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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

27 de febrero de 2017

Dr. Roberto Valcárcel Rojas: Como en Cuba no tenemos carrera de Arqueología desde “casi nunca”, los que quieren hacer esto en los mejores casos van dando tumbos detrás de una visión o un sueño



Por: José Abreu Cardet
Entrevista a Roberto Valcárcel Rojas (Holguín, 12 de noviembre de 1968). Graduado de Historia por la Universidad de Oriente de Santiago de Cuba en 1991 y Doctor en Arqueología por la Universidad de Leiden, Holanda (2012). Trabaja desde 1993 como investigador en el Departamento Centro Oriental de Arqueología en Holguín. Ha dirigido proyectos de investigación tanto en sitios precolombinos como en espacios coloniales.
-Un resultado de investigación que coordinaste junto a un  amplio grupo de expertos cubanos y extranjeros, ganó uno de los premios nacionales de la Academia de Ciencias de Cuba. ¿Qué significa esto para ti?
Pocas veces los estudios de arqueología ganan estos premios, no porque no sean buenos, sino porque los investigadores no presentan su trabajo o porque se hace difícil conseguir el impacto que se pide. Pero creo que hay que insistir en esos premios, pues dan la visibilidad que la arqueología necesita para consolidarse en nuestro actual ambiente científico y social. En este caso el premio reconoce el valor de la investigación[1] que ha seguido el Departamento Centro Oriental de Arqueología en Holguín, iniciada por el doctor José Manuel Guarch Delmonte y el equipo de investigación de esa institución. Ellos acumularon muchos de los datos sobre los que hemos vuelto y a los que incorporamos nuevas informaciones para reinterpretar el cementerio de Chorro de Maíta. Nuestra visión ahora es muy diferente, pero crece sobre lo que ellos hicieron. El premio también sirve para agradecer a tantos colegas dentro y fuera de Cuba que participaron en esta aventura académica, y que confiaron en nosotros. Además demuestra la capacidad de la arqueología cubana para concretar o involucrarse en proyectos amplios, interinstitucionales y multidisciplinarios, y prueba qué tan lejos podemos llegar desde una investigación seria y cómo podemos cambiar la historia o construir una imagen de momentos o aspectos totalmente desconocidos de esta.
-¿Cómo te acercaste a la arqueología? ¿Cómo se forma un arqueólogo en Cuba?
Supe que había arqueología en Cuba cuando entré a la universidad.  Allí estaba interesado en temas de historia antigua y en combinar mis estudios de historia con los de historia del arte… una visión con poco futuro, pues en Santiago de Cuba, específicamente en la Universidad de Oriente, se buscaba la especialización en Historia de Cuba. Por tanto mi posición era algo confusa. Entré a estudiar Historia sin mucho interés. Parecía que lo que me movía era el gusto de un adolescente por los temas antiguos que muestran la literatura y el cine; y sinceramente, entré en Historia, sobre todo, porque no tenía las calificaciones necesarias para seguir Arquitectura, que era lo que inicialmente pensaba hacer. María Nelsa Trincado dirigía entonces el Museo y el Laboratorio de Arqueología de la Universidad y era todo un símbolo de excelencia académica y rigor profesional, temida y admirada por sus estudiantes. Ella quería reforzar su grupo de trabajo y me convenció de la posibilidad de combinar las cosas que me gustaban desde la arqueología. Que eligiera a un alumno ya era un elogio, así que hacia el tercer o cuarto año pasé a ser uno de sus alumnos ayudantes y a leer arqueología y participar en trabajos de campo en distintas partes de Santiago de Cuba, Granma y Guantánamo. Allí hice excelentes compañeros, todavía sigo escribiendo y trabajando con uno de los más brillantes, Jorge Ulloa Hung. Y además pude vivir la aventura de los viajes a cuevas, montañas y parajes remotos de Oriente y tuve la posibilidad de aprender de María Nelsa y atisbar cosas del mundo académico e intelectual santiaguero donde ella y sus estudiantes se movían, sobre todo con Olga Portuondo y en la Casa del Caribe, donde estaban Joel James, Jorge Luis Hernández. En fin, era muy bueno cuando aún no se sabe bien qué es lo que uno quiere hacer. Mi tesis fue una caracterización estético formal de asas de vasijas indígenas, en su mayoría de Guantánamo, pertenecientes a la colección Cross. No creo que aún sea un texto de utilidad, excepto por lo que informa sobre la historia de esa colección y ciertos datos de la crónica hispana. Para mi en lo particular lo verdaderamente útil de hacer esa investigación fue que me obligó a investigar sobre arqueología cubana, leer fuentes etnohistóricas y acercarme a los asuntos de interpretación de imágenes.
Quedé entusiasmado con la iconográfica, la mitología, la semiótica y con las grandes figuras de la arqueología cubana y del Caribe, asuntos que usualmente enganchan a mucha gente.
Después de graduarme matriculé Historia del Arte y seguí tres años de la carrera con la ambición de trabajar temas de estética e iconografía relacionados con objetos indígenas, hasta que las carencias del periodo especial y las dificultades para viajar y permanecer en Santiago me vencieron.
Sin embargo en mis primeros tiempos laborales, como parte del personal del Registro de Bienes Culturales en Holguín, aproveché para visitar todos los museos arqueológicos que pude y pasar todo el tiempo que pude leyendo los papeles de José García Castañeda, que son textos valiosos que quedaban en su biblioteca y seguir todos los posgrados disponibles. Descubrí a Irving Rouse, en inglés, tan olvidado por nuestra arqueología por política y por ignorancia, y los temas de cerámica arqueológica, que por cierto asumí de modo experimental, pues comencé a hacer cerámica para aprender todo lo que implica esta industria, pero también para vender a los turistas y tener algo de dinero. Era una combinación increíble de sensación de pérdida, por la falta de futuro que significaba vivir en aquellas durísimas condiciones, y de esfuerzo por encontrar un camino en la vida profesional y personal.
