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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

27 de febrero de 2017

Angela Peña Obregón: Historia y arqueología, un nexo clave. Entrevista a la notable historiadora (y arqueologa) holguinera



Por José Abreu Cardet
Entrevista a Ángela Peña Obregón (Holguín, 24 de julio de 1945). Licenciada en Historia por la Universidad de La Habana (1967) y Máster en Historia y Cultura. Miembro de la UNHIC, UNEAC y de la Comisión Provincial de Monumentos. Es una de las historiadoras más destacadas de Holguín, con una obra imprescindible para entender la ciudad y un largo pero poco conocido vínculo con la arqueología
-¿Cuál fue su relación inicial con la arqueología? ¿Cómo veía a los arqueólogos?
Estudié Historia en la Universidad de La Habana a la que ingresé en 1963. Después hice tres años de Historia del Arte, pero allí nunca recibí clases de Arqueología. Tampoco en Holguín, antes de ir a La Habana, había tenido relación con la arqueología. Me gradué en 1967. Después del Servicio Social me incorporé a trabajar al Departamento de Monumentos y Marta Arjona, directora del Consejo Nacional de Museos y Monumentos, fue quien nos llamó a mí y a mi compañera de la carrera de Licenciatura en Historia, Daniela Norat, para comunicarnos que en el Departamento de Antropología de la Academia de Ciencias de Cuba se iniciaba un curso de Arqueología. Nos dijo que si ella tuviera la edad de nosotras no se lo perdía. Empezamos el curso en el año 1970 y terminamos en 1973.
De esa etapa, al arqueólogo que recuerdo más es al doctor Ernesto Tabío, quien también había contribuido a formar a los arqueólogos de la propia Academia (Guarch Delmonte, Milton Pino, Payarés). Tabío para mí era un personaje muy interesante, nos hablaba de sus viajes y de lo que había tenido oportunidad de conocer y trabajar arqueológicamente, también en aquel momento publicó con la doctora Estrella Rey el libro Prehistoria de Cuba, que sería un clásico. Otros arqueólogos que conocí fueron Ramón Dacal, que trabajaba en el Museo Montané, y a Eladio Elso, que creo trabajaba en Cultura.
Y también conocí a un arqueólogo que era mal mirado por los de la Academia de Ciencias, pues trabajaba con Eusebio Leal en el futuro museo de los Capitanes Generales, y al cual la Comisión Nacional de Monumentos le paraba constantemente el trabajo, ese se llamaba Leandro Romero. Lo que les cuento ocurría por el antagonismo y creo también por el celo profesional que había entre los arqueólogos de la Academia de Ciencias y Marta Arjona con Eusebio Leal y sus colaboradores. Era algo difícil y triste de entender, pues a mí me impresionó mucho la investigación que Romero llevaba, en la propia Plaza de Armas, sacando a la luz las estructuras arquitectónicas de la primitiva parroquial de La Habana. Allí pude apreciar el verdadero valor de la arqueología histórica o colonial y también cómo esas rencillas dañaban el trabajo profesional.
-¿En qué consistió el curso? ¿Quiénes fueron sus compañeros de aula? ¿Qué aporte dieron a su formación? 
Durante el curso, o sea, durante los dos años, realizamos cuatro excavaciones grandes. El primer año se hicieron tres. Dividieron a los alumnos en dos grupos: un mes o 15 días, en el sitio La Campana, en Banes, con el profesor Milton Pino, mientras el otro grupo participó en una excavación en Levisa. Después estuvimos trabajando 15 días en la cueva de La Pintura, en Bahía Honda, también con Milton Pino. Para concluir el curso fuimos un mes al sitio La Martina en Guanahacabibes, en pleno mes de enero, con un frío terrible y con tan poca agua que solamente había para hacer la comida y para beber. Había que bañarse en la playa. Pero fue muy interesante, pues pudimos apreciar las evidencias de una de las culturas más primitivas de Cuba, lo que nos completaba el universo que habíamos estudiado teóricamente en las clases que recibimos.
