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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

20 de abril de 2017

Los hermanos Grave de Peralta, con especial atención en una de ellos, Fela Peralta, injustamente olvidada absolutamente



En el mundo del pasto y el ganado de Cacocum fue donde se estableció el matrimonio de Rafaela Zayas y Cardet y José Grave de Peralta. Fue en sus verdes llanuras y en medio de los espesos bosques, donde la madre comenzó la hazaña de la reproducción.
En su libro, lamentablemente desconocido por la mayoría de los holguineros, dice el historiador Abreu Cardet: “El mundo dominado por los hombres nunca podrá entender la maravilla de la fecundidad de las criollas. Hemos levantado infinidad de estatuas y monumentos a personajes que libraron combates cuyos resultados fueron realmente insignificantes respecto al número de bajas, si los comparamos con las desgarradoras cifras de mortalidad infantil y materna durante la colonia. Y no hemos levantado estatua alguna al gran héroe de la historia cubana: el vientre de las mujeres nacidas o avecindadas en la isla, sino, por el contrario, ese héroe ha sido olvidado”.
En el fecundo vientre de doña Rafaela se formaron doce hijos. La mayoría de ellos nacieron en la casa de que la tenía en la ciudad de Holguín y bautizados en el templo San Isidoro, en esa ciudad. Ahora los relacionamos en el orden en que vinieron al mundo: Rafaela,  Manuel, José María, Francisco, Pedro, Josefa, Prudencia, Julio, Liberato, Belisario, Carmen y Mercedes Grave de Peralta y Zayas.
Cuando inició la Guerra independentista cubana que se conoce como de los Diez Años, no eran los hermanos Grave de Peralta grandes terratenientes, aunque eran dueños de tierras en Cacocum y otros lugares adyacentes. Dos de ellos, Manuel y Julio, compraron una finca de 15 caballerías y dos sitios de labranza de menor extensión donde tenían siete esclavos de los cuales cuatro eran, por la edad y el sexo, lo que podríamos llamar  domésticos.
Pero los lectores no deben ver a los Grave de Peralta y Zayas como propietarios que hacían trabajar a sus esclavos mientras ellos viajaban al exterior o dormían la siesta. Ellos, como mismo los terratenientes vecinos, trabajaban a la par que sus esclavos.
También el padre de los Grave de Peralta era propietario de tierras pero aquello no era suficiente para doce personas. Ese es el motivo de que según crecieron, varios de los Grave de Peraltas y Zayas tuvieron que buscar otras ocupaciones, entre ellos Francisco, Belisario, Liberato y Pedro.
Pedro era funcionario del aparato administrativo español en Guantánamo, Francisco había tenido pequeños negocios, entre ellos, una carnicería en Las Tunas, y Liberato y Belisario trabajaban en la finca de sus hermanos. Luego, felizmente, a la familia le ocurrió un hecho fortuito que ayudó al incremento del peculio común, o lo que es igual, que todos pudieron hacerse de dinero velozmente y eso lo narraremos ahora mismo que es cuando conviene al orden que seguimos.
RAFAELA PERALTA, LA INJUSTAMENTE OLVIDADA
Transcurría la vida para los muy jóvenes Grave de Peralta y Zayas. El dinero era poco, aunque ellos trabajaban con ahínco en sus tierras o en los puestos que habían conseguido. A pesar de que sus padres tenían una casa en la ciudad de Holguín, eran muy pocas las veces que tenían para venir de visita. Pero una vez una de las hijas, que como la madre y como la desalmada abuela, que aún estaba viva y que no tenía contacto con sus nietos, se llamaba Rafaela pero que para evitar equívocos todos llamaban Fela, fue de visita a la ciudad y conoció a un rico emigrado español nombrado Perfecto Lacoste. Se casaron y tuvieron dos hijos, una hembra y un varón. En 1862 murió el esposo de Fela y ella heredó los muy abundantes bienes del esposo que comprendían, varias fincas, una docena de propiedades urbanas en Holguín, un trapiche azucarero con la dotación de esclavos, ganado en abundancia y otras riquezas.
Dicen las crónicas que además del nombre, doña Rafaela Grave de Peralta compartía con la madre y la abuela el carácter emprendedor, pero a diferencia de la Pepa, la nieta era una mujer de y para su familia. Por eso es que desde que enviudó, Fela se convirtió en el sostén de sus padres y hermanos y asimismo en un personaje de fuertes influencias sociales en la comunidad. A diferencia de la gran mayoría de las mujeres de su tiempo, que se veían obligadas a dedicarse casi exclusivamente a las labores domésticas y a la crianza de los hijos, ella tuvo una vida cultural interesante. En su casa en Holguín organizaba pequeñas tertulias literarias en las que participaban aficionados a las letras, entre ellos el maestro camagüeyano radicado en la ciudad, don Manuel Hernández  Perdomo, que fue el editor del primer periódico de Holguín llamado “La Luz”, y quien se unió maritalmente (pero sin asistir a la iglesia), con Juana de la Torre. Fiel a sus principios contra todo tipo de prejuicios sociales Fela Grave de Peralta se mostraba liberal con sus amistades, o lo que es igual, que donde otras pacatas familias veían un pecado, ella lo permitía: por eso iban a su casa Manuel y su amante Juana.
