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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

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19 de enero de 2012

Juvenal Barocela Ricardo, el da Vinci de Antilla, Holguín, en Cuba


A partir de datos obtenidos de: 
Julio Labrada Enoas (Historiador de Antilla) e Ivonne Pérez Jardines.
Fotos aportadas por: Pedro Silva

Amables lectores esta es una historia absolutamente real que nada tiene que envidiarle a aquellas imaginerías de Félix B. Caignet al darle vida al más famoso médico de Cuba, “Albertico Limonta”: Por cierto, la lectura que amablemente ahora inicias habla de un médico y de otro médico, pero, ni siquiera una fotografía para conocerle el rostro. 

Juvenal Barocela Ricardo nació en el Esterón, en Cayo Mambí el lejano 18 de junio de 1885, hijo de Aquilino Barocela (Capitán sanitario del Ejército español), y de Petronila Ricardo. 

Niño todavía, escucha a su padre conversar a su padre, constantemente, con Eduardo Macías, que fue el primer médico que tuvo Sagua de Tánamo. 

Ahora Juvenal ha cumplido sus primeros 15 años. Nada estaba previsto que así ocurriera, fue una soberana casualidad. Juvenal está en una de sus acostumbradas visitas al doctor Macías y de pronto llega una paciente. De verla nada más el médico sabe que será el de ella un parto difícil y necesita alguien que lo asista. Usted ha preguntado sobre estos asuntos, le dice Macías, espero que recuerde lo que le he dicho. Lo recordaba y también los que decían los libros del padre, que Juvenal ha leído. 

Leyendo, oyendo, así se hizo médico el que nada más alcanzó el título de autodidacto. 


Juvenal Barocela llegó a Antilla por primera vez en 1909, ya había cumplido 24 años de su edad. Pero no se queda esa vez. Tres años después regresa, allí fija su residencia y nunca más vuelve a irse. En Antilla muere 64 años después, cuando ha cumplido 91 años de su edad.



Su primer trabajo en Antilla es como Inspector de Aduana al frente del Departamento de Inmigración, y Barocela está más feliz que nunca: desde el puesto que desempeña tiene acceso a todas las personalidades que en los grandes trasatlánticos visitan la enorme bahía de Nipe. Y tan valiosos servicios presta que lo reconocen con un viaje alrededor del mundo, pero él es hombre de ver el mundo llegar, solo de eso, no de embarcarse por esos rumbos: no acepta el premio pero lo agradece y sigue leyendo de medicina, que es su pasión.

En la época de Juvenal Barocela, existían en Antilla dos médicos, Francisco Plá, que es responsable de comprobar la salud de quienes entran por el puerto, y el Dr Germany, que atiende a los vecinos. Lamentablemente no hay dentista (odontólogo). Pero Juvenal había alcanzado experiencia en esa ciencia, y por otro lado es un sueño que puede realizar, de ahí que instale un gabinete en la mismísima oficina de Inmigración, donde atiende a viajeros y a vecinos. Y tan satisfechos están todos que muy pronto el “médico” adquiere fama y una muy numerosa clientela. 

Y cuando hace falta más que un buen “saca muelas”, Juvenal hace curaciones y hasta actúa como anestesista. 

El 29 de diciembre de 1918 contrae matrimonio con doña Lutgarda Cross Laffita, mujer paciente y bondadosa que será la compañera eterna de Barocela y su mejor enfermera.


Libros siempre tuvo, que leía hasta tarde en la noche. Los temas son varios, biología, anatomía, historia, artes, lenguas extranjeras. Con los marineros que llegan constantemente Barocela consiguió dominar casi a la perfección el inglés, francés, portugués, alemán, noruego y griego. 

Donde se comienza a hablar de quien no se llama “Albertico Limonta”, pero que igual que aquel de ficción, llegó a ser un notable médico.

Por necesidad de esta narración llevaremos a Barocela a Cayo Mambí otra vez, antes de irse definitivamente al pueblo de Antilla. Un día el lector impenitente iba camino a su casa, y en eso ve un hombre que le estaba pegando brutalmente a un niño. Juvenal interviene. El hombre está verdaderamente cansado de lo que considera malacrianzas del chiquillo. Sin pensarlo Juvenal le da la solución que el padre necesita: si le da el muchacho, dice, él lo educará.

Con el lloroso crío de la mano vuelve Juvenal a su casa y allí le da comida, hogar y una esmerada educación durante años. Así Julio Romero, que así se llamó el muchacho, se convierte en inseparable de Juvenal y con él se muda a Antilla. Uno en un sillón, el otro en otro: los dos leen sin cansarse y muy pronto el muchacho se convierte en un eficiente tenedor de libros y comienza a trabajar.