A mis padres tengo que agradecer que me sostuvieron ciegamente, como siempre han hecho, porque mi salario de recién graduado no era nada; sin ellos, su confianza y sin la energía y la inocencia de tener veinte años, no sé qué habría pasado. Muchos de mis compañeros emigraron, y eso que ellos eran (son) gente con deseos de hacer, muy buena y cercana. Otros se fueron a trabajar en el turismo o se perdieron en puestos burocráticos, en alguna pequeña escuela cercana donde se podía ir aguantando, o en lo que pudieron encontrar; mantengo vínculos solo con unos pocos.
Además de esfuerzo tuve la suerte de vivir en la ciudad de Holguín, donde está el Departamento Centro Oriental de Arqueología fundado por José Manuel Guarch Delmonte. La buena recomendación que suponía ser estudiante de María Nelsa y las mismas necesidades de personal del Departamento me dieron la oportunidad de entrar a trabajar allí en 1993. El que encontré era un ambiente diferente a todo lo que había tenido como experiencia profesional anterior, aun en el contexto de crisis. Viéndolos a ellos, conversando con Guarch, que fue el tutor de mi maestría, o trabajando con investigadores como César Rodríguez Arce, me convencí de que eso era lo que quería hacer. Fueron años donde descubrí la arqueología de “verdad”, al menos para los parámetros cubanos, por el tanteo que da acumular experiencias prácticas y pude seguir entrenamientos de investigación en el entorno de la Academia, con expertos como Pedro Pablo Godo o Jorge Febles, leí obras internacionales actualizadas, conocí gente que intentaba hacer lo mismo que yo y escribir mucho.
Trabajé todo el tiempo posible y sin mirar a los lados, o sea, trabajé solo por beneficios intelectuales, como la mayoría de nuestros profesionales de las ciencias sociales. Creo que sigo más o menos igual, solo que ahora tengo la energía extra de que mi esposa y mi hijo me aceptan así y me alientan, algo que no tienen todos mis colegas.
Como ves este es un camino muy personal para hacerse arqueólogo (es que cada arqueólogo cubano tiene su propia y particular historia). Como no tenemos carrera de Arqueología desde “casi nunca”, los que quieren hacer esto en los mejores casos van dando tumbos detrás de una visión o un sueño, o llegan a un lugar donde necesitan de alguien que lidie con objetos arqueológicos y toman el puesto y hacen lo que creen o se cree que le corresponde a un arqueólogo. Por tal razón tenemos en Cuba gente increíblemente buena, otros que hacen lo que pueden, y en general una profesión irregular, con muy poco apoyo y, con excepciones, con un mínimo de reconocimiento en tanto no se entiende cuál puede ser su utilidad para un país en permanente pelea con la pobreza y con una historia que para muchos perfectamente se puede seguir con documentos. 
He dicho antes que hacer arqueología es un privilegio, entre otras cosas por las experiencias de vida que puedes conseguir. También, en nuestro caso, por las personas que puedes conocer; hay de todo, pero muchos de nuestros arqueólogos son gente muy útil y positiva, ejemplos de inspiración y espíritu que te dejan creer en el lado bueno de las cosas. Recuerdo en pleno período especial, en 1993, a mis colegas del Gabinete de Arqueología en La Habana, Carlos Alberto Hernández y Jorge Brito, regalándome libros y además arroz, para que no pasara tanta hambre en medio de un posgrado que mi amigo Juan Carlos Agüero y yo decidimos pasar en aquellas circunstancias tremendas. Sé de muchas historias similares entre arqueólogos, que aún hoy se repiten. Tengo que pensar en Marcos Labrada, un amigo y arqueólogo holguinero que persiguió y concretó este sueño profesional en las circunstancias más difíciles. Personas así son muy necesarias en estos tiempos donde parece que casi todo, de algún modo, falla.
-¿Qué significó para ti el doctorado en la Universidad de Leiden?
Cuando obtuve mi doctorado al fin sentí un nivel serio de pertenencia a un entorno académico especializado, me sentí arqueólogo. Antes me veía como un aficionado al tema con ciertos conocimientos y una base universitaria en historia. No creo que muchos de nuestros investigadores que aún no son doctores no sean verdaderos arqueólogos, pero personalmente, algo que se ajusta a mí pues tiene que ver con mi propia experiencia, me sentía poco capacitado para presentarme en entornos académicos internacionales y seguir investigaciones con requerimientos de alto nivel. Por supuesto, un doctorado crea nexos profesionales que te ayudan en tu carrera futura. Ahora tengo acceso a investigadores, instituciones, publicaciones y recursos sin los cuales es difícil un trabajo de impacto; también han cambiado mis metas e intereses y la escala en que estos se mueven. Creo que lograrlo ha sido un esfuerzo grande pero fructífero, especialmente si consideramos que vivo y trabajo fuera de La Habana, y que en general esto supone menos oportunidades y más problemas, además de los que llevamos todos los cubanos que enfrentamos un entorno académico internacional.
Llegué a Leiden, en Holanda, porque conseguí mostrar mi trabajo fuera de Cuba y hacer esto es un consejo que extiendo a otros colegas, aunque ahora casi todo el mundo tiene conciencia del asunto, que sería menos complicado si la interacción académica internacional no se viera con tantos prejuicios por las instituciones cubanas, particularmente en Holguín donde tenemos muchísimas trabas para el trabajo con extranjeros o para viajar fuera de Cuba. El Grupo de Investigaciones del Caribe de Leiden es el más importante en Europa para investigaciones arqueológicas en el área y trabajar con sus integrantes y con su líder, Corinne Hofman, fue y sigue siendo una experiencia muy valiosa. Allí puedes tomar una conferencia con gente famosa, que nunca imaginabas conocer y hacer estudios cuyos límites los ponen tu capacidad de crear. Antes mi trabajo se estructuraba en torno a Holguín y Cuba, a tono con nuestra visión regional, la cual se centra en las Antillas Mayores. En Leiden se ha construido una perspectiva que conecta todo el arco insular, incluyendo las para nosotros lejanas e ignotas Antillas Menores, con el espacio circuncaribe y no ignora incluso zonas más alejadas. Metodológicamente esto se sostiene en un esquema multidisciplinario en continua actualización, que dispone de todos los recursos necesarios y busca permanentemente fuentes de inspiración conceptual a partir de la comparación con otros espacios geográficos y académicos del mundo.
