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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

22 de marzo de 2019

Diario del Mayor General independentista cubano Julio Grave de Peralta (III Parte)



Salieron los comisionados hacia la costa sur de Cuba para embarcarse hacia la Jamaica y en lugar de la partida ya estaban el día 6 de marzo de 1871.
José María Izaguirre
En el artículo de José María Izaguirre que aparece adjunto al Diario, dice: “El lugar que escogimos para embarcadero no podía ser peor pues además de que el mar allí era muy bajo, su lecho era calcáreo, compuesto de una especie de rocas erizadas de puntas que llaman dientes de perro. Así es que nuestro bote rozó por un largo rato contra esas puntas que amenazaban destruirlo y que nos molestaron mucho”.
El historiador Abreu Cardet explicó a La Aldea que además de las molestias provocadas por las piedras, los expedicionarios corrían otros peligros mayores, entre ellos ser sorprendidos por las fuerzas hispanas que vigilaban aquellos parajes igual que lo hacían en otras partes de la Isla.
Perfecto Lacoste (fue el primer alcalde de La Habana)
Para que lo acompañaran al extranjero el General Peralta había escogido a varios hombres y asimismo llevaba con él a su sobrino Perfecto Lacoste, que era un niño de diez años a quien el tío llevaba para dejarlo con doña Rafaela Grave de Peralta, hermana de Julio y madre del muchacho, a quien los españoles habían obligado a salir hacia el exilio.
Decirle bote a la embarcación era una exageración. En verdad se trataba de una canoa hecha del tronco de un cedro, y eso, seguramente, limitaba la cantidad de expedicionarios. En el artículo dice Izaguirre que los que se embarcaron nada más eran nueve personas: Los ya mencionados Peralta, Izaguirre, el niño y el coronel Jesús de Feria[1], cuatro remeros y un timonel.