Enterado de la buena situación en que ahora está su hijo, el padre de Julio Romero va a Antilla y le reclama a Juvenal que le devuelva el muchacho. Nada puede hacer ante los derechos del padre, solo verlos ir. Pero al día siguiente Julio regresó después de fugarse de la casa, y le pide amparo a Barocela. La ley de la Patria Potestad es tajante y nada dice cuando el padre que reclama al hijo es un explotador. Si el padre de Julio vuelve, Julio tendrá que irse aunque ninguno de los dos quiera separarse. Barocela está al borde del desespero y por eso decide lo que decidió. Esconde a Julio Romero en la bodega de un barco noruego que mañana se marcha y les pide a unos amigos que cuiden del niño.

Al principio se carteaban incesantemente, pero la distancia pudo más… cesa el puente que los unía. Ninguno sabe más del otro por los siguientes 30 años. ¡Treinta años! (Después que transcurran la ALDEA retomará esta “subtrama”).

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Al gabinete dental de Juvenal Barocela Ricardo allá en Antilla acudía sin interrupción una fila  pacientes. Este se quejaba que estaba perdiendo la visión de un ojo y “el médico” le examinaba las encías. Sin creer que una cosa tuviera que ver con la otra, el paciente se hacía la radiografía que Juvenal le recetaba y, oh, milagro, el médico había dado con la causa de la maleza: una muela oculta dentro de la encía estaba provocando la pérdida de la visión. 

Otra vez su intuición volvió a darle la clave que hasta ese momento nadie en el mundo había imaginado, pero antes tenía que estar seguro. Y para estarlo Juve (como le decían en Antilla quienes le querían, esto es, toda la población), pidió al Hospital del central azucarero Preston que le facilitaran el apéndice de un operado, entonces extrajo el humor (pus) y, era cierta su hipótesis: el pus del apéndice era similar en todo al de la piorrea (enfermedad de las encías). Y entonces fue que con seguridad aconsejó a todos los enfermos de piorrea que se extirparan el apéndice si es que se querían curar, de eso estaba seguro. Pero ninguna publicación especializada de la época iba a tomar en serio a un aficionado, y Barocela guardó su descubrimiento.

Como comúnmente ocurría en las oficinas de Inmigración del puerto de Antilla, los doctores Plá y Germani en conversación con Juvenal le hacen saber que el profesor de la universidad de La Habana y miembro de la Academia de Ciencias de Paris, doctor Wells, iba a presentar un trabajo sobre la piorrea que, consideraban ellos que representaría un verdadero triunfo para la medicina y un gran beneficio para la humanidad. Pidió Juvenal más información y los amigos le leyeron lo que publicaban en la prensa. Juve oyó atentamente y finalmente le dijo a sus amigos: “Les aseguro que desafortunadamente el Dr. Welles no triunfará porque la piorrea no es una enfermedad local sino un síntoma que produce un estado patológico del organismo…”

Dieciocho años después desde La Habana el Dr. Plá le envía a Juvenal Barocela desde La Habana la edición del 15 de febrero de 1930 del  periódico francés Le Siele Medical, en el que aparecía un artículo con el título: “NOCIONES ETIOLOGICAS NUEVAS SOBRE LA PIORREA ALVEOLO-DENTARIA”, y a continuación un subtítulo que decía: “La piorrea no es una enfermedad local sino un sintóma que produce un estado patológico del organismo”. El Dr. Plá había subrayado el subtítulo y al lado escribió: “Parece que esto lo escribió usted, Juvenal”.

Una mañana irrumpieron en el Gabinete Médico de la Oficina de Inmigración del puerto de Antilla varios hombres que traían un empleado de los ferrocarriles al que un tren acababa de aplastarle un brazo y una pierna. Juve propuso que llamaran a uno de los médicos titulares, pero ninguno estaba en el pueblo. Haga algo, le dicen los desesperados, pero Juvenal Barocela no tenía enfermera alguna a mano, tampoco sangre para trasfundir al que casi está al morir, y para colmo de males, el médico no tiene ningún aparato regulador que lo guíe. Pero aún así Juve amputa la pierna y el brazo con la única ayuda de un amigo del accidentado que le sujetaba la careta para el anestésico. El hombre se salvó y los amigos dijeron que fue Dios quien guió al médico al cortar, pero sus colegas dijeron que fue el inteligente juicio de Juve quien le señaló el lugar exacto.

