Después que la enorme bahía de Hudson, en América
del Norte, fue declarada “mar Interior”, la de Nipe se convirtió en la bahía de
bolsa más grande del mundo. Allí han ocurrido hechos singularísimos de la
historia de Cuba. Comienza la
Aldea contándole sobre don Pepe, el más famoso y sanguinario
de los tiburones que alguna vez haya “residido” en aquellas mismas aguas
nipeñas sobre las que se encontró la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba.
Era Punta de Salinas el principal criadero de
los voraces tiburones de Nipe. Tan feroces eran dichos animales marinos que cerca de la zona de
Barracones hay un cayuelo que todavía se le llama Cayo de la Muerte.
Le vino el nombre al cayo de una pequeña empresa de procesar tiburones que Vicente Torres y su hijo pusieron allí a principios del siglo pasado. Nos dicen que se convirtieron en seres misteriosos los tiburoneros de Nipe porque con la sangre fría pescaban a los “pejes” asesinos, le extraían la piel y la llevaban para La Habana donde la vendían a unos japoneses, mientras que con la carne hacían tasajo y la vendían en Baracoa y el aceite de tiburón, que era una panacea médica entonces, se mercadeaba como pan caliente entre los pobladores de las inmediaciones de la bahía.
Los pescadores de tiburones de la bahía de Nipe, expertos en su oficio ya estaban acostumbrados a los animales tan peligrosos y a su peligroso trabajo. Y de trabajar con ellos fueron conociendo a los animales y por eso se percataron que uno de los tiburones sobresalía o se destacaba con respecto a los demás. Era el dicho animal de un tamaño extraordinario, más bravo que todos y poseedor de una destreza sorprendente. A ese lo bautizaron como don Pepe.
La entrada y salida de los buques a la bahía acostumbró a don Pepe, el enorme tiburón tigre de Nipe, a merodear por los alrededores del espigón para, sigilosamente, aprovechar los desperdicios que los marineros arrojaban al mar y también para cobrar cualquier presa que cayera en sus fauces.
Le vino el nombre al cayo de una pequeña empresa de procesar tiburones que Vicente Torres y su hijo pusieron allí a principios del siglo pasado. Nos dicen que se convirtieron en seres misteriosos los tiburoneros de Nipe porque con la sangre fría pescaban a los “pejes” asesinos, le extraían la piel y la llevaban para La Habana donde la vendían a unos japoneses, mientras que con la carne hacían tasajo y la vendían en Baracoa y el aceite de tiburón, que era una panacea médica entonces, se mercadeaba como pan caliente entre los pobladores de las inmediaciones de la bahía.
Los pescadores de tiburones de la bahía de Nipe, expertos en su oficio ya estaban acostumbrados a los animales tan peligrosos y a su peligroso trabajo. Y de trabajar con ellos fueron conociendo a los animales y por eso se percataron que uno de los tiburones sobresalía o se destacaba con respecto a los demás. Era el dicho animal de un tamaño extraordinario, más bravo que todos y poseedor de una destreza sorprendente. A ese lo bautizaron como don Pepe.
La entrada y salida de los buques a la bahía acostumbró a don Pepe, el enorme tiburón tigre de Nipe, a merodear por los alrededores del espigón para, sigilosamente, aprovechar los desperdicios que los marineros arrojaban al mar y también para cobrar cualquier presa que cayera en sus fauces.
Los antillanos más viejos que vieron a don
Pepe aseguran que tenía un tamaño aproximado de 17 pies, y una ferocidad
que cada día se hacía más latente, al punto que las autoridades del puerto de
Antilla llegaron a prohibir que se votaran hacia la bahía los tanques de
desperdicios. Pero eso no fue suficiente para espantar al asesino hambriento
que nunca se saciaba y que se paseaba, rey de las aguas, por las costas
cercanas a Antilla, Nicaro, Felton, Saetía y El Ramón.
