Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador
de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en
un cubanísimo estilo.
Mayarí, Holguín, Cuba |
Desde pequeño me di cuenta de que no
todos vivían como nosotros. Nunca olvidaré que mi madre tenía una lavandera,
Casiana, que se llevaba la ropa en un gran lío, para lavarla en su casa. Cuando
venía, contaba la ropa: cuatro sábanas, media docena de fundas, tantas camisas,
etc. Entonces el que llevaba el lío en la cabeza sobre un pequeño recipiente de
madera, era su hijo, que se llamaba Francisco y le decían Panchito. Y mientras
contaba la ropa, Casiana se tomaba un poco de café, (esa era la ceremonia para
recibir a la gente en Cuba: darle un poco de café acabadito de colar), y, entre
tanto, yo jugaba con Panchito. Vino una vecina y dijo: “Ay, doña Marina, que
pena tengo, es que a Casiana se le ha muerto el hijo y esa madre no tiene ni
con qué comprarle el ataúd, señora”. Dice mi madre: “Bueno, bueno, yo voy a ir
allá”. Y a mí me dijo: “Pepito, acompáñame”. Y yo la acompañé.
Cruzamos el puente sobre el arroyito,
que llamaban el Pontezuelo, y del otro lado estaba el bohío donde vivía Casiana
con los hijos. Y al llegar allí, yo entré y vi a Panchito acostado, muerto,
entre cuatro velones, y de un color gris pálido, falto de sangre. Y entonces
Casiana vino llorando, y me dice: “Ay, mi negrito, mira como está tu amiguito!”
Yo me impresioné muchísimo. Todavía lo recuerdo y me impresiono. Y al salir, le
pregunté a mamá: “Mamá, ¿lo mataron los güijes?” Y ella me contestó: “No, mi'jo, murió de paludismo” Y así fue cómo supe que los güijes
(que así se les llama a los imaginarios duendes que viven en los ríos y salen
de noche para matar a los niños, si no se portan bien), eran en realidad los
mosquitos que transmiten el paludismo. Y así también empecé a conocer cómo
vivían al otro lado del río.
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