Otra vez Juve se ve en la necesidad de socorrer a un hombre herido de catorce machetazos que casi lo matan. Mandó el médico que pusieran a hervir mucha agua y que le buscaran sábanas, hilo, aguja y sal. Cuando tuvo todo procedió a realizar la curación. (¡En una de las heridas tuvo que darle 74 puntos!), pero no era esa la peor de las heridas, era la peor la que casi abría el cuello y que había provocado que salieran los tendones y venas y que la oreja pendiera de un hilo… también esa la cerró el médico y la vendó. Luego mandó que le  mantuvieran los vendajes húmedos con sueros fisiológicos (que él mismo preparó). Asombroso, dicen, fue comprobar que cuando el médico retiró los vendajes la herida estaba prácticamente curada.


Cuando llega a Cuba una Comisión con el encargo expreso del Colegio Médico colombiano de visitar a todos los médicos autodidactos para someterlos a exámenes y legalizar sus títulos, (por cierto esta Comisión ya había hecho en otros lugares de América lo que ahora era una oportunidad para los cubanos). Sus amigos sugirieron a Juvenal Barocela que se presentara, ninguno de ellos tenía la menor duda de que saldría con excelentes puntuaciones. Pero Juve creyó que hacerlo era una ostentación y rechazó el ofrecimiento diciendo que “él no había pasado por la Universidad y que por tanto no merecía tener título…”


No solo en medicina fue Juvenal Barocela Ricardo una genio, sino que también lo fue en otras ramas: era él quien arreglaba la locomotora que arrastraba los carros de caña al central cercano.

En la década de 1960 un amigo le comenta a Juve que la nueva dirección del país tenía entre sus planes hacer algunos arreglos en la bahía de Nipe para mejorar la navegación marítima pero que necesitan datos. Es Juvenal Barocela quien aporta los datos que se necesitan de forma minuciosa, detallada… Por cierto, no demoró en llegarle la respuesta de agradecimiento firmada por el comandante Ernesto Che Guevara. 



Asimismo Juvenal fue buen farmacéutico. Él mismo creó fórmulas para hacer medicamentos que curaban afecciones dermatológicas. Por cierto, la ALDEA llamó a la farmacia de Antilla y le confirmaron que aún hoy esos preparados se siguen haciendo con la receta dejada por Barocela, quien, también, era experto en la confección de prótesis dentales y de aromáticos perfumes con los que obsequiaba a sus amistades. (Por su modestia nunca patentó ninguno de sus inventos).

Al estudio de la historia del arte dedicó muchas horas de estudio. Dicen quienes le conocieron que poseía tal caudal de conocimientos sobre lugares de todo el mundo como si los hubiera visitado.

La filatelia era uno de sus entretenimientos. Llegó a poseer 45 mil sellos de varias partes del mundo y la colección completa de sellos emitidos en Cuba hasta poco antes de su muerte. También jugaba muy bien al ajedrez, sin embargo nunca aceptó competir en ninguno de los campeonatos del municipio, pero sí le gustaba ganarle a todos los campeones municipales.

Con virtuosismo tocaba la guitarra y el violín, e incluso, ocasionalmente interpretaba en público piezas con esos instrumentos… Por eso su hogar era punto obligado de la mayoría de los artistas que visitaban el pueblo: Vicente Golava, guitarrista español, Luis Suárez, poeta cubano, Sindo Garay, Blanquita Becerra, Libertad Lamarque (quien estuvo en su casa en 1946), Tito Guisart… 

Dicen que su biblioteca era la más copiosa de Antilla, sobre todo de literatura médica, pero también sobre las grandes culturas de la humanidad. Nadie en el pueblo tuvo una colección mayor de Enciclopedias. Y dicen que Juve también poseía objetos de arte muy valiosos, de los que él conocía cada detalle: eran estos objetos figuras de porcelana fina, de maderas preciosas, de bronce, de plata. Incluso, algunas de esas figuras fueron confeccionadas por él mismo. Igual Juve fue un ebanista excelente: por ahí quedan algunos muebles de diferentes estilos por él confeccionados.

Y si ya no fuera suficiente para probar que la ALDEA ha dado con la historia de un muy singular personaje del que lamentablemente no tiene siquiera una fotografía para conocerle el rostro, hay más. Juvenal Barocela Ricardo fue un coleccionista furibundo de relojes, sombreros, lámparas, mesas, sillones, buroes. Y ya es mucho para alguien, no lo era para el versátil mundo de don Juve, todavía él consiguió tiempo y talento para la pintura y la caricatura. Esta última la ejercía en el circulo de sus amigos más allegados.



Donde reaparece el niño maltratado ahora tan médico como Albertico Limonta (y después dicen mal de Félix B. Caignet).