En esos trabajos de campo nos enseñaron a hacer excavaciones controladas. También recibimos diversas asignaturas. El doctor José Manuel Guarch Delmonte era el jefe del Departamento de Arqueología y el profesor principal del curso. En el primer año recibimos clases de Prehistoria de Cuba y del área circuncaribe; Técnicas arqueológicas de campo y laboratorio; Nociones de osteología humana; idioma Inglés; Historia del pensamiento arqueológico. En el segundo año estudiamos Nociones de osteología animal y rudimentos de malacología; Metodología de la investigación arqueológica; Estadística aplicada; Introducción a la ecología general y Etnografía (conceptos generales y métodos). El curso fue bueno, pero nunca se convenió con el Ministerio de Educación y, por tanto, no hubo títulos, solamente una certificación de notas expedida por la licenciada Sonnia Moro Parrado, subdirectora para  Cuadros, Calificación y Relaciones Internacionales del Instituto de Ciencias Sociales de la Academia de Ciencias.
Entre los alumnos había diferencia de origen e intereses. La mayoría trabajaba en el Departamento de Arqueología de la Academia de Ciencias, pero algunos éramos de otros centros. Entre los que trabajaban en la Academia de Ciencias había algunos de avanzada edad que, se decía, habían sido removidos de puestos superiores o que entraron por diversas causas; esos se incorporaron al curso cuando aquel ya estaba adelantado. Asimismo algunos de los alumnos habían trabajado o tenían vínculos con Antonio Núñez Jiménez, entre esos estaban Mario Pariente, Eduardo Keral y Jorge Febles. Este último se hizo un especialista muy reconocido en el estudio de la piedra tallada. De otras provincias estaban Alfredo Rankin, de Trinidad, y Enrique Alonso, de Pinar del Río. Otro estudiante venía del Ministerio de Relaciones Exteriores, creo que había sido diplomático, José Fresneda. Él, Róger Montañez y Alberto Abreu, que murió en el avión derribado por terroristas en Barbados, se dedicaban a la arqueología subacuática. También había otro grupo proveniente de la Universidad de Oriente, María Nelsa Trincado, Nilecta Castellanos y Abel Cabrera, estos preparados por Martínez Arango, y otro grupo de Santiago, entre ellos recuerdo a  la hermana de Vilma Espín, Sonia, y a su esposo, Iván Pérez pero ellos asistieron muy poco. Los que trabajaban en el Departamento de Arqueología de la Academia de Ciencias, (Aida Martínez, Osvaldo Teurbe Tolón, Jorge Calvera, Lourdes Domínguez), eran los más preparados y mientras estudiaban tenían que seguir con su trabajo en el Departamento de Arqueología. 
El trabajo de Daniela y mío era sobre el patrimonio arquitectónico y urbano de La Habana Vieja (investigaciones, inventarios, etc.). Era un trabajo apasionante que me interesaba mucho y que estaba muy estrechamente vinculado con la Arqueología colonial. La posibilidad de visitar casi a diario las vetustas mansiones coloniales habaneras, estudiar el mobiliario, la historia intangible que atesoraba cada una de ellas, era también algo que me animaba y satisfacía mucho. Igualmente trabajar con profesionales muy reconocidos que convertían ruinas en museos o recuperaban elementos perdidos o transformados; era grandioso. Entre esos se encontraban los arquitectos Fernando López y Daniel Taboada y el historiador Pedro Herrera. Después conocí y trabajé con otros: Carlos Dunn, Nelson Melero, Elena Jankoska. Pero el trabajo más significativo era el que ya realizaba Eusebio Leal. El departamento nuestro radicaba en el Castillo de la Fuerza, y en los almacenes existían cajas con evidencias arqueológicas de inmuebles de la Plaza de Armas, que siempre nos habían interesado.
