Por: Caridad Franco
Caridad Franco:
Soñar es una cualidad exclusiva del hombre. Muchos creadores han visto en el
sueño el estado que precede al momento casi mágico de la creación. Tal vez por
eso, cuando alguien lo llamó soñador, aquel joven barítono no se ofendió.
Fundar un Teatro Lírico era en aquellos momentos un sueño.
Raúl Camayd:
Pero los artistas debemos soñar. Aquellos momentos eran difíciles, coincidió
con la crisis de Octubre y yo era entonces poco más que un aficionado y me
propuse formar el lírico en colaboración con un grupo de holguineros muy
entusiastas, apoyados por Silvio Grave de Peralta, quien por aquella época
dirigía el Consejo Nacional de Cultura en esta ciudad. Muchos pensaron que era
un intento para una ocasión, pero yo siempre confié en que una vez iniciado iba
a echar raíces.
C.F: Durante
todo ese extenso período usted ha trabajado como director y cantante, ¿cuál de
las dos tareas artísticas le produce mayor satisfacción desde el punto de vista
personal y cuál considera más importante?
R.C: Para
contestar debo, necesariamente, hacer un poco de historia. Yo me hice director
por puras necesidades prácticas. Soy un cantante que en un momento tuvo que
dirigir, porque en aquellas circunstancias no era fácil encontrar un director
experimentado que pudiera y quisiera venir a probar fortuna en un empeño como
aquel. Hoy, a casi 26 años de trabajo simultáneo, puedo afirmar que esa
necesidad fue una suerte, porque me obligó a estudiar mucho, de todo lo que
tiene que ver, que es bastante, con el quehacer de una compañía lírica. Si me
preguntan cuál de las dos actividades prefiero, tengo que decir: ¡cantar! Sin
embargo, estoy convencido de que el éxito del colectivo es más importante. Y
hace mucho tiempo que disfruto más un éxito del Lírico que uno personal.
C.F: ¿Cómo
inició su formación musical? ¿Quiénes fueron sus maestros?
R.C: Mi primera
maestra fue Ester Mallo, pionera de la promoción cultural en Holguín. Entonces
yo era un niño; ella fue la primera persona que me dijo que yo podía ser un profesional
del canto. Luego fui a estudiar a La
Habana, primero con el español Ricardo Sevilla y luego con el
prestigioso pedagogo cubano Francisco F. Dominici. Yo afirmo que en el estudio
del maestro Dominici aprendí a aprender, pues uno va descubriendo cosas
características de la voz, hasta la última hora. Cada órgano vocal es diferente
y tiene por necesidad que recibir un tratamiento distinto. Lo más difícil para
un cantante es conocer las características de su voz, sus posibilidades y
limitaciones. Yo comencé por admirar a un artista lírico y querer cantar como
él, creo que asñi se determina la inclinación vocacional de un joven, luego se
define y se desarrolla, pero las influencias tempranas son decisivas. Ya en mi
trabajo profesional me he ayudado de muchos maestros, tanto en la música como
en el canto, como en la propia dirección: José María Fernández, Aldolfo Guzmán,
Laliana Yableska, Rodrigo Prats, Félix Guerrero, Miguel Grande y Favio Landa.
C.F: Se dice
que usted estuvo muy influido por Carlos Ramírez, inclusive, que su voz se
parece mucho a la del cantante colombiano. ¿Qué hay de cierto en eso?
R.C: Con Carlos
Ramírez sucede en Hispanoamérica lo que ocurre con Caruso a nivel mundial. A
todo el que canta le buscan un punto de comparación con ellos. Me refiero al
canto lírico. Sí, tuve influencias de Carlos Ramírez y mucha, pero no sólo yo.
Todos los cantantes líricos latinoamericanos admiraron a esta gran voz,
fallecido hace unos años, quien, más que una voz prodigiosa, tenía una voz
única en su cuerda de barítono. Era, además, un artista de mucha inteligencia
para seleccionar su repertorio y para su proyección escénica. Su popularidad
fue enorme y esa admiración, desde luego, tuvo mucho que ver en mi inclinación
por el arte lírico. El parecido de las voces es lógico. Es la misma cuerda, el
tipo de voz. Lo cierto es que nunca he tratado de imitarlo, pero las
influencias se transparentan aunque uno no quiera. Varios años antes de conocer
o escuchar a Ramírez, ya cantaba, pero mi marco de referencia no incluía el
canto lírico.
