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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

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26 de septiembre de 2016

El americano de Mayabe (Holguín, Cuba)



El primer “americano” que llegó a Mayabe, Holguín, o sea, el primer estadounidense que fue a Mayabe se llamó James Waterman Cooper. Este llegó en noviembre de 1901 y compró a precio de bagatela, 27 caballerías de la finca Santa Rosalía, que era de la propiedad de Agustín Ochoa Aguilera.

Pero Cooper no fue el americano famoso de Mayabe. Ese fue Thomas Randolph Towns Barnes, natural de un condado o municipio de Georgia, donde nació en 1867. En su lugar de origen Mr. Towns compró a una compañía que vendía tierras en Cuba, varias parcelas de Mayabe, lo que quiere decir que él no conocía a Mayabe y que vino ¡por casualidad!: es que casualmente eran esas las tierras de Mayabe las que estaban en venta cuando Mr. Towns decidió comprar en Cuba.

30 de mayo de 2016

COLON Y GIBARA



Desmesura gigantesca, (y sin anestesia para que el dolor fuera insoportable), debió ser para los aruacos residentes en la costa de Cuba la llegada del Gran Almirante, con sus vestimentas de metal y las naos tan soberbias por su tamaño delante de las veloces piraguas. En mi siempre frustrado ímpetu de poner música a cada momento, creo que en el justo instante del encuentro debió escucharse música de trompetas, pero los “indios”, (se sabe!) nada más hubieran podido sonar los caracoles de voz tan bronca, si no es que se quedaron sin palabras.

20 de octubre de 2010

Cubro mis silencios escribiendo un mundo que quisiera legítimo


“Qué íbamos a imaginar
Alfonsina,
Esa muerte escogida por ti,
A tu talla
Premeditada,
Seleccionada
Entre toda clase de muertes
Rutinarias”.
Marilola X
Texto inédito.

El aliento feminista de Marilola recorre cada uno de sus textos y se convierte en un rasgo diferenciador de su estilo.

La poeta holguinera mantiene vínculos epistolares con mujeres muy reconocidas por entonces: Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, a quien llama “hermana”. Y cuando muere la Storni, Marilola escribe varios poemas que dejan entrever la huella que aquella deja en esta y no solo en lo literario, sino, también, en la conformación de una manera de ver la vida mucho más amplia que la que le permitía el ambiente provinciano en el que desarrolla su existencia.

Yo siento una gran compasión por todos los hombres que se muestran despiadados con la mujer, por esos hombres pequeñitos que pretenden rebajarlas en comentarios mezquinos y también por los que aplauden a estos y ríen sus bufonadas... ¡hombres defraudados todos ellos!.

Los de Marilola son tiempos complejos en todos los órdenes. Si para un hombre dedicado a las letras es difícil entonces encontrar reconocimiento y espacio, en un medio que no estimula el fomento de los valores espirituales, para una mujer es mucho más abrupto el camino, y aún más para una mujer que escribe textos “atrevidos”. Atrevidos significa siempre no acatar el conservadurismo y los prejuicios acuñados y, con frescura, cantar intensamente a la vida. “El contenido (de su obra) era cosa de una muchacha que soñó lo que no disfrutó... ¡Que bueno debe ser tener la vida colmada de una realidad soñada!”

En sus memorias la autora confiesa que ha amado mucho pero no a muchos. “El amor es el sentimiento más bello que ornamenta la vida. El ser que no conoce el amor es oscuro, taciturno y ausente. (...) Cubro mis silencios escribiendo un mundo que quisiera legítimo”.

Son los años treinta del siglo pasado. La poeta viaja por otras regiones del país con toda la intensidad que le permite su situación de madre soltera. La Habana es su más frecuente destino. Allá tiene receptores para su obra que la aplauden y sobre todo, que la leen. Al paso de los años, mirando atrás, en sus memorias ella siente lástima por las pobres mujeres y los también pobres hombrecitos frutrados. “Mientras ellos demolían el exterior, pues sus pobres fuerzas no llegaron nunca a la raíz, yo me sentía crecer, crecer. (...) Jamás me ha hecho volver el rostro el graznido de los cuervos y sí el canto maravilloso del sinsonte”.

