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3 de octubre de 2014

¿Quién era el primer embajador de Cuba en México?. Carlos García Vélez, la figura y el símbolo


Por: Jaime Ortega Reyna 
Facultad de Filosofía y Letras–UNAM 
Tomado de Latinoamérica. Revista de estudios Latinoamericanos no.49 México jul./dic. 2009.

General Carlos García Vélez

El primer diplomático que de forma oficial —enviado por el gobierno cubano encabezado por Tomás Estrada Palma— tuvo funciones en México fue Carlos García Vélez. Un breve acercamiento al personaje demostrará que hace falta escribir su biografía puntual.

Carlos García Vélez nació en Jiguaní en el año de 1873. Su padre fue el reconocido patriota independentista Calixto García Íñiguez, éste fue una pieza clave para entender todo el proceso de independencia cubana, sobre todo porque inició su participación en la gesta emancipadora junto a uno de los máximos líderes de la lucha que estalla en 1868: Donato Mármol. A la muerte de su jefe, Calixto García Íñiguez se convierte en el jefe militar de la provincia de Oriente. Y a partir de ahí su presencia será fundamental en la búsqueda por la independencia, como lo demuestra su participación en la llamada "Guerra Chiquita" (1879–1880), continuidad de la primera iniciada en 1868 y que había durado diez años. De la Chiquita, Calixto García Íñiguez fue el principal jefe militar. Derrotado el grueso de los combatientes y la mayor parte de los líderes desterrados o encarcelados, los ánimos de luchar por constituir la nación cubana no cesaron. Calixto García Íñiguez volverá a la participación político–militar junto a su hijo, Carlos García Vélez en 1896, para librar la batalla definitiva.

Para Carlos García Vélez ser hijo de Calixto García Íñiguez no sólo será un dato biográfico más, sino un acontecimiento que lo marcará para el resto de su vida, comenzando con su traslado a Madrid —muy probablemente ante el encarcelamiento de su padre en esa ciudad, luego de un intento fallido de suicidio— en donde desarrollará su actividad profesional. Es precisamente en esa ciudad española, donde, ante la falta de una carrera de odontología como la que existe el día de hoy, el futuro representante diplomático se graduó mediante exámenes de suficiencia como Cirujano Dentista en la Escuela de Medicina de San Carlos, instalando posteriormente su propio consultorio. Dentro del campo de la estomatología cubana se le ha llegado a considerar uno de los dos grandes fundadores. Su prestigio en la profesión era lo bastante grande en aquella época. En un sucinto análisis de la estomatología cubana, se dice que:

“Los profesionales criollos del siglo XIX dejaron constancia de sus trabajos y afanes no sólo en Cuba, pues la labor desarrollada por ellos en este sentido fue también notoria en otras regiones. Por ello es justo mencionar además su participación destacada en publicaciones editadas fuera de su tierra natal. Ejemplos de lo anteriormente dicho fueron el del doctor Oscar Amoedo, quien ejerció la función de redactor de la revista Odontología de Madrid, y el del doctor Carlos García Vélez, colaborador de dicha publicación. Éste último fundó en la capital española la Revista Estomatológica, la cual llegó a adquirir fama mundial al recoger en sus páginas los mejores trabajos de la época. Esta revista cesó cuando el doctor García Vélez respondió al llamado de la patria para participar en la guerra de 1895”[1].

Además, antes de partir junto a su padre hacia Cuba, Carlos García Vélez tuvo a su cargo la operación de la herida bucofacial del viejo General, provocada a raíz de un intento de suicidio al final de la guerra de los diez años.

Renunciando a su prestigio profesional Carlos García Vélez se unió a la gesta independentista que finalmente libró a Cuba del poder colonial español. Sin embargo, la sombra de su padre lo persiguió prácticamente hasta sus últimos años.

