Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador
de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en
un cubanísimo estilo.
Don Fernando Ortiz |
Un día, en mi primer año de
instructor en Yale, recibí una invitación que cambio el rumbo de mis
investigaciones y me llevó a responder las preguntas que me surgieron cuando de
niño me regalaron la hachita petaloide en la finca de mi abuelo.
Fernando Ortiz, el ilustre
intelectual cubano, vino a New Haven a conversar con un gran antropólogo
llamado Bronislaw Malinowski, recién llegado a Yale. En el otoño de ese año,
1939, salió en el periódico de la universidad un artículo sobre los nuevos nombramientos,
y le dedicaron una gran parte a Malinowski y otra menor a mi. Entonces
Malinowski me descubrió y me llamó un día por la mañana cuando yo estaba en mi
oficinita de instructor principiante. Al levantar el teléfono oí una voz, clara
y firme, que dijo en perfecto español –porque había trabajado muchísimo en las
Islas Canarias-: “Te habla Malinowski”. Y yo pensé “!Dios mío!, este señor tan
famoso, ¿qué querrá conmigo?”. Y me dijo: “Esta noche viene a visitarme un
cubano a quien debes conocer muy bien, que es Fernando Ortiz. ¿Quieres venir a
cenar con nosotros a las seis?” Apenas atiné a contestarle: “Claro que sí, con
muchísimo gusto”.
A la hora en punto toqué a la puerta
de su despacho. Malinowski abrió y por toda presentación le dijo a Ortiz: “Este
es el joven cubano de quien te hablé”. Al ir a estrechar la mano de don
Fernando, él me echó un brazo al hombro, y con acogedora sencillez me dijo:
“Compatriota”. Con aquel gesto y aquel saludo, había ganado para siempre mi
afecto.
Bronislaw Malinowski |
Luego de tomar una copita de jerez
bajamos al comedor. Nos sentamos a un extremo del salón, en una pequeña mesa
cuadrangular, ellos frente a frente y yo entre los dos. Tuve la suerte de ser
el único que escuchó ese maravilloso diálogo entre dos grandes sabios. Fue en
esa ocasión en que Ortiz propuso el tema de la transculturación (que no es lo
mismo que aculturación), y Malonowski lo aceptó con entusiasmo. Luego se ha
puesto de moda la palabra y todos están transculturizándose, pero el sentido
original que le dieron Malinowski y Ortiz fue de dos culturas en contacto que
se influyen mutuamente. Y ese intercambio Ortiz lo describía como un “toma y
daca”.
Entonces aprendí a ver a
Hispanoamérica desde otro punto de vista, en que los aportes de varias culturas
produjeron una nueva realidad criolla. Cuando Ortiz habla de transculturación,
se interesaba en la cultura afrocubana, porque en esa época se pensaba que los
españoles acabaron totalmente con la cultura indígena. Pero yo nunca me había
olvidado de mi hachita petaloide, que aún guardaba conmigo, ni de las palabras
extrañas que pronunciaba el Pai en sus visitas matutinas a la cocina de mi casa
mayaricera. Y eso me llevó a inventigar la manera en que los indígenas y los
españoles habían convivido en Cuba, y se habían influido mutuamente. Esa nueva
óptica me incitó a ampliar mis estudios no sólo hacia la importancia de los
indígeno sino también hacia la antropología y el folklore, o sea, hacia la
verdadera cultura, que va mucho más allá de las letras.
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