Roberto Valcárcel Rojas
Dr. en Ciencias Aqueológicas
(Este articulo fue preparado como parte
de investigaciones posdoctorales
desarrolladas por el
autor en el marco del proyecto ERC-Synergy NEXUS 1492,
sostenido por European Research Council/ ERC grant agreement n° 3192099. Agradecemos el apoyo del proyecto Cultura material en entornos de
interacción indohispana (DCOA, CISAT, CITMA, Holguín) en la información aportada para la
actualización del texto a fin de realizar su publicación).
En 1941
Benjamin Irving Rouse llega a
Cuba. Uno de los vecinos del sitio Potrero de El Mango, en el barrio de Mulas,
en Banes, en conversación con este autor
en 1998 lo recordó
así: “Era un hombre joven y práctico (tenía 28 años), que
pagaba bien el servicio de los excavadores”.
Rouse se
había educado en la Universidad de Yale, donde inició estudios
forestales y donde
finalmente pasó
a la antropología. Su tesis doctoral,
publicada en dos partes (Prehistory in Haiti: A Study in Method, en 1939,
y Culture of the Ft. Liberté Region, Haiti, en 1941), sentaría las bases de un esquema de clasificación
cerámica de enorme importancia para ordenar el estudio arqueológico de la
presencia indígena en el Caribe.
A su
llegada a Cuba venía a trabajar para el Programa antropológico del Caribe, de
la Universidad de Yale, y a buscar datos para contrastar las hipótesis
planteadas a partir de sus investigaciones en Haití. Tuvo el apoyo y la
oportunidad de intercambiar con los más importantes investigadores cubanos de la
época.
La labor de Rouse en
Cuba consistió en un estudio exploratorio de los residuarios del área de
Maniabón (norte de las actuales provincias de Holguín y Las Tunas). Los resultados
de dicha investigación se publicaron en el mismo 1942 en la obra titulada por
él: “Archaeology
of the Maniabón Hills, Cuba”.
Aunque el
científico tenía una clara intención generalizadora, a su llegada el científico
encontró una particular concentración de sitios en la zona de Banes con un carácter
sobresaliente en términos de complejidad cultural; todo ello hace que el área
incida, primero en Rouse y luego en el texto que escribió y publicó. A partir
de entonces Banes consiguió una relevancia en la arqueología cubana que no ha
perdido.
Rouse
realizó una exhaustiva consulta de las informaciones existentes sobre la zona y
sobre arqueología cubana en general, que incluyó revisiones de colecciones y
testimonios de los propios colectores. Luego preparó una valiosa reseña de la
historia de las investigaciones realizadas en Banes y de las colecciones disponibles,
haciendo amplio uso de los artículos y notas preparados por José A. García
Castañeda.
El
intercambio del norteamericano con el holguinero García Castañeda
indudablemente influyó en muchos de los criterios del segundo; pero asimismo el
apoyo que tuvo del coleccionista residente en Banes, Orencio
Miguel Alonso, y el de otros coleccionistas y aficionados, fue vital para
ubicar y explorar sitios, o lograr el acceso a las colecciones.
Los trabajos se hicieron en solo cuatro meses de 1941
con un ritmo muy intenso y una rigurosa metodología, finalmente obteniendo un
gran volumen de información que en 1942 ya aparecía publicada por el
Departamento de Antropología de la Universidad de Yale una monografía que recogía los resultados de las
exploraciones.
Igualmente
se planificó la escritura de textos para presentar las excavaciones, pero esos
no vieron la luz.
Durante la
investigación se visitaron o exploraron numerosos sitios arqueológicos, y se
hicieron recogidas superficiales de evidencias; se excavaron los sitios Aguas
Gordas, Salermo y Potrero de El Mango. Usando sus datos y los de los
exploradores locales y coleccionistas, Rouse preparó un informe de tipo censal
y clasificatorio sobre todos los sitios y áreas con reportes de material
arqueológico conocidos en Maniabón; un total de 190 locaciones. Las referencias
obtenidas atañen tanto al orden de los artefactos como a las peculiaridades del
patrón de asentamiento, los rasgos medioambientales, la estructura
estratigráfica de las deposiciones y el estado de conservación de los
yacimientos.
Igual Rouse trabajó
junto a Carlos García Robiou, profesor de Antropología
de la Universidad de La Habana, en la excavación de Aguas Gordas. Los
materiales colectados por Robiou nunca fueron adecuadamente estudiados (Tabío y
Rey,
1985:122), aunque algunos datos sobre la excavación se conocen por la obra de Rouse.
Los
trabajos hechos en Potrero de El Mango fueron dirigidos por el mismísimo Rouse
con el apoyo de Orencio Miguel Alonso y los Boy
Scouts de Banes. esas son las primeras excavaciones en Cuba donde se
mantiene control estratigráfico y un registro adecuado del trabajo. Las
evidencias obtenidas en Potrero de El Mango fueron enviadas a los Estados
Unidos y se conservan en el Peabody
Museum of Natural History de la Universidad de Yale. Han sido estudiadas recientemente por
la arqueóloga A. Brooke Persons (2013),
de la Universidad de Alabama, para su
disertación doctoral sobre Banes.
Rouse propuso una
cronología general para la región,
así como una correlación de los sitios más tardíos, identificados por el reporte de
material hispano y ciertos rasgos cerámicos. Lo
segundo aporta una
valiosa relación de sitios con evidencias europeas que ayuda a iniciar en Cuba
el análisis de los vínculos entre aborígenes y sus conquistadores y los
potenciales procesos de cambio o “aculturación” en la sociedad indígena.
