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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

27 de marzo de 2019

Una lección de ciencia (Memorias de José Juan Arrom)



Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en un cubanísimo estilo. 

Familia Arrom en Mayarí, 1927 (De pie a la izquierda, José Juan)
La primera cocinera de mi casa se llamaba Pepilla, y era como un miembro de la familia. Vino de Holguín con mi madre, porque era bisnieta de una esclava que había pertenecido a mi bisabuela. Cuando Pepilla se casó, su puesto lo ocuparon varias muchachas del campo cerca de Mayarí. Sólo trabajaban por unos meses porque añoraban estar con sus familias, pero antes de irse encontraban hermanas o primas que las remplazaran. Estas cocineras no eran tan parlanchinas como Pepilla, pero sí muy serviciales y afectuosas. Y a veces decían cosas divertidas. Recuerdo que un día una de ellas, cuando mi madre le enseñaba cómo preparar un plato, le contestó con una frase popular: “Ay, doña Marina, é verdad que a eperencia é la adre de la cencia”. También cuando rompían algo decían que la culpa la tenía, no ellas, sino “un espíritu burlón”.

En una ocasión Pepilla me dijo: “Óyeme, Pepito, (porque todos me decían así), si tu coges un pelo de la crin de un caballo y lo pones en una botella de agua a la luz de la luna por una semana, el pelo se convierte en una culebra”. Yo me asombré y corrí a preguntarle a mi papá si era verdad. Él me contestó: “Yo no sé, ¿por qué no hacemos el experimento?” Así lo hicimos, y al cabo de la semana el pelo seguía siendo pelo. Entonces mi padre me dijo: “La próxima vez que alguien te diga algo así, compruébalo como hemos hecho en esta ocasión, porque en el futuro yo no estaré para contestarte”. Fue una gran lección para mí.


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