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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

27 de febrero de 2017

Lourdes Pérez: de las polimitas a los manatíes. Zoología para arqueologos



Por: José Abreu Cardet
 
Entrevista a Lourdes del Rosario Pérez Iglesias (Holguín, 7 de octubre de 1965). Licenciada en Biología por la Universidad de Oriente y Máster en Gestión Ambiental. Investigadora Auxiliar y arqueozoóloga del Departamento Centro Oriental de Arqueología. En sus más de 24 años de trabajo en esta institución ha participado y dirigido más de una docena de proyectos de investigación 
-¿Qué estudia la arqueozoología?
La arqueozoología en sitios indígenas, que son los que casi siempre  investigo, se encarga del estudio de la fauna con la que interactuaron los aborígenes en tanto se pueden conocer las especies usadas para su sostenimiento alimentario, las que los proveyeron de materias primas para la elaboración de sus instrumentos y objetos de adorno corporal y de uso ceremonial. En esta investigación se pueden conocer los animales utilizados, sus hábitats, sexo, edad, los procesos de matanza, transportación y decisiones de distribución. Estos datos permiten además inferir acerca de las tecnologías de captura, crianza y carnicería; la frecuencia con que las especies fueron usadas, basándonos en la cantidad de animales o en la biomasa que aportan, así como la salud de los especímenes. Estos aspectos pueden estar relacionados con los cambios de la fauna en la región, particularmente con procesos de domesticación, etc.
-¿Cómo te acercaste a la arqueología?
Me gradué de Licenciatura en Biología en 1988, en la Universidad de Oriente. Al terminar me ubicaron en la estación de la Academia de Ciencias en Pinares de Mayarí, pero por circunstancias familiares no podía irme a trabajar lejos de la casa. El director del centro de Pinares de Mayarí en aquel entonces, Jacobo Urbino, me dijo que en el Departamento Centro Oriental de Arqueología estaban buscando un biólogo y me habló de José Manuel Guarch Delmonte. Cuando conversé con él me explicó el tipo de trabajo que necesitaban por parte de un biólogo y quedé fascinada. Se trataba de estudios paleobotánicos para determinar las plantas que los aborígenes usaron en épocas precolombinas. Más tarde tomé otro rumbo, cambié a la arqueozoología, ya que la palinología en arqueología era difícil de fomentar por el alto costo de las técnicas que requiere. La arqueozoología era más factible, pues podía aplicar y desarrollar mis conocimientos como bióloga, y era igualmente necesaria en el Departamento Centro Oriental de Arqueología.
-¿Cuándo se iniciaron las investigaciones arqueozoológicas en Cuba y particularmente en Holguín? ¿Qué significó para ti entrar en ese campo?
El trabajo arqueozoológico en Cuba se inició de forma sistemática desde que institucionalizó la arqueología en el país, en 1962, y se ha concentrado fundamentalmente en el Instituto Cubano de Antropología (ICAN), el Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador, y la Facultad de Biología de la Universidad de La Habana. En Santiago de Cuba, en el Departamento de Arqueología de la Oficina del Conservador de la Ciudad y en la Universidad de Oriente también se ha avanzado. Milton Pino ha sido una figura importante en este proceso.
En Holguín desde que se creó el Departamento de Arqueología, su fundador, José Manuel Guarch, siempre tuvo una clara visión de la importancia de los estudios arquezoológicos. Las primeras informaciones arquezoológicas de Holguín se remontan a los años 40 del siglo XX, a partir de trabajos ejecutados por Eduardo García Feria, José A. García Castañeda y Orencio Miguel Alonso, entre otros, quienes poseían colecciones de objetos extraídos de muchos residuarios arqueológicos de la localidad. Por esa misma época se publica el libro Archaeology of the Maniabón Hills, de Irving Rouse, en el que el investigador norteamericano informa sobre un levantamiento de los sitios arqueológicos de esta región, y describe en muchos de ellos la presencia de evidencias arqueozoológicas.
Con posterioridad a 1959 la creación en Holguín del grupo de aficionados Jóvenes Arqueólogos, luego incorporados varios de ellos al Grupo Científico García Feria, conllevó la realización de trabajos arqueológicos que contemplaban, entre otros materiales, la obtención de testimonios arquezoológicos. Muchos de estos materiales pasaron a engrosar las colecciones del Museo Guamá. También algunos de estos materiales pasaron a las colecciones del Museo de Historia Natural Carlos de la Torre y Huerta, de la ciudad de Holguín.
