Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador
de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en
un cubanísimo estilo.
En Mount Hermon era obligatorio que
los estudiantes trabajaran ocho horas a la semana. Algunos lo hacían en la
cocina, o en la lavandería, o en las fincas con los animales, pero todos
trabajaban. Y los que tenían necesidad, como yo, podían trabajar más horas para
ganar dinero. Así me fui pagando los gastos del colegio y de lo que necesitaba,
que era la ropa, un par de zapatos, un abrigo para el invierno. Además, durante
las vacaciones también me quedaba allí trabajando, porque había que limpiar los
edificios. En uno de los veranos estaban haciendo una pileta para poner un tubo
de agua, y allí yo di pico y pala, saqué mucha tierra y me gané lo suficiente
para vivir durante el invierno. Pero lo que yo ganaba era lo comido por lo
servido, es decir, exactamente lo suficiente para no endeudarme.
Al principio no me acostumbraba a
hacer esas tareas. Un día, cuando tenía el peor trabajo en la cocina fregando
platos, me lamentaba: “¿Adónde he venido a parar yo?”. Entonces me dijo un
muchacho que hablaba español: “Mira, ¿tu ves aquel que está allí pelando
papas?. Bueno, pies el padre es chairman de no sé que compañía y tiene millones
de millones, pero el padre estudió aquí y quiere que su hijo trabaje igual que
los demás”. Y me dije: “Bueno, si el hijo de un millonario puede estar peleando
cebollas y papas, pues no tiene nada de malo que yo esté fregando platos”. Y
así aprendí a ganarme la vida trabajando y estudiando, lo cual me sirvió de
mucho cuando fui a la universidad.
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