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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

25 de agosto de 2017

El Guayabero en la prensa/El doble sentido lo pone usted



Mario Jorge Muñoz y Joaquín Borges Triana
Revista Bohemia, 1989.

No hay otro. «Y tampoco lo habrá», aseguran orgullosos sus compatriotas músicos de Holguín, ciudad donde Faustino Orama, el mítico Guayabero, ha vivido los 95 años que cumple este domingo 4 de junio. Nacido en 1911, el «Rey del doble sentido», como lo reconocen trovadores y humoristas cubanos, festejará su onomástico junto a su pueblo y otros importantes músicos del resto del país, que por estos días viajaron a la Ciudad de los Parques para compartir con el legendario juglar, a quien está dedicado el III Festival y Concurso Música con Humor.
Hombre sencillo, El Guayabero es uno de los artistas más queridos por el público cubano, de ahí que le fuera conferido el Premio Nacional de Humorismo en el año 2002. Alto, flaco pero nervudo, este negro con figura quijotesca es autor de sabrosos sones y guarachas, que algunos no creerían salidos de la imaginación de un músico autodidacta.
Caballero andante con su guitarra al brazo, llevó su gracia y su música a los más disímiles puntos de la geografía cubana.
Faustino Orama sintetiza la imagen viva del «típico jodedor cubano». Sin embargo, son pocos los que pueden asegurar que lo han visto sonreír en alguno de sus conciertos.
Apasionado por las mujeres, a las que aún considera una de sus principales fuentes de inspiración, el autor de la popular Marieta, y de En Guayabero —que le dio el apodo—, entre muchos otros temas famosos, comenta que «le gusta hacer que la gente se divierta», sin comulgar con la chabacanería.
Con una sordera «de cañón» que lo ha seguido al ritmo del almanaque —pero no le ha impedido continuar con su canto— y padeciendo «algunos achaques propios de la vejez», el popular compositor, con más de setenta años dedicados a la música, confiesa sentirse «bastante bien, guapeando».
Quisiéramos que nos hablara de su llegada a la música.
¡Oh!, eso es largo.
Tenemos tiempo...
¿Seguro? Empecé a los 15 años, con el Septeto Tropical, de Benigno Mesa, tocando maracas y haciendo coro. En ese grupo estuve bastante tiempo.
¿Siempre vivió en Holguín?
Sí, toda la vida. Nací el día 4 de junio.
¿De qué año?
¿Qué?... (Se ríe). El 4 de junio de 1911.
¿Y cuando comenzó a cantar vivía de la música o tenía algún otro trabajo?
Que recuerde, son muchos años con el tres y cantando. Pero antes, de muchachito, fui tipógrafo, trabajé en una imprenta.
¿Siempre se dedicó al son montuno o hizo también otras cosas?
Son montuno toda la vida.
¿Por qué lo prefiere?
Siempre me dediqué a eso. Me interesó siempre la música típica cubana.
¿Y por qué las letras más cercanas al choteo, al humorismo cubano?
El doble sentido lo pone usted. Yo digo una cosa y usted piensa otra. Lo que está pensando yo no lo puedo decir. Es a usted al que le gusta pensar otra cosa de lo que yo digo.
¿Se considera un humorista?
Bueno, eso dicen ellos. Yo hago lo que siempre he hecho.
¿Sus temas surgen a partir de vivencias personales o salen de historias que suceden a otras personas?
Algunas sí me han pasado; por ahí uno se inspira y sale el numerito. Otras me las cuentan los amigos, la gente. Después el número llega al público, y si gusta, entonces está hecho.
¿No ha tenido problemas por los textos, gente que se haya ofendido, por ejemplo?
Un día con un guardia rural en un carnaval en la provincia de Santiago de Cuba. Dijo que yo estaba cantando relajos. Estaba descargando en una tarima cuando viene abriéndose paso por el público un teniente y me dice que no puedo seguir cantando relajo. «Relajo, qué relajo», le dije yo. «Eso que está cantando es relajo», repitió. Le pedí que subiera a la tarima. Él lo hizo, le di un lapicero y un papel para que apuntara. Me ordenó que cantara lo mismo que había terminado de cantar. Le dije: «Bueno». Y canté, mientras apuntaba: «Yo vi allá en Santa Lucía, bañarse en un arroyo —anote ahí— a una vieja que tenía cuatro pelitos en el moño».