En aquel momento los datos arquezoológicos no pasaban de ser listas de entidades zoológicas, vistas desde una perspectiva descriptiva, y alguna veces tratadas a nivel de clases zoológicas en general, por lo que es frecuente encontrar términos como: conchas de moluscos, huesos de jutías, pinzas de cangrejo, huesos de majá, peto de jicotea, costilla de manatí, etcétera. O bien la mención de la utilización de huesos y conchas como materia prima para la confección de instrumentos de trabajo o de adornos de uso corporal por parte de las comunidades aborígenes en los sitios estudiados.
Trabajos con metodologías sistematizadas y con un enfoque que analizaba la explotación del entorno y trabajaba la identificación de actividades subsistenciales y el uso de recursos faunísticos, son los que provienen del Grupo de Trabajo de Arqueología de Holguín, en 1977, adscrito a la entonces Academia de Ciencias de Cuba, devenido más tarde Departamento Centro Oriental de Arqueología. En los primeros momentos las investigaciones arqueozoológicas del mencionado Departamento estuvieron a cargo de José Manuel Guarch Delmonte. En ese tiempo se trabajaron sitios como La Güira de Barajagua, Loma de Ochile, Mejías.
Esta institución incorporó a César Rodríguez Arce para el desempeño de esta disciplina. Este investigador estudió un amplio grupo de sitios arqueológicos, entre ellos loma de Baní, cerro del Júcaro, Esterito, Punta de Pulpo, El Boniato, El Porvenir, El Chorro de Maíta. También creó, junto a Milton Pino, una metodología de análisis arqueozoológico que fue bien acogida por la comunidad de arqueozoólogos de Cuba. En la misma se utilizaba el conocido conteo de Número Mínimo de Individuos (NMI) y se seguía una medida cuantitativa que pasaba del solo conteo de las especies encontradas a las interpretaciones del contexto en concordancia con el ambiente y las actividades subsistenciales que se realizaron.
A finales de la década de los 80 es cuando me incorporo al Departamento Centro Oriental de Arqueología, y bajo la tutela de Rodríguez Arce comienzo a realizar este tipo de estudio y desde esos momentos y hasta el presente he trabajado numerosos sitios arqueológicos, entre los que se destacan por su envergadura e importancia histórica Cayo Bariay y El Chorro de Maíta.
-¿Cómo se hace el estudio de un sitio arqueológico?
El descubrimiento de un sitio arqueológico puede ser fortuito o intencional. Muchas veces llegan a nosotros personas que hacen un reporte de un hallazgo y luego los especialistas vamos al lugar a explorar y determinamos si es o no un sitio arqueológico. Otras veces se descubren cuando se exploran áreas extensas con determinados fines que pueden ser arqueológicos o no y se encuentran los sitios en los que afloran materiales y también coinciden con accidentes geográficos que revelan su presencia.
Recuerdo cuando buscábamos un sitio arqueológico en Cayo Bariay cuando Guarch Delmonte tenía la hipótesis de que en el cayo debió existir un sitio arqueológico que coincidiera con lo que Cristóbal Colón describe en su diario cuando arribó a estos parajes en 1492, una pequeña aldea de pescadores. El equipo de investigación se desplegó a explorar todo el lugar, íbamos separados unos de otros a 2 metros, con una piqueta en la mano, hasta que Juan Guarch y su padre José Manuel Guarch Delmonte encontraron lo que hoy se conoce y se exhibe en Punta del Gato.