C.F: Si
analizamos el panorama de la cultura lírica del territorio holguinero ya se
perfila continuidad artística para las figuras femeninas; sin embargo, es
preocupante que para usted la continuidad no se vislumbra.
R.C: Continuidad
sí hay; el problema es que la formación de un cantante lírico es larga y debe
comenzar desde los primeros años de conciencia artística; es un proceso que
demora hasta diez años y cuando se comienza tarde el artista viene a encontrar
la verdad casi en los finales de la carrera. Ahora estamos en un buen momento
para asegurar la continuidad. Hace cinco años le aseguré al Ministro de Cultura
que al paso que llevaba la enseñanza y la difusión del arte del canto en
nuestro país, en 1990 una voz lírica sería una rara avis. Sin embargo las cosas
han cambiado radicalmente y con el talento joven que ya existe podemos asegurar
una continuidad para dos décadas por lo menos. Es cierto que la continuidad
femenina es más segura, pero también tenemos jóvenes valores masculinos que
están en desarrollo. Puedo mencionar a Orlando Coré, a Alfredo Calzadilla,
Mario Yi, Fidel Toranzo y, especialmente, a Ernesto Infante. También cada año
recibimos algunos egresados del Instituto Superior de Arte (ISA) y ya este año
comienza la unidad docente de esa institución en Holguín para la especialidad
de canto.
C.F: Ernesto
Infante tiene una voz agradable, pero le falta personalidad artística, desde el
punto de vista de la integralidad que reclama el canto lírico, ¿no cree?
R.C: No, no lo creo.
Lo que le falta es desarrollo. El tiene las condiciones básicas, solo necesita
disciplina y comprender que cada minuto que se pierde en la juventud ya no se
recupera.
C.F: ¿Cuál es
el papel que ha desempeñado el Teatro Lírico como institución docente en la
formación de jóvenes cantantes líricos?
Los Gavilanes fue la primera puesta del Teatro Lírico holguinero |
R.C: Aunque el
lírico es un teatro profesional, destinado a la ejecución de funciones según
una programación, no es menos cierto que ha sido una verdadera escuela de
profesionales. Los compromisos de una programación, que son enormes, no ha
permitido la realización de un plan organizado y estable para el desarrollo
individual interno. Sin embargo, al calor del trabajo se han formado aquí no
solo verdaderos profesionales, sino que entre ellos contamos con algunos de los
principales artistas líricos del país. Y en eso ha tenido mucho que ver la
labor de Náyade Proenza como pedagoga en la enseñanza de la técnica vocal, su
entusiasmo, su paciencia y, sobre todo, su percepción acertada de la
problemática de la voz cantada. Pero no ha sido un fenómeno de formación
solamente para sus propios artistas. El sistema de trabajo de este colectivo ha
influido en la formación del gusto estético de la población y, por otra parte,
no creo que exista un solo artista en la provincia, profesional o aficionado,
que no haya recibido en alguna medida apoyo de nuestra institución.
C.F: Usted
habló hace poco sobre el decrecimiento que habían sufrido sus presentaciones como
solista. ¿A qué se debe esto?
R.C: Durante
años, la dirección del Teatro Lírico no limitó mi trabajo individual como
cantante, pero el propio desarrollo del colectivo y su más compleja estructura
y sus enormes compromisos de programación han ido ocupando una gran parte de mi
tiempo. Tampoco puedo pedirme, ni creo que alguien pueda razonablemente
hacerlo, mantener el mismo ritmo de actuaciones de hace quince años. Para
montar una obra lírica hay que vérselas, a veces, con varios cientos de
personas: cantantes, bailarines, actores, músicos, técnicos, administrativos y
otros. Creo que puedo mantener un nivel razonable de participación individual
en la programación del Teatro Lírico, pero en ningún caso puedo arriesgarme a
un descalabro artístico, por un compromiso o por un exceso de confianza. La
línea divisoria entre el éxito y el fracaso es muy frágil en el canto lírico y
a veces depende de francciones de segundos, en que la mente humana se descuida
de la concentración precisa y las dos fallan. Todavía hay muchos que esperan
maravillas cuando Raúl Camayd canta y a estas alturas eso es una
responsabilidad muy grande.
C.F: Tengo entendido que usted compuso una canción dedicada a Calixto García. ¿No piensa continuar esa línea de trabajo?
R.C: Yo no soy
compositor. Creo que esa cualidad se trae en la sangre y luego se desarrolla.
