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29 de marzo de 2019

La caridad de mi madre. (Memorias de José Juan Arrom)



Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en un cubanísimo estilo.


Mi madre, como toda señora de su clase, se ocupaba de hacer obras de caridad. Tenía una comadre, una amiga íntima, llamada Celia Sigarreta. Celia era la presidente de la Asociación de Damas Católicas y mamá la tesorera. Y quien le llevaba los libros con una letra muy fina, para que no tuviera dificultades, era mi padre. Así que se trataba de un proyecto matrimonial.

Mamá y Celia iban juntas a visitar a la gente pobre que estaba enferma y no tenía con qué pagar las medicinas o le faltaba algo para su comida. Averiguaban lo que sucedía y entonces aprobaban darle limosna. Y eran muy generosas. Por eso a mi madre, que era la que daba el dinero y llevaba las cuentas, la querían muchísimo. Siempre le decían doña Marina, y doña Marina era muy amable con todos. Pero mamá nunca salía sola, porque en esa época las damas no andaban solas por las calles, sino con su criada, o con su marido, o con un hijo o una compañera. Y por eso el día que Panchito murió, me pidió que la acompañara, pues ya yo tendría como diez o doce años.

También recuerdo que en cierta ocasión una pobre campesina, por desdén del novio o por otra razón, se prendió fuego para matarse. Pero en lugar de matarse lo que recibió fue unas quemaduras horribles y la trajeron al pequeño hospitalito, o salón de emergencia que había en el Ayuntamiento. La pobre muchacha vino envuelta en una sábana porque se le había quemado toda la ropa y estaba dando unos gritos tremendos. El médico municipal, que dirigía ese saloncito de primera ayuda, era el doctor José Vinardel, de ascendencia catalana, amigo también de mi familia. Como vivíamos frente al Ayuntamiento, le dijo a mamá: “Mire doña Marina, todo lo que pasa. Esta muchacha está desesperada del dolor y no tiene ni cosa que comer”. Entonces mi madre dijo: “Bueno, yo la voy a ayudar”. Y mandó a la criada que le llevara sábanas limpias y platos para comer, en fin, como a tratarían en un buen hospital. Y Pepe Vinardel muy agradecido. Mi madre fue a ver a la muchacha, habló con ella y le dijo: “Hija, ¿cómo tú has hecho eso? Hay que respetar el cuerpo humano”. Entonces la muchacha le contó todos sus problemas. Mi madre la aconsejó y se hicieron buenas amigas. Así fue curándose y cuando ya estaba repuesta de las quemaduras vino a despedirse. Y yo recuerdo que mi madre la recibió en la sala de espera y la muchacha e lágrimas le daba las gracias y le decía que contara con ella para todo en lo que pudiera ayudarla. Fue una escena muy conmovedora. Y ésa era una de las cosas que hacía mi madre. Sociable, amistosa, generosa, y siempre muy de su casa.


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