Mis compañeros de curso, en muchos casos, fueron los arqueólogos que después llevaron adelante la investigación en el país, gente muy capaz. En aquellos tiempos participé en la 1ra. Jornada Nacional de Arqueología que se realizó en Banes. A ella asistieron los principales arqueólogos cubanos, como Rivero de la Calle, Martínez Arango; y allí estaba Orencio Miguel y debe seguramente que también estuvo Pepito (José A. García Castañeda).
-¿Cuéntenos de su inicio en la arqueología colonial?
Lo primero que conocí fueron algunos trabajos de Eladio Elso sobre elementos arquitectónicos, sobre todos dibujos que él hizo, como por ejemplo bocallaves, y en una visita también supe de lo que había hecho para restaurar la iglesia de Santa María del Rosario. Después me vinculé más a fondo con esa arqueología colonial trabajando con el arqueólogo Rodolfo Payarés, quien después de trabajar en la Academia de Ciencias pasó a ocupar el cargo de jefe del Departamento de Monumentos. Con él, Valdés Pino (otro arqueólogo) y Jorge Calvera participé durante un mes en una excavación en El Chorrito, Nuevitas, buscando el lugar donde se fundó Camagϋey. En el 1977 estuve en la excavación que se realizó en el ingenio Triunvirato en Matanzas, allí fundamentalmente descubrimos las estructuras de edificios del ingenio en ruinas. Hoy aquello es un museo. Nunca participé en excavaciones en La Habana.
-¿Cómo se vinculó usted con la arqueología que se hacía en Holguín?
Fue a través de mi trabajo en Patrimonio. Trabajé junto a Hiram Pérez en la Casa Natal de Calixto García, en la búsqueda de elementos originales perdidos o transformados cuando la restauración; también en la Casa del Teniente Gobernador, con Roxana Pedroso, del Departamento Centro Oriental de Arqueología, con la finalidad de encontrar evidencias para el futuro museo que se instalaría en el inmueble, y en Loma de Hierro, cuando el sitio fue declarado Monumento Nacional. En este último lugar trabajé sola desempeñándome como arqueóloga con una pequeña brigada de restauración. Apliqué la misma metodología que en Triunvirato para sacar a la luz los cimientos del fuerte, el cual había sido trabajado antes por Guarch. Yo lo estudié bibliográficamente primero y me percaté de que la tipología arquitectónica y sobre todo el sistema constructivo eran similares a los existentes en el sistema defensivo Holguín-Gibara. Finalmente logramos rescatar algunos elementos de los cimientos y muros, incluso una buena parte de uno de los lados salió cuando se limpió el foso. Con los objetos que obtuvimos en esta excavación, más donaciones de los vecinos de la zona, montamos un pequeño museo de sitio que ubicamos en la escuelita que se encuentra dentro del área histórica. El pequeño museo se complementó con un mural de cerámica ilustrativo del lugar y pormenores de la toma del fortín.
Más tarde, a finales de los 90 trabajé con Juan Jardines Macías y Manuel Garit en la excavación en la Catedral de Holguín. César Rodríguez también participó, a él le correspondió el estudio de las osamentas del cementerio de la iglesia. Años después me involucré de nuevo con Jardines en trabajos arqueológicos en la Casa del Casa del Teniente Gobernador y en dos casas más, cercanas a la Plaza de la Parroquial, actual parque Julio Grave de Peralta.
 
-¿Cuál consistió su labor en la investigación de la Casa del Teniente      Gobernador?
Aunque todos los días acudí a la excavación, me dediqué a la búsqueda documental y a entrevistar antiguos moradores, pues si interesante era descubrir elementos arquitectónicos y evidencias de la vida transcurrida en aquel sitio, también lo era saber de quién era la casa (que entonces se desconocía), qué lugar ocupaban en la sociedad de entonces sus dueños, si tenían bienes, esclavos, etc. También se necesitaba saber la localización de la misma respecto al tejido urbano, específicamente qué significaba en el Holguín temprano, particularmente por hallarse algo alejada de la Parroquial.
