Por: César Hidalgo Torres
El día en que todo comenzó no se sabe y
no es posible averiguarlo. Fue en Boca de Samá.Un huracán encalló a un barco
negrero que venía del África cargado hasta el tope.
Los negreros hicieron lo que pudieron y hasta lo que era imposible, pero no pudieron desencallar la nave que necesitaban desencallar rápido para no caer en manos de las autoridades que habían prohibido el tráfico de esclavos y porque, hambrientos y enfermos, los negros se morían de uno en uno, de cinco en cinco y etc.
Convencidos que era imposible desatascar el barco, los negreros decidieron salvar la carga y para ello bajaron los negros a tierra firme. Triste era el espectáculo, muy triste. Los que en su tierra eran gente fuerte, hermosa y feroz, después de la travesía daba lástima mirarlos caminando uno detrás de los otros, fuertemente amarrados. Parecían una fila de cadáveres andantes con las costillas a la luz, las carnes magulladas por las cadenas, los ojos hundidos de tanto vómito. Y también era insufrible el olor que les salía de las entrañas a través del sudor y el de los excrementos que se le habían secado sobre la piel. (Como los traían en el barco, unos sobre los otrosdurante dos meses, sin tener permiso para evacuar el plátano pilado que era la única comida en alta mar, los negros se cagaban unos encima de los otros).
Siete días demoró el mal tiempo en la zona y durante esa semana la carga de esclavos estuvo en las orillas del mar. Siete días en la arena, sujetos como pudieron de la manigua, tratando que el viento no se los llevara. Y todo ese tiempo sin comer y nada más bebiendo de las ráfagas de lluvia que caían del cielo. Al cabo de ese tiempo los negreros consiguieron un poco de comida que no alcanzaba para todos, por eso a culatazos de sus arcabuces mataron a los que casi estaban muertos para que la comida salvara a los que podían salvarse. Y con sacos de yute cubrieron a los que pensaban vender en las inmediaciones cuando se marchara el huracán.
Los negros, mientras, estaban en silencio, sin poder hablar entre ellos porque pertenecían a diferentes etnias, cada una con un dialecto diferente. Después de pedirles a sus dioses africanos que hicieran por ellos lo que podían, tan lejos como habían quedado y con el Atlántico por medio, fue con los ojos como se juramentaron unos a los otros. Con la mirada enfurecida los negros juraron vengar lo que les estaban haciendo y después, mirando el mar siempre, era como si quisieran ver más allá del continente líquido, hasta donde quedaba la Madre África.
Mirando, desesperados, los negros continuaron esperando la intersección de sus dioses.
Dice la leyenda que los negros que
quedaron en la orilla de la playa murieron de pronto y también sus captores.
Quienes sí quedaron con vida fueron los siete brujos, seis hombres y una mujer,
que siguieron corriendo hasta el Cerro de los Portales que ya se llamaba así y
donde hay unas gigantescas cuevas.
Desde la cima de la montaña los siete fugitivos podían divisar cualquier movimiento que se hiciera a varias leguas a la redonda; y lo mejor, que, entonces, nadie vivía por allí.
En un siguiente post, La Aldea va a contar otra historia tan interesante como esta, en la que se da cuenta de lo que ocurrió aquella noche, hace tanto que jamás se sabrá la fecha, cuando los siete brujos del África llegaron a la cima del Cerro de los Portales.
En el Archivo del Museo Provincial La
Periquera hay miles de documentos, muchos redactados por investigadores de la
historia y la cultura, otros son testimonios que dejaron por escrito los testigos
de los hechos. Los revisa muy a menudo La Aldea, siempre con la esperanza de
sorprenderse. Y ocurrió recientemente al leer la mágica y magnifica historia
del origen de la ganga Palo Monte Oguakondile y cómo aquella llegó a manos del
campeón centroamericano en lucha libre y vecino de Santa Lucía en Rafael
Freyre, Javier Campos Peña.
Cuando un barco
negrero encalló en Boca de Samá.
Samá |
Los negreros hicieron lo que pudieron y hasta lo que era imposible, pero no pudieron desencallar la nave que necesitaban desencallar rápido para no caer en manos de las autoridades que habían prohibido el tráfico de esclavos y porque, hambrientos y enfermos, los negros se morían de uno en uno, de cinco en cinco y etc.
Convencidos que era imposible desatascar el barco, los negreros decidieron salvar la carga y para ello bajaron los negros a tierra firme. Triste era el espectáculo, muy triste. Los que en su tierra eran gente fuerte, hermosa y feroz, después de la travesía daba lástima mirarlos caminando uno detrás de los otros, fuertemente amarrados. Parecían una fila de cadáveres andantes con las costillas a la luz, las carnes magulladas por las cadenas, los ojos hundidos de tanto vómito. Y también era insufrible el olor que les salía de las entrañas a través del sudor y el de los excrementos que se le habían secado sobre la piel. (Como los traían en el barco, unos sobre los otrosdurante dos meses, sin tener permiso para evacuar el plátano pilado que era la única comida en alta mar, los negros se cagaban unos encima de los otros).