Relato de José María Izaguirre[2]
Como se comprenderá fácilmente la embarcación en que íbamos a hacer la peligrosa travesía de Cuba a Jamaica, noventa millas de largo en el mar de las Antillas y en el equinoccio de primavera, no era un vapor, ni un buen buque de vela, ni siquiera un bote de buenas condiciones marineras, era simplemente una canoa de Ceiba que a falta de instrumentos apropiados se había labrado con machetes, y con ella debíamos embarcarnos sin practico, sin brújula, y sin otros auxilios de salvación que los que nos prestara dios y nuestro arrojo. Llevábamos provisiones de cocos, matahambres[3] y carne asada que nos proporcionó el bondadoso cuidado del coronel Jesús Pérez, pudimos llevar casabe, más no lo queríamos por el temor de que una ola bañara el bote y nos convirtiera aquel en sopa comosucedió al coronel Ángel Loño[4] en caso igual. Las hamacas las convertimos en velas y aprestados de este modo, nos hicimos a la mar. 
El lugar que escogimos para embarcadero no podía ser peor pues además de que el mar era allí muy bajo, estaba compuesto de una especie de rocas erizadas de puntas  que llaman dientes de perro. Así es que nuestro bote, llamémosle enfáticamente así, rozo por un largo rato contra esas puntas que amenazaban destruirlo y que nos molestaron mucho[5]. La expedición contaba de nueve personas; el general Julio  Grave de Peralta y su sobrino Perfecto Lacoste, niño entonces de diez años; el coronel Jesús de Feria, cuatro remeros, un timonel y yo.
Como a doce millas de la costa tuvimos que retroceder porque el bote iba haciendo agua y el timón se rompió. Desembarcamos felizmente y al siguiente días se hizo un nuevo timón de madera más consistente, se calafateo la embarcación con resina de cupey y nuevamente nos hicimos a la mar. 
Amanecimos muy lejos de la costa, y libres por consiguiente de ser capturados por los buques españoles que rodeaban la isla  y que nunca se alejaban mucho de ella. El mar estaba embravecido: sus olas se levantaban como montañas y bajaban al abismo,  deshaciéndose en espuma al chocar con nuestro bote. Tiempo nebuloso, viento recio; el sol y la estrella polar que a falta de brújula eran nuestra esperanza no las podíamos ver: todos nos era contrario. A pesar de eso se remaba con valor aunque no se adelantaba con rapidez. Yo no dejaba, sin embargo, de experimentar cierta zozobra al pensar que podíamos, por la falta de dirección, pasarnos por un lado de Jamaica sin llegar a verla: y entonces me preguntaba; ¿adónde iremos a parar? Al abismo, era mi única respuesta.
Al día siguiente divisamos a regular distancia un buque inglés. Juzgándonos náufragos, enderezo su proa hacia nosotros como para ofrecernos auxilio. La oferta era halagüeña, pues la situación era precaria. Confieso que mi primer pensamiento fue el de aceptarla,  por la responsabilidad que yo tenía como jefe de la expedición como jefe de la vida de mis compañeros, pero pronto la rechacé reflexionando que estos iban como yo a cumplir con un deber patrio y que el buque podría ir a un puerto de Cuba, en cuyo caso estábamos perdidos irremediablemente, y que la providencia que nos había llevado hasta allí sanos y salvos nos conduciría del mismo modo hasta las costas de Jamaica. Tome mi resolución y dije a los remeros que vacilaban; “Adelante” y el bote surcó de nuevo las aguas con vigoroso empuje.
El tercer día de navegación amanecimos a la vista de una línea verde y de altas montañas, era Jamaica y por tanto, termino de nuestra peligrosa travesía. Nuestro regocijo fue inmenso, pero nos duró bien poco, pues siendo el viento contrario, andábamos para atrás a pesar del esfuerzo de los remeros. A las once del día ya no veíamos la tierra y era grande nuestro desconsuelo, recordando aquel antiguo adagio “Nadar, nadar y en la orilla ahogar”. Por fortuna el viento cambió cruzando una inmensa ola por debajo del bote, que nos arrastró, casi sin remar, hasta la costa, como a diez varas tierra adentro.  

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[1] Se equivocó Izaguirre cuando dijo en su escrito que Jesús de Feria era coronel; en verdad era comandante.
[2] Este texto forma parte de un artículo firmado por José M Izaguirre y publicado en el periódico  “Diario Grafico. Periódico de la tarde”.  Tomamos este fragmento de una hoja de esa dicha publicación que aparece en  el Museo Provincial de Holguín La Periquera, Centro de Documentación, Fondo Julio Grave de Peralta, Documento número 155. No existen más datos sobre este periodo pues tan solo se guarda una página donde aparece el relato. Al parecer el fragmento de periódico fue agregado por la familia Grave de Peralta a los documentos que habían conservado de su ilustre antepasado y donados al Museo holguinero en los años 60 del siglo XX.
[3] Un tipo de dulce. 
[4] Se refiere a Mariano Loño Pérez coronel del ejército libertador cubano. Es de pensar que este acontecimiento ocurrió  cuando en enero de 1870 embarco en una canoa desde el sur de oriente hacia Jamaica comisionado por Donato Mármol para traer una expedición. También pudo ocurrirle cuando en ese mismo año, luego de traer una pequeña expedición desde Jamaica, retorno al extranjero para conducir otra.  
[5] Además de estos inconvenientes impuestos por la naturaleza, existía la posibilidad de que los sorprendiera alguna de las fuerzas hispanas que vigilaban aquellos parajes, como mismo antes le había ocurrido a la esposa del presidente Carlos Manuel  de  Céspedes, doña Ana de Quesada y a su acompañante, el poeta Juan Clemente Zenea y asimismo al general Domingo Goicuria  quien fue hecho prisionero en iguales circunstancias cuando trató de desembarcar por las costas de Gibara, Holguín.

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