Por: Rafael Masferrer Landa
En los
días del Santo Patrono el pueblo se aglomeraba en la citada calle Frexes,
además, para presenciar las “Corridas de Cintas” que ejecutaban diestros
jinetes en caballos bellamente enjaezados, y asimismo para disfrutar los
emocionantes escalamientos del Palo Ensebado o para ser exactos en el término,
la resbaladiza “Cucaña”, las corridas en “Zancos”, el Sartén en la boca… Los
premiados en las competiciones recibían valiosos premios en metálico y otras
veces objetos igual de valiosos.
Más sobre las populares fiestas del Patrono de la Ciudad: En estas siempre, y en otras fiestas a veces, acostumbraban comenzar con vibrantes dianas que despertaban a los vecinos al amanecer. Y después que España se fue la costumbre quedó, solo que ahora la diana que se repetía de esquina a esquina era la mambisa. (Esto es, la diana con que se daba la orden de levantarse en los campamentos guerrilleros de los independentistas cubanos). Recuerdan las crónicas que en las madrugadas, a los agudos y sonoros acordes de los metales no quedaba en cama ni el más pinto de la paloma.
Queremos
resaltar, porque es verdad, que en aquellos viejos tiempos eran muy estrictas
nuestras costumbres familiares… o mejor, eran costumbres realmente duras, tanto
que durante los días de Retreta, al dar las diez de la noche, no quedaba ni una
sola mujer en la plaza. Pero durante los días de jolgorios populares,
preferentemente los Sábados de Gloria si que ellas se quedaban en la calle con
la justificación de que al alba asistirían a la Procesión de
Resurrección que se efectuaba en la madrugada del domingo.
Otras grandes y populares fiestas. Estas no sujetas a calendario fijo, eran las llamadas “Verbenas”, que se organizaban por motivos diversos por parte de los vecinos o de las autoridades civiles. Las Verbenas se hacían, siempre, en los parques, generalmente cerrándose las calles laterales. Regularmente era su objetivo recaudar fondos para obras benéficas de carácter colectivo. Un ejemplo de una de ellas es la que se celebró en los años 20 del siglo XX con el plausible objeto de conseguir el dinero necesario para fabricarle un edificio que sirviera como punto de reunión a los gloriosos Veteranos de la Independencia, que aquí en Holguín formaban el núcleo de mayor cantidad en toda la República.
Otra fiesta popular holguinera es la Romería de la Cruz de Mayo; tradición esta que la implantó en el pueblo un franciscano proveniente del Convento Nuestra Señora de los Ángeles de Bayamo, llamado Joseph A. Alegre. A más de su celo apostólico, este religioso era muy activo y de una labia poco común.
Ya en el
siglo XX tan firme fue la tradición de subir el cerro grande que en un
principio se llamó del Bayado, y que desde que el padre Alegre puso allí la
cruz se llamó Cerro o Loma de la
Cruz, que un vecino de gran inteligencia, el doctor Albanés
Carballo tuvo la feliz idea y la fuerza de construir una escalinata, un paseo y
una rotonda allí. El dinero salió de las comunes Verbenas y Tómbolas y de la
que fue la primera Exposición Agrícola, Industrial, Comercial y Arqueológica en
Holguín que atrajo a miles de personas.
Inédito tomado Archivo de CEDES
Centro para el Estudio y Desarrollo Sociocultural
Centro para el Estudio y Desarrollo Sociocultural
Fueron
varios los motivos que llevaron a los antiguos vecinos de Holguín a celebrar
con fiestas. El principal o más visible fue el santoral de la Iglesia Católica Apostólica y
Romana. Otro: los grandes acontecimientos relacionados con los cambios de
Gobierno en la Madre
Patria (España), o la llegada de un nuevo Teniente Gobernador
a la ciudad. (Este anterior era uno de los más comunes sucesos que terminaban
en celebración, porque España cambiaba de Tenientes Gobernadores con más
frecuencia que las veces que el rey cambiaba de calzones, por ejemplo, entre
1731 y 1816 tuvimos 24). Y después, cuando España se marcha de la Isla, sin que desaparecieran
las fiestas y costumbres de antaño, también se comienzan a conmemorar efemérides
patrióticas, sobre todo la del 20 de mayo.
Antes de
seguir, sépase que los guateques del Holguín viejo no fueron tan conocidas ni
tan apetecidas como otras en otras partes de la Isla (las de Santiago, por ejemplo, o las del
Camaguey). Y se debió lo anterior a que los organizadores locales eran
discretos campesinos de campesina economía que solo disponían de lo que
sembraban para autoabastecerse. Tampoco fue Holguín un gran núcleo concentrador
de población; vivían los “holguinenses” durante aquellos idos tiempos en las
inmensidades solitarias que nos servían como comarca.
