Autores: José Abreu Cardet, Olga Portuondo Zúñiga, Volker Mollin
Lo que hemos definido como
“La Autobiografía”
es un documento que podríamos enmarcarlo en la papelería
producida por el mundo de las formalidades burocráticas de la Republica de Cuba en
Armas. Sin embargo tal definición nos parece estrafalaria y hasta
ofensiva.
(…)
La historiografía cubana, en
un sentido muy positivista, que hemos heredado hasta el presente, ha conformado
una especie de paraíso político adonde se le ha dado entrada por la puerta
ancha a un grupo de patriotas que se les considera esenciales para conformar
los mitos nacionales, dando por sentado que lo afirmado por ellos es verídico
absolutamente, y todo lo otro que se salga del tan dicho paraíso
político-historiográfico, se pone en duda. Por lo demás todo lo que se diga en
contra de españoles y traidores se acepta con la misma insultante ingenuidad.
En el caso de la
autobiografía que reproducimos, nos encontramos ante una situación bastante
peculiar respecto a la crítica de la información. Es de pensar que Calixto tuvo
buen cuidado de valorar la información que ofreció en ella, pues los lectores
potenciales podían ser patriotas que estaban al tanto de sus hazañas militares.
Todos podían ser participantes o testigos de los combates y campañas narradas
por el General.
La jefatura mambisa recibía
frecuentes informes de sus oficiales y funcionarios, por lo que el encargado de
la lectura y aprobación de la autobiografía tenía medios para confirmar o
desmentir cualquier información. De ahí que el propio Calixto debió de someter
su autobiografía a una cuidadosa critica antes de enviarla a quien debía de
leerla.
De inicio el texto nos
brinda datos de gran valor, incluso los estrictamente personales tienden a
desbordar los límites de la biografía. Leyendo estas páginas nos enteramos que
Calixto es un hombre que viaja: siendo un adolescente es trasladado de Holguín
a Jiguaní. Luego se dedica va a otras varias poblaciones de la isla en
actividades comerciales. Sin embargo al saberlo no debe considerarse ello un acontecimiento
excepcional, los hombres y mujeres del 68 se movían con relativa facilidad. Por
lo menos ese es el criterio que podemos ir dibujando en la medida en que, por
ejemplo, conocemos detalles sobre las biografías de Julio Grave de Peralta,
Francisco Muñoz Rubalcaba y otros[1].
Esa visión que se tiene
del líder o el soldado mambí del 68 encerrado en su finca, a la que excepcionalmente abandona, no fue tan
así. Entre ellos hubo una élite reducida que viajó por diferentes países
europeos y asimismo otros, de los que creíamos menos vinculados a esos trajines
de ir y volver, como confirma este documento redactado por Calixto García, y
que obliga a ir conformando la tesis del desplazamiento de un grupo de estos
patriotas desde temprana edad.
Otro asunto interesante que
se confirma con la autobiografía es que Calixto ocupó diferentes cargos en el
cabildo de Jiguaní. Como el suyo hay otros diversos ejemplos de ello: el de
Vicente García que era regidor del cabildo tunero, y en Holguín dos de los
futuros líderes de la insurrección también desempeñaban cargos similares. Un
coronel mambí, Arcadio Leyte Vidal, quien la guerra llegaría a coronel y hombre
de confianza de Antonio Maceo, antes fue capitán pedáneo en Mayarí y asimismo oficial
de voluntarios. En Bayamo, Francisco Maceo Osorio estaba vinculado al gobierno
hispano.
En el documento hay un
dato aparentemente insignificante pero que tiene indiscutible valor para lo que
nos gusta llamar la “demografía del
alzamiento”. La pregunta de cuántos se pronunciaron por Cuba Libre en octubre
de 1868 nunca ha podido ser respondida con exactitud. Las cifras que hoy
aceptamos son más emotivas que científicas: muchos son los historiadores que
hablan que fue el “pueblo cubano” quien se sublevó, pero es ese un término abstracto
y desconcertante para quien necesita la exactitud de las cifras. Calixto, al
referirse a las fuerzas que él se encarga de organizar en Jiguaní, durante los
primeros días de la guerra, se refiere a que son “más de mil hombres”. Pese al trasfondo impreciso del
término es bienvenida la cifra para cualquier investigador.
Igual es muy significativa
la detallada descripción que ofrece sobre las operaciones para la defensa de Bayamo.
Ramiro Guerra en su “Guerra de los diez años” nos narra esta compleja operación
que se extendió por buena parte del oriente.
Leyendo al ilustre
historiador podemos imaginarnos cómo la defensa de Bayamo se realizó a decenas de
kilómetros de sus calles; era como si los mambises con su valor hubieran
levantado murallas desde las costas del Cauto hasta los caminos que conducían desde y a
Santiago de Cuba. Pero en los momentos decisivos del enfrentamiento bélico casi
todo el interés se concentra en la lucha contra la columna de Balmaceda que
avanzaba desde Tunas sobre la ciudad del Cauto. Calixto nos ofrece una visión
sobre aquellos acontecimientos desde el otro extremo del escenario de los
combates, es decir, el territorio que
esta entre Jiguaní y Santiago de Cuba. Y a ello se le suma otra ventaja que el
estudioso valora: quien narra no era uno de los protagonistas principales de
los hechos, por lo que su visión debió ser más objetiva que la de los máximos
militares y políticos que estaban adentro
de Bayamo o en sus inmediaciones. (Son estas ultimas fuentes las que
tradicionalmente se utilizan para su estudio).