A partir de este descubrimiento se diseñó un proyecto de investigación para acometer la excavación, se estudiaron superficialmente las áreas del sitio y de acuerdo con el tiempo y financiamiento disponible se definió el área para excavar. En estos casos generalmente se cuadricula el espacio en escaques o cuadrículas de 2 x 2 metros o 1 x 1 m y se va excavando cuidadosamente, realizando una recogida cada 10 cm de profundidad, que es lo que llamamos estratigrafía artificial,, sin perder la óptica de la estratigrafía por capas naturales. Paralelo a ello se registra todo lo que va apareciendo, se hacen dibujos de las plantas, se toman fotografías y se toman puntos para ubicar con exactitud cada uno de los objetos hallados. Por otra parte, se tamiza todo el suelo que se va removiendo y es aquí donde se consigue otra parte de la información. Cada objeto o fragmento que va saliendo se guarda en bolsos bien etiquetados  que se dividen en objetos culturales o restos de fauna. También se guarda parte del sedimento para revisarlo con otros tamices más finos, utilizados para obtener semillas, partes óseas muy pequeñas, así como cualquier objeto o estructura diminuta.
El trabajo de un arqueozoólogo es en general participar en todo esto y además estar pendiente de todo hallazgo animal, para más tarde en el laboratorio poder realizar mediciones, observaciones, análisis y las interpretaciones convenientes.
Una excavación no se realiza para extraer un conjunto de objetos curiosos, bonitos, extraños, valiosos, que sirvan para exhibirlos en un museo. Para que una excavación rinda resultados satisfactorios hay que llegar más lejos, porque detrás de cada objeto que uno encuentra hay una persona o un grupo de personas, un modo de vida, fuentes de materia prima, recursos bióticos, un entorno y la historia de una sociedad, que es donde hay que llegar, por eso la arqueología es una ciencia social.
Si una persona entrega una pieza que se encuentra, es algo positivo siempre y cuando sepa bien de dónde salió y si no hizo una excavación para hallarla. Una pieza así es indicativa de un tipo de cultura, por ejemplo, pero realmente para que una pieza tenga valor debe estar contextualizada, es decir, estar relacionada con otras piezas que darían el verdadero sentido al hallazgo. A mediados del siglo pasado existieron muchos arqueólogos aficionados que extraían de los sitios piezas arqueológicas para venderlas a coleccionistas, a museos de antigüedades y que recuperaron objetos que muchas veces solo sirven para decir que entre los indígenas cubanos existían buenos artesanos. El Hacha de Holguín la hallaron, según se cuenta, en los alrededores de la ciudad y por su tipología y hechura se infiere que perteneció a los grupos agroalfareros o agricultores ceramistas, pero es lamentable que no se conozca exactamente dónde fue encontrada, con qué objetos se relacionaba, es decir, que no tengamos otros elementos para explicar su origen, significado y uso.
Las piezas y los datos tomados en la excavación son traídos al laboratorio. Allí son analizados desde diferentes puntos de vista por los especialistas la cerámica, los objetos de piedra, los objetos de concha, la fauna, los metales, el suelo, los datos geográficos y topográficos. El personal que se encarga de esto puede o no participar en la excavación, generalmente es el mismo, pero, por ejemplo, en otros países los que excavan son personas que se contratan para eso, dirigidos por uno o dos arqueólogos, y luego los materiales se los entregan a los especialistas en los laboratorios, quienes analizan e interpretan. Pero nosotros hacemos de todo, excavamos en el campo y analizamos en el laboratorio.
-¿Cómo valoras el patrimonio arqueológico de Holguín?
Realmente Holguín se destaca por poseer una gran cantidad de sitios arqueológicos. En la zona de Banes se reportan más de 70 residuarios arqueológicos de filiación agroalfarera de gran importancia, dentro de los que se destacan El Chorro de Maíta, Potrero de El Mango, Esterito, Loma de Baní, El Porvenir, Cerro de los Muertos, Los Carbones, etc. En esta zona a inicios del siglo pasado se extrajeron muchas piezas arqueológicas de gran valor, que compraban y almacenaban los coleccionistas. Uno de ellos, Orencio Miguel Alonso, donó su colección, que es lo que hoy mayormente se exhibe en el Museo Indocubano Baní. Por la cantidad de sitios y su envergadura es que en la década de los 70 se empieza a nombrar a Banes como la capital arqueológica de Cuba.
También existe otro conjunto grande de sitios en la zona de Mayarí y Levisa; son de los grupos cazadores, los más tempranos de Cuba. No obstante, existen otras provincias que según el Censo Nacional del 2013 albergan mayor cantidad de sitios arqueológicos que Holguín, como Villa Clara y Pinar del Río.
