Es en el periodo en que
suceden en Holguín los gobiernos constitucionales y promonárquicos cuando la Plaza de Armas inicia un
periodo de particular esplendor, sobre todo después que el joven siglo XIX llega
a 1821, que fue cuando se habilitó el puerto de Gibara y por él comienzan las
exportaciones e importaciones de diversos productos.
Por Gibara los holguineros
comerciaban los productos cosechados en la comarca, tabaco, maderas, carne
ahumada, cueros, frutos menores, mieles y, a partir de la década del 30, azúcar
en diferentes formas y sus derivados; a su vez por el puerto entraba equipamiento
para el desarrollo de la industria azucarera desde los Estados Unidos de
Norteamérica.
El trasiego de mercaderías convirtió a la Plaza en uno de los
escenarios más importantes de la vida sociocultural de la ciudad y centro de un
área urbanística y arquitectónica de vital trascendencia.
Veamos. A finales de la década de 1820 llega a
Holguín el Regimiento de Balancey, el primero en guarecer militarmente la
comarca y asimismo el iniciador de las tradicionales retretas en la plaza.
Pero, obviamente, para celebrar retretas la plaza necesitaba una remodelación.
Uno de los militares del Regimiento Balancey, el
Teniente Coronel Francisco Urribarri Pérez del Camino, en 1833 tuvo la
iniciativa de instalar en un viejo
almacén de granos (en donde actualmente se encuentra el Museo de Historia Natural, antes Colonia
Española), un modesto escenario para las
artes dramáticas y la música. Lo llamaron Teatro Coliseo.
Con el teatro funcionando empezaron a languidecer
las veladas familiares y a gestarse otras iniciativas; una de las más
importantes fue recaudar fondos para entre 1839 y 1840, reformar la Plaza de Armas. Para dirigir esas transformaciones se contrató
al maestro de obras del Ejército Español
José Llauradó Bahamonde y este, a su vez, pidió la colaboración del famoso
herrero Lorenzo Mulet, constructor de unas hermosas rejas que le dieron un
toque de distinción a la Plaza
holguinera. También de hierro fueron cuatro puertas de acceso que se mandaron a
comprar a Norteamérica y las verjillas o cancelas que protegían las áreas
centrales.
Esa área central de la que se habla es una de las
características esenciales de la
Plaza holguinera, que aún hoy continúa siendo un cuadrilongo
grande con un círculo o rotonda muy bien definido al centro. La rotonda tiene
su origen en bancos que se colocaron rodeando un escenario o tarima donde la
banda del regimiento daba las retretas. Por cierto, cuando Llauradó hizo las
transformaciones a la Plaza,
los bancos que delineaban la rotonda central eran dobles, por lo que los
vecinos podían recrearse mirando hacia el centro del círculo o hacia el
exterior de aquel.
Asimismo se construyeron fuentes en los
ángulos de las jardineras y las calles que rodean la Plaza se ampliaron. Esto
último la redujo al tamaño que aún hoy le conocemos. Según los historiadores y
urbanistas locales, esa intervención fue el más bello proyecto que se le
realizó en toda su historia a la
Plaza holguinera, que, por cierto, desde entonces comenzó a
nombrarse Plaza Isabel II.
Quienes nos preocupamos por la exactitud
cronológica nos preguntábamos la fecha exacta de esa intervención en la Plaza, sobre todo porque el historiador don Diego de
Ávila y Delmonte, desde las páginas de su “Historia del Hato de San Isidoro de
Holguín”, de 1865, no dice una fecha concreta. Y no se habría sabido si no es
por una casualidad de la que hablaremos más adelante, después de leer al primer
historiador del pueblo. Dice:
“(…) la de Armas (…) fue mirada con un abandono
total hasta el año de 1839 que, hallándose en el gobierno de esta ciudad el Sr.
Angel de Loño y Martínez, Coronel, Primer Comandante del Regimiento de la Unión, dispuso S.S. de
acuerdo con el Ilustre Ayuntamiento, construir en ella un paseo que además de
ser un ornato público, hiciera desaparecer la sombra triste y melancólica que a
la vista presentaba, llevándose a efecto el proyecto con varios arbitrios establecidos
al objeto y donativos hechos por el vecindario, con cuyos fondos se construyó
el paseo formando un paralelógramo de 111 dos tercios de longitud y 88 de
latitud, con 36 sofases de cal y canto construidos a la inglesa, 8 columnas del
mismo material y 28 árboles de Morera plantados en las aceras exteriores,
solado todo su piso de ladrillo y mezcla, en cuya obra se invirtieron 21.808
pesos, 7 reales y 9 mrs; valorada por los alarifes públicos en 5.061 pesos,5
rs. (…)
De resultas de las mejoras y reformas que se le han
ido haciendo a dicha plaza y paseo se ve en ella una famosa alameda de recreo
con sus cuatro jardines, a cargo de un jardinero que cuida de sus sembrados y
aseo, pagados por los fondos municipales, (…)
Se encuentra en ella para iluminar su paseo y
jardines en las noches oscuras y en las festividades, días y cumpleaños de las
personas reales y noches de retreta u otras causas que lo exijan, 16 farolas”[1].
Como se lee, el historiador no precisa fecha. Pero feliz y
casualmente llegó a nuestras manos un ejemplar del periódico de Santiago de Cuba "El Redactor" de
1846 en el que se inserta la carta que envió un soldado español recién llegado a
Holguín a un primo suyo residente en aquella ciudad, que dice:
“(…) ¿Querrás tú darme crédito,
Andresillo, si te digo que aquí no tienen plaza? Pero miento, porque hay tres y
tan grandes como se puedan apetecer: lo que te decía es no haber visto en
ninguna, que se venda de día lo que se vende en las plazas de otros pueblos;
aunque es cierto que la costumbre en este, es hacerlo por la noche. Y ya que de
plazas y noches estoy hablando, decirte quiero haber notado dos cosas desde
nuestra llegada: la primera; que en la plaza mayor o principal están plantando
árboles: deshaciendo sus calles y pintando de azul y blanco los asientos: he
oído decir que tratan de asemejarla a la de [Santiago de]
Cuba en cuanto sea posible, y que al efecto ya se está trabajando en un salón
central, donde las noches de retretas se paseen las lechuguinas y dejen ver sus
caras, a la luz de faroles que serán colocados al intento: la segunda: que
todas las noches parecen ser día porque cada vecino ilumina su puerta hasta las
diez; con lo que están las calles alegres, y anda gente por ella; y el que más
celebró la providencia dicen que fue un maestro ojalatero, único del oficio que
en tres días construyó más faroles que en todos los que cuenta de avecindado en
la ciudad (…)”[2].
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