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27 de febrero de 2017

Roberto Valcárcel: es un privilegio hacer arqueología



Por Leandro Estupiñán (Lunes, 21 Enero 2013)
 
Una mañana de invierno llegó el holguinero Roberto Valcárcel al célebre Stonehenge, monumento levantado en las cercanías de Amesbury, Inglaterra. Cuando descendió del autobús la tierra estaba cubierta por una bruma espesa y todavía ningún turista molestaba el espíritu del lugar. Observando las inmensas rocas colocadas en círculos por los antepasados del megalítico, imaginando lo que habrían pensado aquellos hombres anteriores ante el obelisco, el arqueólogo holguinero completó el enfoque que hasta entonces sostenía sobre su profesión.
“Cuando tienes que trabajar con objetos y huesos de personas que alguna vez fueron alguien te quedas con una percepción diferente de la vida. Tienes que saber que se trata de un objeto de investigación, pero así y todo varía tu visión de la gente y del pasado. Igual pasa en un monumento como Stonehenge que es una marca, la forma de controlar el paisaje y con ello los poderes de la naturaleza, ese afán perenne de los hombres. Es un privilegio hacer arqueología, que es, además de ciencia, el lugar más cercano para entrar en comunicación con lo sobrenatural, percibirlo”, dice.
Valcárcel no se considera un especialista en monumentos del tipo crómlech, y si se encontraba de paso en Inglaterra aquel día casi gélido era porque lo obligaba la arqueología, especialidad a la cual se acercó en la Universidad de Oriente, estudiando historia, especialidad de la que se licenció cuando La Habana era sede de los Juegos Panamericanos.
“Me gustaba la historia antigua y es difícil estudiar historia antigua en Cuba. Casi saltamos de Colón al siglo XVIII, que es cuando se consolida la aristocracia cubana. Pareciera que no tenemos una historia realmente antigua. Escogí la especialidad por la profesora María Elsa Trincado. Ella nos enamoró de la arqueología.”
El entrevistado está sentado en una de las sillas del Departamento Centro Oriental de Arqueología del Ministerio de Ciencia y Tecnología de Cuba donde se desempeña como investigador auxiliar. Viste un pulóver rojo y sus ademanes son suaves como el tono de su voz. Lo escolta una estantería sobre la que pueden verse ídolos aborígenes, un microscopio y varias pilas de libros. Sobre el lomo verde de uno de ellos se lee: “Anatomía Vegetal”. Cerca, enmarcado y con cristal, descubro el mapa con la ruta colombina y la de otros exploradores por los mares antillanos, también están identificados los principales cacicazgos de la Isla, registrada con el nombre de Cubanacán.
“En Holguín y en Cuba hubo indios hasta ayer mismo. Fue un proceso paulatino de expropiación económica y reconfiguración de identidades sociales”, asegura.
Valcárcel nació en el Holguín de 1968 y su relación con Banes parece sustentada en una especie de necesidad. En lo específico le atrae el sitio arqueológico El Chorro de Maíta. A la exploración y estudio de ese lugar ha dedicado buena parte de su tiempo y su dedicación ha sido recompensado con creces. Primero logró una maestría, cuyo tema devino en el libro “Banes precolombino. La ocupación agricultora”, Premio de la Ciudad en el 2001 editado por Ediciones Holguín al año siguiente. Luego llegaron los estudios doctorales en la universidad holandesa de Leiden, donde se graduó el 22 de noviembre de 2012 con título “cum lauden”, esto es “con honores”, en latín. Esa distinción ha sido muy pocas veces otorgada por la mencionada universidad holandesa.
“Es la de Leiden la universidad más antigua de Holanda. Cuenta con un grupo multinacional de investigación sobre el Caribe. Con mi trabajo Cuba se incorporó. Ellos proponen una visión diferente de la arqueología caribeña, analizan cómo se relacionan las islas y sociedades indígenas entre sí y dan mucha importancia a la aplicación de diversas ciencias en arqueología. El claustro lo integran especialistas de alto nivel académico. Es muy prestigioso.”
