(Silvio Grave de Peralta, Director de Cultura Municipal y principal impulsor del surgimiento del Teatro Lírico holguinero)
Nunca podré olvidar a aquel alumno que, ya en su año
final del bachillerato, yo le impartí clases de biología en el colegio de la Iglesia “Los Amigos” de
Holguín.
Raúl era un joven progresista, muy interesado en los
problemas políticos y sociales; descollaba por su inteligencia, por su
desarrollo cultural y por las relaciones humanas, que lo hacían querido en su
colectivo. Cómo olvidar aquellos días en que, entre tubos de ensayo y animales
disecados, se originaban polémicos debates en los que él participaba
activamente. Ya sus valoraciones eran profundas, juiciosas y llenas de
objetividad.
Al triunfar la Revolución, desde el cargo que asumí como
responsable del trabajo cultural en Holguín, logré integrarlo al quehacer
artístico que empezaba a desarrollarse en la ciudad y que él supo aprovechar
muy bien al fundar el Teatro; sobre todo, se apoyó en el movimiento coral, de
mucho auge entonces. Inicialmente la idea era montar con Yoyita Herce algunas
composiciones de zarzuelas conocidas, pero su vocación y creatividad hicieron
cada día más extenso el espectro de sus aspiraciones hasta llegar al montaje
íntegro de la obra Los gavilanes.
Su acción había logrado la formación de un colectivo
apasionado, alegre y emprendedor, al que logró unir una incipiente orquesta
acompañante dirigida por el siempre recordado maestro Carlos Avilés. Es
asombroso pensar que tidi aquello se hizo sin presupuesto, por voluntariedad
total de los participantes, con mucho esfuerzo, sí, pero con un gran cariño. Y
el centro de todo aquel movimiento lo asumió Raúl en sus múltiples direcciones,
pues inicialmente fue hasta tramoyista.
La puesta en escena de “Los gavilanes” fue la prueba
decisiva. El pueblo holguinero delirantemente aplaudió a sus noveles artistas
que salieron triunfantes de la prueba.
La etapa siguiente fue muy difícil y solo por la
tenacidad, la vocación artística y el amor de Raúl y de su grupo sobrevivió el
Teatro Lírico de Holguín, que obtenía mucho éxito en las distintas ciudades
orientales que, con gran trabajo y resolviendo enormes dificultades, se
visitaron. Raúl brilló como guía aglutinador de su colectivo en aquella difícil
etapa y recuerdo, como característica suya, su serenidad, su comprensión, su
sacrificio, su proyección futura del grupo y su amor entrañable al arte.
Cuando se nos asignó el primer crédito para constituir
oficialmente la compañía, tenía tanta confianza en Raúl que le entregué el
insignificante presupuesto para que él tomara las decisiones. Sabiamente
contrató a algunos artistas y dejó una módica cantidad para retribuir su
trabajo de dirección. Volvió a brillar en aquella ocasión por las estrechas
relaciones humanas que mantenía con su colectivo y por el desinterés personal,
que era una característica de todos sus actos.
Yo como amigo, como compañero, como holguinero que conocí
de cerca los méritos de Raúl, su calidad artística y humana, creo que no hay
mejor ejemplo para las nuevas generaciones. Muchas veces conversamos sobre su
vida, sus aspiraciones, su trayectoria: era un hombre satisfecho de sí mismo y
de la colaboración recibida por todos aquellos que, juntos, logramos tan
importante obra en una ciudad del interior del país, donde poco antes no había
prácticamente ninguna institución cultural.
Pero, para él, la mayor satisfacción era el cariño que le
demostraban los holguineros en todas partes; eso era lo más grande, lo que más
apreciaba, porque él sentía un inmenso cariño por éste pueblo, este pueblo
heroico y maravilloso que es Holguín.
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