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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

3 de octubre de 2014

General Carlos García Vélez, últimos años de existencia.



Por: Ronald Sintes Guethón

General Carlos García Vélez

Cuba había trascurrido por el difícil período de Gerardo Machado en el Gobierno y mientras, Carlos García Vélez había vivido en los Estados Unidos,  distante, pero manteniendo comunicación con la Secretaría de Gobernación (Cacillería). “A mí me nombró Céspedes para la Embajada en Madrid y Grau sin ceremonia me la quitó para nombrar a Coba. Después fui designado para la Embajada en Washington y Torriente se la dio a Márquez, estando yo ya casi en funciones”[1]. Finalmente retorna en 1934. El breve presidente de Cuba Carlos Mendieta le ofrece la Embajada de Cuba en México. Tan desesperada es la situación económica de su familia que Carlos acepta. Pero se suceden vertiginosamente los hombres en el sillón presidencial, y cuando son cinco personas los que dirigen el país (periodo conocido como la Pentarquía), Carlos es relevado de su puesto de Ministro de Cuba en México.

El General regresa de México y se recluye en su casa del Vedado, asqueado de toda política. Ya cumplió 82 años de su edad. La única ocupación que tiene es escribir un Diario-Memoria que se conserva en la Casa Natal de Calixto García en Holguín.

En Cuba suben al poder los Gobiernos Auténticos pero las situación es idéntica. García Vélez se aleja más de la vida política, considerando vano el intento de encauzar la República por el camino correcto. “Debe combatirse con pertinacia el desafuero de Cámaras conchabadas con los gobiernos y al  pueblo bruto que vende el voto. (…) Si el elector vende este derecho, se convierte lo mismo que el miserable que lo compra, en traidor de la Patria, ambos indignos de la ciudadanía. Desespera pensar que exista tamaña corrupción y que no se vislumbre un rayo de luz que ilumine el cerebro del cubano”[2].

Como la anterior, durante la década de los años cuarenta el General escribió otras varias opiniones, todas recogidas en su Diario-Memoria. Quien lo lee descubre el descontento y la frustración que sufrió al observar, con tristeza, como la República se hundía a causa del robo y la inmoralidad.

“¡Pueblo ingrato y corrompido!, no cesaré de pensar, con dolor del alma, en lo que harán estas generaciones crapulosas, impulsadas por la codicia de nuestra amada República.

Una frase del heroico General Enrique Loynaz del Castillo me atormenta: “Esta gente vendería la República por unos cientos de millones de pesos”[3].

Tormento absoluto de dos Generales independentistas que habían conocido a tantos hombres y mujeres que habían ofrendado su vida por la República soñada, nunca real. El 25 de noviembre de 1949 García Vélez escribió en el cuaderno donde más que letras dibujaba el ardor de alma que le carcomía: “El presidente Prío ha impuesto la candidatura de un hermano suyo para alcalde, contra la del ocupante Castellanos. El escandalito ha opacado al del empréstito de los millones, el de la causa del desfalco al Tesoro de 70 millones y el de la no detección de los pistoleros “El Colorado y compañía” que campan impunemente en la protección oficial. Hay que retrogradar a  los períodos de mayor corrupción política de algunos siglos atrás de gobiernos europeos y americanos para comparar tanta descocada inmoralidad”[4].

Nada se podía hacer, creyó García Vélez, desencantado, regresando de todos los destinos, ahora con demasiados años como para creer en el futuro. Lo único posible era dejar de creer, y parece que lo hizo. Hacia finales de sus días, se manifestó en García Vélez un pensamiento anarquista, “no pertenezco ni simpatizo con partido político alguno”[5]. Y cómo hacerlo si para entonces había escrito innumerables cartas a diversos funcionarios del Gobierno en las que hacía acusaciones o aportaba ideas pero, según sus propias palabras, nadie las leía.

Es una de aquellas cartas la fechada el 14 de Julio de 1950, en ella García Vélez critica la “errónea política de reacción anticonstitucional que el gobierno parece haber adoptado, con restricciones arbitrarias para la libre expresión de pensamiento”[6].

De que Carlos García Vélez nunca  gozó de abundante hacienda pero que aún así mantuvo siempre una actitud humilde, es prueba la carta que envió a Cosme de la Torriente durante el malentendido de la Legación de Londres con el Sr. Zendequi: “yo regresaré a mi tierra con el criollo orgullo irreductible (a los halagos de lo que se considera por tanto como una vida regalada) y trabajaré en la ciudad o en el campo  –no importa en qué oficio-  con la sencillez del guajiro que no juega ni bebe ni se ocupa de otra cosa que de criar su prole y de fomentar su finca”[7].