Ya habían pasado más de treinta años desde la última vez en que Juvenal y Jorge se despidieron. Si recuerdan bien el muchacho se había fugado en un barco griego con la ayuda de Juve. Hacía años que no se escribían. Y un buen día invitan a Barocela a una reunión a la que concurrieron altas personalidades de la medicina de diferentes partes del mundo y… oh, milagro!!!. Allí estaba él, Julio, ahora un respetado profesional de la medicina.

Un día funesto Juvenal se percata de una molestia en la lengua. Podía ser la prótesis dental que lo estaba lastimando, pensó, y se dedicó a hacerle algunos arreglos. Pero la molestia persistía. Entonces comenzó a tratarse el mismo: se observó detenidamente… y lo descubrió que la molestia se la provocaba una afección casi insignificante. Se aplicó una pincelada con un producto por él mismo creado por si la afección era el inicio de una tumoración maligna. Con eso tendría, estaba seguro. Pero la afección creció. Otro cualquiera habría tenido dudas, Juve no. Él mismo hizo su diagnóstico: Leucoplacia de la lengua, provocada, dijo, por fumar excesivamente. Mandó a hacer una biopsia y mientras, para ir adelantando, se autodestruyó todas las papilas y las úlceras. (Era el 31 de diciembre de 1971).

Pero no tuvo mejoría, con el transcurso del tiempo la molestia crecía. Consulta médicos de la localidad y no queda satisfecho. Entonces acude al Hospital Lenin, de la ciudad de Holguín. Le mandan a hacer una nueva biopsia; el diagnóstico es el mismo hecho dos años atrás por el propio enfermo. 

Juve sabía que no tenía salvación y comienza a hacer los últimos y urgentes actos de su vida… los libros los dejó con él hasta el final. Cuando estuvo seguro que ese momento estaba muy cerca, donó su exquisita biblioteca al pueblo de Antilla. El 9 de junio de 1976 dejó de funcionar la casi perfecta maquinaria de su cerebro. Ese día, dicen en Antilla, murió el da Vinci del pueblo.


29 de septiembre de 2011

LA UNITED FRUIT Co. EN CUBA



Fachada de la entrada del viejo edificio United Fruit en la avenida St. Charles, Nueva Orleans, Luisiana, EEUU

Para leer sobre la United Fruit Co. en Wikipedia haga click aquí

Las actividades de la United Fruit en Cuba representaron hasta cierto punto una anomalía dentro de las líneas operativas de esa empresa, puesto que en la mayor isla antillana fue el azúcar, y no el banano, el centro de su interés.

Asimismo producir azúcar en Cuba con la experiencia acumulada en la gestión de las plantaciones y el comercio bananero, otorgó también un perfil distintivo a la United entre las compañías azucareras norteamericanas que actuaban en Cuba. Cómo organizó la División Cuba de la United la esfera laboral la hace diferente a todos los otros monopolios que actuaban en la Isla.


La apuesta cubana de la United Fruit

Mucho antes de la llegada de la UFCo. a los territorios que rodean a las bahías de Banes y Nipe, al noreste de la isla, era el marqués de Esteva de las Delicias el dueño de un extensísimo latifundio de 70 000 has.-conocido como “Terrenos de Nipe”.



Este marqués se habían propuesto instalar una gran fábrica de azúcar en sus propiedades prácticamente despobladas. Pero, pese a haber conseguido el respaldo financiero de un banco parisino, el proyecto azucarero de Nipe en el siglo XIX no llegó a fructificar. La zona continuó mal viviendo su lánguida existencia, al margen de la dinámica económica que en 1893 permitió a Cuba producir más de un millón de toneladas de azúcar.

Leer además genealogía del marquesado de Esteva de las Delicias en GRANDES DE ESPAÑA
o en WIKIPEDIA

Mejor suerte que las tierras del marqués tuvieron otras aledañas en las que comenzaron a fomentarse plantaciones de banano.

Gracias a los avances registrados en materia de navegación y almacenaje, así como al cultivo de una variedad más productiva –Gros Michel-, el consumo bananero había crecido rápidamente en los Estados Unidos, mercado que en los años finales del siglo XIX importaba ya unos 17 millones de racimos.

Para satisfacer tan pujante demanda, en distintos países del Caribe se desarrollaron extensas plantaciones, a menudo estimuladas –o directamente promovidas- por empresas comerciales y navieras que operaban en los principales puertos del Atlántico norteamericano.

