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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

21 de abril de 2017

Un holguinero en Nueva York. (Diario del General Julio Grave de Peralta (valoraciones)



Por: José Abreu Cardet
Mayor General Julio Grave de Peralta y Zayas
El que seguidamente podrán leer los que vienen a La Aldea es un singular documento: el diario del general cubano Julio Grave de Peralta durante su primera estancia en Nueva York en 1871 para organizar una expedición que trajera armas a Cuba para los insurrectos que luchaban contra el dominio español.
Pero antes esta introducción en la que se ofrece información sobre el General insurrecto, la situación de la emigración revolucionaria en 1871 en los Estados Unidos y muy específicamente en New York. También una valoración sobre el significado de un documento para Grave de Peralta, que es un asunto raramente tratado en la historiografía cubana. Finalmente el texto fue enriquecido con 82 notas a pie de página.
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La historia de la emigración cubana se puede resumir en forma muy breve: antes del inicio de la guerra de independencia vivían en el exterior de la Isla una pequeña cantidad de emigrados políticos, pero al iniciarse la contiende se produjo un intenso flujo de cubanos hacia el extranjero, principalmente de patriotas residentes en las provincias occidentales, a donde la guerra no había llegado. La mayoría se radicaron en los Estados Unidos, pero también se crearon colonias en Jamaica, República Dominicana y otros países de América Latina y el Caribe. 
Entre los emigrados se creó una representación diplomática y una agencia general. La primera debía de gestionar el reconocimiento de la República de Cuba por las demás naciones, la segunda, que recibió diferentes nombres a lo largo de su historia, se encargaría principalmente de la organización y el envío a la isla de expediciones. La representación y la agencia quedaron en manos de los grandes terratenientes azucareros occidentales emigrados: Miguel Aldama, millonario habanero fue la figura de más relieve  de ese grupo.
A la representación de la República en armas entregaban dinero para sufragar los gastos de las expediciones los ricos hacendados que no habían tomado formalmente partido por la independencia, por miedo a perder las propiedades. Eran ellos parte de los hacendados emigrados que habían salvado sus propiedades. Y también se hacían colectas entre los emigrados más humildes y algunos países latinoamericanos aportaron ayuda. Con todos estos recursos se lograron mandar importantes expediciones. 
Pero estas fueron disminuyendo al paso de un tiempo breve. Otras fracasaron y algunas fueron confiscadas por las autoridades estadounidenses o británicas antes de partir y otras fueron capturadas por los españoles; unas terceras no pudieron desembarcar una vez que llegaron a las costas de Cuba.
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Después de una breve estancia en la colonia británica de Jamaica, Grave de Peralta viajó a Nueva York y se entregó a los trabajos de preparar su expedición. Solo que entonces ya había concluido la época dorada de la emigración revolucionaria cubana, que fue cuando se contaba con suficientes recursos para enviar a las costas de la Isla expediciones de las proporciones del Galvanic o el Perrit con miles de fusiles y toneladas de parque. En 1871 los pocos emigrados que todavía poseían recursos, estaban más preocupados en proteger sus intereses que en la suerte de la patria. Y para colmo de males la emigración se fragmentó en dos facciones que entre ellas libraban una guerra tan intensa como lo que hacían los españoles a los insurrectos en los campos de Cuba.