En el camino del doctorado no solo me enfrenté a un gran tema de investigación, del que creo salió una imagen y una experiencia diferente y necesaria para nuestra arqueología e historia (la del mundo de los espacios coloniales tempranos), sino que además, conseguí material para un libro, que es el más importante que he escrito hasta ahora, mejoré mi fe en lo que hago y construí nuevos lazos caribeños con colegas puertorriqueños, como Reniel Rodríguez y José Oliver, o con investigadores de otras partes como University College London y The Alabama University, como Jago Cooper, Marcos Martinón Torres y Vernon James Knigth. Son personas, visiones, experiencias que te hacen más fuerte en todos los sentidos, pues la arqueología no se hace en solitario, y que te ayudan a plantearte nuevas preguntas y concebir nuevas respuestas. Lo único que lamento es no poder haberlo hecho antes. Por supuesto, el ritmo de trabajo de una universidad europea es muy diferente a lo que tenemos aquí; allí hago en una semana lo que acá toma dos meses y el intercambio de ideas es intenso y constante. Aquí naufragamos con la burocracia y una casi absoluta falta de recursos, la gente está demasiado cansada con tantas carencias y prohibiciones y con el hecho de que es mucho más conveniente vender pizzas o plátanos en una esquina que estudiar durante años para ganar en un mes lo mismo que esos vendedores consiguen en dos días. Por supuesto, este es mi país y crecí con un sentido de relación con su historia que me resulta importante y creo que mis colegas arqueólogos y sus sueños influyen en mí y me ayudan a perseverar, pese a estas condiciones, que se me hacen más evidentes porque las puedo comparar con otras.
-Se dice que Holguín y en especial Banes, es una especie de paraíso o capital arqueológica de Cuba. ¿Estamos ante un mito creado por los holguineros o es una realidad?
Es cierta la gran cantidad de sitios arqueológicos en el municipio de Banes, también en el de Mayarí. Sin embargo, el término de capital arqueológica es totalmente relativo y simbólico. Depende de qué parámetros uses para definirlo y del entorno de valor en que tales parámetros sean articulados. Considerando el número de sitios otras regiones de Cuba pueden reclamar esa denominación perfectamente. No obstante, Banes puede alegar aspectos de excepcionalidad que sin dudas prueban su relevancia en el panorama patrimonial y arqueológico cubano y caribeño (el carácter especial de las colecciones del museo Baní, la existencia del museo de sitio El Chorro de Maíta y su carácter único para entender el mundo colonial temprano, etc.). Pudiéramos decir que este análisis no lleva a nada, pues siempre habrá argumentos a favor y en contra, sin embargo, y con esto quiero dejar claro mi compromiso con Banes, en cualquier discusión habrá que considerar la enorme relevancia de este espacio. Para mí Banes es único por la importancia que en la identidad local tienen la arqueología y el pasado indígena de la región, y por su relevancia en la construcción de los diversos esquemas de interpretación arqueológica del universo patrimonial indígena en Cuba. 
Más allá del término, que muchos cubanos no holguineros aceptan, particularmente los que visitan Banes y sus museos, es bueno que esta conciencia sobre la importancia de Banes se movilice para proteger un patrimonio arqueológico que pese a ser tan reconocido está muy afectado y en permanente riesgo por diversos factores. Es necesario recordar que estos museos banenses necesitan de restauración y actualización, el Chorro de Maíta hasta hace poco estaba semidestruido, y que además de su contribución cultural, ofrecen un aporte económico notable por su proximidad a zonas turísticas importantes, lo que debiera tenerse en cuenta al considerar su sostenibilidad. Por otro lado pienso que aún falta mucho por investigar allí y que una tarea clave para que Banes siga siendo un protagonista principal de nuestra arqueología es proteger su patrimonio. La actual expansión agrícola y las construcciones de nuevas casas, las entregas de tierra en usufructo, la falta de información de los poseedores de tierra tanto estatales como privados,  las construcciones en las proximidades de las playas, la emergencia de nuevos ricos que compran propiedades en estos lugares, están haciendo mucho daño a los sitios arqueológicos y no hay capacidades en la arqueología holguinera y cubana ni en el sistema de patrimonio para enfrentar este problema. Por ello creo que es vital informar a la gente de qué se puede y no se puede hacer.
-¿Cómo caracterizas a la arqueología holguinera?
Actualmente es una disciplina limitada y con pocos recursos, pero tiene la ventaja de ser centrada por una institución local (el Departamento Centro Oriental de Arqueología), que tiene un compromiso profundo con la provincia, cierto reconocimiento que facilita su accionar, y que trabaja en función de temas que responden a preguntas importantes para entender el pasado y la historia de Holguín. 
En Holguín la arqueología, desde sus orígenes, ha tenido un fuerte componente local, lo que la ha convertido en una actora natural de las ciencias sociales en la provincia, quizás tan vieja como la investigación histórica. Creo que en cierta medida esto se lo debemos a García Castañeda y su padre y al movimiento de coleccionistas privados y de aficionados; ellos destruían sitios, pero también marcaban el sentimiento de la existencia de un pasado valioso bajo nuestros pies holguineros, banenses, de Antilla, etc.
