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29 de marzo de 2019

Vacaciones con hambre (memorias de José Juan Arrom)



Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en un cubanísimo estilo.


De todas formas, como yo era uno de los pocos estudiantes becados, no fui completamente parte de ese mundo aristocrático. Es más, después de terminar mi primer año de estudiante, durante las vacaciones de verano yo no tenía ni dinero ni trabajo, y tuve que ir a Nueva York a buscar empleo. Pero no había. Iba a una agencia y decían: “No, no hay nada”. Entonces yo tenía un dinerito limitado para pagar un cuarto que valía ocho dólares a la semana, y para desayunar con un par de huevos fritos y un poco de café con leche, que tenía que durarme hasta la comida, aunque a veces me saltaba el turno y no tenía nada que comer de noche. Y así estuve una semana o dos hasta que se me acabó el último dólar. Entonces pensé: “¿Y ahora qué hago?”.

Afortunadamente, Ann Wood, la novia de José Gómez, había conseguido trabajo en un hotel de lujo en las montañas de Nueva York, el BriarcliffManor, donde la gente rica iba a veranear, y me llamó para decirme que hacía falta alguien que exprimiera las naranjas y pelara las papas. Salí al otro día, tempranito, sin dinero, sin desayunarme, pidiendo "enganches" hasta que llegué al hotel, a veinte o treinta millas de Nueva York. Y cuando llegué, fui a ver a Ann Wood para que me dijera adónde era que tenía que ir, y quién era el jefe, etc. Ella me preguntó: “¿Comiste ya?”. Y digo: “Sí, sí, ya comí”. Y dice: “Tú mientes. Te veo en la c ara que estás desesperado de hambre”. Entonces me hizo un par de huevos revueltos y me dio un poco de leche. Ésa fue una experiencia muy dura: pasarme todo un día sin comer porque no tenía dinero ni lugar donde dormir. Aprendí a tenerle más respeto a los pobres.

Me dieron el puesto de exprimidor de naranjas, y de tantas que exprimí se me empezaron a caer las uñas. Me tuvieron que mandar con un médico, que dijo que era por el ácido de las naranjas, y recomendó que cambiare de puesto. Entonces me dediqué a lavar las pailas y a pelar papas y cebollas, hasta que ya se fue terminando el verano. El jefe de los cocineros, que era un chef famoso, en el otoño se iba con su grupo a la Florida. Y como vio que yo era un joven capaz, me invitó a que fuera con él como cocinero de verduras. Y le dije: “Mire, señor, le agradezco su invitación, pero yo soy estudiante de Yale. Lo único es que soy de los que tienen que pagarse los estudios”. Entonces él me dijo: “Caramba, cuánto respeto siento por usted”. Y desde ese día me invitaba para que aprendiera a jugar golf y lo visitara en su casa. Es decir, pasé de limpiacazuelas a ocupar un lugar de alta consideración.

Luego, cuando regresé a Yale, empecé a trabajar auxiliando al profesor Lukiens. Así empecé a vivir otra vez como estudiante que tenía comida tres veces al día. Pero cuando venían las vacaciones me tocaba volver a almorzar y a comer poco, porque de lo contrario no me alcanzaba para pasar quince días. Y los otros veranos seguía trabajando con el profesor Lukiens, que me pagaba la cuantiosa suma de 50 centavos la hora por la ayuda que le daba. Es decir, que yo pasé mucho trabajo para llegar a ser profesor.


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