Con una exportación que -en 1892- superaba los siete millones de racimos, Cuba figuraba entre los mayores productores bananeros del momento. En la gran Antilla este cultivo era muy antiguo, pero fue en la década de 1870 cuando llegó a alcanzar una verdadera escala comercial, principalmente en la zona de Baracoa. Precisamente fue desde esa localidad desde donde los comerciantes y empresarios se encargaron de propagar la producción de bananos por las llanuras y valles de la costa norte de la provincia oriental (hoy territorios de la Provincia de Holguín).

Hacia 1887, una familia de comerciantes fruteros radicada en Baracoa, los Dumois, se asoció con algunos terratenientes de la zona de Banes para fomentar una extensa plantación.

Mediante la adquisición de tierras o el establecimiento de contratos de cultivo con campesinos del área, los Dumois consiguieron controlar más de 8 000 hectáreas de platanales y en 1895, valiéndose de tres empresas –todas ellas acreditadas en New York-, exportaban hacia Estados Unidos casi dos millones de racimos de banano.

Más, el estallido en ese propio 1895 de la guerra de Independencia en Cuba constituyó toda una catástrofe para los empresarios bananeros, cuyas propiedades y plantaciones en Banes fueron destruidas por las fuerzas del Ejército Libertador cubano.

Con sus negocios en suspenso y acuciados por algunas deudas, en 1897 los Dumois optaron por traspasar un importante número de acciones de sus empresas a la Boston Fruit Company, una gran entidad bananera estadounidense con la cual mantenían viejos nexos mercantiles.

Se sabe que en 1899 la compañía frutera bostoniana fusionó sus intereses con los de Minor C. Keith, otro empresario del giro, para crear la United Fruit Company. Entre los activos de la joven UFCo se incluían tierras cubanas y dos de los hermanos Dumois -Hipólito y Simón- figuraban en su directiva.


Pocos meses antes del nacimiento de la United, en Cuba había concluido el conflicto independentista con la intervención de los Estados Unidos. La Isla fue ocupada por el ejército norteamericano.


Andrew W. Preston (1894)
 Gerente General de United Fruit Co.
 La circunstancia no podía resultar más favorable para la United Fruit: sus propiedades en la isla gozaban ahora de la garantía representada por las autoridades militares estadounidenses. Y cuando surge la República de Cuba bajo el tutelaje de los EE.UU la seguridad de la Compañía se proyecta al futuro.

Apenas firmado en París un documento que acordaba la retirada de España después de 400 años de coloniaje los Dumois, que se habían ido a los EE.UU huyendo de la guerra, regresaron a Banes, pero ahora no eran los empresarios independientes que los vecinos habían conocido, sino que volvieron como funcionarios de la United, con las tareas de administrar –y acrecentar- las ya extensas propiedades territoriales de la compañía en aquella zona.

Aunque la empresa reanudó sus negocios bananeros rehabilitando algunas viejas plantaciones de los Dumois, el interés de la compañía, y en particular de su presidente Andrew Preston, se desplazó hacia el azúcar, producto para el cual avizoraba un futuro promisorio en tierras banenses.

Por exceder el marco tradicional de operaciones de la United (el banano), la decisión del azúcar fue calificada por algunos como “la locura cubana de Preston”. No obstante Preston siguió pensando en la caña y casi de inmediato comenzó a concretar su nuevo plan con la colaboración de Hugh Kelly, un avezado promotor azucarero que desde años atrás explotaba ingenios en Cuba y Santo Domingo.

Las oficinas de Kelly en New York se encargaron de realizar las compras de equipo y brindar el asesoramiento necesario para la instalación de un central azucarero, el Boston, en Macabí: punto costero enclavado en el mismo centro de las propiedades de la United Fruit en Banes.

Con el nuevo rumbo empresarial de la Compañía, Hipólito Dumois cesó en su condición de manager de la UFCo. en Cuba –y también desapareció de su directiva-, pero continuó actuando como un estrecho colaborador de la empresa. Hipólito era especialmente útil para lo que la United consideraba su objetivo inmediato: la expansión de sus propiedades agrarias.

Pretensión que se veía favorecida por el confuso régimen de tenencia territorial característico de las regiones orientales de Cuba: las llamadas “haciendas comuneras”, vestigios de la organización agraria inicial de la isla implantada por los conceptos feudales españoles.

Las haciendas comuneras se habían mantenido indivisas a lo largo de siglos, aunque en la práctica su explotación las fue fragmentando de manera harto imprecisa, mediante los llamados “pesos de posesión”.

“Pesos de posesión” significaban una especie de unidad de cuenta que -en cantidades variables- representaba el equivalente aproximado en tierras de una porción del valor de la hacienda. De hecho, las propiedades de la United en Banes no eran más que determinadas cantidades de pesos de posesión en cada una de las seis haciendas de la zona.

