Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador
de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en
un cubanísimo estilo.
El día que llegué a Yale me lo pasé
admirando aquellos edificios de estilo gótico, de piedra dura, sólida y
permanente, y aquella biblioteca que parece una catedral. Fui caminando de un
lado a otro, pero sin fijarme muy bien por dónde iba, sino solamente admirando
el tipo de arquitectura. Y por la noche, José Gómez, que ya se había graduado
de Mount Hermon y estaba estudiando en Yale, me invitó a que fuera con un par
de amigos a comer una piza en un lugar conocido como Pepe´s, donde se dice que
hacen las mejores pizas de New Haven. Y junto con las pizas tomamos vino tinto.
Como yo no estaba acostumbrado a beber, pues parece que el poquito de vino se
me fue a la cabeza y al regresar a Yale no me acordaba dónde estaba mi cuarto.
Entonces fuimos a la oficina de la policía universitaria, y mis amigos dijeron
que yo acababa de llegar y no me acordaba dónde estaba mi habitación. El
policía miró la lista y dijo: “Su habitación está en tal lugar. ¿Sabe ir solo?”
“No”. “Bueno, que sus amigos lo lleven. Pero cuérdese, esta es la única vez que
lo vamos a ayudar a encontrar su cuarto. La próxima vez lo encuentra usted
solo”. Y ese fue mi primer día en la universidad.
Debido a que mis notas eran
estupendas me dieron una beca de tipo A, es decir, que pagaba la colegiatura,
casa y comida. Además me aproveché del programa Workstudy, en el que los
estudiantes podían trabajar ocho horas a la semana para ganar algo extra. En mi
primer año trabajé en el comedor, y ya en el segundo, en el Departamento de
Español. Y cada vez fui ganando más dinero porque trabajaba más. Así me pagué
todos los estudios y obtuve el título de Bachelor of Arts. Lo hice en tres
años, porque habiendo perdido seis años después de graduarme en El Cristo,
andaba de prisa para terminar la carrera. De tal forma que, aunque era miembro
de la clase de 1938, en realidad me gradué en el 37.
Cuando empecé mis estudios ya no era
con la idea de estudiar medicina, sino que había resuelto estudiar economía
porque mi estancia en Preston durante la Depresión me había convencido de que
esa sería la mejor manera de ayudar a mi país. Pero luego cambié de plan por
una serie de sucesos inesperados.
Al principio de mi segundo año, la
universidad anunció un premio para los diez alumnos que habían terminado el
primer año con el mejor expediente, y entre ellos estaba yo. En Mount Hermon
hasta declararon un día de fiesta para celebrar mi triunfo. Esa medalla de oro
que me otorgaron fue el espaldarazo que me abrió nuevas oportunidades en Yale.
Me llamó a su despacho el profesor Frederick B. Lukiens –que era el jefe del
Departamento de Español y fue uno de los pioneros en iniciar el estudio de la
literatura Latinoamericana en los Estados Unidos- y me invitó a que me
especializara en los estudios literarios. Es más, me dijo que si yo continuaba
mis estudios como hasta allí lo había hecho, podría tener un futuro muy
brillante, pues él estaba convencido de que yo podía llegar a ser profesor de
Literatura hispanoamericana en Yale. Acepté entusiasmado su conejo, porque en
el fondo siempre estuve muy inclinado a las letras y, además, me di cuenta de
que en ese campo podría ser de mayor utilidad a mi patria y mi cultura, que
apenas se empezaba a enseñar en las universidades norteamericanas de esa época.
José Juan Arrom |
La verdad es que me sorprendía el
desconocimiento de Latinoamérica que encontraba constantemente. Por ejemplo,
como es de esperar, mis nuevos compañeros notaron mi acento. Entonces yo era un
joven muy jovial, me reía mucho y me dijeron en broma: “You look like a
laughing Gaucho”. Le dije: “No, yo no tengo nada que ver con los gauchos. Yo
soy antillano, no argentino, y en las Antillas no hay gauchos”. Pero siguió
siendo siempre así, que confundían una cosa con otra.
Con motivo de Yale Medal que me gané,
que tuvo mucha publicidad, me invitaban a dar presentaciones en diversos
lugares. Un día vino una señora muy seria y me pidió que fuera a una reunión
para hablar de Cuba. Y me dice: “Come withyournativedress”. Y yo dije: “¿Con mi
traje nativo?”, en ese caso tendré que ir desnudo”. Ella no entendía, porque
creía que los cubanos eran unos indios con taparrabos o sabe Dios qué.
En otra ocasión, cuando un compañero
oyó que había estudiado cerca de Santiago de Cuba, me dijo: “I
thoughtyouwerefromthePhilippine Island”. Y digo: “No, yo soy cubano”. “Ah, then
Manila isnot in Cuba?”. “No, manila está en las Filipinas”. Igual confundían a
Manila con Santiago de Cuba y la batalla de Santiago con la de Manila, porque
las dos tenían que ver con la guerra del 98.
Hasta me sucedió con un profesor de
Química algunos años más tarde. En 1937 hubo una dificultad entre Haití y santo
Domingo porque los haitianos se estaban infiltrando por la frontera y Trujillo
los mandó a matar brutalmente. Entonces mi colega me dijo: “Óyeme, ¿ya se
arregló el problema fronterizo entre Cuba y Puerto Rico?”. Y le contesté: “Sí,
ya se resolvió hace varios millones de años porque en el medio hay otra isla y
dos estrechos de agua que las separan”. Y así sucesivamente, encontré que se
sabía muy poca geografía y ninguna historia.
También me sorprendían los excesos de
los prejuicios norteamericanos de la época. Algunas veces yo me sentaba en el
comedor de mi colegio, que era Timothy Dwight[1],
con dos compañeros que me parecían agradables. Y un día vino otro y me dijo:
“Óyeme, José, tú notarás que nosotros nunca nos sentamos contigo cuando te
sientas en tal mesa con esos muchachos”. Yo lo había notado pero no sabía por
qué. Entonces me explicó: “Porque son judíos, y nosotros no nos sentamos con
judíos”. Así vi el antisemitismo por primera vez en mi vida.
En otra ocasión vino de Mayarí el
doctor Jonás Galán. Y como había viajado a Yale con otro médico –del color
también-, simplemente para saludarme, pues los invité a almorzar en el comedor
del colegio. Ese día el encargado del comedor era un estudiante graduado, del
Sur. Y vino y me dijo que él no podía servir a dos negros. Entonces le dije:
“Es que no se trata de que sean blancos o negros, son dos médicos de mi pueblo
que han venido a visitarme”. “No señor, no puede ser”. “Pues sí puede, porque yo
soy miembro de este colegio y tengo derecho a invitar a quien yo quiera”. “Pues
no será en mi presencia”, respondió. Y se fue, y pusieron a otro para que
dirigiera la cosa. Y se sentaron mis invitados y le dieron la comida. Pero fue
un escándalo. Eso sería en mi segundo año, en 1935 ó 1936, cuando el racismo en
los Estados Unidos era muy fuerte.
[1] Los
collegues de Yale eran dormitorios con sus propios comedores donde además
tenían oficinas los profesores afiliados. De estudiante estuve afiliado en
Timothy Dwight, y de profesor en SaybrookCollege.
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