Siete días demoró el mal tiempo en la zona y durante esa semana la carga de esclavos estuvo en las orillas del mar. Siete días en la arena, sujetos como pudieron de la manigua, tratando que el viento no se los llevara. Y todo ese tiempo sin comer y nada más bebiendo de las ráfagas de lluvia que caían del cielo. Al cabo de ese tiempo los negreros consiguieron un poco de comida que no alcanzaba para todos, por eso a culatazos de sus arcabuces mataron a los que casi estaban muertos para que la comida salvara a los que podían salvarse. Y con sacos de yute cubrieron a los que pensaban vender en las inmediaciones cuando se marchara el huracán.
Los negros, mientras, estaban en silencio, sin poder hablar entre ellos porque pertenecían a diferentes etnias, cada una con un dialecto diferente. Después de pedirles a sus dioses africanos que hicieran por ellos lo que podían, tan lejos como habían quedado y con el Atlántico por medio, fue con los ojos como se juramentaron unos a los otros. Con la mirada enfurecida los negros juraron vengar lo que les estaban haciendo y después, mirando el mar siempre, era como si quisieran ver más allá del continente líquido, hasta donde quedaba la Madre África.
Mirando, desesperados, los negros continuaron esperando la intersección de sus dioses.
Los
siete brujos profundamente respetados.
Venían, formando parte de la carga, siete
brujos de los grandes, respetados intensamenteen su tierra. A los siete los
negreros los habían cazado a la fuerza y como a los demás los montaron en el
barco a la fuerza. O sabían los esclavistas, ni querían saberlo, que eran
aquellos siete brujos de los grandes. Lo único que los esclavistas querían
saber era cuándo iba a detenerse la tormenta para poner a flote el barco y
seguir su rumbo hasta los mercados donde se vendían los negros a precio de oro.
Después de siete días se detuvo la lluvia feroz y el feroz viento y salió un sol abrazador que apuró la descomposición de los cadáveres semienterrados en la arena.
Entonces, a las doce del día del séptimo día,surgió un silencio que metía miedo por lo absoluto que era.
Atemorizados, los negreros cargaron sus arcabuces, esperando lo que iba a ocurrir, porque no tenían duda que iba a ocurrir algo horrible, sin que pudieran adivinar qué.
El sol seguía abrasador.
Cuando habían pasado siete minutos después de las doce del séptimo día, de pronto comenzó lo que iba a ocurrir. Primero fue un rugido como el de una bestia extraña y todos miraron al mar, que era de donde venía el grito: era una tromba marina que encaminándose hacia la playa, provocaba el sonido ensordecedor. Lógico es que los negreros y también los negros entraron en pánico. Los únicos que no se asustaron sino al contrario, fueron los siete brujos que sabían que sus dioses estaban respondiendo sus súplicas y lo hacían usando la furia de los elementos para evitar que ellos, los siete brujos del África, jamás fueran esclavos de nadie.
La tromba marina se paró un momentico mirando la tierra y el día se convirtió en noche. El ruido fue más ensordecedor aún, como si el mar llorara como una niña malcriada y rabiosa; entonces los árboles se agacharon, las ramas sobre la tierra, para evitar la fuerza del viento que giraba en círculos. Los negreros tiraban tiros con sus arcabuces sin saber a qué apuntar y la tromba de viento y agua comenzó a reírse de lo que disparaban y en la risa parecía que les decía: “hombrecitos crueles de piel tan pálida, los venimos siguiendo desde que salieron de África; ahora rueguen a sus dioses a ver ellos pueden con la furia negra que ya cubrió de oscuridad el firmamento”.
Dicho lo dicho, la tromba salió del mar. Los negreros juntaron a los esclavos a la vez que esquivaban a los árboles que el viento traía volando desde las lomas vecinas. Y cuando comprobaron que nada podían hacer contra la fuerza de los elementos, los esclavistas cerraron los ojos para no ver la desgracia. Ese fue el momento preciso que aprovecharon los siete brujos, seis hombres y una mujer, para correr al monte cercano.
Cuando oyeron el tintinear de las cadenas que amarraban los tobillos de los que huían, los negreros corrieron tras ellos, pero entonces el viento les tiró encima un árbol gigante y los negreros quedaron como un caguayo al que le cae una palma barrigona encima y ya no pudieron seguir a los siete fugitivos, seis hombres y una mujer. No obstante los blancos todavía quisieron hacer algo y dispararon contra los siete que corrían, escapando, pero el viento cambió la dirección de las balas.Luego una nube hecha de niebla prieta envolvió a los fugitivos que seguían corriendo hacia las lomas.