Y cuando llegó a la vejez tampoco tenía fortuna, lo que se prueba en su Diario-Memoria, donde escribe más de una vez sobre la preocupación que le embargaba cotidianamente: temía él que en caso de muerte no le pagaran pensión ninguna a su esposa. El 30 de noviembre de 1949, con tono de intimidad, escribe Carlos en su Diario-Memoria, que está haciendo gestiones legales que aseguren ciertas propiedades que posee, con el afán de “dejarle a Amalia y a los hijos algún dinero, no teniendo yo confianza alguna en el pago de las pensiones, pues tal es el desorden que prevalece en el manejo del fondo que cada vez disminuye rebajando las pensiones en el 35%. Toda previsión en este sentido se justifica por mi avanzada edad y la amenaza de cercano fin a juzgar por los pronósticos”[8].

Eran tales gestiones las que él deja explicadas en el Diario-Memorias:

 “Quiero que la casa de Morales Lemus y Frexes quede en posesión de mis descendientes, sin intervención extraña y nunca del Estado ni del Municipio. Es doloroso para  mí  confesar que no tengo la menor confianza en instituciones que se hallan desfalcadas por sus funcionarios, notoriamente conocidos como aprovechados ilegítimos de los bienes públicos. Para ellos no hay nada sagrado que respeten.

“(…) Cada libro que he comprado representa haberme desprendido de una cantidad respetable, dada mi pobreza, pues nunca he tenido capital sino el fruto de mi trabajo como dentista, profesor o empleado público, de sueldo insuficiente para la representación adecuada de un alto cargo diplomático en el Extranjero.

“La casa que me legó mi tía Leonor en Holguín fue edificada , si mal no recuerdo en la lectura de la Inscripción en el Registro de la Propiedad, allá por los años 30 del siglo pasado, supongo que construida para los recién casados, mis abuelos Doña Lucía Iñiguez y Don Ramón García, por los padres de mi abuela. En ella vivió en la miseria y en la miseria murió”[9].



La casa de la que habla, que fue propiedad de su abuela paterna y que su tía Leonor García Iñiguez le dejó, ubicada en la esquina de las calles Morales Lemus y Frexes (no confundir con la Clínica Frexes, que se ubicó en la esquina contraria), varias veces se la había pedido el Gobierno del municipio a Carlos durante la década de 1950, para que en ella se radicaran disimiles instituciones. En todas las ocasiones el General se negó. “Lo inaudito del caso es que habiendo tantos ricos propietarios de casas en Holguín no sean ellos los que resuelvan los problemas de los peticionarios sino que siempre acudan al más pobre, que soy yo. Es ya público y notorio que esa casa está destinada para mi vivienda y biblioteca y si no se ha reparado del mal estado que padece el edificio ha sido por no tener dinero ni crédito”[10].

Finalmente, la casa nunca se reparó y años después se derrumbó. En el solar que ocupaba nunca se ha vuelto a construir ninguna otra edificación, utilizándose en la actualidad como patio de una colindante escuela para niños pequeños.


Un mal día muere la esposa del General, siendo aquella una pérdida de la que nunca pudo recuperarse. Un hijo le atiende, pero cuando ya ha triunfado la revolución emigra. El muy anciano General queda solo y muere en La Habana, el 6 de enero de 1963.

En noviembre de 1950 el periodista R. Rodríguez Altunaga lo había entrevistado para el Periódico Alerta. Esto fue lo que escribió:

“No acostumbro a sahumar de elogios vanos a hombres encumbrados por la pujanza política o por las grandes riquezas. Pero hablo con deleite de los humildes, de los que a punta de austeridad y trabajo han  subido hasta envidiable altura. García Vélez ni goza de abundante hacienda, ni reparte congruas vergonzosas, ni me dejaría publicar estas cuartillas del momento si estuviera noticioso de ellas. Pero, cuando uno se topa, en medio de esta Cuba moral que se  derrumba por este fétido horror que se respira!, como diría el autor del “El Vértigo”, es una delicia y siente uno alivio de cansado caminante a la vera de vivas fontanas, sentarse al lado de estos grandes cubanos, monumentos solitarios de un gran imperio  moral en ruinas, para admirarlos en la reciedumbre de sus perennes ideales patrios con los que parece que van tejiendo el manto de oro en que han de envolver sus nombres venerandos para entregarlos al recuerdo agradecido de las generaciones lejanas, libres  de areítos bastardos y de pasiones inmundas”.[11]

No hemos podido precisar cómo fueron los últimos días del General, quién  se encargó de cuidar de él y si aún quedan en el país descendientes lejanos suyos.






[1] Archivo Nacional de Cuba. Donativos y Remisiones. Legajo 645. No Orden. 72

[2] Centro Información Museo Casa Natal Calixto García Iñiguez. Diario de Carlos García Vélez Pág. 24

[3] Ibídem Pág. 130

[4] Ibídem Pág. 117

[5] Archivo Nacional de Cuba. Fondo Donativos y Remisiones. Legajo: 645 No. Orden 59

[6] Ibídem

[7] Fondo Academia de la Historia. Legajo 575 No. Orden 2

[8] Centro Información Museo Casa Natal Calixto García Iñiguez. Diario Carlos García Vélez Pág. 20

[9] Ibídem. Pág. 49

[10] Ibídem Pág. 131


[11] Archivo Nacional de Cuba. Fondo Academia de la Historia. Legajo 575 No Orden. 2

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