Hemos considerado, al seguir aquí la teoría del sociólogo francés Pierre Bordieu, que García Vélez estaba dotado de un capital simbólico que supo consolidar con el paso del tiempo. Dice Bordieu que el capital simbólico se basa en

“[...] la idea de que las luchas por el reconocimiento son una dimensión fundamental de la vida social y que se basan en la acumulación de una forma particular de capital, el honor en sentido de reputación de prestigio y que hay pues una lógica específica de la acumulación del capital simbólico, como capital fundado sobre el conocimiento y reconocimiento”[2].

Sin embargo, este prestigio o reconocimiento en el caso del por entonces ya general Carlos García Vélez, en tanto hijo de un patriota de la Independencia y como un partícipe de ella misma, se fortalecerá cuando es reconocido por una fuerza superior: el naciente Estado cubano. Este reconocimiento del capital simbólico se percibe claramente cuando observamos las notas periodísticas que informan de su arribo a México en 1902. Por ejemplo el Diario del Hogar dice que "el general García Vélez, hijo del difunto general Calixto García, uno de los jefes que más activamente tomaron parte en la guerra de independencia de aquella Isla, viene nombrado ministro de Cuba en México"[3]. También el Correo Español de julio 23 de 1902 informa que "el presidente Estrada Palma ha nombrado ministro de Cuba en México al general García Vélez, hijo del general Calixto García"[4]. El periódico en inglés publicado en México, The Mexican Herald, se limitó a presentar una imagen de Carlos García Vélez debajo de una de su padre, en donde se lee "Padre del presente ministro de Cuba en México"[5].

Tarjeta autografiada por Carlos García Vélez y enviada desde México

Aquí podemos observar la proyección internacional de Calixto García Íñiguez, que se traducirá, como se aprecia en estas referencias periodísticas, en un mayor énfasis en la figura del padre sobre la del nuevo representante diplomático.

No sólo al inicio de su llegada a México se vincula a Carlos de manera tan clara con su padre, sino que el propio García Vélez contribuye a que dicho lazo de continuidad se fortalezca, lo que es muy claro al final de su gestión como diplomático en México. En el año 1906 cuando se produce la renuncia de García Vélez a la representación diplomática en México dicha decisión se verá motivada por un episodio en donde la figura de su padre está involucrada, aunque éste haya muerto en 1898.

El episodio es el siguiente: el todavía presidente cubano Tomás Estrada Palma había nombró a Ernesto Fonts como secretario de Hacienda en el año de 1906. Fonts había sido miembro del Consejo de Estado que en 1898 lanzó fuertes críticas a Calixto García Iñiguez, las cuales finalmente lograron su destitución como jefe del Departamento Oriental. Carlos García Vélez al enterarse de esta designación atacó públicamente al gobierno de Estrada Palma y al nuevo ministro de Hacienda, para finalmente presentar su renuncia al puesto de diplomático en México. Con él también renunciaron, según informaba la Legación mexicana en Cuba, a los "cargos de cónsul de Cuba en Hamburgo y canciller de la Legación cubana en Roma, los señores Justo y Mario García Vélez, respectivamente"[6], (los tres diplomáticos eran hijos de Calixto García).

Además de su renuncia, Carlos García Vélez publica una carta en varios periódicos cubanos en donde, al referirse al nuevo secretario de Hacienda de Estrada Palma, dice que es "un funcionario que tiene como única nota de servicios el haber contribuido con su acción o su pasividad a la ejecución del acto más bochornoso y más injusto que jamás se cometiera contra un fiel servidor de la Patria, que era a la vez Insustituible".[7] O sea, que el deslinde de García Vélez con el gobierno cubano tendrá como pretexto a su padre, el Insustituible, como él mismo lo nombra.

Unos meses después de renunciar a su primer cargo diplomático y de haber regresado a Cuba, Carlos García Vélez se encontrará a la cabeza de la llamada "Guerrita de Agosto" que se realizó para evitar la reelección de Estrada Palma. Nuevamente la idea de que se trata del "hijo del General" aparecerá, por ejemplo cuando “El mundo ilustrado” en su edición del 2 de septiembre de 1906 reseña el levantamiento liberal. Según este periódico: "Aseguran noticias de buen origen que las fuerzas insurrectas llegan a dos mil hombres pero falta el entusiasmo que existió en otras revoluciones y, como ha dicho el Sr. Estrada Palma, carecen los revolucionarios de Programa, de ideales y, por tanto, es de suponer que en breve depongan las armas"[8]. En este mismo número se informa sobre la captura de Carlos García Vélez, ocurrida el 19 de agosto de 1906. Según la versión de El Mundo Ilustrado cuando García Vélez fue capturado y se le detuvo en su casa de Paseo del Vedado, le fueron decomisados un rifle, una tercerola, y dos machetes, "uno de los cuales perteneció a su padre, el general Calixto García", concluye la misma nota.