Otro argumento sobre la escasez o dificultad para armar expediciones es que los grandes hacendados esclavistas del occidente del país que se apropiaron de la dirección de la Agencia no estaban felices de que las armas y municiones que mandaban a Cuba facilitaran la invasión al occidente del país y con ella la destrucción de los grandes ingenios azucareros, pero tal criterio hay que mirarlo con cautela porque fue bajo la dirección de ese grupo de terratenientes que se enviaron a Cuba algunas de las mayores expediciones.
En 1870 el presidente Carlos Manuel de Céspedes mandó al extranjero a su cuñado, el General Manuel de Quesada, con poderes especiales para agilizar el envío de expediciones. Y a su alrededor comenzaron a agruparse los inconformes con la dirección de Miguel Aldama. Surgieron así los dos grandes grupos en los que se agruparon los emigrados: quesadistas o seguidores del General Quesada, y aldamistas o seguidores de Miguel Aldama. Ambos grupos se combatían mutuamente.
Precisamente el General Grave de Peralta llegó a Jamaica en el momento en que más álgido era el enfrentamiento entre los dos grupos. Ante él había dos únicos caminos: unirse a los quesadistas o a los aldamistas. En aquellos momentos era imposible una tercera opción o tratar de organizar por su cuenta una expedición de importancia.
En Cuba Julio Grave de Peralta había peleado bajo las órdenes de Manuel de Quesada y le simpatizaba su figura. Sin embargo, al llegar a New York, Quesada no se encontraba en los Estados Unidos por lo que Julio no se puede entrevistar con él. De todas formas varios seguidores de Quesada se le acercaron, pero el militar holguinero comprobó inmediatamente que aquellos tenían más intereses en ganarlo para sus filas que en enviarlo a Cuba.
Por lo que a los ojos de Julio era Miguel Aldama el que tenía un inconmensurable prestigio; además de ser el Agente General era Aldama el hombre  que había enviado varias expediciones a Cuba, y asimismo fue el único que le propuso al holguinero un plan concreto para organizar la expedición que fue a buscar: La Agencia General de Cuba había adquirido el buque de bandera estadounidense nombrado Hornet, con el fin de armarlo en corzo y hostigar el comercio español en Cuba, pero esa idea no pudo fructificar. Por lo que el barco fue usado en una expedición que desembarcó en Cuba el 7 de enero de 1871, pero los españoles lograron confiscar el armamento unas horas después que el barco se hubo marchado. Guiado por Francisco Javier Cisneros, el Hornet pudo llegar a Port au Prince, capital de Haití y allí quedó bloqueado por un buque de guerra español que ancló no muy lejos de él en espera de su salida a alta mar, para capturarlo.
Miguel Aldama
Precisamente fue ese el barco que Miguel Aldama le ofrecieron a Julio Grave de Peralta para que trajera a Cuba la expedición con las armas y municiones que el General holguinero se disponía a comprar y él quedó feliz sin saber que el Hornet necesitaba reparaciones y, lo que era peor, que estaba envuelto en demandas de marineros y consignatarios por gastos que se habían realizado y que no fueron saldados.
Ilusionados con la oferta Julio Grave de Peralta y José Maria Izaguirre le entregaron a Aldama 7 000 pesos el primero y 2 000  del segundo; ese dinero debía servir para comprar las armas y municiones. Y mientras Aldama se encargaba de hacer la compra, Julio partió hacia Haití para inspeccionar el barco e Izaguirre continuó en los Estados Unidos para incrementar los recursos. 
 

