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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

19 de diciembre de 2016

La historia de cuando le robaron a San Isidoro de Holguín y el milagro del santo



En enero de 1752 llegó a Holguín la comitiva que presidía el Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos Españoles, don Alonso de Arcos y Moreno. En el paso de Cuba, o sea, en el pequeño río que marca la frontera entre el centro histórico de Holguín y la calle Real de Pueblo Nuevo, donde desde hace un siglo se construyó un puente, el mismo puente por el que la gente pasa del Holguín viejo a la calle Real de Pueblo Nuevo… allí esperaron los holguineros a don Alonso de Arcos y Moreno con una orquesta que amenizó la llegada del regio visitante.
El que llegaba era, además, el Gobernador de Oriente y traía la encomienda del Rey de España de darnos el título que mejor se aviniera con Holguín; o sea, que a partir de ese día Holguín dejaba de ser gobernado por el Cabildo de Bayamo y se convertía en jurisdicción, que es lo mismo que ser municipio.
Una vez en Holguín el Gobernador siguió todos los pasos que aconsejaba la costumbre, incluyendo una ofrenda valiosa dedicada al Santo Patrono de la ciudad, San Isidoro. Consistió esa en una mitra o corona de oro que, en solemne ceremonia religiosa, le colocaron en su cabeza a la imagen del santo. Y hasta ahí no hay nada novedoso en la historia… bueno sí, la mitra era muy valiosa. Pero solo eso. Lo verdaderamente novedoso y a lo mejor sobrenatural, comienza a contarlo La Aldea ahora:
Uno o dos años antes de que le dieran título de ciudad a Holguín llegó a vivir aquí un individuo nombrado Francisco Caro a quien todos le comenzaron a decir El Gaditano, porque el personaje trabajó en las tierras del hacendado don José Salvador Cisneros quien era natural de Cádiz en Andalucía.
Lo que no sabían ni don José Salvador Cisneros (su empleador), ni ningún holguinero, es que El Gaditano recién llegado era un solemne bandolero, asesino además, pero muy pronto se enteraron… Para robarle unos centenes, el Gaditano mató a su amo y se fue a los montes que están entre Holguín y Bayamo, y allí se dedicó a atacar a cuanto ser viviente tenía la mala pata de cruzarse con él.
Y como está claro, El Gaditano se enteró de la valiosa mitra de oro que el Gobernador de la provincia había donado a la iglesia de Holguín. El 27 de enero de 1752, exactamente nueve días después de que la mitra llegó a la Iglesia, El Gaditano preparó el asalto.
En horas de la noche de ese día entró a Holguín; para que no lo identificaran, el ladrón caminaba escondido en la oscuridad de las calles pero dos guardias municipales se cruzaron con él, lo reconocieron y trataron de detenerlo, pero El Gaditano los mató a los dos. Luego (y no nos pregunten cómo), consiguió que le abrieran la puerta de la sacristía de la iglesia San Isidoro. A lo mejor fue porque  se hizo pasar por un familiar que venía a buscar al párroco para que fuera a ver a un moribundo. Le abrieron la puerta y una vez adentro el bandido amarró y amordazó al sacristán y al párroco que lo era en esos momentos don Cristóbal Rodríguez.
Con el camino libre, el ladrón fue hasta donde reluciente como la luz, estaba la mitra o corona de oro sobre la cabeza de la imagen. El Gaditano ya abre el saco donde iba a guardar la joya, y ahora estira sus manos para tomarla pero… (y ahora empieza la parte mágico-milagrosa de esta historia) Abierto el saco donde iba a guardar la joya, el ladrón estira sus manos para tomarla y entonces el rostro de la estatua de San Isidoro se trasforma: ya no es la cara del santo sino la de uno de los guardias municipales que el asesino acababa de asesinar. Al ver tal cosa El Gaditano cae al suelo desmayado…
Entonces trascurre el tiempo. Cuando estaba por amanecer llegan los primeros feligreses para rezar el Ave María y encuentran a un hombre desmayado delante de la imagen de San Isidoro. No saben quién es pero tratan de reanimarlo y lo consiguen. El Gaditano, hecho un mar de lágrimas y un manojo de nervios, cuenta lo que ocurrió y pide que le traigan a un confesor.
Un mes después, el 27 de febrero de 1752, en Bayamo, El Gaditano subió a la horca, pagando así por los muchos crímenes y pillajes que había cometido.

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