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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

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19 de diciembre de 2016

La poza del escribano



Hay en la tradición holguinera muchas leyendas relacionadas con charcos o pozas de agua. Esta que sigue es la que se conoce como “La Poza del Escribano”.
Antes esa se llamó La Poza Negra y estaba (o probablemente está, que esa información no la tenemos), en el barrio de El Yayal, ubicado a la vera de la carretera que lleva desde Holguín hasta el Mirador de Mayabe.
Pues si señor, como dicen las abuelas al narrar cuentos misteriosos, escondida entre corpulentos árboles, estaba la citada Poza Negra. Todos, incluyendo hasta a los mejores nadadores de Holguín, miraban con respeto la poza porque, dicen, tenía en su centro un fuerte remolino que arrastraba hasta el fondo todo lo que atrapara.
Un día del año 1856, dicen que un escribano de guerra, residente en la ciudad de Holguín y nombrado don Pedro Rodríguez Batista, decidió nadar en la Poza Negra y el remolino lo chupó. Infecundos fueron los esfuerzos que hizo el escribano para salvarse, y, como ya lo imaginan, murió ahogado. Desde entonces la Poza Negra, a la que llamaban así porque la profundidad de sus aguas le daba un tinte oscuro, comenzó a ser la Poza del Escribano.
General Jesús Rodríguez Aguilera (Dibujo)
No pregunten el lugar exacto donde está la poza que, a lo mejor, con la delgadez a la que hemos condenado a nuestros ríos, el agua no  llega ni a los tobillos de los nadadores. De quien sí tenemos un poquito más de información es de don Pedro Rodríguez Batista: fue él, el padre de don Jesús Rodríguez Aguilera, un abogado holguinero que se fue a la manigua en 1868 y que participó en la aprobación de la primera Constitución cubana en Guáimaro que después alcanzó los grados de General de Brigada del Ejército Libertador.