En los años 30 y 40 del siglo XX había coleccionistas privados y grupos de exploradores en muchas partes de Cuba, pero esta área del nororiente de Cuba era de las que más tenía. En otros lugares esto derivó hacia algo meramente comercial o a un accionar aislado, en Holguín ayudó a fomentar el interés por el patrimonio arqueológico y permitió la emergencia de un coleccionista-arqueólogo como José García Castañeda, que sin dudas influyó en generaciones posteriores que trataron, localmente, de llevar esto a planos cada vez más institucionalizados. Se construyó una percepción de la arqueología y del patrimonio arqueológico que no existe en la mayor parte de Cuba, quizás porque había una búsqueda identitaria, promovida por García Castañeda, que reconoció y transformó lo arqueológico, el mundo material indígena, los sitios arqueológicos y la misma práctica de investigación, en un símbolo, en un motivo de orgullo. Posteriormente investigadores como Hiram Pérez y sus colaboradores le incorporaron apoyo del Estado y con la presencia de Guarch Delmonte y su prestigio académico esto se consolidó en lo investigativo, en lo patrimonial, en lo turístico y fue más reconocido por las instancias de Gobierno.
La arqueología holguinera ha sido una productora de conocimientos, básicamente sobre el mundo precolombino, una disciplina que nucleó a sectores interesados en la cultura, las ciencias sociales y naturales,  aportándoles un derrotero de trabajo. Es una generadora de símbolos de identidad y también es un paradigma de lo que se puede hacer desde una visión local y, sin dudas, es una actora clave de la arqueología cubana actual. Por supuesto, también es una arqueología que se ha beneficiado mucho de la experiencia nacional e internacional; esos arqueólogos han ayudado a acumular datos que permiten tener una visión del pasado precolombino de partes de Holguín, que hacen que la provincia sea importante para entender el caso cubano. Aquí trabajó Irving Rouse, uno de los arqueólogos que han marcado la historia de la investigación en el Caribe, y dejó un texto que promovió el conocimiento de los sitios de la provincia y de las cerámicas cubanas. Los estudios de Janusz Kozlowski y de Jorge Febles sobre los materiales del protoarcaico de Seboruco y Levisa son fundamentales. Muchos arqueólogos importantes pasaron por la provincia y ayudaron a formar los arqueólogos holguineros, habría que pensar en la influencia de Irving Rouse sobre García Castañeda y Orencio Miguel,o en la de Manuel Rivero de la Calle en César Rodríguez Arce, quien enfrentó la excavación y estudio de los restos humanos de El Chorro de Maíta, o la misma labor de Guarch Delmonte, dando clases a los museólogos y profesores, y entrenando arqueólogos. 
Es una arqueología que se benefició de lo mejor de la tradición cubana y creó algo cercano a su propia tradición; es notable que en cierto momento muchos municipios llegaron a tener sus grupos de aficionados (Mayarí, Gibara, Antilla, Báguano, Banes, Holguín) y se les ponía mucho cuidado a las salas de arqueología de los museos municipales. Donde  menos lo esperas aparece alguien que trabajó en una excavación y que forma parte de ese grupo grande de admiradores de la arqueología, que de muchas formas han contribuido a impulsarla. García Castañeda era reconocido por su trabajo de descripción de objetos y sitios y por la importancia de su colección; de Holguín salieron expertos como Milton Pino, un investigador fundamental en los estudios arqueozoológicos en Cuba, investigadores que se movían nacionalmente con mucho éxito en diversas especialidades como César Rodríguez, que era antropólogo físico y arqueozoólogo, o especialistas reconocidos como Juan Jardines Macías, Roxana Pedroso y Francisco Escobar. En la provincia se hicieron eventos académicos que involucraron a toda Cuba y grandes excavaciones donde junto a los investigadores holguineros participaron expertos de las principales instituciones del país. Excepto en La Habana, centro natural e histórico de la arqueología cubana, y quizás en Santiago de Cuba, creo que hay pocos lugares donde el movimiento local o regional de investigación lograra una fuerza y un impacto nacional de tanta importancia. Por supuesto es una arqueología con el mismo ritmo teórico y conceptual de la arqueología nacional, con sus mismos problemas, pero en ocasiones con la ventaja que le daba estar lejos de ciertas confrontaciones personales y científicas que se producían en La Habana.
Un elemento interesante es que José Juan Arrom, que hizo su obra en los Estados Unidos y no fue arqueólogo pero sí es el cubano y uno de los expertos más reconocidos internacionalmente en el ámbito de los estudios de mitología indígena antillana, nació en la provincia de Holguín y aquí vio objetos arqueológicos que despertaron su interés en el tema. Sin dudas, el patrimonio tan relevante que existe ha movido el espíritu de muchas personas e influido en la misma conformación de la práctica arqueológica.
-Junto a Ángela Peña, lograste en el capítulo del libro Historia de Cuba publicado por el Archivo General de la Nación de República Dominicana un texto con capacidad de acercamiento a un público más general, sin ceder en la rigurosidad científica. ¿Crees que se pueda generalizar esta forma de escribir y mostrar el resultado de las investigaciones arqueológicas? 
Es posible y muchos autores lo hacen. Diría que es muy necesario, pues constituye uno de los modos de lograr no solo una mejor comprensión del pasado sino que al influir sobre la conciencia colectiva, es un modo de convertirlo en una herramienta que perfeccione el presente y que garantice la sostenibilidad de la práctica arqueológica. Si los resultados de la investigación arqueológica no son comprensibles tampoco se podrá entender el valor de hacer estas investigaciones, de enseñar la disciplina a nivel profesional, de sostener económicamente estos estudios, etc. El asunto, en su conexión con la historia,  también tiene que ver con las limitaciones interpretativas de nuestra arqueología. Muchas veces nos quedamos en trabajos que solo describen objetos y no pueden llegar a la gente que los usó o produjo y a sus circunstancias de vida. Lógicamente estas descripciones de hachas y cerámicas, imprescindibles en ciertas fases del trabajo de investigación, dicen poco a los historiadores que con frecuencia nos ven como una rama menor de la historia o de la historia del arte. Los lenguajes de presentación y los temas para tratar deben elegirse con cuidado pensando en el público y en los contactos disciplinarios que se quieren crear, pero lo que no se puede hacer es pensar que la arqueología crecerá como disciplina escribiendo solo para otros expertos. Hay que buscar no solo un acercamiento más completo a los individuos y sus sociedades, sino un espectro mayor de modos de presentar los datos arqueológicos a fin de reforzar el impacto social de una investigación que nos llevará, y esto no deben olvidarlo los historiadores, a capítulos del pasado no registrados documentalmente y que son tan valiosos como cualquier otro momento para construir una historia integral que supere la ruptura que tradicionalmente se ha impuesto al verlo todo desde el prisma de la llegada-invasión europea.
