Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador
de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en
un cubanísimo estilo.
José Juan Arrom |
Yo me divertía muchísimo jugando con
mis hermanos. Juntos cantábamos canciones infantiles, saltábamos la suiza y
bailábamos trompos. Teníamos numerosos juguetes, casi todos importados, pero
mis favoritos me los hacía yo mismo. Me construía una carreta de bueyes con dos
botellas y la cajita donde venía la pasta de guayaba. También me hacía
barquitos con pedacitos de madera de cedro y les ponía pequeñas velas que los
impulsaban en la bañadera. Y así pasábamos el tiempo.
Pero ni mis hermanos ni yo éramos
unos santos, y solíamos hacer algunas maldades. Por ejemplo, Roberto era
dormilón y por la noche, después de comida, se sentaba en un sillón inclinado y
se dormía. En una ocasión, para reírnos, quemamos un corcho hasta que quedó
carbonizado y con eso le pintaos unos bigotes y unas patillas. Entonces, cuando
estaba bien pintado, lo despertamos y lo invitaos a que nos acompañara al café
El Paraíso, que estaba cerca, para comprar dulces. Él dijo que sí, que cómo no,
y dios dos reales para que comprara los dulces. Y cuando llegó al café, pintado
así, todo el mundo empezó a reírse. Pero él no sabía por qué se reían. Y
mientras más serio se ponía, más se reía la gente. Nosotros estábamos detrás,
muriéndonos de risa de Roberto, que no sabía que estaba pintado. Pero luego él
también se rió y se comió los dulces. En fin, era una vida muy agradable.
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