Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador
de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en
un cubanísimo estilo.
Recuerdo también otras excursión,
pero ésta secreta. Nosotros habíamos oído hablar de la Misa Negra, que era una
ceremonia de la Santería. Y queríamos ir a verla, pero no nos dejaban ir porque
era de noche y después de las seis cerraban el portón del colegio y no podíamos
salir. Entonces, tres o cuatro de nosotros, ya de tercer año (tendríamos
alrededor de diecisésis o diecisite años), decidimos saltar la cerca que
rodeaba el colegio para ir a ver. Quien nos consiguió el permiso fue un viejito
negro, del pueblo del Cristo, que venía a la puerta del colegio todas las
tardes para vendernos frutas y dulces.
En las afueras del pueblo había una
sala grandísima y allí estaba congregada toda la gente de la Santería. Fuimos
muy respetuosamente. Nos sentíamos agradecidos de que nos permitieran estar en
su acto religioso. El viejito estaba en la reunión con sus vecinos, así que
ellos sabían que éramos estudiantes. Pudimos contemplar toda la misa, el baile,
la música, y hasta cuando le bajó el santo a una persona.
Tocaban música de guitarra y, sobre
todo, tambores. Bailaban en un círculo alguna danza especial de veneración a
uno de los dioses. Y en el canto pedían que se apareciera el espíritu de algún
difunto que se quisiera presentar. De pronto, durante la danza, una muchacha da
un grito y empieza a temblar y a decir que se le había subido el espíritu de
Fulano de Tal, y entonces ese espíritu empezó a hablar. Que había muerto hacía
cinco años pero que él estaba alrededor de su pueblo y su gente, y que estaba
deseoso de ayudarlos en lo que pudiera. Que uno de ellos se iba a enfermar
pronto, pero que la enfermedad no sería grave, y que tomara tales y tales
medicinas y se curaría. Y le preguntaron que quiénes estaban con él, y dijo que
del mismo pueblo, como ellos sabían, habían muerto Fulano y mengano y que en el
otro mundo estaban reunidos porque eran amigos, pero que se sentían bien. Luego
se despidió de los presentes y se fue. La muchacha, que estaba tirada en el
suelo diciendo esas cosas, se levantó muy seria y fue y se sentó en un sillón.
Al poco rato, volvieron a cantar y a
bailar, y, después de cierto tiempo, otra de las personas recibió el espíritu
de otro difunto. Esta vez era una señora que había muerto de parto y decía
dónde estaba u que sentía mucho que su hijito no sobreviviera, pero que así era
la vida. Entonces le hicieron preguntas y las contestó. Y por lo visto, todo el
mundo estaba de acuerdo en que era ella, porque hablaba con una voz diferente.
Nosotros todo lo que podíamos decir era nada, callar y mirar. Fue un
espectáculo imponente.
Después de esas apariciones
regresamos al colegio. Empezamos uno a uno a saltar la cerca. Éramos ágiles, y
todos pudimos hacerlo menos uno que era muy gordo, llamado Gonzalo Bizet. Como nosotros saltamos y corrimos, el sereno
no pudo alcanzarnos, pero sí cogió al pobre Gonzalito. Al otro día, el director
del colegio quiso saber quiénes eran esos niños desobedientes y al único que
pudieron encontrar fue a Gonzalito. Le dijo: “¿Usted fue anoche a ver esa Misa
Negra?” “Sí”. “¿Usted fue acompañado?” “No”. “Pues dice el portero que ustedes
eran cuatro, ¿Quiénes eran los otros tres?” “No sé”. “!Cómo no va a saber, si
usted fue con ellos? Diga, si no, lo vamos a castigar doblemente.” “Señor, yo
no sé quiénes eran, yo no me acuerdo”. Así siguió negando hasta que el director
del colegio le dijo: “Bueno, si no quiere decir quiénes eran sus compañeros, no
es justo que lo castiguemos a usted y no castiguemos a los otros tres, así es
que queda usted absuelto”.
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