-Es indiscutible que para estudiar la arqueología hace falta mucho dinero en un mundo con una crisis que no acaba de finalizar. Mientras los historiadores con una laptop o un lápiz y un papel pueden llevar a cabo una colosal investigación sin moverse de un archivo o una biblioteca, los arqueólogos necesitan trasladarse a remotos lugares, residir allí durante días, meses o años, con un gasto muy superior. Además, recurrir a técnicas muy caras para demostrar sus teorías. ¿Qué piensas del futuro de la arqueología en los países pobres?
Es un futuro difícil y un reto enorme, donde los arqueólogos y gestores del patrimonio tienen una gran responsabilidad. Sin dudas se perderá mucho del patrimonio y con él lo que representa en términos  de reconocimiento de la historia de la humanidad. Lo veo como una batalla con muchísimos frentes. Los arqueólogos deben demostrar el valor de lo que hacen para ganarse un espacio y a la vez deben buscar apoyos que muchas veces están más allá de su propio país, apelando a intereses académicos externos y a organismos internacionales. Hay que motivar a las comunidades para que estas se sientan conectadas con su patrimonio y a su vez exijan el cuidado y protección de este. Hay que impactar las esferas de Gobierno demostrando que el patrimonio es una herramienta que da cohesión al país, que es un rostro que debe mostrar lo mejor de nosotros y servirnos para interactuar con otros, y que bien manejado puede ser una fuente generadora de ingresos, como está demostrando La Habana Vieja.
Quizás parte de la solución esté en ordenar mejor los pocos recursos disponibles, priorizar las investigaciones de más impacto, los contextos de más valor, dejar libertad a soluciones descentralizadas donde las autoridades locales tengan más capacidad para actuar según sus prioridades, aunque sin olvidar intereses nacionales. Para Cuba el caso de Holguín es un buen ejemplo; la arqueología ha sobrevivido por un conjunto de factores que incluyen su vínculo con la identidad regional, su conexión con las tradiciones de investigación histórica, una relación directa con autoridades políticas y culturales, y un trabajo que logró crear espacios donde se prueba el valor social y económico del patrimonio y de la disciplina arqueológica
En La Habana Vieja trabajan hoy arqueólogos muy calificados y lo hacen a una escala que ningún otro lugar del país tiene. Esto es excepcional por las mismas características históricas de la ciudad, su importancia como capital nacional y la influencia política y cultural de Eusebio Leal, que dirige todo el proceso. No obstante, resulta una referencia que se pudiera, y ya se está haciendo, seguir en otras partes. La arqueología recibe apoyo allí porque es útil para mejorar el rostro de Cuba; de paso los arqueólogos se benefician porque pueden hacer su trabajo. Hay que lograr que esto se entienda en el resto de la isla. 
En ningún otro lugar del Caribe insular creo que hay un sistema de conservación y estudio del patrimonio tan amplio y bien organizado como el de Cuba. Es cierto que se debilita a enorme velocidad, que se trabaja menos y que nuestros museos cada vez están en peores condiciones, pero aún queda una estructura poderosa. También, comparados con otras islas, tenemos una cantidad importante de personas involucradas en la investigación arqueológica y en muchos espacios de gobierno se sigue reconociendo el valor de la historia y la cultura. Estas son bases desde la que se puede crecer y lograr un nuevo comienzo para la arqueología.
-¿Cómo valoras hoy tu libro Banes precolombino, publicado en el 2002?
Fue mi primer libro, un libro basado en mi tesis de maestría y me asombró que le gustara a un jurado de historiadores, que le dieron el Premio de la Ciudad. Lo escribí rápido, analizando los datos sobre Banes generados por la arqueología hasta aquel momento. Creo que como visión de los procesos asociados a la ocupación indígena de ese espacio sigue siendo útil. Hoy me parece algo simple, algunas cosas estaban equivocadas, como ciertos aspectos de la valoración del sitio El Chorro de Maíta, que posteriormente pude estudiar en detalles y rectificar. No obstante, he tenido opiniones muy positivas de colegas cuyo criterio respeto mucho, así que no puedo ignorar las alegrías que me dio ni la energía que saqué de él. También marcó un giro en mis intereses hacia temas de análisis de organización social usando aspectos de cultura material que inicialmente pretendía valorar desde el punto de vista iconográfico. A falta de recursos conceptuales para seguir este enfoque  tuve que buscar una nueva línea de trabajo y empecé a ver en los ídolos y ornamentos indígenas no un medio de interpretación mitológica o de principios shamánicos, sino indicadores de organización y complejización sociopolítica. 
-En los últimos años estás empeñado en demostrar lo erróneo del criterio sobre el fin de la cultura aborigen en Cuba. ¿Crees que se ha cambiado la mentalidad sobre ese asunto? ¿Qué estás haciendo sobre este tema?
La sociedad indígena desapareció, eso es claro, pero no desapareció su cultura y los indígenas no murieron todos en unos pocos años del siglo XVI víctimas de la explotación laboral, las matanzas o las enfermedades para quedar excluidos de nuestra conformación nacional. Se integraron de modo continuado durante varios siglos con otros componentes de la población cubana y forman parte del individuo étnicamente diverso que somos hoy. En algunas partes del país ese individuo fenotípicamente puede ser más cercano a rasgos indígenas, como en ciertas áreas de Bayamo o Guantánamo, pero en otras aparentemente se halla ausente, aunque si evaluáramos a nivel genético tales poblaciones, de apariencia muy africana o europea, nos daríamos cuenta, como ha sido comprobado en los últimos años a partir de investigaciones de este tipo, que tienen componentes indígenas pese a una imagen de blanco, negro, mulato, etc. Comunidades de descendientes aún existen; en Holguín hay que recordar a los habitantes del poblado Los Zaldívar en Fray Benito, cuyas raíces indígenas descubre e investiga el historiador Benedicto Paz.
