Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador
de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en
un cubanísimo estilo.
Familia Arrom en el momento de la develación de una tarja en el edificio holguinero donde nació el sabio (Fotografía reciente) |
Mis padres fueron José Arrom March,
español, natural de Palma de Mallorca, hijo de Nicolás Arrom Moragues y
Margarita March, ambos naturales de esa misa ciudad, y Marina González, hija de
Juan González de la Roza, español, natural de Asturias, y Juana Solís Hiralda,
holguinera igual que i madre.
Mi madre era muy cubana: simpática,
conversadora, jovial; mi padre, un español de las islas Baleares, era mucho más
reservado. Papá hablaba poco de su vida. Nosotros nunca supimos su edad exacta
ni cuando vino de Mallorca. Más bien le gustaba hablar de la vida intelectual.
Tampoco supimos qué educación tenía, pero era un hombre muy culto. Le encantaba
la música clásica y cantaba admirablemente bien, porque se había educado la
voz. Era muy conocedor de ópera y nos contaba de cuando iba a España al Teatro
de la Opera. También se conocía todas las zarzuelas españolas, y nos cantaba
arias completas. Tenía muy buena letra y a veces tomaba una pluma ancha de
caligrafía y pintaba letras góticas. Y fue él quien se sentó conmigo y me
enseñó a escribir de una manera clara. Le interesaba la cultura en general y
nos hablaba de pintores, pintores españoles y universales. También conocía muy
bien la historia de España, desde sus inicios hasta la Guerra Civil, pero en la
Guerra Civil no se metía, porque nunca hablaba de política, ni cubana ni
española. En fin, era un hombre de pocas palabras. Se sonreía mucho y las cosas
que decía las tenía muy bien pensadas. Por ejemplo, cuando le preguntábamos su
edad nos decía: “No me preguntes los años que tengo, sino las ilusiones que me
quedan”, o a veces: “Olvida tus cumpleaños y conserva tus entusiasmos”.
Pensamos que mi padre debe de haber
nacido cerca de 1880 y emigrado a Cuba a principios del siglo XX. Cuando él era
joven, en Mallorca existía el Servicio Militar Obligatorio. Uno de sus mejores
amigos y compañeros era hijo del gobernador de la isla, quien pronto descubrió
que los dos jóvenes habían hecho solicitud para ingresar en una escuela militar
y después entrar al ejército con un rango más alto que el de soldado. El
gobernador, que conocía muy bien la materia, se lo dijo a mi abuela, que ya era
viuda, y ambos coincidieron en que eso era un disparate de los muchachos. Para
arreglar el asunto, mi abuela resolvió mandar a su único hijo a la isla de
Cuba, donde tenía un pariente, José Escudero, que era socio de la casa La
Regenta, que importaba los zapatos baleares llamados Ciudadela.
Y así fue cómo mi padre ingresó en el
mundo de los comerciantes españoles que tenían tiendas en Cuba. Hay que
recordar que hacía pocos años que España había bajado sus banderas en la isla.
Pero aunque Cuba ya era república independiente, el comercio de importación
seguía siendo esencialmente español.
Cuando mi padre llegó a La Habana,
todavía existía la amenaza de fiebre amarilla y parece que el pobre muchacho
contrajo la enfermedad. Pasó por momentos difíciles, pero poco a poco fue
venciendo el peligro. Su primo, José Escudero, le dijo que para mandar su
mercancía al interior usaba los servicios de otro mallorquín, Antonio Nadal,
propietario de una gran goleta que recibía las cajas de zapatos en La Habana y
luego las iba descargando en Matanzas, Nuevitas y los demás puertos
importantes, hasta Santiago. Entonces Nadal invitó a mi padre a que fuera en
uno de esos viajes porque sabía que los aires de mar le iban a hacer mucho
bien, y papá aceptó.
Bahía de Gibara |
Al llegar al puerto de Gibara, dio la
casualidadque la colonia española de la ciudad anunciaba un gran baile. Mi
padre, joven, se hizo invitar y allí conoció a una muchacha muy bonita, hija de
español, llamada Marina González Solís. Se vieron, bailaron, parece que se
gustaron, y así comenzó una amistad que pronto se transformó en noviazgo. En
esas circunstancias, ya no quiso regresar a La Habana y le escribió a su madre
diciéndole que se quería quedar en Cuba. Y nunca más volvió a su país natal.
El padre de la novia tenía un
establecimiento que se llamaba Almacenes del Siglo. Era una de aquellas casas
que entonces se conocían como tiendas de ropa, pero que realmente eran mucho
más porque vendían todo lo relativo a la vestimenta de hombres y mujeres: ropa,
sombreros, zapatos, telas y hasta perfumes.
Entonces mi padre hizo el plan de
hacerse comerciante también. Para aprender a manejar esos negocios trabajó en
una casa en Holguín que se llamaba Rimblas García y Cía. Enseguida lo hicieron
encargado, porque tenía una mayor cultura y un trato dulce y agradable con el
que se ganaba a las personas. Después abrió una tienda en Mayarí, porque le
dijeron que era una buena plaza, es decir, que había buenas oportunidades.
Mi padre puso su negocio con poco
capital. Los comerciantes españoles tenían una manera muy particular de ayudar
al que empezaba. En lugar de venderle todo de un tiro, le daban las mercancías
a crédito y no tenían que pagarlas hasta acabar de venderlas. Pero si las
pagaban inmediatamente, al contado, les hacían un descuento de 5 %, si las
pagaban a treinta días, ya eran el precio exacto, y si tardaban más tiempo en
pagar, les cobraban un 5 % adicional. De manera que entre españoles abrir una
tienda era una cuestión donde la palabra de honor valía mucho más que un pacto
firmado entre negociantes. Mi padre pudo iniciar su negocio con la reputación
de su primo, más un dinerito que le mandó la madre desde Mallorca.
Mientras tanto, avanzó el noviazgo
entre mis padres. Una vez que el negocio de Mayarí estuvo encarrilado, se fue a
Holguín y pidió la mano de mi madre. Mi abuelo materno estuvo muy satisfecho
con la elección de su hija, la primera de sus diez hijos que se iba a casar,
porque él también era español, asturiano, y comerciante. La novia tenía menos
de veinte años y el novio cerca de treinta. Se casaron en Holguín y luego
fueron a vivir a Mayarí. Al año, nací yo.
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