Probablemente Fela vio en la pareja a la que tantos criticaban por no casarse antes de dormir juntos, un amor mucho más fuerte y apasionado que los producidos por la imaginación de los escritores de las novelas que se leían y comentaban entre el refinado grupo de amigos que la visitaban.
Solo por unas líneas más hablará La Aldea de Juana y Manuel (que está es la historia de los Grave de Peralta y Zayas).
JUANA Y MANUEL
Pertenecía a una antigua familia de la comarca con más prestigio que riquezas. Manuel era un maestro de escuela primaria con muy estrecha billetera al que como no le alcanzaba su sueldo de maestro, sembraba la tierra de un solar y realizaba trabajos de hojalatería. Para las autoridades españolas, mientras tanto, Manuel era un agitador peligroso al que debían vigilar estrechamente que antes de llegar a Holguín había estado mezclado en la conspiración de Joaquín de Agüero en Camagüey, (quizás esa fue la razón por la cual se trasladó a Holguín, ciudad donde conoció a Juana).
Inmediatamente que aquellos dos se miraron por primera vez entre ellos surgió una intensa pasión, pero los prejuicios sociales prohibían su relación. Sin embargo los amantes saltaron las barreras con que la sociedad los cercaba y un día él se instaló en la alcoba de ella.
Pronto se corrió la noticia y las comadres murmuraron insistentemente. Cuando pasaban de la mano las mujeres se persignaban y los hombres escupían, pero ellos siguieron amándose. Por temor a las habladurías nadie los recibía en sus casas. La única excepción era Fela Peralta, que para ayudarlos económicamente lo contrató en calidad de maestro para que repasara a su hijo. Manuel encabezó una de las más importantes partidas de mambises holguineros en octubre de 1868.
FELA OTRA VEZ.
Ella es un personaje de la historia de la Isla, pero, al decir del historiador José Abreu Cardet, como siempre ocurre en las historias escritas con predominio de mentalidades masculinas, Fela ha sido olvidada por entero, y no solo por la historia nacional sino también por la local. Los historiadores, sigue diciendo Abreu Cardet, sedientos de luminarias, nos hemos ido tras las huellas bélicas de los hombres de su familia y a ella nadie la recuerda.
¿Por qué debe ser reconocida como un personaje importante para la independencia de Holguín? ¿Sólo porque su casa sirvió para reuniones y porque acogió a Manuel Hernández Perdomo? No, dice Abreu, sino por mucho más que hay que aprender a mirar entre la oscuridad del silencio. Por qué los historiadores no buscan respuesta a esta pregunta, dice Abreu Cardet: ¿quién sufragó tanta conspiración y sedición de los hermanos Grave de Peralta si ellos eran pobres? No hay documento alguno que de luz sobre ese asunto, lo que es lógico, porque “hay cosas que para lograrlas deben andar ocultas” como dijo José Martí. Pero es lógico que hace falta dinero para conspirar y para levantarse en armas. Y no lo tenía ninguno de los varones de la familia.
Cuando comienza la guerra del 68 los hermanos Grave de Peralta eran dueños de tierras y del ganado que compraron con la ayuda de su hermana Fela. Ella es el a donde conducen todos los caminos económicos de los Grave de Peralta. Y precisamente por la solvencia que tenían, sobre todo Julio, es por lo que lo consideraban un hombre con un prestigio consolidado en el sentido material. Eso precisamente hizo que los independentistas de Holguín lo siguieran en la pelea y lo proclamaran el Céspedes de la comarca.
Es verdad que no hay documentos para probar las anteriores suposiciones y los historiadores nada más dicen lo que está escrito. Fela está olvidada, aunque, seguro que ella, alguna vez vuelve y se sienta en el amplio salón de su vieja casa solariega y con la habitual tranquilidad y firmeza de carácter, disfruta de las glorias y estatuas que han levantado los holguineros a sus hermanos. Nunca se la oye chistar porque, dice Abreu Cardet, tal parece que en un toque muy femenino, ella escogió el ingrato sendero del anonimato y entró definitivamente en un mágico misterio.
Para concluir, por ahora, el hijo de doña Rafaela Grave de Peralta, Perfecto Lacoste, fue el primer alcalde que tuvo La Habana después del fin de la dominación española.

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