Culturalmente el indígena sigue presente en nuestra habla, en nuestras leyendas, en la toponimia, en múltiples elementos de la medicina tradicional y en objetos de la cotidianidad cubana, básicamente campesina, como hamacas, bohíos, etc. Seguimos viviendo en gran parte un paisaje que ellos nos legaron en detalles de sus trasformaciones o manejo.
Esta opinión la comparten muchos especialistas y debe perfeccionarse y ampliarse cuando investiguemos mejor este proceso y los mecanismos que los descendientes de indígenas (catalogados como indios por la nomenclatura colonial) usaron para integrarse en el universo cultural y humano de Cuba, o que usó el poder colonial para invisibilizarlos. Una parte del asunto es entender que se ha levantado una historia que niega y subestima esta presencia y su impacto real en nuestra cultura. Hay una tendencia, nacida en la misma construcción de la conciencia nacional cubana bajo el orden de la oligarquía criolla, donde no hay espacio para el indio; este sigue ausente, aun cuando esta visión es actualizada desde posiciones más progresistas cuando se asume al negro. El indio queda fuera, pues carece de suficiente voz en términos poblacionales y no es relevante para el nuevo discurso político. Se han priorizado las raíces necesarias y aparentemente más relevantes en función de intereses que han ido cambiando con el tiempo y lo indígena ha sido dejado fuera, retomándosele ocasionalmente para modernizar el discurso independentista y nacionalista. Hay aquí una continuidad colonial en la concepción de lo cubano y de nuestra historia, pues al negarse lo indígena, posponerse su estudio y compactar varios milenios de historia precolonial con alguna frase sobre antiguos habitantes y sobre las gestas de Hatuey y Guamá, se perpetúa una visión incompleta de lo que fuimos y somos, falsa en términos históricos y discriminante en términos de etnicidad. 
Es por otro lado muy triste que nuestro discurso nacional defienda a los indígenas del resto del continente, pero no le preste interés a esos que aún en la segunda mitad del siglo XIX, en el caso de Holguín, estaban siendo reconocidos como indios. Con esto no pido una ofensiva para crear indígenas y que todo el mundo se sienta indio, sino que meditemos sobre ese componente de nuestra identidad y cultura y no nos conformemos solo con la conveniente idea del indio muerto por culpa del colonizador español. En este último aspecto se debe recordar que si revisamos bien la historia veremos que muchos de los que en el siglo XVIII y XIX acosaron a los pueblos de indios no eran españoles sino criollos.
Los estudios en El Chorro de Maíta demuestran que aún en el siglo XVI, en el entorno de la encomienda, un sistema de trabajo forzado que desarticuló la sociedad indígena y causó gran parte de las muertes, los indígenas encontraron soluciones para sobrevivir y mantener sus  tradiciones y cultura. El estudio sobre la Virgen de la Caridad que hicimos en la zona de Nipe y Barajagua, junto a Ángela Peña y Miguel Ángel Urbina, señala el protagonismo de los indios en los entornos rurales del siglo XVII. Las exploraciones actuales en la zona de Managuaco y Las Cuevas que he realizado en colaboración con Ángela Peña y los colegas de la Oficina de Monumentos, a pocos kilómetros de la ciudad de Holguín, indican que había  descendientes de indígenas allí, como señalan los documentos históricos en el siglo XVIII para la jurisdicción holguinera. Si miramos otros espacios cubanos como Trinidad, Sancti Spíritus, Camagüey, Bayamo, incluso La Habana, vamos a encontrar cosas parecidas. La arqueología está conectándose con la historia para ir completando un escenario que es muy distinto al que promueve la historia tradicional. No pretendemos hallar indígenas desnudos, con pinturas corporales y azagayas en el siglo XIX, pero sus descendientes, gente con y sin conciencia de sus ancestros aunque portando sus genes y su cultura, estaban allí y siguen estando. Me he referido a los que podríamos considerar los descendientes de indígenas radicados en Cuba, pero el indio también debe verse en relación con un continuado proceso de entrada de indígenas de diversas partes de América, que se documenta hasta el siglo XIX. Este otro fenómeno, que completa la diversidad étnica del indio como categoría colonial, no puede ser obviado para entender dicha problemática.
 Leer además: La Virgen de la Caridad y los indios (por Dr. Roberto Valcárcel Rojas)
Actualmente hago mi posdoctorado dentro del proyecto NEXUS 1492, que desarrollan varias universidades europeas, entre ellas la de Leiden, y que estudia el proceso de interacción entre las sociedades indígenas del Caribe y los europeos así como el impacto a largo plazo de este proceso en la región. Por su amplitud, diversidad de temas, enfoques, espacios de trabajo, expertos involucrados y recursos, NEXUS es un esfuerzo y una oportunidad única, con enormes capacidades para revisar las circunstancias de la conquista y la colonización, el lado indígena de los acontecimientos; para acercarnos al legado indígena, que por supuesto incluye al indio como uno de sus actores y portadores. Concretamente estoy investigando esta categoría colonial en Cuba, a través de la combinación de arqueología e historia y he podido obtener, gracias al apoyo de la Universidad de Leiden y de NEXUS, documentos valiosos que nos permiten seguir al indio desde el siglo XVI al XVIII. Creo que en el caso de Holguín podremos establecer una secuencia documental que nos lleve hasta sus descendientes actuales, gente que quizás no tiene la menor idea de sus ancestros y que aun así, posiblemente mantiene tradiciones que vienen de estos. Hemos revisado varias colecciones arqueológicas para proponer una nueva interpretación de estos materiales en función de entender la vida del siglo XVI y XVII, y también vamos a excavar varios sitios para ver la transformación de los descendientes de indígenas en indios al producirse su ajuste al entorno colonial. Queremos en este caso ver cuáles son sus espacios de vida, las tradiciones y prácticas que se mantienen y las que se pierden, su relación con otros actores de estas distintas épocas, entre otros muchos asuntos. Hay dos proyectos del Departamento Centro Oriental de Arqueología que dirijo, Cultura material en entornos de interacción indohispana e Indios en la provincia de Holguín, que se tienen la  colaboración de Leiden y NEXUS en el tratamiento de estos temas.