Esta anteriormente señalada situación resultaba un evidente obstáculo al traspaso de las tierras en calidad de mercancía y, por ende, un obstáculo para el desarrollo capitalista de la agricultura. Para superar aquel escollo el gobierno interventor norteamericano puso en vigor a principios de 1902 la Orden Militar No. 62, que establecía el procedimiento para la demolición de las haciendas en los términos más favorables a las voraces compañías norteamericanas que estaban invirtiendo en las provincias del este del país.

Con la asesoría de Dumois y los servicios de habilidosos abogados, la United se las ingenió para hacer valer sus pesos de posesión –fuesen estos legítimos o falseados- y descalificar a los de decenas de indefensos campesinos, apropiándose de la mayor parte de las haciendas de Banes, hasta integrar esas tierras en un enorme latifundio de más de 30 000 hectáreas. Pero todavía mayor sería la tajada territorial conseguida por Don Hipólito para la United en la zona de Nipe.

Conocedor de que sobre el extenso latifundio de los “Terrenos de Nipe” pesaba una amenaza de remate judicial como resultado de las deudas contraídas por sus propietarios con el Banco Romano de París, el habilidoso empresario se las ingenió para adquirir, mediante una maniobra de sabor fraudulento, las 75.000 hectáreas de esa inmensa propiedad por la ridícula suma de 189.370 dólares.

Al año siguiente –y por una cifra casi idéntica- Dumois “traspasaba” esas tierras a los señores Preston y Keith, principales cabezas de la United.

Inaugurado en 1901, el central Boston demostró casi inmediatamente que era una inversión acertada: apenas un par de años después y ya producía casi 20.000 tns. de azúcar y, lo mejor: sus perspectivas se tornaban todavía más halagüeñas, pues tras la firma el tratado de Reciprocidad Comercial entre Cuba y EE.UU. en 1903 el precio del dulce comenzó a experimentar un sostenido ascenso.


Alentado por la favorable coyuntura, Preston consideró oportuno fomentar otro central azucarero. Para ello procedió a segregar unas 50.000 has. de los antiguos Terrenos de Nipe.

Como la operación implicaba ciertos riesgos, el proyecto no fue asumido directamente por la UFCo., sino que se constituyó una nueva empresa, la Nipe Bay Company que, con la garantía de las tierras traspasadas por Preston y Keith, lanzó valores al mercado por algo más de $ 5.000.000.

Dichos fondos financiarían la construcción de un nuevo central, el Preston, y el fomento de plantaciones cañeras aún más extensas que las de Banes.

Cuando en 1907 la nueva fábrica entró en operación, la United “compró” la mayor parte del stock de acciones de la Nipe Bay. La Nipe Bay murió completamente absorbida por la UFCo. en 1923. Para esa fecha sus propiedades se valoraban en algo más de 12 millones de dólares.

Tras la absorción de la Nipe, las propiedades cubanas de la United quedaron organizadas en dos divisiones, “Banes” y “Preston” con un total de 105.000 hectáreas: la mayor propiedad territorial que -de manera concentrada- poseyese una compañía azucarera norteamericana en Cuba. (No era la UFSCo. la Compañía norteamericana con mayor cantidad de centrales azucareros en Cuba, pero sí eran sus dos centrales los más grandes productores de dulce).

Discurso pronunciado por el Presidente de la República de Cuba Fidel Castro Ruz, en la Tribuna Abierta de la Revolución en acto de protesta y repudio contra el bloqueo, las amenazas, las calumnias y las mentiras del presidente Bush, en la Plaza Mayor General "Calixto García" de Holguín, el 1ro de junio del 2002.




15 de septiembre de 2010

Antilla

Antilla
Municipio más pequeño de la provincia de Holguín y uno de los más pequeños de Cuba, es famoso desde tiempos lejanos por su belleza, leyendas y aspecto original. El territorio posee una extensión superficial de 100.81 km2, conformado por una estrecha franja costera que ocupa la Península El Ramón, que separa la Bahía de Nipe y la Bahía de Banes




Rumbo a Antilla

Paisaje tomado desde la carretera hacia Antilla



Entrada al pueblo de Antilla

Atardecer en Antilla

Viejísimo Club Náutico de Antilla

Playa La Caimana en el interior de la bahía de Nipe
Pescadores en la bahía de Nipe

La bahía

Fotocopia del antiguo Cayo de la Virgen

Antiguo altar a la Virgen en el Cayo de la Virgen (ya desaparecido)

Lo que queda del altar de la Virgen frente a las agua donde fue encontrada la imagen


1 de agosto de 2010

Ilustrísimo propietario de tierras en Nipe.

