Por Angel Quintana. Tomado de:
http://www.aldía.cu/
"¿Milagro tú no has escrito sobre la historia del joven marinero que mandó a levantar un impresionante sepulcro en Gibara para perpetuar la memoria de su novia muerta?"
Fue en el área del Carnaval Holguinero de 1983, que atendía el municipio de Gibara en la capital de la provincia, donde por primera vez escuché ese conmovedor relato de boca de un gibareño de apellido Andrés, quien disfrutaba de esos festejos junto con varios coterráneos.
En la siguiente visita que hice a la Villa Blanca me personé en el domicilio de Antonio Lemus Nicolaou, por entonces historiador de la ciudad balneario, y de inmediato comenzamos a rastrear la historia de la que ambos conocíamos bien poco.
En la otrora vivienda de la malograda muchacha quedamos gratamente sorprendidos. Allí, entre las valiosas antigüedades que esbozaban la historia, se encontraba colgado un cuadro con el proyecto original del panteón donde aparecía sembrado un Sauce Llorón, cuyo follaje fue confeccionado con los propios cabellos de la difunta.
Luego, cuando cámara en ristre cruzamos bajo el viejo pórtico del cementerio local, con rumbo al referido mausoleo, nos dijo un joven sepulturero que se encontraba en la entrada:
"Ya sé a lo que vienen: A retratar la copa de Ygnacia".
Atraídos ante la extraña belleza del proyecto, el enigmático simbolismo de su copa cubierta con un manto y por la historia que encierra, no vacilamos en atrapar con el lente de nuestra cámara, la imagen del sepulcro, donde se puede leer en el mármol:
ÚLTIMO RECUERDO/DE MI YGNACIA/MAYO23 DE 1872/ADOLFO
No quisimos abandonar el lugar sin antes preguntarle al enterrador lo qué sabía acerca de Ygnacia Nates Mastrapa y Adolfo Ferrín, y su relato coincidió con lo escuchado aquella noche de jolgorio carnavalesco: "Ygnacia y Adolfo eran novios. Próximo a casarse, el barco donde trabajaba el joven naufragó. Ygnacia, creyéndole muerto se vistió de luto. Un día tocaron a la puerta de su casa; ella fue a ver quién era y en el umbral apareció su amado, fue tanta la emoción que la chica cayó fulminada por un infarto".
En esta historia, que pasó de una generación a otra de gibareño, era completamente falso lo del naufragio. Descorrer el velo para mirar más de un siglo atrás parecía imposible, mas no lo fue. La tenacidad combinada con un golpe de suerte fue la llave de lo maravillosamente real.
Por sugerencia de familiares lejanos de Ygnacia que residían en la vieja casona, nos trasladamos hasta el número 36 de la calle Martí, en la misma ciudad de Gibara. Allí nos recibió Caridad Vives Pi, quien según su cuñado Ernesto, era la que más conoce del asunto porque convivió muchos años con la ancianas hermanitas de Ygnacia.
Caridad, locuaz y entusiasta llevaba entonces varios días, lupa en mano, transcribiendo del original, la carta que enviara Adolfo a Baldomera, tía de Ygnacia, y en la que pormenoriza todo lo relacionado con el sepulcro que había encargado a Italia.
"La gente ha distorsionado la historia. Casi todo lo que se ha dicho es falso, pues Adolfo era una especie de notario y también trabajaba como contador de los Longoria. El jamás fue marinero e Ygnacia murió a consecuencia de lo que antes se conocía como congestión. No fue más que un derrame cerebral", enfatizó Cachita.
(En septiembre de 1984, un mes después que publicamos esta historia, se expuso en el Primer Salón Provincial de Curiosidades, celebrado en Holguín, un protocolo notarial firmado por Adolfo Ferrín, lo cual probaba el oficio del joven).
Con lujos de detalle la interlocutora, visiblemente emocionada, nos habló de la extraordinaria belleza de Ygnacia y el gran amor que se profesaban. Y agrega Caridad más adelante:
"Esa misma mañana, cuando Ygnacia atendía a su padre, Ángel Nates Bolívar, quien padecía de asma, se sintió indispuesta. Por la noche vino Adolfo a visitarla y habló con la joven. Por la madrugada empeoró y mandó a que buscaran a su Adolfo para entregarle el anillo de compromiso y despedirse para siempre, pues falleció horas más tarde. Era el jueves 23 de mayo de 1872...
"La vistieron con un traje de encaje blanco y botas de igual color. Su entierro fue una sentida manifestación de duelo popular en la que, junto a sus adoloridos deudos, resaltaba el atormentado joven".
Nuestra anfitriona hace una pausa para buscar sus espejuelos, luego comienza a leer algunos párrafos extraídos de la susodicha carta:
"...Como aquí no hubieran hecho a mi gusto el mausoleo o monumento que he mandado a levantar en su sepulcro, lo he pedido ya a Italia. Es precioso como ahí y en muchas partes de la Isla no hay ninguno. Es de cerca de cuatro metros de altura, todo de mármol blanco y macizo... La figura o plano de este mismo sepulcro es la que ya he mandado a hacer con sus cabellos; quedara un cuadro hermosísimo, que siento no estará concluido para el 24 que voy para esa, por ser mucho el trabajo que tiene..."
Un gran vacío nos dejó Ygnacia en su casona de Ronda de la Marina. Ya jamás se escucharía allí el piano ejecutado por ella con singular maestría, ni sus padres, Ángel y doña Cristina, invitarían a los marinos amigos de la casa, a las tertulias nocturnas que amenizaba Ygnacia; tampoco su novio Adolfo, celoso al ver que los marineros se extasiaban con la belleza de la muchacha, le sugeriría que se atara un pañuelo en la mano para que fingiera estar herida y no tocara el teclado en muchos días. Todo había terminado dolorosa y repentinamente.
Llegar a la verdad no llevó mucho tiempo, lo que hizo factible que, el domingo 25 de septiembre de 1983, viera la luz, en el periódico provincial AHORA, el resultado de nuestras indagaciones, de las cuales se hicieron eco otros medios impresos y radioeléctricos de la provincia y el país.
Así muchos turistas nacionales y extranjeros no han querido abandonar a Gibara sin antes visitar la tumba de Ygnacia, símbolo de la historia que devino en una gustada golosina par algunos redactores de guías turísticas y folletines radiales y de televisión.