“Interacción colonial en un pueblo de indios encomendados. El Chorro de Maíta”, es el título de la tesis doctoral de Valcárcel.  Iniciada en el 2005, y relacionada con dos proyectos del Departamento Centro Oriental de Arqueología , examina el territorio a la vez que reconsidera la interacción entre indígenas y europeos. Pareciera solo interesante, pero las conclusiones encierran grande novedad.
“En el 2005 obtuve una beca en Inglaterra para estudiar metales encontrados en el Chorro. Se pensaba que los metales eran indígenas, pero en Inglaterra ratificamos que se trataba de objetos europeos, posiblemente fabricados en Alemania. Si 17 enterramientos del cementerio tienen esos metales, entonces se trata de sepulturas hechas después de 1492. Más que un símbolo indígena, El Chorro es un emblema del mundo colonial temprano, cuando los aborígenes eran actores importantes y pasaban su experiencia a los europeos, sostenían la economía e interactuaron con los españoles, los africanos o los indígenas que eran traídos como esclavos. Hubo una movilidad generada por la colonización. Pasa con los objetos. En El Chorro hay objetos de Colombia que posiblemente fueron traídos para cambiárselos a los indios o para dárselos como pago por el trabajo. Porque, por ley, el trabajo del indio encomendado se pagaba. Los indios encomendados no eran esclavos aunque su vida era tan difícil y corta como las de estos”.
-¿Cómo se confirma científicamente tanta información?
“Es bien complicado y muy caro. En laboratorios de Noruega, Inglaterra, Holanda y Estados Unidos tuvimos que hacer fechamientos radiocarbónicos de muchos esqueletos para determinar la antigüedad de los restos. Cuando excavamos las zonas no funerarias del sitio dio la impresión de que no hubo un gran impacto sobre la vida cotidiana de la gente, pero el cementerio, por su composición y ritmos de muerte, demuestra que los europeos impusieron estrategias de dominación para obligarlos a trabajar bajo el sistema de encomienda. Para reconocer la diversidad étnica se necesitaron estudios de antropología física, y también de isótopos de estroncio, estos últimos permiten saber el posible origen geográfico de los individuos. Se hicieron estudios dentales y craneométricos, análisis de identificación de ámbar, coral y azabache y comparaciones con piezas arqueológicas en museos de Colombia”.
-¿Por qué este interés por el mundo aborigen?
“Porque es la mayor parte de nuestra historia y se ignora. La arqueología indígena ha sido más de curiosidad que un proyecto real para el estudio del pasado desde perspectivas arqueológicas. Lo indígena en Cuba se ha manipulado mucho, siempre. Los cubanos en las guerras de independencia hablaban de los indios como modo de decir que los españoles no tenían derecho para controlar a Cuba. Así ha seguido pasando. Pero, la ausencia de una visión seria sobre el impacto de la cultura indígena en la cultura cubana y en la conformación del ente nacional a nivel genético ha influido mucho en la falta de interés real por el tema. Los museos con material arqueológico muestran objetos que la gente a veces no entiende bien para qué sirven. Los indígenas y lo que los documentos o la arqueología dice de ellos, son apenas dos o tres páginas en los libros de historia. Todo comienza con Colón. Se ha pensado que la historia de Cuba es de Colón al presente y no necesita de arqueología, una ciencia que recupera la historia a través de los restos materiales”.
-¿Es difícil ser arqueólogo en Cuba?
“Es difícil por un problema de disponibilidades técnicas y de recursos, de formación profesional. No hay una carrera de arqueología ni interés por fomentarla. No hay una escuela de arqueología. Esto ha cambiado un poco con la necesidad de cambiar las ciudades para el turismo. En San Gerónimo, en La Habana Vieja, hay una especialización en arqueología dentro de una carrera de manejo del patrimonio, pero básicamente en entornos urbanos. Es precaria la arqueología para analizar la historia cubana. Hay pocos investigadores y se vuelve embarazoso el acceso a la formación internacional. Lo mío ha sido excepcional".

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