Entonces le pregunté si dudaba de lo que había escrito: «Porque no puede dudar de mí. Si puso otra cosa es asunto suyo». El público comenzó a chiflar y tuvo que irse.
No crea, me han pasado algunas boberías como esa: en un carnaval en Gibara querían lanzarme al mar. Yo canté: «Las mujeres de Gibara son bonitas y forman rollo, mucho polvo y colorete y no se lavan la cara». Y comenzaron a gritar que me fuera...
Si no es por la policía, me tiran al mar.
Aquí, en Holguín, también tuve mi problemita con una familia donde casi todos eran tuertos, bobos y el carajo... Había uno, Silvino, que era el más rebelde y todo lo cogía en serio. Pero Benilde, buen amigo mío que tocaba el tres conmigo y era tuerto, todo lo tiraba a relajo. Le saqué una cosa que decía más o menos así: «La familia de Benilde es completa. Marcelino y Benilde son tuertos, Aníbal tiene pata de palo, Silvino los brazos virao’s, Enrique mañoso, loco; por desgracia la vieja es lisiá; el viejo tiene dos bigotes que parecen dos pencas de coco; el caballo... no puede con dos sacos de carbón. Benilde tiene un perro loco que le faja a la pata de la silla».
Imagínate, Silvino la cogió con ir adonde yo cantaba y se escondía con una cabilla para ver si tocaba el número ese. Tuve que perderme unos meses de Holguín, me estaban velando.
¿Por qué le dicen El Guayabero?
Porque saqué el número En Guayabero, que se hizo famoso. Ahí, en el central Mella, que antes era Miranda, había un pobladito que le decían Guayabero, una colonia de caña. Antes se usaban los pagos de colonia, que le decían quincena. Y yo cogía del grupo a tres músicos más y salíamos desde el primero hasta el día 15 recorriendo centrales, buscando plata. En las cantinas, el dueño nos daba un tanto y nosotros buscábamos un poco más dinero con los mismos bailadores.
Pero llegamos a Guayabero y en la cantina había una trigueñita que parece que le gustaba lo que yo estaba haciendo. Ella nos atendió muy bien, nos dio unos cuantos tragos. Pero resulta que era mujer de un cabo, y antes un cabo del Ejército era como un presidente en una colonia de esas. Y un cotilla le dijo que su mujer no andaba clara, que estaba dándonos licor.
Fue a donde yo estaba y me dijo que tenía que tomarme un litro con él. Le dije que estaba equivocado, que nosotros andábamos buscando dinero y que no estábamos buscando borrachera. Entonces él respondió que si habíamos  tomado con su mujer, teníamos que tomar con él. En eso llegó otro cabo que no era de allí y se lo llevó porque había una bronca. Pero antes de irse le dijo al cantinero que me diera lo que quisiera.
Cuando regresó me preguntó si había tomado. Le contesté que un litro. Nosotros habíamos hecho una combinación con el cantinero para que llenara una botella con agua y nos lo diera delante de todo el mundo, para que el público creyera que nos estábamos tomando el licor.
Pero qué va... Volvió a decirnos que teníamos que tomarnos un litro con él. En eso el cantinero nos llamó: «Vengan acá, tenía que decirles una cosa que se me había olvidado. Miren, si pueden irse uno a uno, váyanse, porque este cabo cuando no tiene a quién darle se pega él mismo». Y así lo hicimos.
Por el camino fue que vino: «Trigueña del alma no me niegues tu amor, trigueñita del alma dame tu corazón... en Guayabero, mamá, me quieren dar».
¿Qué compone primero, la letra o la música?
La letra me da el pie, a partir de ahí le pongo la música como sea conveniente.
¿Qué música le gusta escuchar?