El holguinero que perdió la alcaldía por enamora´o




Durante el tiempo en que Cuba fue colonia de España no era lo mismo el Teniente Gobernador y el Alcalde. El primero era la principal figura política y militar de la zona y era designado por el Gobierno; el segundo se encargaba de la administración y se elegía entre los vecinos principales. 
Esta es la historia de un Alcalde holguinero que dejó de serlo por “enamorado”.
Todos los años el Cabildo se reunía en diciembre y hacía elecciones. Elegido el nuevo Alcalde, inmediatamente se le informaba al Teniente Gobernador quién había salido electo y éste lo comunicaba por escrito al Gobernador provincial que residía en Santiago de Cuba. (Por cierto, y es importante saberlo para entender esta historia: se seleccionaban dos Alcaldes que se conocían como Alcalde de primera elección y de segunda. Gobernaba el de primera elección; el de segunda era por si le ocurría alguna eventualidad al primero. Igual es importante saber que los Alcaldes llevaban una vara como símbolo de su investidura, significando esta que con ella mediría por igual a todos sus gobernados).
Y ahora sí que empieza la historia que vamos a narrar:
Año 1756: en Holguín triunfó como Alcalde de primera elección o alcalde ordinario, como también se le llamaba, el Alférez don Miguel Cardet. Éste tomó posesión de su cargo y actuó durante varios meses no obstante su mal estado de salud. Pero como su dolencia se recrudeció, tuvo necesidad de guardar cama y pasó a ocupar el cargo el Alcalde de segundo voto, don Diego Felipe Tamayo, que es el protagonista de este post de La Aldea.
Era don Diego Felipe Tamayo un individuo de no muy buen carácter y muy aficionado a las faldas, esto último tanto que cuando en su camino cruzaba una hembra, él olvidaba de sus obligaciones. Y eso fue lo que ocurrió en aquel año 1756, fecha en que fue electo alcalde de segundo voto don Diego Felipe Tamayo: dio la casualidad que vino a vivir a Holguín doña Felisa Vázquez, quien, dicen los cronistas, tenía un cuerpo “que daba la hora”; era la dama esbelta, gentil, con dientes como perlas y cabellera como la seda. En un baile el alcalde la conoció y perdió la cabeza por ella. Pero doña Felisa no se mostró muy complacida con su “pretendiente” y él, empecinado, insistió e insistió e insistió. Ella, para evitarse “la babosería” del rendido enamorado, dio por terminada su visita a Holguín y se marchó a su Bayamo natal.
Solo que conociendo a nuestro hombre como ya lo conocéis, no hace falta escribir aquí que decidió el Alcalde irse al Bayamo detrás de la mujer. Y tan apurado se fue que no tuvo tiempo de pedir licencia al Cabildo y menos de devolver la vara...
De pronto hizo falta el Alcalde para resolver unos asuntos, pero el Alcalde no estaba en la ciudad y nadie sabía adónde había ido. Cundió la alarma pero como es verdad la frase de que “siempre hay un ojo que te ve”, alguien vio cuando don Diego Felipe tomó el camino del Bayamo detrás de doña Felisa, y la gente del pueblo decidió esperarlo. Pero las comadres, que no faltan en ningún pueblo, comenzaron a censurar agria y despiadadamente la falta de discreción del Alcalde. Luego, los que había tenido que sufrir la cólera y el mal genio de don Felipe se vengaron echando leña al fuego. Y los más sensatos insistieron en esperar, “porque un día tiene que volver”, decían.
Y pasaron meses y Holguín sin Alcalde. La administración, obviamente, se sumió en el anarquismo total. El Cabildo se reunió en Sesión privada: “Que horror”, se quejaban los Regidores, “ese cabeza loca se ha marchado de Holguín sin comunicarlo al Consistorio y sin exponer los motivos que ha tenido para dejar a esta República”. (República se le decía entonces al territorio jurisdiccional regido por un Cabildo) y finalmente la mayoría consideró que si el Alcalde no estaba, había que seleccionar a otro, y lo hicieron: El elegido fue el Alférez Real don Diego de la Torre Hechavarría. Luego informaron lo ocurrido al Gobernador Provincial y aquella autoridad estuvo de acuerdo con la decisión.
Pero no se acaba aquí el cuento, sino que ahora viene lo más interesante... Feliz, porque había conquistado a doña Felisa, regresa  don Diego Felipe. Baja del carruaje delante de la casa sede del Gobierno. Y se entera de lo ocurrido, pero como él trae la vara de Alcalde exige que le entreguen su cargo...
La decisión de entregarle el cargo o no, le correspondía al escribano don Lorenzo Castellanos y Cisneros, empleado recto y cumplidor (sin que por eso tengamos que esconderle que el escribano bebía más de la cuenta, pero, felizmente estaba sobrio el día que regresó don Diego, el enamorado). “Se ha vuelto loco usted”, dijo el escribano al ex alcalde, “se cree que íbamos a esperarle. Ha sido separado del cargo, don Felipe y no hay vuelta atrás”...
Dicen que la reacción de don Felipe fue como para taparse los oídos: Arremetió con un vendaval de insultos, calificó a todos, incluyendo al Teniente Gobernador y al Alcalde Provincial como una partida de brutos, y que se quejaría él al mismísimo rey. Aunque no, no se quejó al rey... y tampoco pudo hacer nada cuando recibió una carta de doña Felisa quien le comunicaba, desde Bayamo, que lo había pensado mejor, y que no estaba ella de ánimo como para mantener amoríos con él... ¿A él? Que otro remedio le quedaba sino callarse la boca e irse con su mal genio a otra parte.
Si alguien duda de la veracidad de esta historia, puede comprobar que todo lo dicho es rigurosamente cierto leyendo el Acta del Cabildo del 29 de diciembre de 1756 que se guarda en el Archivo Provincial de Historia.