-¿Crees que los aborígenes cubanos ayudaron a producir cambios en la naturaleza, en nuestro ambiente?
Muchas veces la literatura y las películas hacen ver que los aborígenes tenían una relación idílica con la naturaleza. Hay que pensar en que ellos tenían que cazar, pescar, recolectar y cultivar para vivir y mantener una población. Tenían que derribar árboles para hacer sus casas, cobijarlas; los agricultores tenían que desbrozar terreno y quemar árboles para sembrar. Cuando iban a la costa recolectaban todo lo que podían y pescaban todo lo que podían conservar. Su vida no era fácil, su promedio de vida era 45 años, precisamente por los trabajos que pasaban, la mortalidad infantil era alta. Claro, ese grado de desarrollo que tenían no permitía que sus poblaciones aumentaran desmesuradamente y una cosa tiene que ver con la otra, por tanto, el daño que pudieron haber provocado al medioambiente es mínimo en comparación con las poblaciones actuales, pero ciertamente afectaron la naturaleza.
-¿Cómo están representadas las sociedades indígenas en los museos cubanos?
Sí están representadas, aunque en algunos mejor que en otros. Pienso que hay falta de creatividad en los dioramas que exhiben piezas arqueológicas, al igual que en la presentación de otras colecciones,  estamos muy atrasados en ese sentido. Y no estoy hablando del empleo de grandes recursos, con pocas cosas se podrían hacer muestras más didácticas e interactivas, por ejemplo, en el Museo de Ciencias de Gibara hay muy buenas ideas. Los museólogos debían documentarse de cómo va el mundo en ese tema, pues aquí las colecciones se muestran de forma muy estática.
El Chorro de Maíta es un buen museo in situ y muy original. Representa fielmente lo que se encontró allí, ha servido como referente para dar continuidad a las investigaciones, constituye uno de los símbolos de la provincia, avalado por un historial de investigaciones. El Museo Indocubano Baní es un museo especializado en arqueología que atesora una colección muy valiosa de piezas arqueológicas de la región. Fue algo que ayudo a dar a Banes el título de la Capital Arqueológica de Cuba, pero está concebido a la usanza de los años 50 del pasado siglo.
-¿Cuáles son las dificultades que existen para hacer arqueología?
Es realmente serio el problema del financiamiento de la arqueología. La arqueología ha avanzado dialécticamente en el mundo y lo que antes se escribía a partir de la observación especializada de un objeto (cerámica, piedra, concha, resto de fauna) hoy quedaría en un plano de aficionado. Existen ahora otros tipos de análisis como fechamientos radiocarbónicos, cromatografía de gases, análisis de isótopos, análisis y mediciones en microscopios, ADN, que necesitan de tecnologías muy caras que en su mayoría no se pueden hacer en Cuba. Por otra parte, las jornadas de excavación se ven muy limitadas por la escasez de financiamiento, así como las carencias de otras tecnologías como equipos topográficos avanzados, escáneres, radares, tecnología para fotografía, etc.
Cuba ha avanzado algo a través de la colaboración internacional para realizar estos tipos de análisis y la adquisición de algunos de estos recursos, también el país realiza esfuerzos para proveer servicios como las conexiones a internet, que son fundamentales para todo tipo de contactos y acceso a la información. Pero en general, dada la situación económica de Cuba y el mundo, la arqueología no es prioridad, como lo son la medicina, la educación, la alimentación, aspectos en los que el país pone su mayor empeño. A nosotros nos cuesta trabajo encontrar un espacio para presentar nuestros temas de investigación en los Programas Nacionales que oferta el país, pues estos se encuentran acordes a los lineamientos de la política del Estado y la arqueología no aparece en ninguno. 
-¿Qué impacto tuvo el período especial para un intelectual cubano,  especialmente si era de una provincia? Cuéntanos tus recuerdos de esos momentos.
Fue funesto este período. Para nosotros significó una gran frustración, pues teníamos encaminadas nuestras perspectivas de trabajo en una dirección, la cual hubo que cambiar. Algunos abandonaron la arqueología, otros como yo, de la Palinología y la Paleobotánica tuve que cambiar para Arqueozoología, conformarme con el uso de métodos de trabajo de bajo costo para proseguir mi trabajo. Centralizaron los recursos, por lo que ya no pudimos contar más con el transporte que manejábamos en nuestra propia área, nos redujeron el consumo de combustible, el apoyo al trabajo de campo.