A pesar de que es en agosto de 1906 se registra el primer levantamiento de forma desordenada, el gobierno de Estrada Palma, a través de la policía secreta, conocía desde antes los planes de los generales liberales. Así fue como ordenó la captura con una rapidez inusitada. Carlos García Vélez y su hermano Justo García Vélez fueron hechos prisioneros de inmediato[9].

Hay que destacar que a diferencia de su hermano, Justo García Vélez venía ya denunciando junto al conocido historiador Enrique Collazo a Estrada Palma como un "americanizado", que buscaba la anexión con Estados Unidos[10]. Finalmente este intento liberal se vió derrotado con la intervención americana a Cuba, que correrá de los años 1906 a 1909, bajo el mando de Charles E. Maggon.

Una vez restablecido el gobierno cubano, García Vélez fue de nuevo un personaje políticamente importante en el futuro de su patria. Durante el gobierno de José Miguel Gómez (1909–1912), su hermano Justo García Vélez fungió como secretario de Estado[11], mientras Carlos, al menos hasta 1911, fue el ministro plenipotenciario (embajador) de Cuba ante Washington[12]. Ambos cargos, como se puede apreciar, no eran nada despreciables.


A partir de este momento la participación pública de Carlos García Vélez se divide en dos vertientes muy claras: la diplomática y la de dirigente político.

En 1911 participa en el primer movimiento de Veteranos y Patriotas que tenía como bandera la lucha contra la corrupción, así como lograr apartar a los viejos funcionarios del orden colonial de los cargos administrativos que ocupaban en plena época republicana. En el manifiesto fundacional esta asociación sostenía que: "Nada pedimos para los Veteranos, aunque la miseria les hiera a muchos hogares; sólo queremos que a los desleales sustituyan en los cargos públicos los cubanos que amaron a Cuba y los que no deshonraron su existencia; todos los cubanos, menos los que combatieron contra Cuba"[13]. En el manifiesto, redactado por García Vélez, se asegura que la Asociación Nacional de Veteranos fue creada desde la salida de las tropas españolas de la Isla y estuvo dirigida por Tomás Padró[14].

Sin embargo no será hasta el año de 1923, mientras se desempeñaba como ministro cubano en Inglaterra, donde la intervención de Carlos será fundamental en un movimiento que en realidad ha sido poco estudiado: el movimiento que encabeza la Asociación de Veteranos y Patriotas y que nuevamente inició una protesta contra la corrupción. Ese movimiento, que está enmarcado en lo que Julio Le Riverend ubica como las movilizaciones hacia una "Nueva Conciencia Nacional"[15], es en donde se entrelazan los movimientos ascendentes obrero y comunista[16], el de los estudiantes universitarios reformistas y el de los intelectuales como Fernando Ortiz, entre otros actores políticos. La intención de estos movimientos es contribuir con la purificación de la administración gubernamental, que según su análisis está corrompida de pies a cabeza. Sin embargo, para la historiografía, ya sea aquella que se produce al interior de la Isla o aquella que se elabora en el exilio, de todas las vertientes políticas que asediaban al gobierno en aquel momento, el movimiento que mayor trascendencia tiene es el de la Asociación de Veteranos y Patriotas, al ser la conducción política real de toda la movilización. El resto de actores políticos se alinearon en torno a sus posiciones e incluso se subordinaron a él.

El descontento de los veteranos fue la corrupción que se expresaba con claridad en el pago irregular de las pensiones hacia los ex combatientes, tanto que para marzo de 1923 el Estado cubano aún debía a los veteranos el último trimestre de 1922[17].

