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29 de marzo de 2019

Mi primer viaje al Norte (memorias de José Juan Arrom)



Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en un cubanísimo estilo.



Mi viaje fuera de Cuba fue algo improvisado e inesperado. En 1928 yo acababa de terminar el bachillerato con excelentes notas y estaba todo previsto para ir a la Universidad de La Habana a estudiar medicina. Pero Gerardo Machado, el dictador de orden en ese momento, cerró la universidad. Los estudiantes se fueron a la huelga y morían acribillados a balazos por la policía. Y por eso hubo un par de clases de graduados del Cristo que no pudo ingresar en la universidad. No había dónde estudiar.

Entonces para no perder tiempo, se me ocurrió ir a explorar posibilidades en los Estados Unidos. Mi padre estuvo de acuerdo y me pagó el pasaje –la última vez que me ayudaría, porque desde ese momento me independicé económicamente. Preparé mis documentos y salí por el puerto de Santiago de Cuba en uno de los barcos de la Flota Blanca de la United Fruit Company que viajaba a Nueva York. Yo tenía entonces dieciocho años. Nunca había salido de Cuba, así que llegar a Nueva York fue para mi una experiencia novedosa. Nunca había visto una ciudad con rascacielos ni un puerto tan enorme. Todo me parecía maravilloso.

En Nueva York ya vivían algunas personas de Mayarí, amigos mios y de mi familia. Entre ellos estaba Alfonso Fernández, que no solamente era de Mayarí sino que había ido a la misma escuela de Humberto Tamayo junto conmigo, así que éramos amigos desde hacía muchísimo tiempo. El había estudiado inglés en los Estados Unidos y ya tenía un puestecito. Además, mi hermano Roberto se me anticipó. En vez de estudiar bachillerato en Cuba, se había ido a Nueva York para ganarse la vida y estaba trabajando en una fábrica que hacía pilas eléctricas. Ellos ya sabían que yo iba, me esperaban y fui a vivir con ellos en un apartamento grandísimo que estaba en las calles 166 y Broadway.

Poco después de llegar, mi hermano me consiguió un puesto en la fábrica donde él trabajaba, la Bright Star Battery Company, en Hoboken, New Jersey. Allí trabajé unos meses, pero no me gustó. Teníamos que madrugar para ir desde Manhattan a New Jersey y estar en la fábrica a las siete, cuando se abría. Por la tarde, uno salía cansado, con las manos sucias, y eso no era para mí. Pero sin hablar bien el inglés no encontraba algo mejor.

Lo que sí gocé mucho fueron las visitas a los museos los fines de semana. Fui especialmente al Museo de Historia Natural, donde encontré tantas cosas nuevas que me abrieron tantos campos. También fui, porque llegué en otoño, al Parque Zoológico del Bronx. Yo tampoco había visto tantos animales distintos, así es que me encantaba ir a observar leones, tigres, elefantes, jirafas, y hasta tiburones y cocodrilos. Y en el Museo Metropolitano me di gusto viendo toda clase de grandes obras de arte, sobre todo las famosas momias egipcias.

Entonces decidí usar el dinero que había ahorrado trabajando en la fábrica para estudiar un semestre en un buen colegio donde pudiera mejorar mi idioma. Aunque ya había terminado el bachillerato en El Cristo, entré en Mount Hermon School, una escuela secundaria donde habían estudiado Alfonsito y otras amistades cubanas, y decían haber aprendido muchísimo inglés y haber avanzado en sus estudios. Así me pasé el otoño de 1929 en Northfield, Massachusetts. Era uno de varios jóvenes extranjeros que estudiaban en esa institución. Pero llegó el invierno, hacía muchísimo frío y resolví volver a mi patria con la esperanza de que funcionara la universidad.


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