Un viejo documento holguinero con fecha 29 de marzo de 1860 dice que don José Buenaventura Estevas, marqués de Esteva de Las Delicias, senador del Reino, Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden de Carlos III y la de Isabel la Católica, Brigadier de Caballería…

(...) dio poder a don Delfín de Aguilera y de la Cruz para que administre, rija y gobierne las haciendas que Su Excelencia posee en la gran bahía de Nipe y en las tierras de Holguín.
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Marqués de ESTEVA DE LAS DELICIAS, concedido 9 de abril de 1831 por Isabel II a José Buenaventura Esteva y Corps, Brigadier de Caballería de los Reales Ejércitos, Capitán y Coronel de las Milicias de Caballería de La Habana, Senador del Reino, Gentilhombre de Cámara de Isabel II, Caballero de Santiago y de la Orden Vaticana de la Espuela de Oro, Gran Cruz Carlos III. Por Real Despacho de 22 de diciembre de 1866, Isabel II le concedió La Grandeza de España. 
Nació en El Ferrol (La Coruña) el 15 de abril de 1786 y murió en La Habana  el 28 de diciembre de 1867.
Se casó en La Habana el 14 de marzo de 1817 con la criolla María Felipa García de Carballo y Gómez.



Escudo de los Marqueses de Esteva de las Delicias.
Descripcion escudo: En campo de azur tres coronas de oro puestas en palo; bordura de gules con siete «esteves» o sierpes de oro.

No se ha encontrado información del destino de las propiedades de los Marqueses de Esteva de las Delicias en Nipe.

Para seguir la genealogía de los Marqueses de Esteva de las Delicias, haga clic aquí.






7 de julio de 2009

La Bahía de Nipe, enormísima república líquida donde ocurrieron hechos singulares


Después de la conversión de la de Hudson en mar interior, la bahía de Nipe es, de las de bolsa, la más grande del mundo. Tiene unos 120 kilómetros cuadrados de extensión y acumula mil 700 millones de metros cúbicos de agua aproximadamente. Descubierta por Cristóbal Colón en 1492, esta bahía tiene 25,9 kilómetros de largo y 16,8 de ancho.

En su entorno, cuentan, habitaron los dioses aborígenes Taguabo y Maicabó. Y sobre sus aguas, cuentan, apareció flotando la Virgen de la Caridad de El Cobre, Patrona de Cuba. Pero a pesar de sucesos tan trascendentes, la colonización española no se interesó por este lugar casi nunca. Las orillas de la enorme bahía estaban más solas que un cementerio a media noche y por ello fue refugio de mil y pico de piratas y compañía; sin embargo, el más famoso de todos los que allí llegaron fue Williams Hasting, que compró un pedazo de aquellas tierras a la corona española y fundó familia y dejó sus huesos por esos lares.
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La primera ocasión que escuché el nombre del pirata William Hasting, fue de boca de un compañero de aula que residía en El Embarcadero de Banes. Manifestaba también, con inocente orgullo de niño, que era descendiente del temido pirata. Supuse entonces que el chico estaba influenciado por la serie radial, muy popular entonces, que con adaptación de Félix Pita Rodríguez, hacía que Emilio Salgari nos transportara al turbulento Caribe de hace algunos siglos.