Donde se explica la importancia que para los revolucionarios independentistas cubanos tenían los documentos, sobre todo los diarios, para hablarle a la posteridad y al mismo tiempo para justificar sus actuaciones. De forma especial el cuidado extremo del General Julio Grave de Peralta de dejar por escrito cada acto de su vida oficial y cotidiana.
Los hombres y mujeres cubanos de 1868 tenían clara conciencia de que estaban haciendo historia y que la posteridad se encargaría de juzgarlos, por eso muchos de ellos tuvieron mucho cuidado en redactar textos que le hablaran al futuro. El mismo Carlos Manuel de Céspedes, iniciador de la gesta independentista, fue uno de los mas preocupados en ese sentido. En carta de enero de 1872 dirigida a su esposa que se encontraba en el exilio, le dice “(…) dejo a la historia la apreciación de mis faltas”[1], mientras que en otro momento se pregunta el Padre de la Patria cubana: “Qué lugar nos asignara la historia en sus páginas”[2]. Y en los momentos en que más peligro corría, tuvo el interés de conservar objetos que  consideraban de valor histórico, como por ejemplo, su revolver: “como salí con el á la revolución, quiero conservarlo para memoria”[3]. Incluso el Presidente no duda en escribirle a la esposa: “Así mismo te envió mi bandera de Yara, perteneciente a la División de Bayamo, para que la guardes con cuidado religioso hasta mejores días”[4].
Igual Céspedes tuvo el cuidado de conservar los documentos. A la esposa le envió su diario personal a la vez que le dice: “Ten la bondad de guardar religiosamente ese librito y después de mi muerte sé la custodia de todos los secretos y derechos que encierra”[5]
Calixto García por su parte, aceptando que sería la historia el juez futuro de los actos y acciones de los revolucionarios, al referirse a un líder de los conspiradores que al estallar la sublevación se afilió a las fuerzas hispanas, dejó dicho: “Tal bochorno leguemos a nuestros hijos para el traidor”[6]
Mientras Ignacio Mora, deseoso de guardar para el futuro una memoria escrita y conciente de lo peligroso de que el texto cayera en manos del enemigo, recurrió a una singular medida que explicó en estos términos: “No es prudente vaciar todo el pensamiento ni decir todo lo que se puede: [Ahora] un simple apunte como memorandum para mas tarde, para cuando se pueda, escribir”[7]
Julio Grave de Peralta también actuó de forma semejante a los demás hombres de su época y le dio suma importancia al papel escrito. Pero, además, se puede afirmar que en su familia había una profunda “cultura del documento”; desde hacía mas de un siglo para sus antepasados cuidaron legajos, cartas, testificaciones, actas y otros varios documentos. Uno de sus tatarabuelos y también un bisabuelo suyo habían sido miembros del Cabildo holguinero y por tanto dejaron muchas escrituras que aún pueden consultarse. Y su abuelo materno, que durante largos años fue Teniente Gobernador de Holguín publicó una compilación de documentos sobre la fundación de la ciudad. Por lo que es lógico creer que el documento que salva o condena no debió de ser extraño en las conversaciones cotidianas de su hogar.
El General Grave de Peralta escribía cada una de sus órdenes sin importar que esas estuvieran dirigidas al jefe de su escolta que nada más estaba a algunos metros de distancia. Y a la vez sus asistentes estaban en la obligación de reproducir textualmente en un libro de borradores que siempre llevaban consigo, todos los documentos que el General firmaba. Y aunque otros patriotas también ordenaron que se llevaran libros de borradores, para el holguinero dejar constancia de la orden impartida era casi una enfermedad, creyendo como creía que la copia era tan importante como que la comunicación llegara a manos del destinatario.
En la manigua, obviamente, el General no tenía papel suficiente para hacer la carta y una copia; en esos casos el mensajero llevaba la carta que después de ser leída por su destinatario, ese tenía que firmarla y regresaba a los archivos. Era aquella la forma de tener constancia de la orden impartida para el caso de que tuviera que exigirle a un subordinado moroso o justificarse ante un superior.
Y lo mas sorprendente es que no estamos ante un burócrata interesado en mantener un apacible puesto en al aparato administrativo del estado; era Grave de Peralta un hombre de acción que se movía de uno a otro lugar con tremenda agilidad y detrás de él iban los combatientes, la escolta y el encargado de la documentación que llevaba y traía un jolongo lleno de papeles. Interesante seria un estudio más profundo sobre lo que significaba el documento para este héroe.
Actualmente la documentación de Grave de Peralta se guarda en dos instituciones estatales y en un archivo particular en nuestro país. Son las dos citadas instituciones: el Archivo Nacional de Cuba, específicamente en el Fondo de  Donativos y Remisiones, en el que existen varias cartas firmadas por el patriota, y en el Museo Provincial de Holguín que es donde se guarda el mayor número de su documentación. Esta papelería fue donada por sus descendientes en la década del setenta del siglo XX.  Y en el archivo particular del fallecido historiador Juan Andrés Cue Bada, en Santiago de Cuba, se encuentra el original de su diario en el extranjero.
Según testimonio dejado por Cue Bada antes de morir, el diario le fue entregado por uno de los descendientes del general.
Es posible, claro, que en algunos archivos cubanos o extranjeros existan más documentos de Grave de Peralta, pero sobre ellos no poseemos información.
En su totalidad la documentación conocida de Julio Grave de Peralta consiste en tres diarios particulares, un libro de borradores, correspondencia oficial no recogida en el libro de borradores y la correspondencia particular.
El primero de sus diarios comprende  desde que se inició en la contienda independentista de Cuba, en octubre de 1868 hasta los primeros días del año 1869. El segundo se inicia en la fecha de su destitución como Jefe de la División de Holguín, en  el verano de 1870 hasta que abandona el país en marzo de 1871; y el tercero corresponde a su estancia en el exterior. (Extraño es que durante el año 1869 y la mitad de 1870, el General no haya llevado un diario particular, o por lo menos ese no lo conocemos). Lo que sí cuidaron sus asistentes durante ese periodo fue dejar copia en el libro de borradores de toda su correspondencia oficial.
Asimismo en sus dos últimos diarios personales Grave de Peralta reprodujo cronológicamente toda la documentación de carácter oficial que salio de su pluma, o sea, que en sus diarios el General ve  una especie de continuidad del libro de borradores. Ello ofrece al historiador una posibilidad que no se tiene con otros personajes: leer el diario es seguir las motivaciones de cada día, incluyendo cada carta en la que el personaje estampó su firma.

