En
La Habana
“Ese
es mi hijo Calixto”
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Doña
Lucía Iñiguez vive en El Cerro, en la calle Moreno No. 23.
A
su casa llega un emisario del General Concha, Capitán General de la isla. Le
lleva la noticia de la captura de su hijo por el ejército español, que lo
retiene en calidad de prisionero.
Lucía: “Perdone el General que yo no le de valor
alguno a esa noticia, pues son ya muchas las ocasiones en que lo han dado por
muerto y otras por prisionero”.
Emisario: Yo le aseguro a Usted, bajo mi palabra de
honor, que el cabecilla insurrecto Calixto García se halla en poder de
nuestras tropas”.
Lucía: “No es que dude de usted, General, es que
yo tengo forjada en mi mente la idea de que mi hijo ni ha caído ni caerá
jamás en poder de las tropas españolas. Calixto es mi hijo y, por lo tanto,
no debe rendirse…”
Emisario: “Mire usted señora”, (El jefe español
le muestra un papel), “vea el
cablegrama del General Sabas Marín donde dice que ese jefe rebelde, antes de
caer en poder de nuestros hombres, prefirió el suicidio, disparándose una
bala de su revólver por debajo de la barba…”
Lucía: “!Ah… entonces ese es mi hijo Calixto.
Muerto antes que rendido”.
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Cuando
vuelve a la vida Calixto desdeña, enardecido, el cubano al servicio de España
que le han puesto a cuidarle y acepta a un soldado de línea
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Nada
odiaba más el General García que a los hombres que servían a cambio de paga,
y en esa categoría tenía a los guerrilleros, cubanos que estaban al servicio
de España por dinero. Por eso, cuando vuelve a la vida y descubre que le
habían puesto un guerrillero para cuidarle y auxiliarle, desdeña el auxilio y
protesta enardecido. Entonces sustituyen al guerrillero por un soldado de
línea: Cesáreo Barcala, quien vivió en La Habana hasta el día de su muerte.
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1874,
Septiembre 6
Parte
español avisa que han apresado a Calixto García
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Parte
español:
Santiago
de Cuba. El señor Coronel jefe de la tercera brigada, en telegrama de las 4 y
50 p.m., dice: “El teniente Ariza, en
telegrama desde Veguitas dice: Acabo de llegar a este punto. Enemigo
derrotado en número de 800, le hice 36 muertos y 4 prisioneros, uno de ellos
es el mayor general Calixto García Iñiguez. Por nuestra parte ni un contuso”.
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El
General español Sabas Marín escribe al Capitán General pidiendo que se
devolviera a Calixto al campo de la Revolución porque cuando los sucesos
aquel iba a entrevistarse con el fiscal para tratar asuntos de paz
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Sabas
Marín, que bien sabía que el general García había perdonado a los oficiales
prisioneros en el copo del Chato, escribe un telegrama al Capitán General
Concha en el que le dice que el honor español no estaría a salvo si no se
devolvía al general García al campo de la Revolución, porque
éste se dirigía a la conferencia con el fiscal para tratar asuntos de la paz[1].
Concha,
aprovechando la oportunidad y en plan pacificador, mandó a dar buen trato al
prisionero ilustre e imprimió múltiples proclamas en las que a nombre de
Calixto García, llamaba a los insurrectos a la cordialidad.
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1874,
Septiembre 8
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Los
oficiales españoles asedian al prisionero con proposiciones de toda índole.
Calixto, que no puede hablar a causas del tiro, se ve obligado a contestar
por escrito. El 8 de septiembre les dice: “No
crea usted que yo quiero comprar mi vida con una villanía, hoy aprecio tan
poco la vida que mi mayor felicidad sería perderla”. Y acto seguido,
recordando a su madre, escribe: “Como
he de escribir a mi madre, desearía saber si voy a permanecer algunos días
aquí o si salgo pronto para otro lugar”.
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Calixto
protesta al leer las proclamas que a su nombre está haciendo públicas el
mando español.
Pide
escribir al oficial mambí más cercano y lo autorizan.
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Cuando
Calixto lee las proclamas de Concha a su nombre, protesta enardecido. Pide
escribir al oficial mambí más cercano del lugar donde lo tienen, (ese es el
General Barreto), lo autorizan.
Carta
de Calixto a Barreto: “Sabrá usted que
en la tarde del cinco caí en poder de los españoles. Yo pretendí quitarme la
vida para no pasar por la vergüenza de ser prisionero de nuestro enemigo.
Le aconsejo a usted que no desista en
la prosecución del plan sobre el cual me habló, pues el logro de su
terminación redundará en la felicidad de la causa que venimos defendiendo”[2].
Esteban
de Varona, el viejo agente mambí que se conocía con el nombre de Marqueta, llevó
la carta de Calixto al General Barreto y se incorporó al campo mambí[3].
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[1] Este telegrama, al que quizás debió
su vida el general, es el comienzo de una serie de mentiras, según las cuales
aparece el prócer en actitud conciliadora con el enemigo.
[2] Fernando Figueredo afirma que el plan
a que se refería Calixto era el de obtener parque de Jamaica. Sin embargo, el
historiador español Pirala dice que en carta de Calixto de 8 de octubre de 1874 a Silverio del Prado,
de cuya autenticidad hoy se sigue dudando, escribió el general: “Debo hacerle
algunas reflexiones que me sugieren lo que he visto desde mi prisión. Hace seis
años, amigo mío que nos empeñamos en una guerra terrible que se ha llevado a
cabo con sin igual empeño y sin cejar ninguna de las dos partes. En estos seis
años los Departamentos Central y Oriental se han convertido en escombros; pero
nosotros no hemos podido adelantar gran cosa en nuestra empresa. Es verdad que
hoy somos más aguerridos, que tenemos armas y fabricamos parque; pero, amigo
mío, los hombres que caen no se reponen y poco a poco irán cayendo todos los
que no perezcan por las enfermedades. Poco hay que esperar de la reacción. Los
cubanos, en vez de acudir a ayudarnos, han tomado las armas y están al lado de
los españoles, que puede decirse que componen casi la mitad del ejército. Ahora
bien, amigo mío: ¿Cree usted que no teniendo esperanzas de triunfo debe
permitirse en una guerra que durará más o menos tiempo, pero que no dará el
resultado que se espera? Lo creo a usted hombre de juicio recto y por eso me
dirijo a usted para decirle que el brigadier Marín está dispuesto a conceder
perdón a todos los que quieran venirse, como también conceder pasaporte para el
extranjero a los que no quieran permanecer en Cuba. Piense, amigo, en lo que le
aconsejo y crea que sólo lo hago llevado del deseo de serle útil a usted.
[3] La conducta de Varona siempre fue
dudosa. Cuando llegó al campamento del general camagüeyano Goyo Benítez con
proposiciones de paz a nombre de Martínez Campos, fue presentado ante un
Consejo de Guerra. Condenado a muerte, fue ejecutado en los campos de Cuba en
Armas el 8 de octubre de 1877.
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