Muchos años después, en el bregar periodístico, conocimos al ya desaparecido Guzmán Méndez Escarsena, quien en su casita de la playa Puerto Rico Libre, nos habló del germano aventurero William Hasting, relatos que también parecían estampados por la pluma de Salgari, pero ahora con la etiqueta incuestionable de lo real maravilloso.
Siguió transcurriendo la marcha inexorable del tiempo cuando, a mediados del mes de noviembre del 2006, pudimos entrevistar a dos descendientes del pirata, ambos residentes en la pintoresca ciudad de Antilla. Aunque conocíamos desde mucho tiempo antes la existencia del más cercano descendiente del pirata, no fue posible el encuentro hasta la fecha señalada anteriormente, pues esa persona se encontraba fuera de la localidad.
Acompañados por el historiador de la municipalidad de Antilla, Julio Labrada Noa, comenzamos las entrevistas por Carmen Luisa E. Hasting Campos, biznieta de Catalina Hasting, quien fuera a su vez nieta de William Hasting o Don Guillermo. La vivienda de Carmen Luisa se encuentra enclavada en la calle René Ramos Latourt, cerca del Museo de Historia del mismo nombre.
Pronto se establece el diálogo, platica que sólo se interrumpe cuando Carmen Luisa va en pos de viejos planos de parte de las tierras de la hacienda Punta Salinas propiedad del famoso ancestro y donde resalta la ubicación del cementerio donde reposan los restos de muchos de sus familiares.
Carmen Luisa niega rotundamente que William se dedicara a la piratería pues según ella: “era un mercader que comerciaba entre Nassau, el norte oriental de Cuba, La Española, Puerto Rico”, y acota seguidamente: -Eso fue lo que siempre escuché en el seno de mi familia. ¡William era gente buena de comercio!- aseguró vehemente la entrevistada.
Luego de este interesante encuentro con Carmen Luisa, nos trasladamos hasta la casa marcada con le número 88 en la calle Carlos Manuel de Céspedes. Allí nos encontramos con Andrés Hasting, nieto de Luis y por ende tataranieto de William. A pesar de contar ya con 95 años, Andrés, conocido también como Júcaro, posee una vitalidad poco usual en personas con tantas primaveras en su haber. Nuestra primera pregunta para el nonagenario se caía de la mata: ¿era William un pirata?
-¡Claro qué sí!- afirmó Andrés con voz firme y un destello pícaro en sus vivaces ojos. Andrés Hasting, quien nació en 1911, claro está que no conoció al ancestral pirata. Las vivencias sobre Don Guillermo las obtuvo por testimonios de viejos ex esclavos de su familia, quienes a su vez, las escucharon a sus padres o abuelos de la dotación del viejo Hasting. -Era un temido pirata- reitera Júcaro tras de hacer funcionar el ordenador de sus recuerdos. –Desde niño escuché historias escalofriante que, contada por esos viejitos, involucraban a mi tatarabuelo Guillermo….Andrés hace una breve pausa y regresa con nuevos bríos a su relato. -En una oportunidad salió con tres esclavos a cambiar de lugar parte de su fortuna que tenía enterrada en el monte. Al atardecer regresó con sólo uno de ellos, el de su entera confianza- entonces el anciano detuvo su relato para con un gesto inequívoco, hacernos comprender el triste final de los dos que no regresaron: cual si fuera un filoso machete del viejo se pasó la diestra por su cuello.
En esta interesante plática con Júcaro quisimos que nos aclarara la leyenda del negro cimarrón que escapado de una hacienda de Santa Lucía, vino a refugiarse al vasto territorio de Don Guillermo. Andrés nos contó que este cimarrón fue capturado por el propio William, quien lo hirió al lanzarle su machete con una destreza que hablaba de su pasado. El fugitivo fue atendido de la herida pero quedó inútil para el trabajo rudo de la hacienda. Como era joven, fuerte, robusto y con una arcada dental envidiable, Hasting lo dejó como semental para mejorar con su estirpe la dotación de su hacienda Punta Salinas.
Según Andrés este esclavo, lejos de odiarle, le estaba agradecido a Don Guillermo, ya que de ser devuelto a su antiguo dueño, sufriría crueles tomentos hasta morir y dar así un escarmiento al resto de la dotación. Este relato de Júcaro, aunque difiere del que señala la devolución del esclavo a su antiguo dueño, es el más lógico y aceptable.
A una pregunta nuestra sobre el origen de su apodo Júcaro, Andrés nos respondió que se debe al lugar de nacimiento, sitio donde heredó unas diez caballerías de la antigua hacienda de William.
Mientras oían la interesante conversación con el venerable Júcaro, nadie miró las agujas de sus relojes se deslizaron sin apenas percatarnos. Al filo del mediodía nos despedimos de Andrés y su afable familia, pero antes el anciano habló del raudo barco de su tatarabuelo, de sus mortíferos cañones y de la emboscada tendida por galeones españoles hasta destruirlo. El ancestral lobo de mar se fue al fondo o anda flotando como material microscópico del agua después que los tiburones hicieron su digestión y cagaron su recuerdo en el océano.
En la pintoresca villa de Antilla, rodeado del cariño de sus familiares, nos despedimos de Andrés Hasting, quien gustosamente accedió a esta entrevista que hemos querido compartir con ustedes, querido internautas. Tomado de http://www.aldía.com/
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En Holguín, la maestra periodista María Julia Guerra se ha empeñado más que nadie en seguirle los pasos al pirata William Hasting y a su descendencia. Lo último que supe es que María Julia había completado el árbol genealógico de la familia y otras curiosidades apetecibles. Un día Aldeacotidiana tendrá la monografía casi libro completa, eso lo sabemos.

Lo que no sé es si alguna vez podamos leer el primero de una tetralogía que se ha publicado en Estados Unidos. En el volumen, dice su publicidad, se reconstruye la vida del pirata en su hacienda a la vera de la bahía de Nipe. Se titula el libro: Entre huracanes y a su autor, José Ignacio Hernández López, no he tenido el gusto de conocer.

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