(Hugo Marcos Barítono de la
Ópera Nacional de Cuba. Ha hecho una muy reconocida carrera internacional).
En el año 1962 yo tenía dieciséis años, estaba terminando
el preuniversitario y, naturalmente, todavía no cantaba; pero en mi familia
fuimos aficionados toda la vida a la música y en particular a la ópera, la
opereta y la zarzuela. Desde niño mis familiares me llevaban al teatro y teníamos
una colección de discos amplia. Entonces un amigo mío, Celso Gómez, que fue
miembro del Coro del Gran Teatro de La Habana y que durante toda su vida había
frecuentado mi casa para oír discos de grandes cantantes, llevó a un amigo suyo
algo mayor que yo, de unos 23 ó 24 años y me lo presenta. Era el gran barítono
Raúl Camayd, que como mismo Celso y yo coleccionaba discos. Oímos muchas cosas
y como mismo hacen los filatélicos, comenzamos a hacer intercambios cada vez
que él venía a La Habana. Así
continuó nuestra amistad que duró muchos años. Éramos, digámoslo, unos
diletantes musicales.
Los años transcurrieron y un día me entero de que Raúl
había fundado un grupo lírico en Holguín. Para entonces ya yo me había dado
cuenta de que también tenía posibilidades para el canto y, esporádicamente,
había comenzado a estudiar. Raúl para entonces ya era un consagrado director
del grupo que fundó y primer solista.
Allá por los años de 1970 ya yo había adquirido cierta
experiencia y Raúl me invitaba para que fuera a Holguín a dar conciertos.
Nuestra amistad había crecido.
Todo iba bien. Y un mal día me entero de su enfermedad y
su lamentable desenlace cuando aún era joven y tan vital.
Son muchos los recuerdos…
Una cosa muy típica de él es que nunca aceptó abandonar
su ciudad natal. Recuerdo que en 1974 el Consejo Nacional de Cultura le pidió
que asumiera la dirección de la Ópera Nacional de Cuba y él, efectivamente,
aceptó e hizo su trabajo para que el grupo habanero no muriera, pero con la
condición de que regresaría a Holguín más temprano que tarde. Y ese puesto en
la Ópera era muy codiciado. Pero ese era su destino. Regresar siempre a “su
aldea”. Eso es algo que yo admiro y comprendo a Raúl aunque muchos no lo
entiendan.
Es curioso, además, que Raúl supo alternar su papel de
cantante con el de dirigente, lo que para un cantante no es fácil porque el
dirigente tiene que hablar mucho, discutir, defender sus criterios, y la voz
sufre. Sin embargo nunca se notó que a él le afectara a pesar de que hablaba un
millón de palabras diarias.
Yo le decía que en el timbre de su voz, él tenía un gran
parecido con Robert Cerril, un famoso cantante norteamericano que hizo una gran
carrera de más de cuarenta años en el Metropolitan Opera House, en la Scala de Milán y en los
teatros más importantes del mundo. Él se reía y no me hacía caso, porque a él
nunca se le subieron los humos a la cabeza, al contrario, era extremadamente
modesto y muy admirador del trabajo de sus compañeros, siempre diciendo lo
bueno de los demás, y eso que la mayoría de los cantantes se pasan la vida
hablando mal de los otros, que si este canta mal, que si la otra todavía se
atreve a cantar. Imagínate que en las obras líricas siempre hay una o varias
escenas de amor, entonces cómo hacerlo si el muchacho y la muchacha están
peleados en la vida real. En esos casos es muy difícil lograr una integración y
Raúl tuvo mucho cuidado en luchar contra eso y erradicarlo[1].
Ahora te voy a contar una anécdota reciente: Yo tenía una
vieja grabación del año 39 de “Un baile de máscaras”, y, lógicamente, quería
algo más reciente. Pues durante la segunda edición del Concurso para Jóvenes
Cantantes Líricos, en 1990, se lo digo a Raúl con la esperanza de conseguir una
versión más reciente y el último día se me aparece con un paquete y me dice:
“Ábrelo, gordo”. Era una grabación estéreo fabulosa de “Un baile de máscaras”
con María Callas y Guiseppe Di Stefano, exactamente lo que yo buscaba. Es que
habían pasado los años y nosotros seguíamos siendo los mismos diletantes de
antes.
[1] En una
entrevista a Nancy Robinson Calvet titulada: “Entre los vanguardias el lírico
de Holguín”, Raúl termina diciéndole: “En el seno de este colectivo hay algo
que nos ayuda mucho a trabajar y es que aquí no se fomenta ni la envidia ni el
celo profesional, sino el fraternal compañerismo y la justa crítica
constructiva”.
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