Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador
de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en
un cubanísimo estilo.
Así fue pasando el tiempo, y nos tocó
hacer nuestra vida en este país. Ahora, ya de abuelo nonagenario, me doy cuenta
de que he vivido muchos más años aquí que en Cuba, mi tierra natal. Y parece
que me tocará pasar mis últimos días en tu casa de Massachusetts, el mismo
estado por el cual entré a los Estados Unidos hace setenta y tres años rumbo a
Mount Hermon. Pero todos estos años en el Norte no me han podido borrar lo
cubano. Y lo que me queda más claro en la mente es mi juventud en esta isla tan
querida.
Siempre, en los momentos de descanso,
he tratado de recrear la vida jovial de mi tierra. De estudiante graduado era
famoso por el arroz con pollo que cocinaba en las fiestas que organizaban mis
amigos. Y aunque el arroz con pollo nunca me quedó muy bien que digamos, lo que
sí resultó un gran éxito fueron los daiquiríes que yo preparaba. Y desde luego,
contribuían a que nos divirtiéramos bailando a los buenos ritmos de la música
caribeña y cantando viejas canciones como “Cielito lindo” y “Mamá Inés”.
Cuando me casé con tu mamá, nuestra
casa siempre fue un pedacito de Cuba en New Haven. Siendo ella tan excelente
cocinera de platos cubanos, me pide retirar de la cocina, pero seguí preparando
los daiquiríes en las fiestas. Es más, en cierta ocasión invernal, en que había
caído muchísima nieve, se me ocurrió hacerlos con nieve en vez de hielo. Esta
adaptación de nuestra bebida tropical a los frígidos inviernos de Nueva
Inglaterra, fue una verdadera transculturación que tomaba elementos de los dos
mundos para crear algo original y delicioso. Y me agrada ver cómo tú has
aprendido a hacer el flan con la receta de tu abuela, y cómo les encanta a mis
nietos, para que no se pierda esa tradición.
En Yale, mi despacho estaba en un
edificio gótico con paredes interiores de madera oscura labrada en el estilo
inglés medieval. Pero como solía decirles a mis estudiantes, mi ventana siempre
miraba hacia Latinoamérica, para que
ellos aprendieran a apreciar la cultura que tanto me apasiona.
Y no es por casualidad que en todos
los despachos que he tenido, tanto en la universidad como en mi casa, mi
escritorio siempre estuvo junto a una ventaba que daba hacia el sur. A través
de sus cristales iban mis añoranzas de la isla donde nací y mi cariño por todas
las tierras americanas donde crecen las palmas.
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