-¿Existe en estos momentos un interés por la arqueología, hay un lector de obras de carácter arqueológico sin ser un especialista?
He tenido la experiencia de jóvenes que me preguntan cómo pueden estudiar arqueología, dónde encontrar libros y revistas para saber sobre el tema. La gente llega al Departamento Centro Oriental de Arqueología buscando información y los amigos me piden que les confirme si lo que sale en Discovery Chanel es cierto. En algunos países del mundo la arqueología es una profesión popular, pues conecta aventura, ciencia, misterio, descubrimiento, antigüedad; vemos a diario cómo ciertos programas televisivos explotan estos elementos. La capacidad de ir a lo desconocido y de hallar cosas, la curiosidad humana, tiene una gran oportunidad en la arqueología. No hay historias malas en estas circunstancias; siempre se dice que nuestro universo indígena no tenía templos o grandes tumbas y que esto hace imposible captar el interés de la gente; sin embargo, Guarch Delmonte demostró cómo hacer ambientes interesantes y atractivos en la aldea de Yaguajay o en el parque Bariay, y todavía las historias del Taguabo y Maicabó se escuchan en Antilla y siguen emocionando a la gente con su mezcla de espíritus indígenas y cuevas donde se revelan secretos. Eso se puede contar si se sabe cómo hacerlo y seguro que alguien querrá escucharlo o leerlo. Existe el lector potencial, pero no hay escritores suficientemente informados y pocos arqueólogos pueden conseguir el tono literario que se requiere. Fuera de Cuba tenemos ejemplos clásicos como el libro Dioses, tumbas y sabios; Alexandro, etc.; en el Caribe un caso muy interesante, recientemente valorado por Teresa Zaldívar (directora del Museo El Chorro de Maíta) en su tesis de maestría, es el del escritor dominicano Marcio Veloz Maggiolo, que narra en algunas de su novelas y cuentos, detalles de su muy brillante carrera como arqueólogo. 
-¿Al cabo de los años cómo ves la labor arqueológica de Guarch, de José García Castañeda y María Nelsa Trincado?
Descubrí a José García Castañeda a través de su biblioteca y si él se leyó los libros que tenía allí hay un Pepito que no conocemos. Hay que respetar a los actores de la arqueología prerrevolucionaria. Con la institucionalización de la arqueología en Cuba, en 1962, esta adquirió un espacio y una visibilidad que no poseía antes. Hay un mundo previo de gente que se dividía entre la profesión que le pagaba el día a día y aquella que movía su espíritu; hoy a veces tenemos que hacer eso, pero en aquellos tiempos era lo común. Había una vocación de investigación que en el caso de García Castañeda se conectaba con un interés de superación cívica de la sociedad holguinera, que no podemos ignorar ni dejar de elogiar. Fue un pionero en buscar el impacto social de la arqueología y consiguió, más que cualquier coleccionista de la época, hacer de esa cultura material a la que él y su padre dedicaron tanto tiempo, un objeto permanente de investigación cuyos resultados divulgaba a través de notas, folletos, artículos. Gracias a esas notas nosotros y los arqueólogos que nos precedieron tenemos información de sitios o áreas de sitios hoy destruidos, o podemos seguir opiniones que dan claves para entender tales espacios. Fue un individuo complejo en términos personales y por sus opiniones políticas, que algunos arqueólogos no aceptaron, pero su trabajo trascendió y es absurdo ignorarlo.
María Nelsa representa una línea de pensamiento y práctica de la arqueología muy poco conocida. Su profesor Felipe Martínez Arango vivió en México y allí se relacionó con la arqueología de ese país y trajo algo de sus métodos. Ellos aplicaron análisis de estudios cerámicos que seguían lo que proponía Irving Rouse (norteamericano y normativista, pero a la vez un líder en temas de investigación cerámica mundial y uno de los padres de la arqueología caribeña), en un momento en que la arqueología cubana se enfocaba en seguir comportamientos económicos a tono con una reflexión propia del materialismo histórico, o seguía patrones de  escuelas del campo socialista y de un marxismo bastante cerrado. Por otro lado, María Nelsa cultivó el vínculo con la arqueología social latinoamericana, una corriente de investigación alineada con las ideas marxistas, pero descalificada en ese momento por la visión más ortodoxa de la arqueología cubana. Esto supone que estaba algo sola en el panorama arqueológico nacional, pero de cualquier modo, con una personalidad fuerte y como profesora de Historiografía cubana, Prehistoria y con un conocimiento profundo de historia del Caribe y temas de antropología, capaz de vincular esto con la arqueología, era una persona difícil de cuestionar. No publicó mucho y lo que dejó se debería leer más, tanto por los datos que recoge como por la inspiración que brinda. Es un ejemplo importante del valor de conectar arqueología e historia, algo que los que fuimos sus estudiantes intentamos seguir haciendo. Fue una suerte haberla encontrado y es triste que no pudiéramos aprovechar a fondo todo lo que podía aportar, pues le quedó mucho por hacer y enseñar.
Cuando conocí a Guarch estaba próximo al retiro, pero aun así me dio todo su apoyo. Para muchos era un investigador autoritario y acostumbrado a imponer sus ideas y su modo de hacer las cosas, que no admitía competencia. Los que habían trabajado con él no olvidaban esto, aunque era difícil ignorar sus muchos méritos académicos. Creo que es uno de los investigadores más brillantes e importantes en la historia de la arqueología cubana y alguien que veía la disciplina desde una perspectiva moderna, conectando con igual excelencia la parte más académica con los aspectos de impacto social o significación económica. Su pensamiento era muy dialéctico, pasó por el marxismo dogmático y politizado de los años 70 y 80 pero supo aprovechar cosas del normativismo norteamericano y aspectos interesantes de la escuela soviética, y en los años 90 estaba buscando una nueva visión, interesado en nuevos conceptos y en los detalles del avance de la arqueología social en el Caribe. En mi tesis de maestría me dio toda la información que necesité, mucha inspiración y toda la libertad posible para escribir.
