La arqueología cubana ha revelado
que la historia de la presencia humana en el archipiélago precede en varios
milenios al arribo europeo, y asimismo que las sociedades indígenas destruidas
por los conquistadores no eran tan simples como se las ha presentado en la
historia tradicional y que esos indígenas y sus descendientes generaron herencias
esenciales en la conformación del ente nacional de Cuba.
Por demás y felizmente el mundo
colonial también está siendo recuperado gracias al trabajo de los arqueólogos
que ya ha traído a la luz viejas ciudades, ingenios azucareros, palenques de
cimarrones y, sobre todo, un modo diferente de mirar nuestra historia.
Desde hace más de un siglo la
arqueología cubana trabaja por aportar esa otra mirada. Todo comenzó con los
trabajos de Luís Montané y Dardé[1]
(1849-1936) durante la segunda mitad del siglo XIX en la capital del país. Y
acto seguido emergieron tempranamente individuos interesados en la
investigación arqueológica, en ocasiones integrados a grupos de aficionados.
Ello dio nacimiento a un amplio movimiento de coleccionistas privados.
En la historia de la arqueología
cubana siempre se tuvo en cuenta a esos actores locales y cuando se fortaleció
la disciplina se hicieron esfuerzos para estructurar el vínculo de ellos y las
instituciones nacionales. Un ejemplo relevante fue la integración a la Comisión
Nacional de Arqueología, en el mismo momento de su fundación en 1937, de
coleccionistas y aficionados como Pedro García Valdés, de Pinar del Río, y Eduardo
García Feria, de Holguín, e, igual, la designación de delegados de la Comisión
en las distintas provincias de la isla.
Estos individuos poseían el
conocimiento de las locaciones arqueológicas y, en ocasiones, eran dueños de
colecciones; aportaban datos y apoyaban el trabajo de los arqueólogos
reconocidos, radicados en La Habana o en el
extranjero. De cualquier modo debe recordarse que ciertos investigadores, como
Felipe Pichardo Moya, en Camagüey, en la década de los años cuarenta del siglo
XX o Felipe Martínez Arango, en Santiago de Cuba, en los años cincuenta,
desarrollaron investigaciones relevantes y propuestas de alcance nacional.
En la misma línea tampoco puede
ignorarse el importante trabajo de grupos como el Humboldt, con sede en
Santiago de Cuba, el Yarabey, de Camagüey, o el Caonao, en Morón, o el de
colectivos menos formales, en otras regiones.
En 1962, la Revolución Cubana
impulsó todas las ciencias cubanas, incluyendo un apoyo fuerte al movimiento de
aficionados a la arqueología e institucionalizando esa ciencia.
Diferentes partes de Cuba tienen sus
propias historias en lo que a estudio y reconocimiento del patrimonio
arqueológico se refiere[2].
Historias esas, muchas veces construidas por personas que residen en esos
lugares y que sienten que el patrimonio que allí existe es necesario para
generar un discurso intelectual o científico y asimismo esencial para definir
su entorno y la conformación de su mundo.
Estos individuos aportaron un rostro
local que es imprescindible reconocer para llegar a una visión integral de la
arqueología de la isla y sus actores.
Estas notas aportan elementos históricos
al rostro generado desde la arqueología holguinera. Nacen de las conversaciones
entre un historiador y un arqueólogo y del común interés por entender nuestro
pasado y el modo en que impacta en nuestro presente y la forma en que nos
entendemos como sociedad. En algún momento del dicho diálogo se
hizo evidente que el contrapunteo personal podía ser del interés de otros y de ahí nació la idea de
reunir la historia de la arqueología en la provincia cubana de Holguín, sobre todo para mostrar cómo una disciplina secundaria en el panorama de
las ciencias sociales cubanas ha logrado sobrevivir y hasta crecer en esa
provincia, a la vez que contribuyó (y contribuye) a la recuperación del
patrimonio arqueológico, sin dudas un ente importante en la construcción de la
identidad local.