Las evidencias arqueológicas que allí encontramos arrojaron datos del modo de vida del siglo XVIII holguinero, con la salvedad de que a la mayor profundidad aparecieron fragmentos de cerámica de apariencia aborigen, que por estudios comparativos fueron fechadas de mediados del siglo XVII. Precisamente esos objetos resultaron uno de los más significativos aportes del estudio. También se rescataron elementos arquitectónicos y constructivos de la vieja casona: nivel del piso, vanos abiertos con posterioridad a la construcción del inmueble, inscripción en uno de los cuadrales del dormitorio, tal parece que por el  maestro carpintero que elaboró y pintó el falso techo, etc.
 -¿Qué aporte dio a la historia de Holguín el trabajo en la iglesia de San Isidoro?
Se hizo una reconstrucción del espacio urbano mediante el primer plano que se conoce de Holguín (de 1737), el cual fue estudiado y llevado de varas castellanas a metros. Eso nos permitió conocer dónde estaba exactamente la primitiva iglesia que había sido cementerio, y el espacio que ocupaba respecto a la iglesia actual, los puntos exactos donde se estaba excavando, por ejemplo, saber si antes había sido el atrio o un sitio interior del templo, etc.
Con ello se enriqueció la historia de la ciudad en sus inicios, la cual estaba llena de datos falsos. Esos falsos  datos decían, por ejemplo, que la capilla de la Virgen del Rosario, actual del Santísimo (hacia la derecha entrando) era el área más antigua de la iglesia. Nosotros descubrimos que hubo más de una iglesia, corroborando los datos que da el obispo Morell de Santa Cruz, y hallamos que la parte más antigua correspondía a la iglesia primitiva que se ubicaba en lo que hoy es la entrada y parte de la calle Libertad
Además, se trabajó con los libros de la iglesia y se pudo reconstruir el cementero interior. Se conoció quiénes eran los propietarios de los tramos más caros, o sea, las familias pudientes, y, además, que en el interior de los tramos estaban enterrados negros, posiblemente libres.
 -¿Cómo ve Vd. la relación entre arqueología e historia?
Es un nexo clave. Considero que el estudio interdisciplinario es de suma importancia, por lo cual, en mi caso, ha sido realmente satisfactorio el poder trabajar un tema desde distintas aristas. Este método fue el que utilizamos en la investigación realizada sobre el camino de la Virgen de la Caridad con el arqueólogo Roberto Valcárcel Rojas y el ingeniero Miguel Ángel Urbina. En ese caso se aplicaron distintas técnicas (etnografía, arqueología, historia, geografía...) y creo que logramos un resultado que superó las expectativas.
-¿Qué criterio tiene sobre la colección arqueológica García Feria?
No la conozco bien, pero sí es importante recordar el impacto que tuvo en la Cuba de antes de la Revolución, expuesta como estaba en un pequeño museo que fue visitado por diversos intelectuales, entre ellos importantes arqueólogos cubanos y extranjeros y personalidades de la cultura, políticos, así como  estudiantes y pueblo en general. Considero que fue un error de la Academia de Ciencias en aquellos años haberla disgregado en vez de haber organizado el museo en un local propio para el mejor desarrollo y control de la institución, más cuando estaba inventariada y catalogada. Lo poco que hay en Holguín de ella es muy interesante.
En el caso de nuestra provincia se debe reconocer también la colección del banense Orencio Miguel. De ella nació un museo tan importante como el Baní. Otra personalidad de la Arqueología prerrevolucionaria en el territorio fue Alejandro Reyes Atencio, quien trabajó en Antilla y tuvo también su pequeña exposición, parte de la cual se exhibe en el Museo Municipal de ese pueblo. Las piezas más importantes son los ídolos Taguabo y Maicabó. Sobre estos se dio un sincretismo religioso que derivó en todo un culto local, considerándolos como Dios de la Lluvia al primero y Dios de la Seca al segundo, los dos ídolos fueron vinculados con la Virgen de la Caridad. Incluso a esos ídolos aborígenes se les hacían rezos católicos mientras los sacaban en procesión para provocar la lluvia, de la cual carecía la ciudad de Antilla.
