Por: José Novoa Betancourt
Cuando
el Gran Almirante Cristóbal Colón arribó a la bahía de Bariay en la tarde del
27 de octubre de 1492 desconocía que no solo había arribado a una de las
regiones más pobladas por aborígenes, sino que también iniciaba la exposición
de la historia colonial cubana. El diario del navegante es una crónica que
ofrece desde el asombro una imagen cualitativa del nuevo espacio cultural e
indirectamente, al recoger los rasgos de aquel mundo peculiar, apunta las
profundas diferencias que tipificaban el entorno encontrado respecto al pronto
denominado Viejo Mundo. La casualidad quiso que aquel osado marino del
Renacimiento, con una importante experiencia cultural empírica por sus
contactos con otros pueblos de la cuenca mediterránea, del norte de Europa y de
parte de las costas africanas, al que no le era ajena la cultura de la
antigüedad clásica, tuviera la oportunidad de vivir aquella aventura.
Aunque
las tierras de Holguín atesoran bajo su superficie una parte importante de las
riquezas arqueológicas cubanas y que la época colonial no fue capaz de hacer
desaparecer del todo esa raíz local, las crónicas sobre la localidad o desde
ella, escritas en los siglos XVIII y XIX, ignoraron en general a los indios.
Cuando se les menciona como en “Memoria sobre el hato de San Isidoro de Holguín”
(1865), se les recoge en el mero papel de fondo histórico de la cruenta
conquista u ocasionalmente se mencionan por la actividad de alguno de sus
descendientes en la sociedad colonial. Esos relatos escritos desde el providencialismo;
obispo Morell de Santa Cruz en 1756 (2005), o desde el positivismo; Diego de
Ávila y Delmonte en 1865 (1926), se basaron exclusivamente en las fuentes
testimoniales o documentales que proclamaban la extinción del indio, aunque los
Libros Parroquiales de Holguín recogieran su larga presencia en la comunidad
local. Los aires de la arqueología que lentamente se conformaba en Europa no
tuvieron entonces ningún eco en Holguín y la historia continuó dominando la forma
clásica de búsqueda de información.
Quizás
todo comenzó a cambiar particularmente desde que Antonio Bachiller y Morales
publicara “Cuba primitiva: origen, lenguas, tradiciones e historia de los
indios de las Antillas Mayores y las Lacayas” en 1883, un texto que influyó en
que comenzara a tomar fuerza en Cuba el coleccionismo de los artefactos
aborígenes, hecho vinculado al paulatino despertar del interés por la
arqueología y el pasado precolombino. Ese estudio también contribuyó al
establecimiento del criterio positivista evolutivo sobre la clasificación de
las ciencias, que asentó a la arqueología como un estanco particular dentro de
las ciencias sociales y una específica auxiliar de la historia.
Por
cierto, en esa década de 1880 el periodista y escritor José Martí testimonió en
artículos y libros, teniendo de fondo los avances de la arqueología y la
etnología en Europa y los Estados Unidos, la importancia de las visiones
históricas y arqueológicas para el avance del diverso mundo americano. En 1883 Martí
tradujo al español los libros “Antigüedades griegas” y “Antigüedades romanas” y
en “La Edad de Oro” (1889) se nota un interés educativo sobre la necesidad de
conocer el pasado. ¿No se encuentra en ese libro maravilloso, en el artículo “La
historia del hombre contada por sus casas”, una convocatoria indirecta al saber
arqueológico? Dijo allí: “En aquellos
tiempos no había libros que contasen las cosas: las piedras, los huesos, las
conchas, los instrumentos de trabajar son los que enseñan cómo vivían los
hombres de antes”. Es esa una valoración que hace descansar en los objetos
particulares de investigación y sus fuentes el que prevalezca la herramienta
analítica que se va a utilizar: la historia o la arqueología; se puede
especular que para el Apóstol, la ciencia general es la historia, dividida en
dos momentos peculiares.
Sin
embargo, los grandes cambios vinculados al hacer arqueológico y al
perfeccionamiento del método histórico, cuestiones que sentaron las pautas de
la actualidad investigativa y las relaciones entre los interesados y los
profesionales del pasado histórico no ocurrieron en Holguín hasta mucho más
tarde, en pleno siglo XX, hechos vinculados a dos importantes personalidades: José Agustín García Castañeda
(1902-1982) y José Manuel Guarch
Delmonte (1931-2001).
García Castañeda y Guarch Delmonte:
¿arqueólogos o historiadores?
García
Castañeda fue el producto cultural del perfeccionamiento del coleccionismo en
Holguín y del movimiento inicial de la etnología y la arqueología científicas;
un movimiento de ideas desplegado desde el positivismo y enardecido por
rescatar las raíces de la identidad cubana, vista no solo en España y Europa,
sino también en los aborígenes.
García
Castañeda fue hijo de Eduardo García Feria, un gran coleccionista local, y de
él bebió el amor por la historia de Holguín y su entendimiento de la
peculiaridad de esas tierras donde vino al mundo como una gran reserva de la
riqueza arqueológica aborigen. Luego se formó como abogado, pero su mayor
interés estuvo en aplicar todo el espectro de las ciencias sociales para
definir la identidad histórica de Holguín dentro de la región oriental y en
Cuba.