La historia de cuando le robaron a San Isidoro de Holguín y el milagro del santo



En enero de 1752 llegó a Holguín la comitiva que presidía el Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos Españoles, don Alonso de Arcos y Moreno. En el paso de Cuba, o sea, en el pequeño río que marca la frontera entre el centro histórico de Holguín y la calle Real de Pueblo Nuevo, donde desde hace un siglo se construyó un puente, el mismo puente por el que la gente pasa del Holguín viejo a la calle Real de Pueblo Nuevo… allí esperaron los holguineros a don Alonso de Arcos y Moreno con una orquesta que amenizó la llegada del regio visitante.
El que llegaba era, además, el Gobernador de Oriente y traía la encomienda del Rey de España de darnos el título que mejor se aviniera con Holguín; o sea, que a partir de ese día Holguín dejaba de ser gobernado por el Cabildo de Bayamo y se convertía en jurisdicción, que es lo mismo que ser municipio.
Una vez en Holguín el Gobernador siguió todos los pasos que aconsejaba la costumbre, incluyendo una ofrenda valiosa dedicada al Santo Patrono de la ciudad, San Isidoro. Consistió esa en una mitra o corona de oro que, en solemne ceremonia religiosa, le colocaron en su cabeza a la imagen del santo. Y hasta ahí no hay nada novedoso en la historia… bueno sí, la mitra era muy valiosa. Pero solo eso. Lo verdaderamente novedoso y a lo mejor sobrenatural, comienza a contarlo La Aldea ahora:
Uno o dos años antes de que le dieran título de ciudad a Holguín llegó a vivir aquí un individuo nombrado Francisco Caro a quien todos le comenzaron a decir El Gaditano, porque el personaje trabajó en las tierras del hacendado don José Salvador Cisneros quien era natural de Cádiz en Andalucía.
Lo que no sabían ni don José Salvador Cisneros (su empleador), ni ningún holguinero, es que El Gaditano recién llegado era un solemne bandolero, asesino además, pero muy pronto se enteraron… Para robarle unos centenes, el Gaditano mató a su amo y se fue a los montes que están entre Holguín y Bayamo, y allí se dedicó a atacar a cuanto ser viviente tenía la mala pata de cruzarse con él.
Y como está claro, El Gaditano se enteró de la valiosa mitra de oro que el Gobernador de la provincia había donado a la iglesia de Holguín. El 27 de enero de 1752, exactamente nueve días después de que la mitra llegó a la Iglesia, El Gaditano preparó el asalto.
En horas de la noche de ese día entró a Holguín; para que no lo identificaran, el ladrón caminaba escondido en la oscuridad de las calles pero dos guardias municipales se cruzaron con él, lo reconocieron y trataron de detenerlo, pero El Gaditano los mató a los dos. Luego (y no nos pregunten cómo), consiguió que le abrieran la puerta de la sacristía de la iglesia San Isidoro. A lo mejor fue porque  se hizo pasar por un familiar que venía a buscar al párroco para que fuera a ver a un moribundo. Le abrieron la puerta y una vez adentro el bandido amarró y amordazó al sacristán y al párroco que lo era en esos momentos don Cristóbal Rodríguez.
Con el camino libre, el ladrón fue hasta donde reluciente como la luz, estaba la mitra o corona de oro sobre la cabeza de la imagen. El Gaditano ya abre el saco donde iba a guardar la joya, y ahora estira sus manos para tomarla pero… (y ahora empieza la parte mágico-milagrosa de esta historia) Abierto el saco donde iba a guardar la joya, el ladrón estira sus manos para tomarla y entonces el rostro de la estatua de San Isidoro se trasforma: ya no es la cara del santo sino la de uno de los guardias municipales que el asesino acababa de asesinar. Al ver tal cosa El Gaditano cae al suelo desmayado…
Entonces trascurre el tiempo. Cuando estaba por amanecer llegan los primeros feligreses para rezar el Ave María y encuentran a un hombre desmayado delante de la imagen de San Isidoro. No saben quién es pero tratan de reanimarlo y lo consiguen. El Gaditano, hecho un mar de lágrimas y un manojo de nervios, cuenta lo que ocurrió y pide que le traigan a un confesor.
Un mes después, el 27 de febrero de 1752, en Bayamo, El Gaditano subió a la horca, pagando así por los muchos crímenes y pillajes que había cometido.

16 de diciembre de 2016

El Heliógrafo de la Loma de la Cruz, en Holguín, Cuba



Se habla mucho del heliógrafo de la cima de la Loma de Cruz de Holguín, pero se dan pocos detalles, que son los que seguidamente pasamos a copiar, aunque antes, para bien ser entendidos La Aldea explica qué era ese aparato:
El heliógrafo se usaba durante la colonia por el ejército español para,  a través del reflejo del sol en espejos esféricos, enviar mensajes. Y como el cerro holguinero de la Cruz tenía tan buena posición, que desde él se podían enviar mensajes y verse en muchos lugares a la redonda, durante la guerra de 1895 allí instalaron uno.
Pero ocurrió que durante una FUGAZ tormenta ocurrida en día o noche del año 1896, un trueno cayó sobre el heliógrafo matando al Sargento del Regimiento Habana, don Quintín Segura, quien ese día estaba al cuidado y vigilancia del aparato. Luego los españoles volvieron a instalar otro heliógrafo que estuvo en el mismo lugar que el anterior hasta que entraron a Holguín las tropas norteamericanas. El comandante Duncan H. Hood, jefe de la plaza durante aquel triste periodo en que los yanquis mandaron en la comarca, hizo desmantelar el heliógrafo y destacó allí un pelotón de soldados que miraban constantemente para la ciudad y para las zonas cercanas.

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