José A. García Castañeda y José
Manuel Guarch Delmonte son personajes claves en la estructuración de este
recorrido. Su labor y la de otros arqueólogos se reseñan aquí de diversos
modos. También aparecen informaciones (testimonios
principalmente), que sitúan a los arqueólogos y aficionados de ayer y de hoy
frente a las circunstancias en que vivieron e hicieron su trabajo, para desde
este enfoque llegar hasta la arqueología del presente y las preocupaciones de
mañana. Igualmente se tratan aspectos sobre el modo en que se ha manejado y
llevado a la sociedad la información arqueológica y los datos sobre el mundo
indígena.
No es propuesta de estas simples notas
un estudio sistemático y formal de los arqueólogos y de la arqueología hecha en
Holguín, de sus aportes o problemas y la reflexión a fondo sobre su impacto en
la arqueología de Cuba, es claro que quedan figuras y momentos importantes por
tratar. No obstante, los artículos y testimonios compilados resultan una información
valiosa y dan un enfoque personal y libre, lo que lleva a detalles que de otro
modo hubiera sido difícil conseguir y que ubican a los lectores en criterios
sobre el pasado y en las circunstancias cotidianas del mundo de la
investigación arqueológica.
Los que aquí se aportan son datos
que serán de gran utilidad para un futuro abordaje profundo, que, sin dudas, ya
debe iniciarse, y asimismo son un acto necesario de recuperación de la memoria
y también de la visión actual de una disciplina importante en la construcción
de la cultura y la identidad holguinera.
Deseamos agradecer a todos los que
ofrecieron sus testimonios y recuerdos. Reconocemos la contribución de Alberto
Corona García, quien conserva la memoria del Grupo de Jóvenes Arqueólogos, y el
apoyo de antiguos miembros de esa formación como Miguel Céspedes
Rodríguez, Ramón Fernández Sarmiento y Austrialberto Garcés Gómez. Además,
gracias a Rigoberto González Limiñana logramos tener una visión más acabada
sobre el Grupo Científico de Holguín “Eduardo García Fería”. Fueron igualmente
importantes las informaciones aportadas por Miguel Cano Blanco, Georgelina
Miranda Peláez y Abel Tarrago, así como la ayuda de Elia Sintes Gómez, Xiomara
Garzón, José Oliver, Peter Siegel e Ileana Rodríguez Pisonero.
Importante fue el apoyo de la dirección
de la filial en Holguín de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba,
en la persona de Julio Méndez, y la jefa del Departamento Centro Oriental de
Arqueología, Elena Guarch Rodríguez, quienes tanto apoyaron en la preparación
del texto.
Agradecemos al Instituto Cubano de
Antropología (ICAN) y al Departamento Centro Oriental de Arqueología por
permitirnos el uso de imágenes de sus archivos; siendo en este sentido de mucha
importancia la ayuda de Elena Guarch, Mercedes Martínez, Gerardo Izquierdo,
Ulises González y Guillermo Baena.
Finalmente deseamos que estos textos
sirvan de homenaje a todos los aficionados y arqueólogos de Holguín y Cuba que
han trabajado y trabajan mayormente por amor a su tierra, en ese esfuerzo
interminable por recuperar las múltiples raíces que nos explican y
definen.
[1] Se considera el iniciador de la arqueología desde una perspectiva
cubana. Antropólogo de renombre internacional formado en Francia, profesor de
la Universidad de La Habana y fundador del museo que más tarde llevaría su
nombre.
[2] Para una valoración historiográfica de la arqueología cubana en
general y del accionar de los aficionados pueden consultarse los textos:
- R. Dacal Moure (2004) Historiografía Arqueológica de Cuba. Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología. Consejo Nacional de Patrimonio Cultural de Cuba, México D. F.;
- R. Dacal Moure y M. Rivero de la Calle (1984) Arqueología Aborigen de Cuba. Editorial Gente Nueva, La Habana;
- S.T. Hernández Godoy (2010) Los estudios arqueológicos y la historiografía aborigen de Cuba (1847-1922). Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, La Habana;
- R. Terrero Gutiérrez (2013) Grupo de Aficionados Yarabey, notas para su estudio. Cultura material e Historia. Encuentro arqueológico II, editado por I. Hernández Mora, pp. 63-71. Ediciones El Lugareño, Camagüey.
No hay comentarios:
Publicar un comentario