El diario que Julio Grave de Peralta llevó en el extranjero.
Ese está escrito en una gruesa libreta de las que  usualmente utilizaban los comerciantes para llevar sus cuentas. Su estado de conservación es perfecto.
Como antes quedó dicho lo entregaron los descendientes del General en la década del setenta del siglo XX  al historiador Juan Andrés Cue Bada, en Santiago de Cuba. 
Nacido en Chaparra el 30 de noviembre de 1908, este historiador fue profesor de la Universidad de Oriente a la vez que llevó una valiosa y sistemática búsqueda de información sobre las guerras. Eso le permitió reunir gran cantidad de testimonio de testigos o participantes en algunos de los acontecimientos más importantes de las guerras de independencia y asimismo realizar un detallado estudio de las dichas guerras, especialmente de la polémica figura del general tunero Vicente García, a quien dedicó muchos años de estudio. Sin embargo el historiador no llevó a la letra imprenta casi ninguna de sus investigaciones esenciales. De él solamente han quedado unos muy pocos artículos dispersos en revistas y periódicos. Su gran obra aún está inédita. Cue fallecio el 19 de agosto de 1979 y por lo que hasta el presente parece, es el olvido lo que el futuro deparó al laborioso y trascendente investigador.
Quienes le conocieron guardan una deuda de gratitud al anciano venerable que era, dicen, un hombre de generosidad pocas veces vista en otros del mismo gremio. Que la publicación del diario de Grave de Peralta sea el agradecimiento que tenemos por Cue Bada es lo que más desea La Aldea.    
Se inicia el diario en 11 de marzo de 1871 y concluye en 1872, pero a la verdad que no es uno sino dos diarios. El primero se refiere a la preparación de la expedición que debía ser trasladada a Cuba en el Hornet; en esa parte el General se refiere a los momentos en que actúa junto al grupo de Aldama y el fracaso de la idea. El segundo habla sobre la organización de la expedición que finalmente se llevó a cabo en el vapor Fanny. Para ella el General contó con el apoyo de Francisco Vicente Aguilera.
Igual a esta publicación se le agregaron algunas notas para su mejor comprensión. En ellas, además de las aclaraciones que usualmente se hacen sobre los personajes que aparecen en las páginas, tuvimos el cuidado de incluirlos en el grupo de Aldamista o Quesadista en el que militaban. Hoy para algunos esa militancia pudiera parecer intrascendente, pero en el momento en que se escribieron las anotaciones pertenecer a uno u otro grupo era sumamente trascendente y determinante en las relaciones personales y oficiales de los patriotas y en su actuación. Aclaramos, eso sí, que la posición o pertenencia a uno u otro grupo que aquí queda anotada es la que el personaje tenía en el momento en que Grave de Peralta escribió el diario, pues algunos cambiaron de criterios posteriormente. La información sirve, sobre todo, para que el lector entienda las actitudes de estos individuos hacia Grave de Peralta, quien, por demás, era considerado por los emigrantes como un aldamista que actuaba apoyado por los seguidores del millonario habanero. (Esto independientemente del criterio del General de que no formaba parte de ningún grupo).
Verdad que no hay  documento mas subjetivo que los diarios personales, en los que se anota lo que no se puede decir públicamente. Precisamente eso es lo que los hace en extremo polémicos, tanto que la publicación de algunos diarios o crónicas personales en años cercanos a la terminación de las contiendas por la independencia de Cuba, despertaron encendidos debates.
Pero en el diario de Grave de Peralta, a diferencia de otros tantos, no aparece muy a menudo la pasión a la hora de hacer valoraciones personal. Incluso, en ocasiones más parece que estamos ante una crónica impersonal que ante un diario. También sorprende en él la cantidad de copias de cartas escritas por Grave de Peralta  a diferentes patriotas, todas con carácter oficial y referidas a asuntos sobre la organización de la expedición, sin embargo no hizo el General ninguna copia de cartas particulares y apenas menciona la esposa, a sus hijos y a otros miembros de la familia.
Tampoco en el diario dice nada sobre que al terrateniente oriental le sorprenda la industrial New  York o el raudo desplazamiento en modernos barcos por el Atlántico, el clima frío de Norteamérica o el abigarrado Caribe. O sea, que al parecer no se trata de un libro en el que se anotaban criterios subjetivos y eso es muy útil para los historiadores pero no para los periodistas que terminan la lectura decepcionados  porque no encuentran lo que el Grave de Peralta realmente pensaba sobre personajes tan polémicos como Aldama o Quesada.