Se reconoce como eje articulador de dicho movimiento "un enérgico reclamo en contra de la corrupción"[18]. Aunque en realidad se expresaban muchas más demandas. Sus peticiones eran:

1) supresión de la renta de lotería;

2) no aprobación de la ley de consolidación ferroviaria y cierre de subpuestos;

3) Ley de Pensiones para los veteranos;

4) derogación de la Ley de Turismo;

5) reformas a la Ley Orgánica del Poder Judicial e independencia del ministerio público fiscal respecto al Poder Ejecutivo;

6) reforma al Código electoral para evitar fraudes en los comicios;

7) creación de un organismo fiscalizador de la contabilidad nacional y del manejo del tesoro público;

8) limitación de la inmunidad parlamentaria;

9) Ley del Trabajo para solucionar conflictos entre el capital y el trabajo;

10) rechazo a la prórroga de poderes y reforma constitucional para impedir la reelección;

11) pronunciamiento porque ninguna ley que favorezca la prolongación de las funciones o la remuneración asignada a los funcionarios públicos pueda surtir efectos hasta después de que hayan dejado el poder los que la votaron y sancionaron;

12) ley que otorgue a las mujeres iguales derechos políticos y ciudadanos que a los hombres.

El estudio más conocido sobre la Asociación de Veteranos dice a este respecto que:

“El general Carlos García Vélez, hijo del general Calixto García Íñiguez, tan valiente como su padre en la guerra de 1895, fundó el primer centro de veteranos en el país en la ciudad de Santiago de Cuba (1898). En la república neocolonial casi todo el tiempo desempeñó cargos como Ministro plenipotenciario en el exterior; es decir, que no tenía en su haber ningún negocio deshonroso. Según testimonios personales, era un hombre simpático, agradable, culto y honesto; estaba verdaderamente horrorizado por la corrupción zayista, tenía vínculos con [Mario García] Menocal desde la guerra de independencia y se profesaban gran amistad”[19].

Es significativo que se explique la honra que tenía García Vélez ante los ojos del resto de los dirigentes cubanos, precisamente bajo la idea de la limpieza con que había obtenido su riqueza. Esto es fundamental si entendemos que una gran parte de su actividad como dirigente político giró en torno a la lucha contra la corrupción. La congruencia de su vida personal con las exigencias políticas que encabezaba aparece en perfecta concordancia, circunstancia atípica entre muchos de los políticos cubanos de aquella época, tachados de corruptos. No es casual entonces que el cenit de su participación política se dé justamente en movimientos que buscaban la limpieza de la administración y el fin de las corruptelas gubernamentales.

Por otro lado, no podemos dejar de señalar la citada amistad con Mario García Menocal, un político cubano que después de la Independencia se sumó a las filas del conservadurismo y llegó a formar parte del gobierno de intervención norteamericano, a través de los puestos de inspector de Obras Públicas y jefe de la Policía de La Habana. García Menocal obtuvo la presidencia de la República en dos ocasiones, durante el periodo de 1913 a 1917 y posteriormente en el periodo de 1917 a 1921, lo cual contribuye a explicar por qué García Vélez mantiene una actividad diplomática constante en este lapso y que su actividad como político opositor disminuye.

A pesar de la vitalidad del movimiento que encabezaba García Vélez en 1923 en contra del gobierno del recién electo presidente Alfredo Zayas, éste logrará sortear los problemas hasta finalmente desmovilizar al diplomático por completo, y asimismo el presidente Zayas utilizó toda su astucia política para dividir la convergencia de la oposición a través de una doble vía: la represión para algunos y la negociación para otros. Sin embargo, aunque derrotados momentáneamente, muchos de los jóvenes participantes en este ciclo de protestas serán los que un par de años después lucharon incansablemente contra la dictadura de Gerardo Machado.

