El
crecimiento de la población y el tener Gibara una situación económica favorable
posibilitó a sus vecinos la construcción de un teatro con capacidad y
comodidades en el que pudieran hacer representaciones las compañías de gran
cartel.
Fue
la Directiva de la Sociedad “Casino Español” la que acometió la construcción en
un solar que generosamente donó don Ramón Rodríguez Manzaneda, tal como da fe
el Notario Público don Carlos José de Aguilera y Serrano en la escritura de 27
de diciembre de 1887.
Pero
por las dimensiones de la obra no era suficiente con un solar, por lo que la
Sociedad “Casino Español” compró el colindante a doña Amalia Fernández Leyva,
viuda de Justiz, en la cantidad de seiscientos pesos oro español, según consta
en la escritura de 2 de Noviembre de 1888 del mismo notario. Por ese mismo
texto se sabe que el acuerdo fue que de inmediato le entregaran a la vendedora
cuatrocientos pesos oro y que los otros doscientos lo entregaran cuando el hijo
de ella, Arturo, llegara a la mayoría de edad.
El Teatro colonial de Gibara. Historia.
En
el año 1878 en la calle San Mamerto, en la parte Sur, donde antes radicó una
Valla de Gallos, construyó don Felipe Munilla un edificio espacioso de planta
baja que alquiló a una Sociedad de Recreo nombrada “Circulo Familiar”. Esa
dicha Sociedad adecuó el edificio para Teatro donde un grupo aficionado ofreció
funciones dramáticas y además se daban bailes públicos.
En
dicho Teatro se presentaron compañías de renombre a su paso por Gibara, entre
ellas de la Zarzuela de los Señores Puga y Goenaga, que fue la primera que
visitó el pueblo.
En
el año 1884 se fundó la Sociedad de Instrucción y Recreo “Círculo Popular” que
en el edificio acondicionado para Teatro construyó un pequeño escenario donde
se daban funciones para los socios. Pero el dicho y único Teatro de Gibara
resultó muy pequeño, por lo que en 1888 la Sociedad Casino Español, luego Unión
Club, dio en construir otro más espacioso, que es el que ha llegado hasta
nuestros días, aunque en ruinas desde hace decenas de años.
Los
doce mil pesos oro español que costó el Teatro los sufragó el Casino Español de
Gibara. Las lunetas, telones y sillas antes habían sido del Teatro Cervantes de
La Habana; casualmente este teatro capitalino se iba a disolver como empresa y
vendieron a buen precio sus propiedades. Estaba en La Habana en viaje de
negocio el comerciante gibareño don Javier Longoria quien de su bolsillo compró
lo que le vendieron y luego su compra la cedió en lo mismo que le había costado
al nuevo teatro de la Villa.
La
carpintería fue obra de los maestros ebanistas de Gibara, hermanos Pifferrer
bajo la inspección de don José Almanza. Don Jesús Fernández Alonso, pintor y
decorador aficionado hizo gratuitamente un hermoso florón en el cielo raso.
Juan José Martínez Casado |
Al
paso de los años el Colonial de Gibara quedó pequeño para la población, sin
embargo tiene algo que lo adorna: su pasado esplendoroso e incluso un mitolocal que asegura en allí bailó la mismísima Isadora Duncan.
Cultura en Gibara
Por:
Robustiano Verdecia (Redactado
en 1953)
Gibara,
en épocas pasadas vivió el arte en muy grande escala. Era tal disfrute parte de
su vida, de su temperamento emotivo, de su sensibilidad emocional y de su
aislamiento.
Así
a su Teatro iban y volvían compañías de gran cartel que eran dadas a trabajar
varias noches seguidas ante un público selecto desde antes de su llegada
abonado por temporadas. Y además del talento de los artistas, el Teatro tenía
condiciones magnificas y un decorado valioso.
En
la “Era” pasada que hoy rememoramos en esta crónica, cada piso del Teatro tenía
su público. El lunetaje solamente lo ocupaban los ricos y los profesionales,
que asistían a las funciones elegantemente vestidos siguiendo la más rígida
etiqueta: las damas, por ejemplo, eran dadas a lucir sus joyas valiosas y sus
costosos vestidos. Los que se sentaban en el segundo piso eran parte de la
clase que integraba el personal bien retribuido del comercio y las industrias.
Y el piso tercero era para la masa del pueblo.
En
su conjunto el público que asistía al teatro era entendido, educado e
ilustrado, por lo que sabía hacer el elogio que los artistas merecían y también
la crítica severa.
La
mayoría de los vecinos conocía de música porque era parte de su educación.
Una
vez que terminaban su contrato, las Compañías regresaban a la capital sin
intentar siquiera irse con su arte a otra parte, en primera porque las
condiciones del transporte le impedían trasladarse a otros pueblos y además
porque el precio de sus presentaciones solo era posible en lugares prósperos
como Gibara, donde, indiscutiblemente había mucho dinero.
La
ciudad de Holguín, aunque siempre fue un centro de operaciones en gran escala,
entonces no tenía suficiente personalidad en el mundo artístico por lo que las
compañías y artistas que llegaban a Gibara la pasaban por alto (aunque
igualmente era causa el costo alto de los medios de transporte). Así a muchos
pudientes de aquella ciudad si es que querían disfrutar de los grandes
espectáculos o la actuación de un artista de renombre no les quedaba otra
opción que visitar Gibara. En días de presentaciones se les veía en grupos
familiares usando la hospitalidad de las familias gibareñas durante todos los
días en que las compañías estaban en la Villa, y otros, los acaudalados, se
trasladaban a Gibara en horas de la tarde en un carro del Ferrocarril que se
llamaba “Cigüeña” a un costo de cincuenta pesos por viaje.
Lo
mismo más o menos es lo que hacen hoy en día los gibareños cuando quieren ver
una buena película o la actuación de algún artista famoso que nada más se
presentan en Holguín, a donde llegan por ferrocarril, con la diferencia que
ahora el transporte es fácil y el costo asciende a cincuenta centavos la ida y
lo mismo el regreso.
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El
avance tecnológico de los tiempos que corren mató la costumbre itinerante de
las compañías, e igual las opiniones especulativas que solamente consideran
exitosa las salas enormes repletas de gente mirando las iluminadas pantallas donde
se proyectas esas mareantes imágenes en Tecnicolor, cambiaron las costumbres de
entretenerse.
Los
teatros perdieron su preeminencia y hoy, la mayoría, solamente son un viejo
recuerdo adonde la aristocracia iba a coquetear. En el caso de nuestro gibareño
teatro, avejentado, soporta como puede y puede poco, su decadente poderío. Pero
lo reconozcan o no, innegablemente fue ese un gran teatro, casi el mejor de la
costa norte de la Isla.
Por
el pasaron importantes artistas como los bufos de Gonzáles Hernández, la
compañía de Luisa Martines Casado, el violinista Brindis de Salas, el pianista
y compositor Ignacio Cervantes, el violinista Díaz Albertini.
Fuente de terracota ubicada a la entrada del teatro colonial de Gibara. Inicialmente la escultura estuvo colocada en el vice-consulado de España, residencia de don Javier González Longoria. |
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