¿Por qué un lenguaje tan cuidadoso y esas opiniones tan impersonales en un hombre que vivió con tanta intensidad en la vida? Esa es una respuesta que cada quien debe darse a sí mismo cuando termine de leer la última anotación del General. La de La Aldea es la siguiente: Organizar una expedición era una empresa eminentemente comercial. El General tenía que fletar un buque, contratar una tripulación, comprar combustibles, víveres, parque, armas y diversos equipos. Y todo eso tenía que hacerlo evitando a toda costa que su empresa llegara a oídos de los espías españoles o de las autoridades de los  Estados Unidos, y todo eso en el seno de una emigración enfrascada en una guerra  intestina en el que uno y otro bando se acusaba mutuamente de mal manejo de fondos, de incumplimiento de promesas y de otros errores capaces de desacreditar públicamente a cualquier hombre.
Por lo que el diario del General es a nuestro entender, sobre todo, prueba de su integridad para poder exigir el cumplimiento de la promesa que había hecho al Gobierno de Cuba en armas. Por lo que además de diario personal es el texto un libro de borradores donde quedó escrita la grande obra de un hombre solitario en una muy poblada ciudad.
Asimismo en el texto se reflejan otros fenómenos de la emigración independentista cubana hasta ahora poco estudiado: Uno de ellos es el papel de la mujer, tantas veces pasado por alto a pesar de las tantas mujeres que ofrecieron medios para la guerra de Cuba. Y otro no menos interesante es el papel de la familia. No pocas familias residieron en el exterior y en torno a ellas se crearon intereses que nos señalan un camino para la indagación sobre asunto tan complejo. Incluso podríamos preguntarnos hasta qué punto los lazos de parentesco más que el convencimiento fue lo que llevó a tener una actitud favorable hacia uno u otro grupo, (aldamistas o quesadistas).
No menos interesante sería encontrar lo que significó la emigración para la vida interna de la Revolución y no solo en el sentido de las armas y parque que enviaron o no a los combatientes, sino en el peso político de ellos y los criterios que llegaban desde el otro lado del mar a los campos donde se luchaba, más entendiéndose que las estructuras creadas por la revolución en el extranjero eran en extremo sensibles a cualquier cambio político y militar en Cuba. Esa compleja interacción es difícil de encontrar en la documentación, pero debe tomarse en cuenta por lo real que fue. 
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Claramanente se percibe en el documento las sórdidas luchas entre cubanos seguidores de Aldama y de Quesada. Los quesadistas no dudaron en brindarse ante Grave de Peralta para ejecutar acciones que en la practica eran irrealizables con el único objetivo de separarlo de Aldama y su grupo. Y los aldamistas lo envían a Haití en un plan que parecía fracasado de antemano.
En fin, iniciemos la emocionante aventura de acompañar al General Julio Grave de Peralta por los mares caribeños hasta llegar a las frías y cosmopolitas calles neoyorquinas; entremos en aquel tiempo de incertidumbre y de desaliento para Cuba. Pero sobre todo conozcamos de la tenacidad de estos hombres del 68, de sus grandezas y miserias sin olvidar que simplemente eran hombres y mujeres. Tiene la palabra el general Peralta.
       


[1] Fernando Figueredo y Hortensia Pichardo. “Carlos Manuel de Céspedes Escritos”. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982. Tomo III p.100

[2] Eusebio Leal Spengler. “Carlos Manuel de Céspedes. El Diario Perdido”. Publicimez  S.A. Ciudad de La Habana, 1992. p. 221

[3] Eusebio Leal Spengler. “Carlos Manuel de Céspedes. El Diario Perdido”. Publicimez  S.A. Ciudad de La Habana, 1992. p.86

[4] Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo. “Carlos Manuel de Céspedes Escritos” Editorial de Ciencias Sociales. La Habana,1982 Tomo III p. 91

[5] Ibídem. p. 96

[6] Juan Andrés Cue Bada. “Diario de Calixto García”. Órgano de la Comisión Regional de Historia de Holguín, Enero-Febrero de 1971. págs. 29-31

[7] Nydia Sarabia, “Ana Betancourt”, Instituto Cubano del Libro, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1970, p.151





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