Tomado de: “Así Calixto”,
de Nicolás de la Peña Rubio.
Mayor General Calixto García en campaña |
Entonces para eludir estas
frecuentes pérdidas los españoles decidieron no utilizar más la vía terrestre para
estos traslados y realizarlos a través del río Cauto desde Manzanillo hacia
Cauto Embarcadero y de allí a Bayamo y a otros lugares cercanos, además de en el
trayecto aprovisionar al fuerte de El Guamo. Para ello utilizaban sus cañoneras
Bélico, El Centinela y Relámpago.
Cuando Calixto conoció del
cambio de vía ordenó al general Enrique Collazo que minara con torpedos el río
y que situara fuerzas a ambos lados del mismo para tirotear a las naves
enemigas.
A pesar de que Collazo
cumplió la orden y sus fuerzas tirotearon a las cañoneras, por dos ocasiones
las minas y los torpedos no funcionaron y el convoy marítimo de los españoles
cumplió su misión.
Cuando en su campamento
Calixto recibió la noticia de que los navíos enemigos habían logrado pasar, se encolerizó
y en voz alta se lamentaba de la ineptitud de los hombres a quienes confiara el
encargo de impedirlo, y de no poder contar entre sus fuerzas con nadie competente
para llevar a cabo con éxito este objetivo.
Irritado, alterado,
Calixto “tronaba” como era su costumbre en casos así. Y mientras daba largas
zancadas frente a su tienda de campaña, y cada vez que pasaba por delante de
sus ayudantes volvía a proferir desagradables y ofensivas frases. Luego dijo a
voz en cuello que le daría dos ascensos a quien fuera capaz de cumplir aquella
misión.
La tropa, que sabía que
cuando el general se encolerizaba por algo que había salido mal, mejor era
esperar a que se calmara, guardó un silencio sepulcral. Pero en eso su hijo
Carlos se adelantó y cuadrándose militarmente ante el padre y jefe se ofreció
para cerrarles el paso a los españoles por el Cauto.
En sus memorias confiesa
Carlos García Velez que si hubiera caído un rayo en medio del campamento no
hubiese provocado el efecto que produjeron sus palabras, porque nadie se
atrevía a interrumpir al general en sus momentos de cólera.
Después que el jovencito
dijo lo que hubo dicho, el silencio de todos fue a ún más profundo. Y mientras
el General continuaba sus paseos, ahora con el semblante mucho más enrojecido
que antes. Nadie sabe el tiempo que medió entre la propuesta de Carlos, que
seguía rígidamente en atención y el momento en que Calixto se detuvo delante de
él. “Mi padre me echó una ojeada que iba desde la extrañeza hasta la
incredulidad”, y de repente llamó a su Jefe de Estado Mayor y le ordenó que
expidiera una orden escrita a favor del comandante Carlos García Vélez encargándole
de las operaciones en el río Cauto y dándole plena autoridad para seleccionar
el personal que necesitase y requisar los materiales precisos para tal fin, y
que las fuerzas mambisas atrincheradas en dicho río fueran puestas bajo sus
órdenes. Y después, volviéndose hacia su hijo le ordenó con voz enérgica: "¡Salga
usted inmediatamente y recuerde de lo que se ha comprometido hacer!".
Carlos respondió: "¡Sus órdenes serán cumplidas, mi general!", saludó
militarmente y, corriendo, fue a ensillar su caballo y a aparejar la mula en
que cargaba sus libros e instrumentos, de los que nunca se separaba. Todo listo
y con la única compañía de su asistente, dispuesto a partir, Carlos regresó a
la tienda del General y cuadrándose
de nuevo le dijo "¡A sus órdenes!", dio media vuelta y montó,
dispuesto a emprender la marcha. Calixto lo miró y sus sentimientos le hicieron
regresar a su condición de padre; se le acercó cariñosamente y lo dijo en
tono paternal: "Oye, Carlos, se acerca la Noche. Hoy es nochebuena(...) Quédate para que comamos lechón asado con tostones, que aquí tenemos,
Lo mismo da que salgas mañana que pasado(...) Quédate y me
acompañas hoy(...)". Pero Carlos, heredero del carácter fuerte de su progenitor,
respondió con tono seco, y como para señalarle a su padre el
instante de debilidad paternal que se adivinaba en sus palabras: "General,
perdone que insista en salir ahora, pero hay mucho que hacer y preparar, además
de que tengo que organizar a la gente...” Visiblemente contrariado Calixto se
repuso y le respondió con voz áspera: “¡Pues lárguese, y no vuelva sin cumplir
mis instrucciones!”. No se dieron las manos. Carlos saltó al caballo y a trote
ligero salió del campamento seguido de su ayudante y la mula.
Ambos soldados se
adentraron en la sabana de Punta Gorda, que era un trayecto peligroso por el que
regularmente aparecían guerrillas de asesinos al servicio de España. En sus
espinas dorsales sentían los dos el peligro que los rodeaba en aquel atardecer
frío y seco del mes de diciembre en el que el sol se ocultaba con rapidez. En
eso oyeron un tropel de caballos que se acercaban. Perfectamente podía ser el
enemigo y por esos los dos se aprestaron a vender muy caras sus vidas, pero…
volvieron a mirar y la calma volvió a ellos. Los que se acercaban eran una
escolta que enviaba el General para protegerlos por todo el tiempo que
necesitaran.
Después de requisar los
artículos indispensables para la operación, consultar sus libros y revisar cuidadosamente
las minas y torpedos que antes se habían hecho para la
acción del Cauto, Carlos comprobó que estas se preparaban con dinamita que se
echaba dentro de unos garrafones de cristal que, al no estar herméticamente
sellados en sus bocas, dejaban pasar la humedad, por eso al
colocarlos en el lecho del río no explotaban, y asimismo que los alambres
usados en la preparación de las minas y proyectiles no eran
adecuados.
Cuidadosamente el hijo del
General construyo nuevas minas y torpedos, los situó en las zonas estratégicas
del río, y el éxito fue rotundo: el cañonero español Relámpago, que iba
a la vanguardia fue el primero en volar estrepitosamente.
Cumplida la misión, Carlos
redactó un lacónico parte militar relatando los hechos y mandó que lo
llevaran inmediatamente al General. En su tienda Calixto leyó la
información y luego se levanto jubilosamente exclamando: ¡Ese es mi hijo...!”.
Acto seguido dio órdenes para que aquel se presentara inmediatamente en el
campamento.
Cuando Carlos llegó, el General
lo abrazó jubilosamente y le entregó el diploma con el ascenso a teniente
coronel. Entonces el hijo de Calixto le recordó que él, el General, había
prometido dos ascensos a quien cerrara el río Cauto a la navegación española,
por lo cual le correspondía al grado de coronel. Calixto lo miró muy serio
diciéndole en tono conciliador: “Tienes razón, pero tu eres mi hijo
y no te puedo ascender a mi hijo como si se tratara de otro oficial cualquiera.
Además, fíjate que también te nombro Jefe de la Brigada de las Tunas y
conservas la jefatura de la Brigada
del Cauto”. Como respuesta, el teniente coronel Carlos García Vélez, miro a su
padre y sonrío. Ambos se fundieron en abrazo.
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