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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

22 de diciembre de 2016

Con la apertura del Puerto de Gibara la Plaza de Armas de Holguín (hoy Parque Calixto García), comienza a ser lo que luego fue



Es en el periodo en que suceden en Holguín los gobiernos constitucionales y promonárquicos cuando la Plaza de Armas inicia un periodo de particular esplendor, sobre todo después que el joven siglo XIX llega a 1821, que fue cuando se habilitó el puerto de Gibara y por él comienzan las exportaciones e importaciones de diversos productos.

Por Gibara los holguineros comerciaban los productos cosechados en la comarca, tabaco, maderas, carne ahumada, cueros, frutos menores, mieles y, a partir de la década del 30, azúcar en diferentes formas y sus derivados; a su vez por el puerto entraba equipamiento para el desarrollo de la industria azucarera desde los Estados Unidos de Norteamérica.

El trasiego de mercaderías convirtió a la Plaza en uno de los escenarios más importantes de la vida sociocultural de la ciudad y centro de un área urbanística y arquitectónica de vital trascendencia.

Veamos. A finales de la década de 1820 llega a Holguín el Regimiento de Balancey, el primero en guarecer militarmente la comarca y asimismo el iniciador de las tradicionales retretas en la plaza. Pero, obviamente, para celebrar retretas la plaza necesitaba una remodelación.

Uno de los militares del Regimiento Balancey, el Teniente Coronel Francisco Urribarri Pérez del Camino, en 1833 tuvo la iniciativa  de instalar en un viejo almacén de granos (en donde actualmente se encuentra  el Museo de Historia Natural, antes Colonia Española), un  modesto escenario para las artes dramáticas y la música. Lo llamaron Teatro Coliseo.

Con el teatro funcionando empezaron a languidecer las veladas familiares y a gestarse otras iniciativas; una de las más importantes fue recaudar fondos para entre 1839 y 1840, reformar la Plaza de Armas. Para  dirigir esas transformaciones se contrató al  maestro de obras del Ejército Español José Llauradó Bahamonde y este, a su vez, pidió la colaboración del famoso herrero Lorenzo Mulet, constructor de unas hermosas rejas que le dieron un toque de distinción a la Plaza holguinera. También de hierro fueron cuatro puertas de acceso que se mandaron a comprar a Norteamérica y las verjillas o cancelas que protegían las áreas centrales.

Esa área central de la que se habla es una de las características esenciales de la Plaza holguinera, que aún hoy continúa siendo un cuadrilongo grande con un círculo o rotonda muy bien definido al centro. La rotonda tiene su origen en bancos que se colocaron rodeando un escenario o tarima donde la banda del regimiento daba las retretas. Por cierto, cuando Llauradó hizo las transformaciones a la Plaza, los bancos que delineaban la rotonda central eran dobles, por lo que los vecinos podían recrearse mirando hacia el centro del círculo o hacia el exterior de aquel.

Asimismo se construyeron fuentes en los ángulos de las jardineras y las calles que rodean la Plaza se ampliaron. Esto último la redujo al tamaño que aún hoy le conocemos. Según los historiadores y urbanistas locales, esa intervención fue el más bello proyecto que se le realizó en toda su historia a la Plaza holguinera, que, por cierto, desde entonces comenzó a nombrarse Plaza Isabel II.

 

Quienes nos preocupamos por la exactitud cronológica nos preguntábamos la fecha exacta de esa intervención en la Plaza, sobre todo porque el historiador don Diego de Ávila y Delmonte, desde las páginas de su “Historia del Hato de San Isidoro de Holguín”, de 1865, no dice una fecha concreta. Y no se habría sabido si no es por una casualidad de la que hablaremos más adelante, después de leer al primer historiador del pueblo. Dice:
“(…) la de Armas (…) fue mirada con un abandono total hasta el año de 1839 que, hallándose en el gobierno de esta ciudad el Sr. Angel de Loño y Martínez, Coronel, Primer Comandante del Regimiento de la Unión, dispuso S.S. de acuerdo con el Ilustre Ayuntamiento, construir en ella un paseo que además de ser un ornato público, hiciera desaparecer la sombra triste y melancólica que a la vista presentaba, llevándose a efecto el proyecto con varios arbitrios establecidos al objeto y donativos hechos por el vecindario, con cuyos fondos se construyó el paseo formando un paralelógramo de 111 dos tercios de longitud y 88 de latitud, con 36 sofases de cal y canto construidos a la inglesa, 8 columnas del mismo material y 28 árboles de Morera plantados en las aceras exteriores, solado todo su piso de ladrillo y mezcla, en cuya obra se invirtieron 21.808 pesos, 7 reales y 9 mrs; valorada por los alarifes públicos en 5.061 pesos,5 rs. (…)

De resultas de las mejoras y reformas que se le han ido haciendo a dicha plaza y paseo se ve en ella una famosa alameda de recreo con sus cuatro jardines, a cargo de un jardinero que cuida de sus sembrados y aseo, pagados por los fondos municipales, (…)

Se encuentra en ella para iluminar su paseo y jardines en las noches oscuras y en las festividades, días y cumpleaños de las personas reales y noches de retreta u otras causas que lo exijan, 16 farolas”[1].

Como se lee, el historiador no precisa fecha. Pero feliz y casualmente llegó a nuestras manos un ejemplar del periódico de Santiago de Cuba "El Redactor" de 1846 en el que se inserta la carta que envió un soldado español recién llegado a Holguín a un primo suyo residente en aquella ciudad, que dice:

“(…) ¿Querrás tú darme crédito, Andresillo, si te digo que aquí no tienen plaza? Pero miento, porque hay tres y tan grandes como se puedan apetecer: lo que te decía es no haber visto en ninguna, que se venda de día lo que se vende en las plazas de otros pueblos; aunque es cierto que la costumbre en este, es hacerlo por la noche. Y ya que de plazas y noches estoy hablando, decirte quiero haber notado dos cosas desde nuestra llegada: la primera; que en la plaza mayor o principal están plantando árboles: deshaciendo sus calles y pintando de azul y blanco los asientos: he oído decir que tratan de asemejarla a la de [Santiago de] Cuba en cuanto sea posible, y que al efecto ya se está trabajando en un salón central, donde las noches de retretas se paseen las lechuguinas y dejen ver sus caras, a la luz de faroles que serán colocados al intento: la segunda: que todas las noches parecen ser día porque cada vecino ilumina su puerta hasta las diez; con lo que están las calles alegres, y anda gente por ella; y el que más celebró la providencia dicen que fue un maestro ojalatero, único del oficio que en tres días construyó más faroles que en todos los que cuenta de avecindado en la ciudad (…)”[2].

 



[1] Ávila del Monte, Diego: “Memoria sobre el origen del hato de San Isidoro de Holguín”. Segunda edición, Imprenta El Arte de José María Heredia, Holguín, 1926, p139.
[2] Sección Correspondencia Familiar, periódico El Redactor, de Santiago de Cuba,17 de junio de 1846, p 2.

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