No
tenemos nota ciertas sobre las fiestas de los Ciboneyes y Taínos que vivieron
por estos lares antes de la llegada hispana, por lo que es obligatorio ceñirse
a lo poco que nos legó la tradición oral y las parcas crónicas de los
conquistadores. Por eso es mejor obviar esa parte de la historia y comenzar por
los tiempos en que los faroles colgados en las puertas de las viviendas
constituían el único alumbrado público de nuestras arenosas calles, arenosas,
sí, que (y sirva este dato a los cronistas apresurados que hablan de lodazales),
solo dejaban nuestras calles de ser arenosas cuando llovía mucho, generalmente
en tiempos de Nortes.
Era en
ese tiempo cuando por sobre los tejados de tejas criollas, fabricadas muchas de
ellas en el tejar de los Curbelo, se deslizaban en las noches serenas las notas
musicales provenientes de algún piano, acompañado, quizá, por el dulce sonido
de una mandolina (que es instrumento musical en desuso ahora). Y por encima de
todo oíase el pregón grave de algún trasnochado sereno dando la hora: “son las
Tanto en Punto y sereno…”
Las
fiestas más entusiastas del año se efectuaban durante y luego el 4 de abril en
que se conmemoraba el Día de San Isidoro, Patrono de la Ciudad. En estas predominaban
como espectáculo principal grandes torneos de gallos finos a los que asistían
visitantes de la antigua provincia Oriental. (Eso sí, las mujeres no
acostumbraban a asistir). Por costumbre las fiestas del Patrono se celebraban
en la calle Frexes, antes del Comercio, exactamente frente al enorme edificio
conocido como La Periquera.
Es
necesario recalcar que estas, que son la raíz del luego Carnaval holguinero, (y
tampoco en ninguna otra celebrada en la ciudad), nunca hubo bailes callejeros
como se acostumbraba en otros parajes de la Isla.
En Holguín se bailaba en los Centros de recreo, o lo que es
lo mismo, en las Sociedades, que las tuvimos y muchas: de blancos peninsulares
y criollos, de morenos claros, de negros prietos… y ya en el siglo XX de
chinos, de árabes (estos últimos casi todos libaneses), y hasta de israelíes
hubo una.
San Isidoro, Patrono de Holguin |
Otra
fiesta, siempre los domingos de Resurrección, consistía en las violentas
“quemas de Judas” que se ejecutaban usando cartuchos de dinamita. Por cierto,
en una de esos memorables domingos quemaron a un Judas con un letrero que decía
Don Pepe. Era aquel que achicharraban con tanta alharaca un vecino de la ciudad
que acababa de dar un escándalo en la Iglesia
San Isidoro donde fue sorprendido en un confesionario
besándose con una chinita hermosa. Posteriormente las peligrosas quemas fueron
prohibidas por un jefe militar español y en 1925 por el alcalde J. Portelles. Y
en las noches, en esa misma fecha, se entretenían los vecinos de la ciudad en
quemar “Fuegos artificiales” que iluminaban los cielos y que era locura para
los muchachos.
La música
predominante que alegraba y se bailaba en este y en todos los demás festejos
populares eran el vals, los lanceros, rigodones, contradanzas, minué, paso
doble… y luego llegaron el danzón, el son, el mambo, el cha cha chá. Y en las
calles se alborotaba con los estridentes acordes del zapateo criollo, la
caringa, el topetazo, el cocuyé y el chivo. De este último era maestro bailarín
Manuel Leal quien con Librado Caballero organizaba la única parranda callejera
compuesta por seis personas que salía por las calles de Holguín al son de un
estribillo que comenzaba diciendo: “Este es el Chivo capón que de La Habana viene…” (Insístase
que este tipo de jolgorio en medio de las calles jamás prosperaron en Holguín).
Antigua fotografía del Parque Calixto García |
Más sobre las populares fiestas del Patrono de la Ciudad: En estas siempre, y en otras fiestas a veces, acostumbraban comenzar con vibrantes dianas que despertaban a los vecinos al amanecer. Y después que España se fue la costumbre quedó, solo que ahora la diana que se repetía de esquina a esquina era la mambisa. (Esto es, la diana con que se daba la orden de levantarse en los campamentos guerrilleros de los independentistas cubanos). Recuerdan las crónicas que en las madrugadas, a los agudos y sonoros acordes de los metales no quedaba en cama ni el más pinto de la paloma.
Día 17. Salve cantada a las seis de la tarde en la Parroquial de San Isidoro. Iluminación general y veneciana de la Plaza de Armas. Retreta por la Banda Militar a las ocho en la misma Plaza. Fuegos artificiales y globos.
Día 18. Diana por las calles, de seis a siete y media de la mañana. Misa solemne a las ocho. Procesión religiosa a las cinco de la tarde. Baile a las nueve en el Casino.
Día 19. Diana. Paseo de caballos enjaezados de nueve a once de la mañana. Carrera de Cintas a las tres: Premios: Primero, un reloj al jinete que obtenga cinco anillas del juego. Segundo, una caja de tabacos. (Adjudicados los premios no se admitirán reclamaciones). Iluminación. Reterta por la Banda a las ocho en la Plaza.
Día 20. Diana. Matinée Infantil de trajes de diez a doce de la mañana en el Ayuntamiento, adjudicándose precisamente a la originalidad y buen gusto los premios siguientes: Para niñas, una muñeca; para niños, un velocípedo. El jurado adjudicará el premio por escrutinio en votación secreta. Carrera de caballos en el Llano a las tres de la tarde, Premios, una montura por velocidad, segunda carrera, a la Marcha, un freno con bridas. Iluminación. Baile a las nueve de la noche en La Tertulia.
Día 21. Diana. Cucaña y otros juegos a las cuatro. Iluminación. Fuegos artificiales y globos.
Día 22. Diana. Distribución de limosnas a las siete en el Ayuntamiento. Romería al Llano de cuatro a seis. Baile en el Centro de Artesanos.
Día 23. Diana. Paseo de caballos de nueve a once. Carrera de cintas a las tres; Premios, una medalla de plata. Baile en el Casino y La Tertulia.
Día 24. Diana: Cucaña y otros juegos de diez a doce. Carrera de caballos a las tres. Premios, a velocidad, medalla de oro, segunda carrera, a la marcha, medalla de plata. Iluminación. Retreta. Fuegos artificiales y Globos.Firma, por la junta, el secretario: Emiliano Espinosa.
Paralelos
a los espectáculos descritos se celebraban otros en Holguín, como, por
ejemplo, el que se ofreció en un solar situado en las calles Aguilera y
Mártires por un extranjero que preparó un enorme globo para volar dentro de él
y que luego de una semana de infructuosas pruebas se quedó en tierra.
Leer
además: Las ya olvidadas fiestas de globos en Holguín
No queda
ni una sola información de las fiestas del viejo Holguín en la que se de cuenta
de una desavenencia entre los festejantes. Eran las celebraciones antiguas
fiestas de familias. Jamás se habla de una riña callejera durante ellas, nunca
de un tumulto, jamás un hecho de sangre: ¡Nunca corrió ni una sola gota de
sangre!!!.
Era la
fiesta de más larga duración en Holguín las que comenzaban durante las Pascuas,
seguían durante año nuevo y no terminaban hasta el día posterior al de Reyes, o
sea, desde el 20 de diciembre hasta el 7 de enero. Se amenizaban aquellas con
los famosos Órganos. (En el siglo XX los más famosos de la ciudad era el de los
Hermanos Coallo). Y al enorme instrumento de música tan agradable, que por
producirse dándole vueltas a una manigueta aquí se le decía “Música molida”, lo
acompañaba un timbal, ese instrumento de percusión de origen africano.
El Órgano
fue en nuestra zona símbolo del espiritu alegre reinante en el pueblo; una
invitación a no trabajar y a tomar vino moscatel, tan popular acompañado por
anís. Y en las zonas rurales jamás faltaba el instrumento cuando se producían
las vitales reuniones familiares.
Leer más: El órgano Oriental.
Es
necesario hacer ver la mancha oscura de las idílicas celebraciones holguineras:
el juego, ese horrendo vicio inculcado por las autoridades españolas que
recibían pingues ganancias por medio del deseo popular de ganar una fortuna
gracias al azar. Incluso, hubo casos en que un jugador en medio de la fiesta
tuvo que mandar a llamar a un Notario para hacer firme a entrega de su casa que
acababa de perder en los naipes.
A
principio de los años cuarenta del siglo XX empezaron a desaparecer otro gran
motivo de algarabía popular holguinera: los “Altares de Cruces”, que se
instalaban, los más populares, en la terminación de la calle Aricochea, en la
calle de Martí y en las partes aledañas al arroyo Jigue buscando la hoy Cardet.