-¿Cuáles son las prioridades de la arqueología cubana y holguinera de hoy?
Debemos mejorar la conexión con el sistema de manejo del patrimonio y a través de este, y de cualquier mecanismo disponible, promover a nivel de nuestra legislación nacional medidas que lo protejan mejor y definan la necesidad del trabajo arqueológico. Hay que crear y justificar trabajo para los arqueólogos; se debe hacer digno en términos salariales un trabajo que es difícil y en ocasiones peligroso. A más largo plazo hay que mejorar la formación profesional, actualizar los métodos de trabajo, lograr el pensamiento y el debate teórico, y seguir buscando el establecimiento de una carrera y nuestra propia escuela, así como la organización nacional de la disciplina y su práctica; conseguir  acceso a fondos internacionales e insertarnos realmente en los circuitos académicos mundiales. También luchar porque se haga menos difícil la cooperación internacional y los trabajos conjuntos en Cuba. La burocracia que prefiere no hacer en vez de buscar soluciones, y los prejuicios políticos que estigmatizan los estudios fuera del país o hacen tremendamente difíciles los trabajos de campo con académicos extranjeros, o el uso de fondos internacionales, deben cesar. Siempre habrá gente con visión colonial en los ambientes académicos internacionales; ellos subestiman o ignoran el trabajo local o lo asumen como una simple fuente de datos primarios. Pero muchos realmente tienen deseos de ayudar y aprender.
En Holguín, en el Departamento Centro Oriental de Arqueología, nos afecta la falta de personal y el envejecimiento de los investigadores. Muchos se retiraron, otros murieron y también tenemos que un número importante de los mejores arqueólogos cubanos han emigrado y desde los lugares donde residen no han podido volver a involucrarse en la arqueología de Cuba, aunque algunos lo quisieran. De hecho, creo que hay más restricciones en Cuba para que esos investigadores que residen fuera puedan trabajar o colaborar con sus colegas de la isla que para los mismos extranjeros. 
En nuestro grupo se ha perdido mucho de la energía de la juventud y enfrentamos todas las complicaciones familiares y económicas al unísono. Han entrado pocos jóvenes al Departamento y se debe hacer un gran esfuerzo  para capacitarlos. Tenemos dificultades para conseguir recursos para los proyectos de investigación y trabajos de campo; hay falta de equipamiento y de condiciones adecuadas para el trabajo. Hemos perdido visibilidad al quedar dentro de un centro del Ministerio de Ciencias, Tecnología y Medio Ambiente (el Centro de Investigaciones y Servicios Ambientales y Tecnológicos, el CISAT) que tiene diversos intereses de trabajo y donde los pocos recursos disponibles deben distribuirse entre muchos, aunque debo reconocer que todo el CISAT ve en nuestro departamento una fuente de inspiración y reconoce nuestros logros y esfuerzos. Ha sido un panorama complejo que hemos podido enfrentar en gran parte gracias a la notable labor de Elena Guarch Rodríguez como jefa del departamento desde hace varios años, y también por el sentido de unidad y pertenencia que tiene nuestro grupo. Hay que resolver esos problemas y enfrentar la necesidad de apoyar y fomentar la investigación arqueológica de la ciudad y otros espacios urbanos, y contribuir en la enseñanza universitaria para preparar nuevo personal. Hay que reavivar la discusión académica y multiplicar nuestros vínculos internacionales porque allí están los recursos y las posibilidades de capacitación. Hay que buscar nuevos temas de trabajo, con impacto más inmediato en la sociedad y conseguir que esta nos ayude en el reclamo de apoyo. En sentido general creo que lo más urgente para nosotros y para otras instituciones arqueológicas cubanas, es buscar cómo sobrevivir los cambios socioeconómicos que se están viviendo ahora mismo. Evitar la  desmembración de centros y grupos de trabajo y perder lo que tanto ha costado crear. Debemos buscar ajustes efectivos sin dejar de pensar en cómo crecer y hacer un buen trabajo, que es lo que al final más importa.


[1] El premio otorgado por la Academia de Ciencias de Cuba fue a: “Nuevas investigaciones arqueológicas en El Chorro de Maíta. De espacio  indígena a escenario de dominación colonial”.
Autores: Dr. Roberto Valcárcel Rojas, M.Sc. Lourdes Pérez Iglesias, M.Sc. Elena Guarch Rodríguez, Dr. Corinne Hofman, Dr. Vernon James Knight, Dr. Menno Hoogland, Dr. Marcos Martinón-Torres, Dr. Darlene Weston, Dr. Jason E. Laffoon, Dr. Alex Bayliss, Dr. Lee A. Newsom, Dr. Hayley L. Mickleburgh, M.A. Anne van Duijvenbode, Dr. Ashley Brooke Persons, Dr. Jago Cooper,  Juan Guarch Rodríguez y José A. Cruz Ramírez. Colaboradores científicos: Pedro Cruz Ramírez , M.Sc. Marcos Labrada Ochoa , Lic. Mercedes Martínez, Lic. Yamilka Vargas, M.Sc. Juan E. Jardines, Lic. Ileana Rodríguez Pisonero, Lic. Yanet Fernández Batista, Dr. Rusell Graham, Dr. David Golstein, Dr. John W. O´Hear, Dr. John E. Worth, M.A. Paul Noe, Lic. Adisney Campos Suárez, Lic. Roger Arrazcaeta, Lic. Lisette Roura, M.Sc. Ariadna Mendoza, M.Sc. Alejando Fernández Velázquez, Lic. Marvic Ortueta Milán, M.Sc. Lino Valcárcel Rojas, Nidia Leyva, M.Sc. Teresa Zaldívar, M.Sc. Juan Carlos Osorio.

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