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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

29 de marzo de 2019

Un encuentro clave (memorias de José Juan Arrom)



Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en un cubanísimo estilo.


Don Fernando Ortiz
Un día, en mi primer año de instructor en Yale, recibí una invitación que cambio el rumbo de mis investigaciones y me llevó a responder las preguntas que me surgieron cuando de niño me regalaron la hachita petaloide en la finca de mi abuelo.

Fernando Ortiz, el ilustre intelectual cubano, vino a New Haven a conversar con un gran antropólogo llamado Bronislaw Malinowski, recién llegado a Yale. En el otoño de ese año, 1939, salió en el periódico de la universidad un artículo sobre los nuevos nombramientos, y le dedicaron una gran parte a Malinowski y otra menor a mi. Entonces Malinowski me descubrió y me llamó un día por la mañana cuando yo estaba en mi oficinita de instructor principiante. Al levantar el teléfono oí una voz, clara y firme, que dijo en perfecto español –porque había trabajado muchísimo en las Islas Canarias-: “Te habla Malinowski”. Y yo pensé “!Dios mío!, este señor tan famoso, ¿qué querrá conmigo?”. Y me dijo: “Esta noche viene a visitarme un cubano a quien debes conocer muy bien, que es Fernando Ortiz. ¿Quieres venir a cenar con nosotros a las seis?” Apenas atiné a contestarle: “Claro que sí, con muchísimo gusto”.

A la hora en punto toqué a la puerta de su despacho. Malinowski abrió y por toda presentación le dijo a Ortiz: “Este es el joven cubano de quien te hablé”. Al ir a estrechar la mano de don Fernando, él me echó un brazo al hombro, y con acogedora sencillez me dijo: “Compatriota”. Con aquel gesto y aquel saludo, había ganado para siempre mi afecto.

Bronislaw Malinowski
Luego de tomar una copita de jerez bajamos al comedor. Nos sentamos a un extremo del salón, en una pequeña mesa cuadrangular, ellos frente a frente y yo entre los dos. Tuve la suerte de ser el único que escuchó ese maravilloso diálogo entre dos grandes sabios. Fue en esa ocasión en que Ortiz propuso el tema de la transculturación (que no es lo mismo que aculturación), y Malonowski lo aceptó con entusiasmo. Luego se ha puesto de moda la palabra y todos están transculturizándose, pero el sentido original que le dieron Malinowski y Ortiz fue de dos culturas en contacto que se influyen mutuamente. Y ese intercambio Ortiz lo describía como un “toma y daca”.

Entonces aprendí a ver a Hispanoamérica desde otro punto de vista, en que los aportes de varias culturas produjeron una nueva realidad criolla. Cuando Ortiz habla de transculturación, se interesaba en la cultura afrocubana, porque en esa época se pensaba que los españoles acabaron totalmente con la cultura indígena. Pero yo nunca me había olvidado de mi hachita petaloide, que aún guardaba conmigo, ni de las palabras extrañas que pronunciaba el Pai en sus visitas matutinas a la cocina de mi casa mayaricera. Y eso me llevó a inventigar la manera en que los indígenas y los españoles habían convivido en Cuba, y se habían influido mutuamente. Esa nueva óptica me incitó a ampliar mis estudios no sólo hacia la importancia de los indígeno sino también hacia la antropología y el folklore, o sea, hacia la verdadera cultura, que va mucho más allá de las letras.


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