Los tiburones tigres son tan voraces que cuando hay más de uno en el útero de su madre se comen entre sí |
Asimismo los viejos de Antilla, en Holguín,
Cuba, recuerdan una vez cuando acaeció
que una carreta se acercó al espigón y algo asustó al burro que tiraba de ella.
El infeliz bruto cayó al agua con carreta y todo. Entonces don Pepe, que estaba
cerca, cogió al burro en su boca y lo haló hasta la mitad de la bahía y con el
burro arrastró la carreta. Cuando don Pepe terminó de almorzar los trabajadores
del muelle de Antilla fueron y rescataron la carreta sin burro, por supuesto.
Un viejo lobo del mar interior que es la bahía de Nipe, contó que un mal día había tenido buena pesca, sobre todo un pez sierra enorme, y alegre, el pescador regresaba a tierra, cuando el enorme don Pepe se le acercó amenazante y comenzó a darle vueltas a la pequeña embarcación, y otras veces se sumergía y cruzaba por debajo.
Desesperado el pescador le tiró otro de los pescados que llevaba en el bote. Don Pepe se lo tragó sin cogerle el sabor y siguió persiguiendo al pescador. El pescador tiró otro, y luego otro y otro mientras remaba raudo, pero don Pepe no satisfacía su apetito. Ya casi en la orilla el pescador tuvo que tirarle el enorme pez sierra con que pensaba ganar unos pesos.
Otra anécdota de ese mismo pescador es la que sigue: Estaba en plena faena de pesca, pero eran solamente unos pocos peces los que había conseguido y a ellos los había puesto en la proa de su pequeño barco de madera. Y en eso, de pronto, como acostumbraba y más silencioso que un perro mudo de los que tenían los aborígenes cubanos, apareció don Pepe dispuesto a arrebatarle el fruto de su trabajo. Una vez y otra pasó el tiburón hacia allá y hacia acá, como para que el pescador viera a lo que se enfrentaba si se negaba a darle de comer. Y cuando se cansó de la resistencia que hacía el viejo, dispuesto a defender “el fruto de su trabajo”, don Pepe tomó posición y con la mala leche que le caracterizó, vino hacia él, de frente y con la pavorosa boca super dentada y exageradamente abierta. Al llegar pegó tal mordisco que quebró la proa del barquichuelo. Menos mal que el marino tenía otro bote más pequeño que llevaba siempre para casos de peligro y, obviamente, aquel era uno de ellos. A este otro bote saltó el pescador y remó como un poseído, alejándose mientras don Pepe acababa de destruir su otra embarcación.
Un viejo lobo del mar interior que es la bahía de Nipe, contó que un mal día había tenido buena pesca, sobre todo un pez sierra enorme, y alegre, el pescador regresaba a tierra, cuando el enorme don Pepe se le acercó amenazante y comenzó a darle vueltas a la pequeña embarcación, y otras veces se sumergía y cruzaba por debajo.
Desesperado el pescador le tiró otro de los pescados que llevaba en el bote. Don Pepe se lo tragó sin cogerle el sabor y siguió persiguiendo al pescador. El pescador tiró otro, y luego otro y otro mientras remaba raudo, pero don Pepe no satisfacía su apetito. Ya casi en la orilla el pescador tuvo que tirarle el enorme pez sierra con que pensaba ganar unos pesos.
Otra anécdota de ese mismo pescador es la que sigue: Estaba en plena faena de pesca, pero eran solamente unos pocos peces los que había conseguido y a ellos los había puesto en la proa de su pequeño barco de madera. Y en eso, de pronto, como acostumbraba y más silencioso que un perro mudo de los que tenían los aborígenes cubanos, apareció don Pepe dispuesto a arrebatarle el fruto de su trabajo. Una vez y otra pasó el tiburón hacia allá y hacia acá, como para que el pescador viera a lo que se enfrentaba si se negaba a darle de comer. Y cuando se cansó de la resistencia que hacía el viejo, dispuesto a defender “el fruto de su trabajo”, don Pepe tomó posición y con la mala leche que le caracterizó, vino hacia él, de frente y con la pavorosa boca super dentada y exageradamente abierta. Al llegar pegó tal mordisco que quebró la proa del barquichuelo. Menos mal que el marino tenía otro bote más pequeño que llevaba siempre para casos de peligro y, obviamente, aquel era uno de ellos. A este otro bote saltó el pescador y remó como un poseído, alejándose mientras don Pepe acababa de destruir su otra embarcación.