Me gusta toda la música, para mí toda es buena. Pero lo mío es el son.
¿Y entre los autores?
Pacho Alonso, el difunto Pacho, que además echó pa’ lante al Guayabero. En una sola palabra, el que me hizo el número fue él. Porque adondequiera que iban los peloteros del team Cuba, ahí estaba Pacho tocando la canción con Los Bocucos. Después él grabó el número con su orquesta. Hizo famoso el tema, la verdad.
También me gusta Ibrahím [Ferrer].
Dicen que mantiene buena amistad con Silvio Rodríguez y Pablo Milanés...
Esos no son hermanos míos, son mis hijos. Silvio, Pablo y toda esa gente son mis hijos. Mano a mano, ahí. Los quiero mucho. Y ellos, según me han demostrado, me tienen buen aprecio. Mira, ahí están los dos. Lee lo que dice ahí (señala a una de las paredes de la casa donde junto a una de sus caricaturas cuelgan dos viejos afiches de los trovadores cubanos): «Para Faustino Oramas, maestro de maestros, de su deudor, Silvio Rodríguez», dice de puño y letra en uno de ellos.
¿De los jóvenes?
Ahora han nacido muchos muchachos buenos. Y es más, tocan cualquier instrumento. Antes decirle a un muchacho que cogiera un bongó era ofenderlo, decirle que tocara un tres era ofenderlo. Tenía que ser piano, guitarra, trompeta o algo que piensan que es lo más importante. Ahora no, ahora cualquier  muchacho te toca una tumbadora. Hay muchos y tocan bueno. Te pones a oírlos y no sabes con cuál quedarte.
¿Recuerda la primera vez que grabó un disco?
Ahora te voy a decir... ¿cuándo fue la primera vez, carajo?... Fue en Santiago de Cuba, por el año 85, por ahí.
¿Le gusta que otros músicos canten sus canciones?
Como no, ya lo creo, es negocio. Porque además de que la cantan y la gente la oye, me cae dinero. Cuando menos te piensas llega un chequecito.
¿Sigue componiendo?
Alguna bobería, pero estoy tranquilo ya. Cumplí 59 años (se golpea suavemente con el puño en la cara. Y sonríe).
¿Cuál ha sido su mayor felicidad como músico?
Cuando Pacho me grabó En Guayabero; cuando Ibrahím me grabó Ay Candela y Mañana me voy pa’ Sibanicú. Como músico eso. Eran grabaciones para mi público, que gustaban. Eso es una felicidad. Porque la alegría de uno es que el número salga bien, pero también que lo toquen otros, y otros más lo estén escuchando. Eso es...
En su vida deben haber muchos buenos momentos...
Para qué te voy a contar eso. Son tantas las cosas que se unen en mi mente que no puedo ni empezarlas a decir. Han pasado muchas cosas. Son 59 años que ya tengo. Déjame tocar madera (vuelve a golpearse en la mejilla).
La Casa de la Trova de la ciudad lleva su nombre, ¿qué opina de eso?
Mira, en España han hecho un monumento a mi persona. La gente va, mira, vienen y me lo dicen. Yo me río de eso. Si es negocio... Ellos ganan dinero porque es una propaganda. Pero para mí también es propaganda. El Guayabero, el músico, que si esto, que si lo otro... Y todo el que ve la estatua lo que hace es reírse.
Realmente se siente bien, porque hay mucha gente que lo quiere y está preocupada por su salud.
Hace unos días estuvieron jaraneando sobre mi persona en la Casa de la Trova y dijeron que yo cumplía 101 años, que era uno de los viejos más viejos de aquí. Mira pa’ eso, relajo conmigo, quién lo iba pensar, se aprovecharon de que no estaba.
Pero se ve fuerte, ¿volveremos a escucharlo?
Vamos a ver. La vida está llena de sorpresas. Va y sí, puede que no. Porque desde arriba te vienen a buscar y no avisan. Ella no entiende. Cuando le haces falta, te dice ven, y no puedes decirle que no. Porque a esa no se le puede decir que no. Hay que ir.
¿Cree que hay Guayabero para rato?
Bueno, es posible. Ya tengo 59 años, puede que cumpla alguno más. Usted se fijó que toqué madera.
Madera fuerte...
Y de la buena (se vuelve a reír).

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