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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

6 de febrero de 2010

Asesino en serie en Holguín, aún sin capturar.

Cada día,  cuando vengo y voy, sin otra ruta posible, paso por la vieja Plaza de la Marqueta. Ese es el mejor lugar de la ciudad (¿o era?). Ese ES el mejor lugar de la ciudad aunque PUDIERA ser mejor si siguiera como fue hace poco. Las estatuas le daban un aspecto mágico silencioso, pero ALGUIEN las decapitó. La indignación me dura varios años, pero todavía no había podido traducir en palabras el agrio dolor que me embarga. Rubén si supo y hoy encontré el texto que escribió. No me resisto a reproducirlo.
cesar@radioangulo.icrt.cu


LOS BARBAROS, FRANCIA...

Por Rubén Rodríguez.
Fotos: Amaury Betancourt

Margaritas ante porcos, fue un latinazgo que se me “pegó” luego de hojear las tentadoras páginas rosadas del viejo diccionario Larousse, anunciado como pequeño, a pesar de su grosor. Para esa época pergeñé una historia, perdida en algún cuaderno escolar, donde un personaje era asesinado precisamente a golpes con un petit Larousse.

Pero volvamos a las margaritas, que no son tales sino perlas, en lengua latina. “Perlas a los cerdos” es la traducción de la frase admonitoria, en algún texto sagrado, para no gastar finezas en quienes no las merecen. O como rezan los textos de las pirámides, también llamados Libro de los Muertos –imposible de encontrar en las librerías pues los rockers lo han agotado–: “Cuídate de aquellos que moran en los pantanos de papiros del delta” (del Nilo, claro).

Por estos días, ha aflorado aquella frase que el adolescente que fui saboreó con fruición. Basta dar un recorrido por el casco histórico de la ciudad de Holguín para que la advertencia salte como una liebre.

Víctimas del vandalismo han resultado las esculturas concebidas para adornar la céntrica Plaza de la Marqueta, con su pátina broncínea. Los cuerpos de hormigón finamente moldeados, que remedan al holguinero de a pie, han sido mutilados por otros que al parecer montan el penco de Atila bajo cuyos cascos no crecía más la yerba.

El primero en caer fue el perro de pata alzada junto a un poste, al que dejaron “tocolo” y cojo antes de desaparecerlo. Un par de veces arrancaron, a golpes presumo, la placa que consignaba, en manos del conspicuo señor de bombín, que en esa esquina estuvo la vergonzante picota pública. El joven de bastón frente a la imprenta Lugones muestra las huellas del estilista frustrado que le dejó en labios y párpados grotesco maquillaje.

También se ensañaron con el anciano que fuma parsimonioso su “breva” y con la negra jacarandosa en cuya jaba no se cansan de echar inmundicias, luego de partirle una pierna a palos. Afortunadamente, se han salvado de esa marea destructora los que están en las alturas: el jigüe y su marañón, las palomas y gorriones, los gatos de Casa Marco, la muchacha que contempla desde el balcón del hotelito Don José. No nos extrañe que algún día, armados de escaleras y sogas, intenten trepar la fachada para despojarnos del poco de belleza que todavía subsiste en La Marqueta.

“Los bárbaros, Francia, los bárbaros, cara Lutecia”, como en el poema de Rubén Darío, son los mismos que ya rompieron una cadena del Mural Orígenes –y no precisamente para liberar al esclavo allí representado– y también el puño de un indio. Y los que se han robado más de una vez el sable de Julio Grave de Peralta en el parque Las Flores. Supongo se afilan sus dientes ante el hermoso parque de El Quijote.

Indignación despiertan tales actos entre los que admiramos la belleza, los que queremos una ciudad más hermosa y coherente con el proyecto Imagen, los que ajenos a filias y fobias desandamos el naciente bulevar. Recordemos, parafraseando al nutricio Martí, que la humanidad se divide en dos bandos: los que aman y construyen, y los otros, aquellos a quienes están vedadas las perlas.

¿Qué hacer? ¿Contemplamos, como el tarado emperador Nerón, a Roma arder? De ninguna manera. Holguín somos todos. Debemos aumentar la vigilancia, el control, el combate diario contra los que afean la ciudad, para devolverlos a la pocilga a la que pertenecen. Y tampoco estaría de más designar vigilantes, uniformados custodios o serenos, que mantengan a raya a los antisociales y conserven el Patrimonio histórico y el naciente para los que sí conocen el valor de las perlas.
 
 

Menos mal que a esta señora preocupada que otea el horizonte no la han podido alcanzar


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