Sus
excavaciones empíricas en sitios como El Yayal lo hicieron famoso; pero más que
un aficionado en la búsqueda de objetos que nutrieran los fondos del museo que
su familia creó en su casa particular, acaso su mayor mérito es tratar de
interpretar lo encontrado y fundir la fase aborigen a la historia colonial y
republicana. Con García Castañeda hacer arqueología e investigar la historia se
convirtió en un solo proceso cognitivo, más allá de sus propias peculiaridades.
Sobre la base de varios de sus estudios en una y otra disciplina, García
Castañeda plantea la importante hipótesis para el campo de la historia,
recogida por Irving Rouse (1492) y otros arqueólogos (Morales Patiño y Pérez de
Acevedo 1945), sobre la existencia de una estrecha relación entre el sitio de
transculturación El Yayal y la posterior fundación del núcleo urbano de
Holguín. Es imposible desligar en García Castañeda una ciencia de la otra; entonces,
sobre todo por su actuar, la arqueología y la historia desde hace varias
décadas andan de la mano en Holguín, influenciándose mutuamente de forma
ventajosa.
La
limitante de aquellos esfuerzos se localizaba en la metodología y sobre todo en
la falta de un apoyo real. Pero felizmente todo se transformó con los profundos
cambios originados por la Revolución desde 1959. La gigantesca obra impulsada
por Fidel Castro comprendió desde sus inicios los importantes papeles de la
historia y la ciencia en la forja del nuevo proyecto.
Desde
1968, centenario del inicio de las guerras por la independencia, el Partido
Comunista de Cuba llamó a profundizar en la historia nacional y local cubana, y
entonces la historia y la arqueología hallaron en Holguín un nuevo espacio de
creación y avances. Es de reconocer en ese ambiente, junto al trabajo de varios
esforzados compañeros entre ellos Andrés Ramírez Feliú, al binomio creado por
Miguel Cano Blanco e Hiram Pérez Concepción. El primero, nombrado líder
regional de la organización comunista después del comandante Alfonso Zayas, y
el segundo, primero designado presidente del Movimiento de Activistas de
Historia (1970) y luego jefe de la Sección de Investigaciones Históricas del
Comité Provincial del Partido (1977). El amplio ambiente de colaboración
construido por ambos políticos posibilitó la más activa participación de García
Castañeda y otros historiadores y aficionados a la arqueología.
García
Castañeda fue un intelectual que supo sobreponer a su formación filosófica y a
su inveterado escepticismo el interés supremo del patriotismo y su amor por la
historia y la arqueología. La Revolución impulsó sin pausas la realización de
sus mejores sueños.
También
a lo largo de la década de 1970 otras cosas sucedieron en Holguín dentro de la
obra social y científica promovida por Fidel, como la fundación del Instituto
Superior Pedagógico, cuya Licenciatura en Historia y Ciencias Sociales, por su
alto nivel académico, fertilizó el activismo de Historia y abonó el campo
investigativo al que luego se sumó el Departamento de Historia de la
Universidad de Holguín. Sin esas líneas de desarrollo educativo, científico
intelectual y político regional, sin recordar el importante trabajo que en sus
tiempos produjera García Castañeda y sin valorar el gran peso de Holguín como
reservorio arqueológico, no se pueden entender las razones por las cuales, en
1976, un hasta entonces líder científico cambiara las luminosas perspectivas
del trabajo investigativo arqueológico desde La Habana y su vida en la capital
por la reorganización de las investigaciones arqueológicas en el norte
oriental. La decisión del camagüeyano
José Manuel Guarch Delmonte de trasladarse junto a su familia desde La
Habana a Holguín fue providencial.
Guarch
Delmonte, quien logró varios doctorados y dirigió importantes instituciones
investigativas de carácter nacional (Valcárcel Rojas, 2002a), mostró a lo largo
de sus años holguineros las razones de su exitoso temprano brillo en la
arqueología y la investigación histórica en Cuba. Entre sus obras científico
sociales en Holguín cabe destacar la fundación del Departamento Centro Oriental
de Arqueología, su papel de presidente fundador de la Filial provincial de la
Unión Nacional de Historiadores de Cuba y su actividad como director fundador
de la Casa de Iberoamérica.
Si
García Castañeda posibilitó el avance de la arqueología y la historia
particularmente entre los años 1930-60 en Holguín, fue Guarch Delmonte quien
les sumó academia y actualización.
Ambos
fueron arqueólogos e historiadores que por su liderazgo aglutinaron a su
alrededor a jóvenes, maestros e interesados, lo que logró multiplicar su obra.
Su legado cultural en el impulso del conocimiento es invaluable y su mayor
mérito es haber contribuido a formar una familia de investigadores que ya
arqueólogos o historiadores, guiados por su lealtad a Cuba y a la ciencia,
continúan trabajando codo a codo, intercambiando, creando.
Para
el autor de estas líneas, parte modesta de ese grupo, la arqueología y la
historia no son más que dos momentos concretos y complementarios del estudio
científico que explica el surgimiento y desarrollo histórico-natural de la
sociedad humana.
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