Marilola se yergue, una, otra y otra vez se yergue y continúa la marcha apoyada en una profunda pasión. Sortea los obstáculos, algunos más altos que una montaña alta y al final la ciudad comienza a definir su imagen como lo que es desde el principio: una poeta. El 21 de junio de 1932 es la fecha del primer homenaje que, por llegar de quienes lo organizaron, para ella era muy especial. Fue en el teatro Oriente por el Centro de Veteranos y Patriotas. Y en octubre de ese mismo año en Guantánamo, se realiza una velada cultural en su honor. Marilola lee una selección de su obra. Las palabras de elogio las pronuncia Regino Eladio Botti.

En 1933 tiene lugar una Gran velada Literaria en el teatro Martí de la ciudad de Holguín donde se le rinde honores a la poeta. Se entera Manuel Navarro Luna y le escribe una halagadora carta donde la llama “Mi dilecta, mi admirada amiga”. Ella lo califica como “el hermano de siempre”.

Con otros intelectuales de la época intercambia opiniones. Marilola recordará siempre sus encuentros con Camila Henríquez Ureña, Loló de la Torriente, Amelia Peláez, René Portocarrero, Jesús Orta Ruíz, Raúl Ferrer... Colaboraciones de Marilola aparecen en diarios de América Latina: Diario del Sureste, El País, Habana Elegante. Diferentes periodistas escriben comentarios favorables. Y escritores de su época, que la conocen, escriben versos emocionados donde plasman su imagen: José Ángel Buesa, Ruy de Lusimé, Amelia Ceide, Humberto Lara y Lara, Gustavo Sánchez Galárraga. Arturo Doreste la describe de esta forma: “Rápido el paso y el ademán. Su tipo nórdico es un distintivo mientras el arte la condecora con su medalla de laurel”. Ella dice que las palabras de Doreste son una “lumbre de esperanza”. Pero, sin dudas, la expresión más acabada de la inspiración que despierta Marilola es el poema que le dedica Emilio Ballagas: “Canción de mar y olas”.

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10 de julio de 2010

La verdadera historia que dio nacimiento a "La Copa del Amor", el monumento funerario más popular de Gibara

Por Angel Quintana. Tomado de: http://www.aldía.cu/

"¿Milagro tú no has escrito sobre la historia del joven marinero que mandó a levantar un impresionante sepulcro en Gibara para perpetuar la memoria de su novia muerta?"


Fue en el área del Carnaval Holguinero de 1983, que atendía el municipio de Gibara en la capital de la provincia, donde por primera vez escuché ese conmovedor relato de boca de un gibareño de apellido Andrés, quien disfrutaba de esos festejos junto con varios coterráneos.

En la siguiente visita que hice a la Villa Blanca me personé en el domicilio de Antonio Lemus Nicolaou, por entonces historiador de la ciudad balneario, y de inmediato comenzamos a rastrear la historia de la que ambos conocíamos bien poco.

En la otrora vivienda de la malograda muchacha quedamos gratamente sorprendidos. Allí, entre las valiosas antigüedades que esbozaban la historia, se encontraba colgado un cuadro con el proyecto original del panteón donde aparecía sembrado un Sauce Llorón, cuyo follaje fue confeccionado con los propios cabellos de la difunta.

Luego, cuando cámara en ristre cruzamos bajo el viejo pórtico del cementerio local, con rumbo al referido mausoleo, nos dijo un joven sepulturero que se encontraba en la entrada: "Ya sé a lo que vienen: A retratar la copa de Ygnacia".

Atraídos ante la extraña belleza del proyecto, el enigmático simbolismo de su copa cubierta con un manto y por la historia que encierra, no vacilamos en atrapar con el lente de nuestra cámara, la imagen del sepulcro, donde se puede leer en el mármol: ÚLTIMO RECUERDO/DE MI YGNACIA/MAYO23 DE 1872/ADOLFO

No quisimos abandonar el lugar sin antes preguntarle al enterrador lo qué sabía acerca de Ygnacia Nates Mastrapa y Adolfo Ferrín, y su relato coincidió con lo escuchado aquella noche de jolgorio carnavalesco: "Ygnacia y Adolfo eran novios. Próximo a casarse, el barco donde trabajaba el joven naufragó. Ygnacia, creyéndole muerto se vistió de luto. Un día tocaron a la puerta de su casa; ella fue a ver quién era y en el umbral apareció su amado, fue tanta la emoción que la chica cayó fulminada por un infarto".


