, poder adquisitivo. Había ofertas para todos los gustos y para todos los bolsillos.


A la hora de vestir la mujer era mucho más conservadora que el hombre. Ellas gustaban llevar trajes largos, zapatos finos, sombreros, abanicos y sombrillas. Ellos pañuelos finos y sombreros a la usanza de la  época, además de pantalones y camisas, un buen par de zapatos de los de mayor calidad y brillo.


Muchos de los comercios de la ciudad se especializaban en determinados productos y, lógicamente, los había que nada más vendían ropas, calzados y otros aderezos importados desde el mercado extranjero. Uno de ellos fue “La Casa Verde”  de Esteban Galván. Allí había siempre productos importados directamente desde los principales centros fabriles de Manchester, Paris, Alemania, Suiza y Estados Unidos”[3].


Y entre los comercios que vendían joyas destacaba por la calidad de sus mercancías, “El Suizo”. Allí lo mismo se vendía prendas para hombres como para mujeres y asimismo estas se reparaban, elaboraban, grababan, calaban y enchapaban. (Por cierto en el período estaban de moda las joyas elaboradas con oro puro, perlas, esmeraldas, zafiros, rubíes, corales y otros tipos de piedras preciosas. Sus precios oscilaban entre los 0.20 y 80 pesos oro).


Otro grupo numeroso de comercios de la ciudad, entre ellos “La Luz de Yara” y “La Holguinera”, se dedicaron a la venta de accesorios de vestuarios y prendas. Estos ofrecían una amplia oferta de productos, a los cuales tenían acceso todas las personas, desde las más adineradas hasta las familias menos acomodadas.


Por demás al holguinero le gustaba viajar, lo mismo por placer o por negocios. Cuando lo hacían en su itinerario nunca faltaba ir de compras a las tiendas de mayor prestigio en las ciudades donde hacían escalas. Durante los viajes guardaban las ropas y prendas en baúles cómodos que tenían perchas para colgar la ropa y gavetas donde ponían todo lo demás. Algunos de ellos tenían hasta espejos.


Finalmente: a los holguineros de la época (y de las posteriores también), se les ha caracterizado socialmente como gente presumida que gusta llevar prendas de buena calidad, preferentemente caras, cuando podían pagarlas, y los mejores trajes que se venden en las mejores tiendas.


Relación de prendas con sus correspondientes precios (1899-1920)


Reloj de caballero (con dos tapas de oro de ocho quilates)
31.00
Reloj de señoras (con una tapa de oro de ocho quilates)
10.00
Reloj de caballero de níquel
1.80
Reloj de caballero de acero labrado
6.50
Reloj de plata
5.50
Reloj fino de caballero de plata
11.70
Reloj enchapado en longines
11.00
Reloj de plata “Estrada Palma”
10.80
Cadena para caballero (remates en oro)
10.00
Gargantilla de oro en eslabones
6.70
Gargantilla de oro en cordón
6.50
Gargantilla de oro para niños
1.50
Pulso de oro
1650
Pulso de plata
2.50
Prendedores de oro
5.00
Prendedores de oro con dos rubíes
6.50
Alfileres para corbata con perlas
3.50
Alfileres para corbata de oro y con perla
8.00
Alfileres para corbata con perlas y esmeraldas
380
Dije de oro
3.20
Sortija de oro
5.20
Sortija de oro más grande
7.20
Anillos lisos
1.50
Anillos para niños
0.45
Anillos para niñas
0.40
Sortija de oro con esmeraldas y zafiro
4.00
Sortija de oro con dos esmeraldas
2.00
Sortija de oro con piedra preciosa
2.00
Pulso de plata
2.00
Aretes de oro con un brillante
4.00
Aretes de oro con una perla
2.50
Aretes de oro con una perla y un rubí
2.55
Aretes de oro con piedra preciosa
2.50
Aretes de oro sin piedra preciosa
1.20
Aretes de oro y coral
1.05
Argollas
0.60
Medallas de plata
0.30
Cadenas doradas
0.35
Cadena con enchape de oro para señoras
1.50
Cadena de plata
3.00
Gargantilla de plata dorada
5.40
Porta abanicos de plata
3.0
Sortija de plata
2.40
Reloj de pared
2.00
Pulseras
2.60
Medalla de oro
3.25
Sortija de oro y brillante en forma de almendra
7.60







[1] Según el profesor e investigador holguinero José Vega Suñol, cuando se analiza con detenimiento la evolución y desarrollo de nuestra cultura durante el período 1899-1920 se comprueba la “norteamericanización de la cultura cubana”.

 [2] Archivo Provincial de Historia. Protocolos Notariales. Francisco Fernández Rondán (1909) y Agustín calderón (1913)


[3] Periódico “El Eco de Holguín”. No 1854. Miércoles 13 de abril de 1910. Año XVI. Pág. 6.

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