Otro periodo del que el
estudioso o el simple interesado en aquella contienda pueden sacar útil provecho
del texto nuevo que ahora sale a la luz, es la descripción que hace Calixto
sobre las operaciones que realizaron sus tropas desde la vuelta de de Bayamo al
poder español y el ingreso de las tropas de Jiguaní en Holguín, sucesos
acaecidos, aproximadamente entre enero y agosto de 1869. Esto nos sitúa ante un acontecimiento singular,
que es la extrema movilidad de las fuerzas de Jiguaní.
Igual es interesante que
mientras en otras jurisdicciones el esfuerzo de las tropas locales se localizan
en sus respectivas regiones y además no se aceptan o se aceptan a regañadientes
jefes de otras localidades o extranjeros, los jiguaniceros operaron desde el
mismo inicio de la contienda en otros territorios y se subordinaron a la
jefatura de varios lideres militares nacidos fuera de la isla. Las causas de
tales características esperan por un estudio militar y social.
Es necesario aclarar que
cuando Calixto habla en primera persona refiriéndose a que marchó hacia
determinado lugar, realmente se refiere, también, al contingente jiguaniciero
que lo acompañó a Holguín primero y luego a Tunas.
La muy breve descripción
sobre la campaña de Holguín de finales del setenta, a pesar de lo escueto, no
deja de ser interesante, sobre todo cuando enumera acciones militares que hasta
ahora mismo habían permanecido casi olvidadas, tanto para la historiografía
nacional como para la regional. Y para que sea aún más interesante, el General
(que entonces no lo era, sino solamente coronel), nos ofrece, por medio de
varias anécdotas, el ritmo y la tensión a que estaban sometidos los insurrectos
en esa desgraciada campaña.
Otros de los asuntos sobre
el que arroja luz es la invasión a Bayamo y Jiguaní realizada en fecha
tan temprana como es 1870, y que ha sido opacada por otras, como la invasión a
Guantánamo o Las Villas. Sin embargo, aunque menos conocida y a veces sin que
ningún historiador la tome en cuenta, la realizada por Calixto no dejó de ser
una verdadera invasión: Los mambises de Bayamo fueron desalojados de su
territorio por la ofensiva española conocida por Creciente de Balmaceda. Las
tropas de Jiguaní recibieron órdenes de trasladarse a Holguín y luego a Tunas,
por lo que la jurisdicción, de hecho, quedó abandonada y el enemigo dueño del corazón
de oriente. Ello liberaba al ejército colonial de dislocar tropas en dicha región,
pudiendo dedicar estas a actuar sobre otros territorios insurrectos. Por ese
motivo y porque el retorno mambí adonde radicó la primera capital de Cuba Libre
era un asunto moral, Calixto lo planifica y lo narra en su autobiografía,
salvando del olvido tal operación.
Y para colmo de dicha, el documento,
además, aclara un misterio sobre la biografía de Calixto. En varias fuentes se
hace mención a su nombramiento como segundo jefe de Holguín en abril de 1870, incluso
su nombramiento fue publicado en la compilación de documentos realizados por
Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo. Sin embargo, no hay información sobre
su presencia en esa zona. En su escrito el General mambí aclara las causas de
esa ausencia de su territorio natal. En este caso la mala salud.
Es muy significativa para
la historia de la guerra la información que aporta García sobre lo que ocurrió
en Santiago de Cuba cuando el grueso de
las fuerzas de esa jurisdicción marchó bajo el mando de Máximo Gómez a la
invasión a Guantánamo. El asunto nos abre una interrogante para lo que es
necesario hacer un estudio de las características de estas fuerzas. ¿Por qué
las tropas mambisas de Santiago de Cuba se
desplazaban con tanta facilidad a otras comarcas sin una oposición interna,
como ocurrió en otras jurisdicciones? ¿Por qué en este territorio no estallaban
motines regionales como en el resto del país? Esta particularidad nos sitúa
ante otra visión en torno al regionalismo, un fenómeno del que se habla y se escribe
mucho sobre sus consecuencias, pero no se estudian sus causas y sus matices en
cada territorio.
Está en la
“autobiografía”, vividamente narradas, las operaciones que emprendió Calixto
García al ser nombrado, en febrero de 1872, jefe de ese territorio. Sirve esta
parte para adentrarnos en la estrategias seguidas por este jefe, que lo
convirtieron en uno de los mambises de de más alta capacidad militar. E igual
para responder la pregunta, cómo se realizaba el asenso de un miembro de la
clase terrateniente criolla que no pertenecía al grupo de la máxima dirección.
[1] Julio Grave de Peralta de
joven residió por varios años en Remedios. Francisco Muñoz Rubalcaba era
natural de Santiago de Cuba pero residía en Tunas, el coronel Manuel Hernández
Perdomo era natural de Puerto Príncipe pero residía en Holguín.
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