En esta historia, que pasó de una generación a otra de gibareño, era completamente falso lo del naufragio. Descorrer el velo para mirar más de un siglo atrás parecía imposible, mas no lo fue. La tenacidad combinada con un golpe de suerte fue la llave de lo maravillosamente real.


Por sugerencia de familiares lejanos de Ygnacia que residían en la vieja casona, nos trasladamos hasta el número 36 de la calle Martí, en la misma ciudad de Gibara. Allí nos recibió Caridad Vives Pi, quien según su cuñado Ernesto, era la que más conoce del asunto porque convivió muchos años con la ancianas hermanitas de Ygnacia.

Caridad, locuaz y entusiasta llevaba entonces varios días, lupa en mano, transcribiendo del original, la carta que enviara Adolfo a Baldomera, tía de Ygnacia, y en la que pormenoriza todo lo relacionado con el sepulcro que había encargado a Italia.

"La gente ha distorsionado la historia. Casi todo lo que se ha dicho es falso, pues Adolfo era una especie de notario y también trabajaba como contador de los Longoria. El jamás fue marinero e Ygnacia murió a consecuencia de lo que antes se conocía como congestión. No fue más que un derrame cerebral", enfatizó Cachita.

(En septiembre de 1984, un mes después que publicamos esta historia, se expuso en el Primer Salón Provincial de Curiosidades, celebrado en Holguín, un protocolo notarial firmado por Adolfo Ferrín, lo cual probaba el oficio del joven).

Con lujos de detalle la interlocutora, visiblemente emocionada, nos habló de la extraordinaria belleza de Ygnacia y el gran amor que se profesaban. Y agrega Caridad más adelante:

"Esa misma mañana, cuando Ygnacia atendía a su padre, Ángel Nates Bolívar, quien padecía de asma, se sintió indispuesta. Por la noche vino Adolfo a visitarla y habló con la joven. Por la madrugada empeoró y mandó a que buscaran a su Adolfo para entregarle el anillo de compromiso y despedirse para siempre, pues falleció horas más tarde. Era el jueves 23 de mayo de 1872...

"La vistieron con un traje de encaje blanco y botas de igual color. Su entierro fue una sentida manifestación de duelo popular en la que, junto a sus adoloridos deudos, resaltaba el atormentado joven".

Nuestra anfitriona hace una pausa para buscar sus espejuelos, luego comienza a leer algunos párrafos extraídos de la susodicha carta:

"...Como aquí no hubieran hecho a mi gusto el mausoleo o monumento que he mandado a levantar en su sepulcro, lo he pedido ya a Italia. Es precioso como ahí y en muchas partes de la Isla no hay ninguno. Es de cerca de cuatro metros de altura, todo de mármol blanco y macizo... La figura o plano de este mismo sepulcro es la que ya he mandado a hacer con sus cabellos; quedara un cuadro hermosísimo, que siento no estará concluido para el 24 que voy para esa, por ser mucho el trabajo que tiene..."

Un gran vacío nos dejó Ygnacia en su casona de Ronda de la Marina. Ya jamás se escucharía allí el piano ejecutado por ella con singular maestría, ni sus padres, Ángel y doña Cristina, invitarían a los marinos amigos de la casa, a las tertulias nocturnas que amenizaba Ygnacia; tampoco su novio Adolfo, celoso al ver que los marineros se extasiaban con la belleza de la muchacha, le sugeriría que se atara un pañuelo en la mano para que fingiera estar herida y no tocara el teclado en muchos días. Todo había terminado dolorosa y repentinamente.

Llegar a la verdad no llevó mucho tiempo, lo que hizo factible que, el domingo 25 de septiembre de 1983, viera la luz, en el periódico provincial AHORA, el resultado de nuestras indagaciones, de las cuales se hicieron eco otros medios impresos y radioeléctricos de la provincia y el país.

Así muchos turistas nacionales y extranjeros no han querido abandonar a Gibara sin antes visitar la tumba de Ygnacia, símbolo de la historia que devino en una gustada golosina par algunos redactores de guías turísticas y folletines radiales y de televisión.

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