De esta
investigación se desprende además el reconocimiento de la existencia en
Maniabón de residuarios de dos tipos de grupos culturales: ciboney en
su cultura Cayo Redondo y subtaíno
en su cultura Baní. El
término subtaíno había sido manejado antes por
Harrington para designar una expresión más simple del taíno, grupo que estimó
dominante en Cuba. A partir de los datos de Maniabón las diferencias del
subtaíno y el taíno fueron detalladas y reformuladas por Rouse
(1942: 31; 163 - 166),
considerándolos como dos grupos étnicos diferentes.
Sobre un
estudio esencialmente cerámico, al que agrega la valoración de patrones de
asentamiento, probable extensión de las ocupaciones, presencia de cercados
térreos y petroglifos, y usando como referencia los datos cerámicos de Haití,
Rouse estructura las diferencias. Así distingue en el extremo este de Cuba (en
la actual provincia de Guantánamo) cerámicas complejas, asimilables a las de la
cultura Carrier de Haití, relacionadas con obras térreas y petroglifos. Al
hallarse estas solamente en el Este de Cuba y en sitios cuya ocupación no
parece haber sido muy extensa, el arqueólogo estadounidense asume que los
individuos debieron arribar tardíamente desde Haití y los vincula con la
información aportada por Bartolomé de las Casas sobre los últimos emigrantes
indígenas provenientes de La Española. A esos nombra con el término de taínos.
Igual Rouse
reconoce el predominio en el centro y el oriente de Cuba de otras formas de
cerámica, esas más simples que las anteriormente narradas pero similares a las
de la cultura Meillac de Haití que fueron encontradas en depósitos
arqueológicos cuya densidad sugiere ocupaciones extensas y por ello una entrada
anterior a la del taíno. A falta de una adecuada denominación histórica para
esos grupos Rouse recupera el término subtaíno dejando implícita la idea de su
inferioridad cultural respecto al taíno.
Rouse (1942: 163 – 164) propone las culturas Pueblo
Viejo y Baní como expresión cubana de las culturas haitianas Carrier y Meillac. En años posteriores ajustará estos
elementos a su esquema de desarrollo caribeño integrándolas con carácter de
estilos a subseries cerámicas: Chican
ostionoid y Meillacan ostionoid,
según se escriben en inglés (Rouse, 1992: 52–53).
El trabajo realizado por Rouse fue reconocido por la
calidad de su enfoque analítico, pero su división del taíno no fue aceptada por
muchos. En su texto Caverna, Costa y
Meseta, de 1945, Felipe Pichardo Moya objeta con razón la selección del
término subtaíno, completamente arbitrario y carente de base histórica, y
cuestiona la capacidad de los elementos diferenciadores considerados por Rouse
para sustentar distinciones culturales. No obstante, el esquema de Rouse
sobrevivió incluso en un texto de la importancia de Prehistoria de Cuba (1985) de E. Tabío y E. Rey, donde se proponía
la perspectiva marxista para valorar el mundo precolombino de Cuba.
Archaeology of the
Maniabón Hills, Cuba,
por sus aportes metodológicos y conceptuales desborda los marcos de una
investigación regional para convertirse en una obra clásica de la arqueología
de Cuba. Revoluciona la práctica arqueológica del momento al demostrar la
importancia de las excavaciones controladas como modo de seguir el cambio
cultural y al abordar la validez, en una óptica analítica, de los estudios
cerámicos y tipológicos en general. Aporta una nueva propuesta de clasificación
cultural que reconoce elementos diferenciales hasta ese momento no considerados
y facilita la correlación de la información arqueológica de Cuba con la del
resto de las Antillas Mayores. De este texto emerge la visión de un desarrollo
cultural que involucra la mayor parte de Cuba, vinculado a rasgos cerámicos que
tienen su sitio guía en el yacimiento Meillac
de Haití, y que sirven para conceptualizar la presencia de los agricultores
ceramistas en el país.
Tal investigación constituye hasta hoy uno de los
resúmenes descriptivos más amplios de los residuarios de Banes, muy valioso si
se considera el nivel de deterioro que
han llegado a tener estos sitios o la destrucción de algunos. Aunque, claro, no
puede ignorarse que el arqueólogo propone consideraciones basadas en un manejo
limitado de información estratigráfica, e incluso a partir de observaciones de
materiales superficiales u obtenidos en colectas no científicas, que resultaban
en muchos casos propuestas iniciales. De cualquier modo muchos de sus
señalamientos y observaciones sobre el cambio cerámico, el patrón de
asentamiento y las concentraciones de yacimientos, entre otros, han tenido
algún tipo de corroboración (ver en este sentido Persons, 2013; Valcárcel
Rojas, 2002b; Valcárcel Rojas et al., 1996) o funcionan como guía de nuevas
investigaciones.
De modo
inmediato tales estudios sirvieron para precisar la importancia de esta área en
el panorama arqueológico de Cuba y Las Antillas, estimularon el interés en ella
e influyeron en la adopción, por parte de coleccionistas como Orencio Miguel
Alonso y los Boy Scouts de Banes, de
cierto manejo investigativo en sus trabajos (Miguel, 1949).
Aunque estos y otros coleccionistas continuaron las exploraciones y
excavaciones, con ocasionales visitas y prospecciones de estudiosos de la
arqueología cubana, Banes
solo vuelve a tener
un trabajo científico realmente serio e intenso con las excavaciones
ejecutadas a partir de 1963 por el Departamento de Antropología (Academia de
Ciencias de Cuba). Lamentablemente el trabajo de Rouse en Maniabón, que es sin
discusión un impresionante ejercicio investigativo de uno de los arqueólogos
más importantes del Caribe, permanece ignorado por muchos investigadores
cubanos o aún
no ha sido reconocido en toda su magnitud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario