Por: José
Abreu Cardet
Según
la tradición holguinera el tres de mayo de 1790 el fraile franciscano Francisco
de Alegría subió al cerro Bayado de Holguín una cruz de madera que clavó en la
cima en un gesto de fervor religioso. Desde entonces a la colina la comenzaron a
llamar la “Loma de la Cruz”.
Según
la tradición oral, los holguineros comenzaron a realizar peregrinaciones desde
el centro del pueblo hasta el sitio donde se encontraba la cruz. La única
descripción de la fiesta en el siglo XIX es lo que publicó el periódico “El
Periquero”, del 5 de mayo de 1878:
“Como
era de esperar, la que tuvo el Día de la Cruz por la tarde, fue en extremo
animada, pues casi todos los vecinos se dirigieron a aquel lugar. Unos subieron
a pie y otros a caballo hasta la cúspide, y la mayor parte se quedó en las
faldas.
“El
contorno de la loma presentaba el más bello panorama y era tan compacta la
cadena que parecía formada por diez mil almas.
“La banda de música de los bomberos, que partió con bandera
desplegada desde la Plaza de Armas, tocando alegre danza, hizo mover a todos
los presentes y dirigirse al lugar de la reunión. Una vez posesionada en el sitio continuó con otras
piezas que le daban la animación que
deseaba.
“Poco
antes del anochecer se retiró la muchedumbre para la población por la calle de
San Isidoro y al llegar a la Plaza de Armas cada mochuelo se fue para su olivo
a descansar de las fatigas que ocasiona esa larga romería”[1].
“Desde mi infancia fui un constante romero al Cerro de
la CRUZ, el tres de mayo de cada año. Cuando fui joven y cuando avancé en edad,
en que muchas ilusiones se convierten en mustias, nunca he olvidado las
Romerías del Cerro de la CRUZ.
“Las
Romerías del ayer tenían un carácter familiar. La Sociedad y el pueblo eran un
solo corazón. El TRES de MAYO, muchos subían cuando había que vencer las
escabrosidades del cerro. Otros quedaban abajo, escuchando la Orquesta Avilés durante
la tarde fresca de mayo. También se oían los danzones que tocaba con su
acordeón Juan EL CIEGO.
“Nadie
soñaba, ni yo mismo, que un día mi mente captara la iniciativa de construir en
el CERRO una gran Escalinata que facilitara unir la falda con la cumbre,
rematada ésta por un fortín español.
“Iban los romeros hacia arriba, hacia la modesta CRUZ
enclavada en un montículo. Todos llevaban flores y una o más piedras para
colocar en la base del madero. Era el tributo de respeto a lo que más alto se
divisaba en HOLGUIN como motivo místico.
“Las flores para engalanar la CRUZ se recogían de los
diversos vergeles que existían en todos los patios de HOLGUÍN. Las piedras para
afirmar más la erección de la CRUZ, siempre mirando hacia el CIELO, se recogían
en la propia loma.
“Después
vino el embellecimiento del fuerte colonial, construyéndose una Rotonda y la Escalinata
más grande del mundo, teniendo esta pequeños bancos en sus lados para descanso
y comodidad de los romeros. Entonces las Romerías tomaron un aspecto de
modernización. Banderas desplegadas en todo lo largo de los laterales de la
gran Escalinata, instalación de kioscos, celebración de bailes y de festiva
alegría, alternaban con orquestas, órganos, pero faltaba el acordeón de JUAN EL
CIEGO: Yo, personalmente, hice la promesa de organizar año tras año la Romería
de la CRUZ, evitando que se tronchara la vieja tradición”[2].
Existía de antiguo en lo alto del Cerro una tosca
cruz de madera ya carcomida por el tiempo que llevaba expuesta a las
inclemencias del tiempo. Y allá por el año 1923 fue sustituida por una nueva,
colocada allá arriba por los “Caballeros de San Isidoro”, agrupación católica
fundada por el Dr. Oscar Albanés Carballo.
Pero eran esos días de gran tensión social y
religiosa provocados por distintos incidentes desdichados que habían
escindido a los holguineros en “clericales” y “anticlericales”. Ambos grupos
libraban entre sí fieras batallas.
Y resultó que la nueva cruz colocada en lo alto del
cerro fue arrancada de su sitio por manos impías, y rotos sus brazos.
La indignación popular fue enrome, tanto que se
temía que sucedieran actos violentos. En las calles a la gente se les veía
con el rostro sombrío.
Los “Caballeros de San Isidoro” construyeron una
nueva cruz, hecha de madera dura. Y en sus hombros pasearon la pesada pero
gloriosa carga por las calles de la ciudad y luego comenzó el ascenso al
“Cerro”. Hasta la propia naturaleza parece que quiso cooperar para hacer más
imponente el acto: Llovió como pocas veces ocurre, copiosa y furiosamente. Los
“Caballeros” temían algún ataque de los bárbaros que profanaron la sagrada
cruz, pero no ocurrió nada.
Ellos lograron llegar con la Cruz hasta la cima y
allá, en lo alto de la vieja loma, vigilante, está todavía la cruz.
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Con
el avance del siglo XX las Romerías declinaron y finalmente desaparecieron,
convirtiéndose en un hermoso recuerdo.
Hasta
que un día de hace menos de veinticinco años atrás un bibliotecario y promotor
cultural, Joaquín Osorio, trató de revivir la tradición con los alumnos de la
universidad Oscar Lucero de Holguín. Subieron la escalinata larguísima y en la
cima leyeron poemas, tocaron la guitarra, pero el intento no logró masificarse.
Después
fue Alexis Triana al frente de los jóvenes artistas y escritores de la ciudad
quienes lo intentaron y lo consiguieron. Hoy la fiesta dura una semana y es la
más apetecida de todas las que se celebran en Holguín.
[1] Ángela Peña Obregón y Haydeé Toirac Maique. “Escalón
tras escalón…Oscar Albanés Carballo”. Caritas diocesanas Holguín-Las Tunas
sf. pp.15 16