Y así anduvo el tiempo. Don Pepe era el
indiscutible y nunca discutido rey de Nipe.
El 6 de noviembre de 1943 sucedió una tragedia en la bahía. Dos lanchas de pasajeros chocaron. Una de ellas se hundió frente a Punta Salinas. Rápido anduvieron los marinos para salvar a los pasajeros, y hubieran conseguido sacarlos con vida a todos si no es el enjambre de tiburones que fue a cobrar víctimas con que aplacar sus urgencias gástricas.
Don Pepe llegó de primero, anunciando su presencia con la aleta enorme llena de huecos que le habían hecho las tantas balas que ya le habían disparado.
El 6 de noviembre de 1943 sucedió una tragedia en la bahía. Dos lanchas de pasajeros chocaron. Una de ellas se hundió frente a Punta Salinas. Rápido anduvieron los marinos para salvar a los pasajeros, y hubieran conseguido sacarlos con vida a todos si no es el enjambre de tiburones que fue a cobrar víctimas con que aplacar sus urgencias gástricas.
Don Pepe llegó de primero, anunciando su presencia con la aleta enorme llena de huecos que le habían hecho las tantas balas que ya le habían disparado.
Dicen los sobrevivientes que eran aterradores
los gritos desesperados de los que habían caído al agua, que enseguida tomó el
rojo profundo de la sangre que brotaba indetenible de los trozos de carne
humana que los tiburones trincaban y engullían, mientras cantaban, porque era
canto la macabra melodía silenciosa que estaban entonando, dicen que en
agradecimiento a su dios que les dejaba caer presas tan indefensas desde el
cielo o desde el fondo del mar, (que no sabe la Aldea dónde queda el olimpo
de los escualos).
Unos dicen que don Pepe fue el rey de los
escualos de la gran bahía desde principios de la década del 30 hasta los años
50 del siglo pasado, y, dicen todos, que un día no se vio nunca más, que seguro
que murió de muerte natural. Desde entonces no se había visto otro tiburón como don Pepe en Nipe, hasta hace
poco, cuando en el central Guatemala se llevaron la sorpresa del mundo. Los
pescadores de la zona dejaron sus redes armadas toda la noche, y al despertar
vieron que todas las boyas estaban hundidas, lo que hacía suponer que la presa
que habían pescado debía ser grande para tener tal fuerza. Y lo era: era un
enorme tiburón ballena que, enredado en las redes debió morir de vergüenza. Antes
nunca lo habían visto por allí, pero seguro que ese es de los más grandes que
ha nadado en las aguas de Nipe.
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hola he sido pescador profesional por muchos años y labore en el combinado pesquero RODOLFO ROSELL de guatemala y los felicito por recrear la leyenda del tiburón PEPE de esa bahía,pues aunque nací en cayo mambi en el poblado pesquero de boca de tànamo mi abuelo siempre me contaba las historias de pepe el tiburon del central preston como se llamaba antiguamente,solo aclarar un error en la primera fotografia que presentan pues no pertenece a un tigre o tintorera como se conoce en cuba sino a una especie que habita en aguas mas profundas,observe la forma de los dientes y compare con la segunda imagen que si presenta dentadura de tigre,por lo demás mis felicitaciones y para los incrédulos del comportamiento de los tiburones les diré que si acostumbran a hacer lo que se cuenta en las anécdotas pues junto a un primo también pescador viví una amarga experiencia con un tiburón dientuzo azul.mis saludos desde venezuela.atentamente manuel.
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