La apertura del puerto de Gibara fue esencial para el desarrollo del
comercio en la ciudad de Holguín. Las grandes casonas de las familias de
mayor solvencia, con frente a la Plaza de Armas, se convirtieron en las
tiendas principales de la ciudad.
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Desde mucho antes de la fundación del pueblo de Holguín
llegaban a la bahía de Gibara goletas y otras embarcaciones que trasladaban
algunos productos, pero hasta 1777 que fue cuando se aprobó la Subdelegación de
Marina, todo trueque comercial que allí se hiciera era ilegal. Desde 1777 y hasta la apertura
oficial del puerto en esa bahía en el año 1822, los capitanes de buques que
arribaban a Gibara tenían que trasladarse hasta a Holguín a proponer y
gestionar la venta y compra de mercancías.
Así de malo era el camino de Gibara a Holguín a pesar de que la fotografía es de 1915 |
Ya 1822 en lo adelante los comerciantes iban hasta Gibara
y se las agenciaban para trasladar las mercancías a la ciudad a pesar de las
malas condiciones del camino y la casonas ubicadas en las inmediaciones de la
Plaza de Armas comenzaron a convertirse en grandes tiendas.
Las casonas señoriales que rodeaban la Plaza de Armas se convirtieron en
los más grandes comercios de Holguín
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Sucedió desde la fundación de la ciudad de Holguín que la
mayoría de las familias pasaban la mayor parte del año en sus haciendas, tanto
que el Obispo Morell de Santa Cruz, quien llegó a la ciudad en 1756, dejó
escrito que los vecinos venían por pocos días a la ciudad y que esta,
regularmente, se mantenía con muy contadas familias, (Morell de Santa Cruz
1985: 88) Esa costumbre se mantuvo por mucho tiempo porque la vida urbana era
muy limitada, permaneciendo vacía la vivienda familiar casi todo el año; de ahí
que no fue difícil a los comerciantes alquilar las grandes casonas.
La familia
Zaldívar le llamaba a su vivienda, situada en la esquina de las ahora
nombradas calles de Luz Caballero y Morales Lemus, “la casa de invierno”.
Solamente venían a ella desde su propiedad en Las Parras, para la Navidad, y
así fue hasta que casada una de sus hijas con el tipógrafo y periodista José
María Heredia Almaguer convirtieron la accesoria en la imprenta El Arte, cuna
de importantes periódicos. Heredia Almaguer fue el jefe de los talleres del
Cubano Libre en la Guerra del 95. (Albanés
Martínez, inédito) después, cuando la imprenta pasó a los nietos se renombró Imprenta
Legrá. Esa fue intervenida en la década de los 60, siglo XX, pasó al Partido
Comunista.
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Por ser la Plaza de Armas uno de los lugares en el que
habitualmente se concentraba la mayor aglomeración de personas, fueron las
grandes casonas que la rodeaban las preferidas de los comerciantes para
alquilarlas y en ellas abrir sus negocios. Igual esas ocupaban tan espaciosas
parcelas que su fondo daba a las calles paralelas, por lo que generalmente sus
dueños alquilaron el frente y quedaron viviendo en la parte trasera. Aunque
podía ocurrir al revés como fue la
tienda de mercería[1] de doña Victoriana de Ávila (actual comercio
La Casa Azul, en la calle Libertad entre Martí y Frexes), el frente de la casa
daba a la Plaza y la tienda a la calle de atrás, entonces San Diego, hoy Miró.
Cuando los dueños de las casonas comprobaron que el
alquiler le producía grandes rentas arrendaron toda la propiedad a un mismo
comerciante y este utilizó el fondo para almacén o habitaciones. También
ocurrió que alquilaron el fondo a otro comerciante para que allí pusiera su
negocio.
Luego, en octubre de 1868, se produjo el ataque mambí a
Holguín. Las familias pudientes se fueron a Gibara, que era una villa
amurallada y por tanto mucho más segura para proteger los bienes patrimoniales
de sus habitantes y entonces sí que la casi totalidad de las casas del centro
de la ciudad fueron abandonadas y alquiladas a los comerciantes.
Fue el establecimiento comercial y el que lo explotaba el
que hacía popular al inmueble. De ahí que en la última década de la Republica burguesa,
cuando la ciudad había alcanzado un alto auge comercial, muy pocos conocían quién
era, verdaderamente, el dueño de la propiedad.
La popularidad del establecimiento se lo daba su nombre
atractivo: El Brillante, El Louvre, La Francesa, La Gran Señora, esos escogidos
en alusión a los productos que vendían, joyas, grandes vestidos, sombreros,
adornos, mobiliario de estilo, etc., otros se nombraban con el nombre del
propietario o sociedad, así por ejemplo: La Casa Verde de Camps y Cia, situado
en Frexes y Maceo (que luego fue El Sportman, Luanda y que es actualmente el
Atelier Infantil).
El nombre del comercio se pintaba horizontalmente, en la
parte superior del muro de la fachada, mientras que en los machones entre los
vanos se rotulaban los productos que se ofertaban (locería, cristalería,
sedería, etc.). También dentro del inmueble se repetían los carteles, en
distintos espacios, incluyendo hasta las vigas del techo. En ocasiones llegaban
a pintar alguna escena alusiva al tema que lo distinguía. En otros casos
también se aprovechaba el pretil de las fachadas, y en los casos que los tenían
curvo al centro, con un mortero de albañilería inscribían el nombre del
propietario y la fecha de construcción del inmueble.
En las noches, cuando los comercios cerraban, las calles
morían y solo quedaba el colorido de sus fachadas.
[1] Tienda de mercería:
comercio de cosas menudas y de poco valor como cintas, botones, etc. Diccionario Ilustrado Aristos de la Lengua
Española, Edición Cubana (1980), Editorial Científico-Técnica, La Habana,
P.418.
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