Por: Enrique Doimeadios Cuenca
Desmesura gigantesca (y sin anestesia para que el dolor fuera
insoportable) debió ser para los aruacos residentes en la costa la llegada del
Gran Almirante, con sus vestimentas de metal y las naos soberbias delante de
las piraguas. Merecía el momento una música de trompetas, pero los “indios”
nada más hubieran podido sonar los caracoles de voz tan bronca, si no es que se
quedaron sin palabras.
Luego de arribar por la bahía de Bariay, Colón bordeó las costas hasta
llegar a Gibara, lugar que es más hermoso en la nostalgia de los vecinos que en
la realidad, y al que el Almirante llamó Puerto de Mares, estrenando la
exageración con que quiso engañar a las católicas majestades de España, que
cejijuntas debieron leer que era el puerto descubierto “de los mejores del
mundo” sus tan buenos “aires y mas
mansa gente”, y muy sobre todo “porque tiene un cabo de peña altillo”
donde, si alguien daba el dinero tan escaso siempre, “se puede hacer una
fortaleza”[1].
“Gibara
tiene algo de místico: en el ambiente de su vida moderna, en la tristeza de su
descenso comercial[2], en el silencio de sus
calles, flota un espíritu de dolor cristiano, dolor de ruinas jerosolimitanas;
dolor que cantan con sordina, al morir en los peñascos de la costa y en las
arenas de la playa, unas olas muy tímidas que llegan perezosamente, a deponer
la fuerza de su origen ignoto ante las incontrastables barreras de la tierra”[3].
Entonces ordenó el Almirante a dos de sus hombres, que sabían varias
lenguas, Rodrigo de Jerez y Luis de Torres, que se adentraran en tierra firme
con un mensaje para el Gran Khan, creyendo que había llegado a las Indias. Después
de cinco siglos, nadie sabe a ciencias ciertas dónde fue que llegaron los
embajadores y si entregaron o no el mensaje.
Tan urgidos estaban (estamos) los holguineros de figurar en el
mapamundi que dijeron los historiadores que los enviados por Colón vinieron a
El Yayal, origen remoto de la ciudad de Holguín, pero no pudo ser que los dos
hombres llegaran a un lugar que entonces no existía, pero sí pudo ser a Ochile,
ubicado en la cúspide de la loma y que, según la arqueología, fue el
asentamiento aborigen originario del que tomó García Holguín o quien fuere los
aborígenes que luego trasladó a la base de la misma elevación, originándose con
la mudanza, el sitio de transculturación o encomienda. Lo que no queda claro
son las distancias de las que el propio Colón habla, doce leguas al sur del
Puerto de Mares, veinticuatro de ida y vuelta por en medio de una selva
tupidísima. Es por eso que el almirante demoró tanto en Gibara, esperando a sus
enviados, aunque el historiador
Francisco Pérez Guzmán sugiere la posibilidad de que fue allí donde el
Almirante sostuvo su primera relación sexual con una aborigen, y no es de
dudar, pero por más solaz esparcimiento que se diera el Almirante, que para eso
lo era, no demoraría una semana entera, y fue ese él tiempo que demoró en
Gibara la expedición, diz que porque carenaron las naves allí, donde había tan
buenas maderas, lo que tampoco hay que dudar, pero estaba el Almirante esperando
a sus embajadores que debieron demorar, hayan ido adonde sea que fueron.
Miguel Ángel Esquivel Pérez y Cosme Casals en el libro que escribieron[4]
dicen que dijo a ellos en comunicación personal el arqueólogo Dr. José Manuel
Guarch, que el lugar visitado por los embajadores colombinos debió ser el cerro
de Yaguajay, donde existió una gran concentración de asentamientos aborígenes.
Si eso es cierto quedan muchas interrogantes por responder, ¿Yaguajay está al
sur de Gibara?: no, y ¿por qué los embajadores no emplearon para ir y volver
embarcaciones aborígenes como lo hicieron con posterioridad Pánfilo Nárvaez y
sus subordinados para trasladarse desde el norte de Las Villas hasta Puerto
Carenas?. Jérez y Torres se intrincaron “tierra adentro”, dijeron, y, no
dijeron nunca que hayan visto el mar desde el lugar que visitaron, y se sabe
que desde cualquier punto del cerro de Yaguajay se ve o se percibe. De lo que
hablaron, alborozados, fue que “iban
siempre los hombres con un tizón en las manos (cuaba) y ciertas hierbas para
tomar sus sahumerios, que son unas hierbas secas (cojiba) metidas en una cierta
hoja seca también a manera de mosquete, y encendido por una parte del por la
otra chupan o sorben, y reciben con el resuello para adentro aquel humo, con el
cual se adormecen las carnes y cuasi emborracha, y así diz que no sienten el
cansancio. Estos mosquetes llaman ellos tabacos”[5].
[3] Eva
Canel. Lo que vi en Cuba (A través de la isla). Habana Imprenta y papelería La Universal 1916 pp.
279-280
[4]
Esquivel Pérez, Miguel Ángel y Cosme Casal Corella. Derrotero de Cristóbal
Colón por la costa de Holguín, 1492, Ediciones Holguín, 2005.
[5]
Anotación hecha por Colón en su Diario, el día 6 de noviembre de 1492.
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