Dos negreros se soltaron de las manos vegetales que los aprisionaban, saltaron sobre el árbol caído y corrieron detrás de los que corrían, alcanzándolos de un momento a otro. Ya estaban tan cerca que nada más tenían que estirar la mano para volver a cazar a los siete negros y lo iban a hacer cuando sucedió otro acontecimiento extraño: de súbito paró el viento y los árboles se enderezaron y sacudidos por quien sabe qué tribu de demonios, las hojas se transformaron en huesos y los huesos se hicieron balas que cayeron sobre los negreros rompiéndoles las cabezas, los brazos, las piernas.
De los dos blancos esclavistas que iban detrás de los siete negros fugitivos sobrevivió uno que regresó a la playa enloquecido, jurando que la montaña estaba embrujada y que los árboles se habían convertido en cien brazos que no los dejaban pasar a buscar a los cimarrones.
Después de siete días se detuvo la lluvia feroz y el feroz viento y salió un sol abrazador que apuró la descomposición de los cadáveres semienterrados en la arena.
Entonces, a las doce del día del séptimo día,surgió un silencio que metía miedo por lo absoluto que era.
Atemorizados, los negreros cargaron sus arcabuces, esperando lo que iba a ocurrir, porque no tenían duda que iba a ocurrir algo horrible, sin que pudieran adivinar qué.
El sol seguía abrasador.
Cuando habían pasado siete minutos después de las doce del séptimo día, de pronto comenzó lo que iba a ocurrir. Primero fue un rugido como el de una bestia extraña y todos miraron al mar, que era de donde venía el grito: era una tromba marina que encaminándose hacia la playa, provocaba el sonido ensordecedor. Lógico es que los negreros y también los negros entraron en pánico. Los únicos que no se asustaron sino al contrario, fueron los siete brujos que sabían que sus dioses estaban respondiendo sus súplicas y lo hacían usando la furia de los elementos para evitar que ellos, los siete brujos del África, jamás fueran esclavos de nadie.
La tromba marina se paró un momentico mirando la tierra y el día se convirtió en noche. El ruido fue más ensordecedor aún, como si el mar llorara como una niña malcriada y rabiosa; entonces los árboles se agacharon, las ramas sobre la tierra, para evitar la fuerza del viento que giraba en círculos. Los negreros tiraban tiros con sus arcabuces sin saber a qué apuntar y la tromba de viento y agua comenzó a reírse de lo que disparaban y en la risa parecía que les decía: “hombrecitos crueles de piel tan pálida, los venimos siguiendo desde que salieron de África; ahora rueguen a sus dioses a ver ellos pueden con la furia negra que ya cubrió de oscuridad el firmamento”.
Dicho lo dicho, la tromba salió del mar. Los negreros juntaron a los esclavos a la vez que esquivaban a los árboles que el viento traía volando desde las lomas vecinas. Y cuando comprobaron que nada podían hacer contra la fuerza de los elementos, los esclavistas cerraron los ojos para no ver la desgracia. Ese fue el momento preciso que aprovecharon los siete brujos, seis hombres y una mujer, para correr al monte cercano.
Cuando oyeron el tintinear de las cadenas que amarraban los tobillos de los que huían, los negreros corrieron tras ellos, pero entonces el viento les tiró encima un árbol gigante y los negreros quedaron como un caguayo al que le cae una palma barrigona encima y ya no pudieron seguir a los siete fugitivos, seis hombres y una mujer. No obstante los blancos todavía quisieron hacer algo y dispararon contra los siete que corrían, escapando, pero el viento cambió la dirección de las balas.Luego una nube hecha de niebla prieta envolvió a los fugitivos que seguían corriendo hacia las lomas.
Dos negreros se soltaron de las manos vegetales que los aprisionaban, saltaron sobre el árbol caído y corrieron detrás de los que corrían, alcanzándolos de un momento a otro. Ya estaban tan cerca que nada más tenían que estirar la mano para volver a cazar a los siete negros y lo iban a hacer cuando sucedió otro acontecimiento extraño: de súbito paró el viento y los árboles se enderezaron y sacudidos por quien sabe qué tribu de demonios, las hojas se transformaron en huesos y los huesos se hicieron balas que cayeron sobre los negreros rompiéndoles las cabezas, los brazos, las piernas.
De los dos blancos esclavistas que iban detrás de los siete negros fugitivos sobrevivió uno que regresó a la playa enloquecido, jurando que la montaña estaba embrujada y que los árboles se habían convertido en cien brazos que no los dejaban pasar a buscar a los cimarrones.
Cerro de Los Portales |
Desde la cima de la montaña los siete fugitivos podían divisar cualquier movimiento que se hiciera a varias leguas a la redonda; y lo mejor, que, entonces, nadie vivía por allí.
En un siguiente post, La Aldea va a contar otra historia tan interesante como esta, en la que se da cuenta de lo que ocurrió aquella noche, hace tanto que jamás se sabrá la fecha, cuando los siete brujos del África llegaron a la cima del Cerro de los Portales.
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