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29 de marzo de 2019

Misa Negra. (Memorias de José Juan Arrom)



Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en un cubanísimo estilo.



Recuerdo también otras excursión, pero ésta secreta. Nosotros habíamos oído hablar de la Misa Negra, que era una ceremonia de la Santería. Y queríamos ir a verla, pero no nos dejaban ir porque era de noche y después de las seis cerraban el portón del colegio y no podíamos salir. Entonces, tres o cuatro de nosotros, ya de tercer año (tendríamos alrededor de diecisésis o diecisite años), decidimos saltar la cerca que rodeaba el colegio para ir a ver. Quien nos consiguió el permiso fue un viejito negro, del pueblo del Cristo, que venía a la puerta del colegio todas las tardes para vendernos frutas y dulces.

En las afueras del pueblo había una sala grandísima y allí estaba congregada toda la gente de la Santería. Fuimos muy respetuosamente. Nos sentíamos agradecidos de que nos permitieran estar en su acto religioso. El viejito estaba en la reunión con sus vecinos, así que ellos sabían que éramos estudiantes. Pudimos contemplar toda la misa, el baile, la música, y hasta cuando le bajó el santo a una persona.

Tocaban música de guitarra y, sobre todo, tambores. Bailaban en un círculo alguna danza especial de veneración a uno de los dioses. Y en el canto pedían que se apareciera el espíritu de algún difunto que se quisiera presentar. De pronto, durante la danza, una muchacha da un grito y empieza a temblar y a decir que se le había subido el espíritu de Fulano de Tal, y entonces ese espíritu empezó a hablar. Que había muerto hacía cinco años pero que él estaba alrededor de su pueblo y su gente, y que estaba deseoso de ayudarlos en lo que pudiera. Que uno de ellos se iba a enfermar pronto, pero que la enfermedad no sería grave, y que tomara tales y tales medicinas y se curaría. Y le preguntaron que quiénes estaban con él, y dijo que del mismo pueblo, como ellos sabían, habían muerto Fulano y mengano y que en el otro mundo estaban reunidos porque eran amigos, pero que se sentían bien. Luego se despidió de los presentes y se fue. La muchacha, que estaba tirada en el suelo diciendo esas cosas, se levantó muy seria y fue y se sentó en un sillón.

Al poco rato, volvieron a cantar y a bailar, y, después de cierto tiempo, otra de las personas recibió el espíritu de otro difunto. Esta vez era una señora que había muerto de parto y decía dónde estaba u que sentía mucho que su hijito no sobreviviera, pero que así era la vida. Entonces le hicieron preguntas y las contestó. Y por lo visto, todo el mundo estaba de acuerdo en que era ella, porque hablaba con una voz diferente. Nosotros todo lo que podíamos decir era nada, callar y mirar. Fue un espectáculo imponente.

Después de esas apariciones regresamos al colegio. Empezamos uno a uno a saltar la cerca. Éramos ágiles, y todos pudimos hacerlo menos uno que era muy gordo, llamado Gonzalo Bizet.  Como nosotros saltamos y corrimos, el sereno no pudo alcanzarnos, pero sí cogió al pobre Gonzalito. Al otro día, el director del colegio quiso saber quiénes eran esos niños desobedientes y al único que pudieron encontrar fue a Gonzalito. Le dijo: “¿Usted fue anoche a ver esa Misa Negra?” “Sí”. “¿Usted fue acompañado?” “No”. “Pues dice el portero que ustedes eran cuatro, ¿Quiénes eran los otros tres?” “No sé”. “!Cómo no va a saber, si usted fue con ellos? Diga, si no, lo vamos a castigar doblemente.” “Señor, yo no sé quiénes eran, yo no me acuerdo”. Así siguió negando hasta que el director del colegio le dijo: “Bueno, si no quiere decir quiénes eran sus compañeros, no es justo que lo castiguemos a usted y no castiguemos a los otros tres, así es que queda usted absuelto”.


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