-¿Cuál es su criterio sobre la obra de Guarch Delmonte?
Considero que fue el más brillante de los arqueólogos de su generación. Su carácter lo ayudó a superarse, a publicar, a hacer periodizaciones de carácter nacional, pero también a proponer ideas muy arriesgadas que no dependían solo de la arqueología para ser verificadas sino que para ello se debía partir de varias fuentes y disciplinas.
Por demás Guarch realizó trabajos excelentes para el momento en que los hizo, como es el estudio sobre el taíno de Cuba, y la excavación en El Chorro de Maíta, donde además gestó un museo in situ. Los resultados sobre la historia del lugar, que ha arrojado la nueva investigación dirigida por el arqueólogo Roberto Valcárcel Rojas, dan una visión diferente, pero no demeritan lo realizado por Guarch, pues los conocimientos científicos existentes entonces llegaban hasta donde el llegó.
Creo también que la Arqueología cubana ganó un espacio internacional gracias a él, un hombre de grandes aspiraciones, muy organizado y exigente, y de una presencia llamativa y verbo que convencía. Esto le valió para imponerse y lograr éxitos, aunque también se ganó oponentes, porque no todo el que le rodeaba pensaba como él. Y en verdad Guarch tenía áreas en las que era controversial, pero logró que la arqueología en Holguín, que ya tenía su tradición propia, ocupara un espacio nacional al organizar el Departamento de Arqueología y preparar el personal calificado, a lo cual se dedicó desde el año 1977, cuando se mudó a esta ciudad.
-¿Qué papel tuvo Caridad Rodríguez en los trabajos de Guarch?
Cacha, que era la esposa de Guarch, lo apoyó mucho. Conociéndola a ella de cerca (y felizmente he tenido oportunidad de hacer algunas cosas con ella), me he dado cuenta de que fue valiosa para él. Incluso, que muchas de las ideas en las que trabajaron pueden haber partido de ella; además fue ella quien ilustró los trabajos de él y realizó maquetas, reproducciones, restauraciones, etc. para museos y ambientaciones, como el museo del Capitolio, en la sede de la Academia de Ciencias, y el de El Chorro de Maíta, en los que demostró creatividad e iniciativa. Eran una pareja, pero ella tiene su propia obra.
-Usted estuvo siempre cerca de la arqueología pero hizo su obra como historiadora. ¿Por qué esa elección?
Siempre me ha gustado la arqueología y he tenido conciencia de cuánto puede aportar al conocimiento del pasado. No obstante, el entorno donde estudié Historia y el lugar de La Habana donde comencé a trabajar era tan positivo y de un nivel académico tan alto que quedé completamente involucrada y fascinada con mi trabajo, con la arquitectura, los monumentos, las fortificaciones. Allí aprendí mucho y se perfiló totalmente mi línea de trabajo. Desde el punto de vista de mis investigaciones, cuando el trabajo lo requiere, parto siempre del dato arqueológico. En el libro Estampas holguineras, realizado junto a la colega Enriqueta Campano en el año 1992, reconozco que las bases de la cultura holguinera tienen varios milenios de antigüedad, o sea, estoy dándole el espacio que le corresponde al legado de los primeros hombres que habitaron el territorio provincial, y así lo hago en otras obras. Esto es imprescindible para definir nuestra identidad y la contribución del indio en ella. De cualquier modo guardo un aprecio profundo por la arqueología y los arqueólogos y creo que en estos años, investigando los orígenes de Holguín, he vuelto a sentir que eso no se puede hacer sin ellos y, por supuesto, estoy  contenta de haber tenido la oportunidad de pasar aquel curso, ir a las excavaciones y tener tantos buenos colegas en ese campo.











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