Los
Altares de Cruz de Mayo fueron los únicos festejos organizados en Holguín sin
la asistencia o intromisión de los gobernantes; respondían ellos, exclusivamente,
al embullo y a los aportes pecuniarios de las familias vecinas. Recuerdase con cariño algunos de los organizadores: los
miembros de la familia González, los Góngoras y especialmente los Lozada. Esta
última representada por las hermanas María y Mercedes, siempre incansables,
atentas con todos. Las Lozada, asistidas por vecinos entusiastas, ofrecían
gratuitamente el “Agua de Loja”, un producto que se conseguía de la
fermentación de la piña con azúcar prieta.
Las
fiestas de los Altares comenzaban siempre a las cinco de la tarde, nunca antes.
Y era parte de los atributos pertenecientes a esos Altares, exactamente
colgando de ellos, lagartijas o mejor, caguayos como decimos en Holguín, unos
muertos, otros vivos, y también sapos disecados, jubos… los por qué de esos
colgajos no los hemos podido encontrar y nos parece que era una mezcla de
ñañiguismo con figuras religiosas.
Cerca del
lugar donde se levantaban estos altares vivía una vieja muy vieja, que hacía
propaganda a la celebración con el ánimo entusiasta de una buena creyente. Era
ella morena de color, su nombre era Brígida y lucía como amuleto, enganchada a
su nariz, una argolla que, decía la señora, era de oro puro y ella, decía
también, era natural de Holguín; su casa era de cujes y embarrado que fue la
forma de fabricación primitiva de Holguín. Era ella, además, la “curandera” del
barrio, la que curaba los empachos y el mal de ojo santiguando al paciente.
La última
celebración de estos Altares de Cruces que yo recuerdo fue en la época en que
ya funcionaba el Tecnológico y se realizó en la calle de Martí, desde la de los
Mártires hasta la de Cardet. En muchos lugares se sembraron matas de plátano y
se pusieron tiestos con palmas, dando la sensación de la campiña; en el suelo
se situaron “canecas” con mechones alimentados con luz brillante (Petróleo),
que daban mucho humo y una luz rojiza. Entre otras chucherías se vendían
ciruelas amarillas curtidas muy apetitosas y tamal en sus hojas, a la vez que
el ir y venir de la gente era inacabable porque no había donde sentarse.
Otra
antigua costumbre de Holguín era celebrar “Retretas” en la Plaza de Armas (luego Parque
Calixto García). Es de anotar que tan pronto la música tocada por la Banda comenzaba todo el
personal se dirigía al centro del parque a darle vueltas a los músicos.
Recuerdese siempre que la Banda Municipal
holguinera fue dirigida durante muchos años por Manuel Avilés Lozano, siendo
casi todos los músicos hijos del director. Asimismo que con esa banda tocó
Manuel Dositeo Aguilera, autor de la música del Himno Invasor con esos tan
sobrecogedores y emocionantes aires marciales. Otro músico muy conocido de la Banda fue José Hechavarría,
que tocaba el violín, habla el latín, era relojero y monaguillo de la Iglesia San José de la cual
era, además, el pintor.
En todos
los Festejos populares de Holguín, en diferentes oportunidades y años, hacían
su aparición tipos muy populares y estrafalarios, casi todos ellos vivían al
borde de la razón. Fue uno de estos Juan Kilele, quien en una ocasión se metió
dentro de una tumba del cementerio y pedía a gritos que lo taparan porque él ya
era difunto. Otro fue Mala Cara, feísimo a morir, como es obvio, y Carmen la Chiva, María Tragedia,
Florinda Salazar, el Duende, que nada más aparecía en la ciudad durante las
fiestas de los Altares de Cruces y siempre por los alrededores del cementerio.
Era el Duende prieto como una sartén y no hablaba con nadie.
Volanta de tiempos coloniales |
Otras grandes y populares fiestas. Estas no sujetas a calendario fijo, eran las llamadas “Verbenas”, que se organizaban por motivos diversos por parte de los vecinos o de las autoridades civiles. Las Verbenas se hacían, siempre, en los parques, generalmente cerrándose las calles laterales. Regularmente era su objetivo recaudar fondos para obras benéficas de carácter colectivo. Un ejemplo de una de ellas es la que se celebró en los años 20 del siglo XX con el plausible objeto de conseguir el dinero necesario para fabricarle un edificio que sirviera como punto de reunión a los gloriosos Veteranos de la Independencia, que aquí en Holguín formaban el núcleo de mayor cantidad en toda la República.
Todo lo
que se vendió o se rifó en ella provenía de obsequios del Comercio, que por
cierto, era muy reaccionario. Pero también se tuvieron algunos obsequios que
entregaron los particulares dadivosos, que, otra vez por cierto, en Holguín no
eran muchos los que tenían esas características.