Hay mucha gente que quiere componer, pero proporcionalmente no hay obras
buenas. Tal vez si me retiro pueda intentar algo en torno a la composición. A
veces se me ocurren ideas, pero siempre me parecen viejas y comunes y, como
tengo tanta música en la cabeza, temo no ser original. Concretamente he
trabajado en dos obras compuestas por mí en colaboración con Manuel de Jesús
Leyva, Coco, que sí es compositor, pero ha sido por necesidades del momento.
Cuando el centenario de Carlos Manuel de Céspedes y con motivo del acto
nacional que se ofrecía en Bayamo fui invitado a cantar con la Orquesta Sinfónica
dirigida por el maestro Félix Guerrero. No quería interpretar ni “El Mambí” ni
“La Bayamesa”,
ni “Canto Rebelde”; quería una canción dedicada a Céspedes. Llamé al maestro
Adolfo Guzmán (que en esa fecha pregraba un disco conmigo) para que me
escribiera la canción; él, que como siempre tenía mucho trabajo, me dijo: “¿Y
por qué no la escribes tú, chico?”. Me decidí y con la colaboración de “Coco”
hicimos la canción, utilizando la frase de Sanguilí: “Por los potreros de
Yara”. Luego hicimos la de Calixto García, “General de mi tierra”, por un
aniversario de su natalicio. Las dos obras, generalmente poco difundidas,
fueron grabadas con la orquestación de “Coco” y hasta ahí llegué.
Raúl en “La Viuda Alegre” |
C.F: Recientemente
se estrenó una coproducción de Tele Cristal y el Canal 6 de la Televisión Cuana,
me refiero a “La Habana
que vuelve”, del maestro Rodrigo Prats. ¿Qué motivó la grabación de esta obra?
¿Existe el propósito de continuar un trabajo conjunto con esos medios?
R.C: la
teledifusión del arte lírico se ha visto incrementada en los últimos tiempos.
“De la Gran Escena”
y “Gala”, entre los mejores programas de la TV, han roto las barreras del silencio. El Teatro
Lírico Rodrigo Prats de Holguín siempre ha tenido demanda en los medios
televivos nacionales. Para el mismo Canal 6 realizamos en 1978 “La Viuda Alegre” y en años
sucesivos para Tele Rebelde, “El Alcalde Honrado” y “Los Descamisados”, pero
aquellos fueron intentos aislados. Hace más de un año habíamos coordinado la
realización de esta coproducción con Tele Cristal y optamos por “La Habana que Vuelve” por ser
una obra cubana y con u tema interesante para el televidente medio. Semanas
antes la habíamos puesto en escena y aunque se trabajó con muy poco tiempo y
apenas hubo margen para realizar una adaptación propia para el medio
televisivo, el resultado fue digno. Ahora tenemos el proyecto de adaptar “La Tabernera del Puerto”
para fines de año.
C.F: Sobre la
versión televisiva tengo el criterio de que mientras se canta todo anda bien,
sin embargo, creo que se evidencian problemas de actuación y de dirección. ¿Qué
opina usted?
R.C: Que el cantante
lírico no es un buen actor es una expresión que tiene más de un siglo. Hay
mucho de cierto en eso, pero hay también mucho prejuicio y mucha
predisposición, aunque es innegable que cada día el público prefiere la
organicidad escénica al virtuosismo vocal. Sin embargo, a pesar de todas esas
realidades, no debe olvidarse que en el arte lírico, el canto sigue siendo lo
fundamental. La crítica actual en Cuba, tal vez por el poco dominio de las
partituras musicales de las obras líricas, nunca habla de cómo un artista
venció o no las exigencias de ella, sino que a veces analizan aspectos
intrascendentes del espectáculo y se alejan de la esencia del mismo.
C.F: Concluido
el primer Concurso Nacional Rodrigo Prats para Jóvenes Cantantes Lírico, ¿cuál
es su repercusión para el arte lírico y sobre todo para la cultura nacional?
¿Se aspira a una celebración periódica?
R.C: El
Concurso Nacional Rodrigo Prats para jóvenes Cantantes Líricos ya penetró en la
historia del arte lírico nacional. Queremos que se realice cada dos años y
adquiera dimensión, por lo menos, hispanoamericana. Pero más importante que el
propio Concurso fue el momento en que se realizó y, desde luego, el éxito y la
tremenda repercusión alcanzada. Ni yo mismo sospechaba tales resultados. Fue un
evento demostrativo, primero, de que el sueño lírico de mi ciudad, como tu
dices, es ya un sueño de la cultura nacional que pertenece a todas las
generaciones, y las más jóvenes ya han asumido la responsabilidad de
continuarla
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