Sin importar su actividad política opositora, más radical en algunos periodos presidenciales que en otros, García Vélez seguió desempeñándose como diplomático en países como México, Inglaterra, España o Estados Unidos, además de que seguió presente en la opinión pública cubana. En una de las últimas entrevistas que se le realizaron, publicada en la Revista Carteles de Cuba en 1953, además de que se insiste en que es el "hijo de Calixto García", se le interroga sobre la opinión que guarda respecto a la situación imperante en su país. Sus contundentes opiniones políticas son un referente que nos permite acercarnos a un personaje que ha visto transcurrir 50 años de historia cubana.. Ante la pregunta —"¿Qué le parece ahora la República, General?" él responderá —"No me haga usted hablar, amigo. No hay República. No hay nada"[20]. Esta sentencia que da García Vélez en los últimos años de su vida es sólo la expresión de lo que pensaba: Cuba a pesar de su independencia había heredado los vicios de una administración corrupta. Para el García Vélez de esta entrevista, España es la madre de todos los vicios y los cubanos en vez de romper con éstos, los habían heredado hasta hacerlos parte de su actividad cotidiana.

Además de su participación como diplomático y como político, Carlos García Vélez tuvo incursiones, como muchos otros patriotas, en el campo de la formulación de la historiografía. En un reciente ensayo de Oscar Zanetti sobre la historiografía cubana producida en el siglo XX dedica un espacio significativo a lo que llama la "constitución de una historia nacional", y la forma en que política e historiografía se imbricaron de forma inexorable a principios del siglo pasado. En su repaso de las primeras obras que tocaron el tema de las guerras de independencia cubanas, Zanetti ha encontrado que la mayor parte de ellas son realizadas por ex combatientes, a través de memorias, testimonios o recolección de documentos. Zanetti señala que a finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX aparecieron obras como las de Fernando Figueredo, La revolución de Yara; de Bernabé Boza, Mi diario de Guerra; de José Miró Argenter, Las crónicas de la guerra, y posteriormente aparecerán la de Manuel Sanguily, las de Eusebio Hernández, las de Orestes Ferrara, la de Fermín Valdez, Manuel Piedra Martel o la de Aníbal Escalante, entre muchas otras. La idea de la historia nacional se verá sancionada legalmente cuando se funde la Academia de Historia de Cuba en 1910.

A juicio de Zanetti:

“La Academia congregó en sus sesiones a personalidades de indiscutible valía intelectual junto a figuras de sobresaliente historial político, por más que las contribuciones historiográficas registradas de algunos académicos no rebasan el convencional discurso de recepción. La presencia de dicha incorporación de personalidades políticas y "eminencias" del área de las letras, el derecho y hasta la medicina, indica la importancia concedida a la construcción historiográfica en el stablishment ideológico de la nueva república, pero también pone de manifiesto el hecho de que la investigación y la escritura de la historia no constituían una labor profesional, sino una suerte de hobby de intelectuales que descollaban en distintos ramos del saber y se desempeñaban también con bastante frecuencia en el campo de la política”[21].

Por ejemplo, dos figuras que contribuyeron a la conformación de la "historia nacional" cubana fueron funcionarios de la Legación de Cuba en México. Uno de ellos es Francisco P. Coronado, quien llegó junto con García Vélez a México como secretario de la Legación y que en 1899 publicó “Calixto García Íñiguez. Datos para una biografía”, además es de destacarse que Coronado llegó a ser presidente de la Academia de Historia de Cuba y director de la Biblioteca Nacional hasta su muerte. El otro es Aníbal Escalante, quien fungió como agregado militar de la Legación cubana en México y que escribió el libro que ya hemos citado con anterioridad “Calixto García y su campaña del 95”. Dicho libro fue prologado por Carlos García Vélez, y en dichas palabras iniciales, García Vélez se proclama discípulo de su padre[22].