En el departamento en general hubo que variar la estrategia de investigación y empezar a trabajar con lo que estaba guardado en los almacenes y en los museos y con los datos archivados. Fue cuando se realizó el censo arqueológico provincial, que luego tributó al nacional. Una de las estrategias para hacer excavaciones fue insertarnos en los programas del medioambiente; fue cuando al principio de los 2000 hicimos la excavación de Loma de Jagüeyes en un proyecto de educación ambiental, y el de San Antonio, en Gibara, en un proyecto de ordenamiento de los recursos arqueológicos. También se crearon vínculos de trabajo con el turismo, así se excavó y se construyó el área expositiva de Cayo Bariay.
En los últimos años hemos tenido cierto avance, tanto que se nos fue otorgado un Premio Nacional por las investigaciones realizadas en El Chorro de Maíta entre el 2005 y el 2012, dirigidas por el doctor Roberto Valcárcel Rojas, las que se han podido llevarse a cabo gracias a la colaboración internacional. Esta ha aportado tanto recursos materiales, financiamiento como superación para los arqueólogos. Ahora casi que volvimos a un período especial porque los programas importantes de investigaciones, que son los nacionales, no nos dan brecha para trabajar, no estamos entre las prioridades del país.
-¿Crees que el arqueólogo pese al desarrollo de la ciencia no está siempre al borde del abismo de la especulación? ¿Cómo defines a un arqueólogo moderno?
El arqueólogo moderno está cada vez más lejos de la especulación porque ahora existen muchas tecnologías con las que se pueden demostrar las hipótesis de trabajo, entre estas pruebas podemos mencionar análisis de isótopos, cromatografía de gases, análisis de ADN, fotografías satelitales, mediciones topográficas con equipos láser, entre otras. Cada día se exige más rigor y veracidad. El difícil acceso a esas tecnologías pone en peligro el alcance de muchos resultados, por lo que cada vez tenemos que hacer más vínculos con instituciones que las poseen y luchar por usarlas y a la vez ser más serios y exigentes con nuestro trabajo. No podemos caer en la especulación y el aventurerismo intelectual.
-¿Pasar de aficionado a arqueólogo es común en Cuba?
Hay arqueólogos que comenzaron como aficionados y fueron y son grandes figuras que han aportado cosas valiosas, como Milton Pino, que comenzó como aficionado, luego se hizo técnico y más tarde ha sido uno de los mayores aportadores en cuestión de arqueozoología en Cuba. Otro ejemplo es el arqueozoólogo Osvaldo Jiménez, del Gabinete de Historia de La Habana, el paleontólogo Oscar Arredondo de la Mata, una de las figuras más reconocidas en esta rama. Se pueden catalogar como personas muy responsables y que su conocimiento empírico no los limitó para sobresalir en las ciencias. Hay otros que siendo aficionados y queriendo sobresalir se introducen más de la cuenta y lo que hacen es daño, provocan alteraciones en los sitios arqueológicos al tratar de excavar y luego no pueden hacer nada con lo extraído.
-¿Cuáles consideras que son tus principales logros como arqueóloga?
Para mí constituye la carrera que me ha permitido desarrollarme como profesional, en la que he hecho aportes a través de los cuales se ha podido abrir una ventana al conocimiento de la explotación de los recursos faunísticos por parte de las comunidades aborígenes de nuestra región. Dentro de ellos se destacan los trabajos arqueozoológicos en Cayo Bariay y El Chorro de Maíta por ser sitios de gran trascendencia histórica. Cayo Bariay posee una especial significación, por estar ubicado en el escenario del primer arribo de los europeos a Cuba. En este caso se realizaron amplios estudios arquezoológicos, los cuales formaron parte de publicaciones, así como del diorama expositivo que se muestra en el sitio. Por otra parte, El Chorro de Maíta constituye otro contexto arqueológico de gran complejidad en el territorio. Allí se ubica uno de los cementerios más interesantes del área de las Antillas, en el que los estudios arqueozoológicos han permitido entender con mayor precisión las relaciones que se fomentaron entre indígenas y españoles en tiempos tempranos de la conquista.

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