Lo bueno
es que el fin se consiguió y que el edificio de los Veteranos está ahí, en la
calle de Aguilera, entre las de Libertad y Maceo. Se lo debemos al celo de
muchos, pero especialmente del Coronel Delfín Aguilera, el capitán Pepillo
Grave de Peralta y la
Comisión de Hijas de Veteranos.
Casa de los Veteranos de la Independencia en Holguín |
Para ver álbum de fotografías de la Casa de los Veteranos de la Independencia en Holguín hacer Clic aquí
Otra fiesta popular holguinera es la Romería de la Cruz de Mayo; tradición esta que la implantó en el pueblo un franciscano proveniente del Convento Nuestra Señora de los Ángeles de Bayamo, llamado Joseph A. Alegre. A más de su celo apostólico, este religioso era muy activo y de una labia poco común.
En fecha
lunes 3 de mayo de 1790 el Padre Alegre cargó sobre sus hombros una cruz
rústica de madera y la plantó en la cumbre del cerro Norte de la ciudad, que,
según el actual Atlas Nacional de Cuba, tiene 275 metros de altura. Es
ese lugar un punto cúlmen que abarca todos los horizontes ofreciendo una
perspectiva soberbia de la ciudad con todo su valle adyacente. Y desde aquel
lejano día el pueblo, cada tres de mayo,
día de la Cruz,
asciende al cerro en peregrinación y para pagar promesas. Se dice que entonces
hubo romeros que subían la loma de rodillas y otros cargando ladrillos.
Leer además: Loma de la Cruz, reino contemporáneo de una tradición.
Con el
paso del tiempo la devoción se fue impregnando de sabor mundano y el lugar se
plagó de kioscos para la venta de comidas, lechón asado sobre todo, y también
bebidas, preferentemente el caramanchel, la mistela, el aguardiente…
A
mediados del siglo XIX se levantó otra cruz en uno de los cerritos del lado
oeste del pueblo (donde luego se construyó el colegio de los padres Maristas).
Entonces, cuando allí se puso la nueva Cruz se llamaba a la lomita María Ruiz.
Por ser de menor altura, a él comenzaron a subir las personas con problemas de
salud que entonces encontraron donde satisfacer sus devociones sin tanta
fatiga. La cruz del María Ruiz fue bendecida por el padre Presbítero Manuel de
Calderón y calderón, párroco de San Isidoro.
Exactamente
el 3 de mayo de 1927 se colocó la primera piedra de la obra y desde entonces
las Romerías adquirieron un carácter más fastuoso al montar otro miembro de la
familia Albanés, Oscar, una planta eléctrica que generalmente la operaba el
electricista Alfredo Varona.
Dentro de
otro ángulo, las fiestas de Holguín han tenido un valor primordial en la
belleza natural de las mujeres de esta comarca. Belleza que les nace, quizá,
porque se bebe mucha leche, se ingiere frutas diversas, como caimitos,
nísperos, piñas, mangos, mameyes, pomarrosa, hicacos. Y por ser mujeres muy
deportivas. Las nuestras se ejercitaban montando a caballo en “sillones”, que
era como se les llamaba a las monturas para féminas entonces. Aquí las mujeres
montaron como los hombres, esto es, a la americana, en el presente siglo (XX),
y para eso al principio solo se atrevían unas pocas.Y las que
vivían en los campos venían al pueblo, siempre con sus familias, en Volantas y
algunas en carretas de bueyes.
Pero para
que sea alguien de afuera quien diga de la belleza de las holguineras y con eso
tratar de conseguir objetividad, vamos a copiar unos versos del poeta bayamés
del siglo XIX José Fornaris, dedicados a una coterránea nuestra a quien conocí,
o sea, la conocí a ella. El poeta los recitó en una tertulia familiar celebrada
en un hogar situado en las hoy calles Libertad y Martí, durante los días de un
festejo popular.
A Pradina.Con que gracia viriginalcorres por la arena leve,que bien queda tu pie breveimpreso en el arenal.O de concha gentilformes ligera piraguay te alejes por el aguadiáfana, pura y sutil.Parece que el mar por tigime, se agita y explayay sobre toda la playada cochas de oro y rubí.O que algún silfo en su afánte arrebate, en dicha sumay te esconda entre la espumade las olas que se van.Y lejos de este confínte lleve por esos mundosde rosas y astros profundosde una inmensidad sin fin.
Otro lindo caracoldeja su frágil moraday corre tras tu miradaimaginándote el sol.