Como es natural, la mayor parte de la historiografía sobre el proceso de Independencia se ha concentrado en la figura de Calixto García Íñiguez mientras el nombre de su hijo apenas y aparece en un par de reseñas. Sin embargo gracias a los trabajos del propio Carlos García Vélez, publicados en 1899, en el libro titulado “The American–Spanish war; a history by the war leaders”, sabemos que tuvo una participación de mando en el recorrido que hizo el ejército de Holguín a Bayamo en donde dirigió la 600 brigada de infantería, compuesta por combatientes provenientes de Baracoa, Guantánamo y Jiguaní, que se enfrentaron en la población de El Tamarindo con las tropas españolas del general Tejeda. Igualmente en su obra Enrique Collazo reafirma la participación fundamental de Carlos García Vélez en las operaciones finales de la guerra de Independencia.

Con esto tenemos una visión más general de la figura de Carlos García Vélez como un personaje que reforzó la idea de la construcción de la "historia nacional" a partir de su propia experiencia, reafirmando de nuevo la figura de su padre y la de él mismo a su lado. Es este complejo y fascinante personaje el primer diplomático cubano que pisa México.





[1] José Antonio López Espinosa, "Bosquejo histórico de la bibliografía cubana sobre estomatología", Revista Cubana de Estomatología, vol. 36, núm. 1, enero–abril, 1999, pp. 5–16. En http://scielo.sld.cu/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0034–75071999000100001&lng=es&nrm=iso. ISSN 0034–7507 (fecha de consulta: 10 de noviembre, 2007).

[2] Pierre Bourdieu, Cosas dichas, Barcelona, Gedisa, 1988, p. 33.

[3] Diario del Hogar, México, 26 de julio, 1902.

[4] El Correo Español, México, 23 de julio, 1902.

[5] The Mexican Herald, México, 28 de octubre, 1902.

[6] Expediente personal del general Carlos García Vélez, exp. 1–19–11, 19de abril, 1906, Archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores, en lo sucesivo AHSRE, f. 83.

[7] Ibid., 24 de marzo, 1906, f. 70.

[8] "La revolución en Cuba", El Mundo Ilustrado, núm. 10, México, 2 de septiembre, 1906.

[9] Teresita Yglesia Martínez, Cuba: primera República, segunda ocupación, La Habana, Ciencias Sociales, 1976, pp. 225–227.

[10] Jorge Ibarra, Cuba: 1898–1921, Partidos políticos y clases sociales, La Habana, Ciencias Sociales, 1992, p. 226.

[11] Manuel Márquez Sterling, Discursos leídos en la recepción pública del Sr. Manuel Márquez Sterling, la noche del 24 de octubre de 1929, La Habana, Siglo XX, 1929, p. 90.

[12] Ibid., p. 91.

[13] Los veteranos de la independencia al pueblo de Cuba. En http://www.autentico.org/oa09001.php (fecha de consulta: 20 de octubre, 2007).

[14] Aníbal Escalante y Beatón, Calixto García y su campaña en el 95, La Habana, Editorial Caribe, 1946, p. XXIX.

[15] Julio Le Riverend, La República: dependencia y revolución, La Habana, Ciencias Sociales, 2001, p. 193.

[16] Daniel Kersffeld, "La Liga antiimperialista de las Américas: una construcción política entre el marxismo y el latinoamericanismo", en Elvira Concheiro Modonesi Massimo y Horacio Crespo [coords.], El comunismo: otras miradas desde América Latina, México, CEIICH–UNAM, 2007, pp. 151–166.

[17] Ana Cairo Balleteros, El movimiento de veteranos y patriotas: apuntes para un estudio ideológico del año 1923, La Habana, Instituto Cubano del Libro–Dirección Política de las FAR, 1923, p. 94.

[18] Adolfo Rivero Caro, "El periodo republicano intermedio y la crisis de la democracia (1920–1933)", en Cien años de historia de Cuba, Madrid, Verbum–Fundación Hispano–Cubana, 2000, p. 198.

[19] Cairo Balleteros, op. cit., p. 94.

[20] Revista Carteles, 10 de octubre, 1954, versión electrónica en http://www.guije.com/public/carteles/3541/bandera/index.html (fecha de consulta: 2 de octubre, 2008).

[21] Oscar Zanetti, Isla en la historia: la historiografía de Cuba en el siglo XX, La Habana, Unión, 2005, p. 21. 

[22] Escalante y Beatón, op. cit., p. XXIX.


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